Defender la alegría como una trinchera, defenderla del caos y de las pesadillas, de la ajada miseria y de los miserables, de las ausencias breves y las definitivas.
Defender la alegría como un estandarte, defenderla del rayo y de la melancolía, de los males endémicos y de los académicos, del rufián caballero y del oportunista, defenderla del mar y las lágrimas tibias, de las buenas costumbres y de los apellidos, del azar y también de la alegría.
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