LOS COLORES DEL OTOÑO.
El otoño de los bosques, de los paseos, de los parques,
tienen una calidad estética especial.
Aparentemente, la vida se esconde, parece anunciar su final.
Los colores son distintos y propios de cada árbol.
Hay una especie de canto del cisne postrero,
cromático. Es como la despedida gloriosa antes del invierno,
la retirada a la aparente soledad de la noche.
La savia reduce su recorrido para concentrarse en el tronco
y en las ramas desnudas.
Puede parecer que la naturaleza agoniza, que todo se
encamina hacia la muerte. Pero,
¿realmente muere la naturaleza? Todos sabemos que no. Llevamos años y años en que todo ocurre igual. El rito de las estaciones nos recuerda la rueda de nuestra vida. Nos recuerda la rueda de la vida en el mundo entero. En cada otoño se esconde la próxima primavera. El futuro que Cristo prepara para el mundo y para cada uno de los suyos está escondido en los otoños y en los inviernos de la vida y de la historia. Las palabras del Apocalipsis son el secreto de todas las noches oscuras del alma, de la humanidad:
Mirad que viene rodeado de nubes y todos los ojos le verán,
incluso los que le traspasaron, y se lamentarán por él todas las tribus
de la tierra. Sí. Amén. Yo soy el Alfa y la Omega,
dice el Señor Dios, aquel que es, que era y que ha de venir,
el Todopoderoso (Apoc. 1, 7-8).
El otoño es tiempo de esperanza, de profundidad en la misa, en la oración, en la
vigilia ante Jesús Eucarístico.
De la red
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