Ella siempre usaba una flor en el pelo. Siempre. En general, me parecía que estaba fuera de lugar. ¿Una flor al mediodía? ¿En la oficina? ¿Para ir a una reunión de profesionales?
Era aspirante a diseñadora gráfica en la empresa donde yo trabajaba. Todos los días entraba en la oficina, decorada en un seco estilo ultramoderno, con una flor en el pelo, que le llegaba a los hombros. Casi siempre, su color combinaba con el de su atuendo, por lo demás adecuado. Lucía como una pequeña sombrilla de colores vívidos, prendida al gran telón de fondo que formaban sus ondas morenas. En ocasiones (cuando celebrábamos la Navidad, por ejemplo) esa flor añadía un toque festivo que resultaba adecuado.
Pero en el trabajo parecía fuera de lugar. Las mujeres más profesionales de la oficina estaban prácticamente indignadas; opinaban que alguien debía llevarla aparte e informarle cuáles eran las reglas para que te tomen en serio en el mundo de los negocios. Otras, incluida yo misma, lo veíamos como un simple capricho personal; en la intimidad la llamábamos la florida.
-¿La florida ya terminó el diseño preliminar del proyecto para Wal-Mart? - preguntaba una, con una sonrisita aviesa.
-Por supuesto. Hizo un trabajo estupendo. La verdad es que la muchacha está floreciente- podía ser la respuesta, con mucho aire de superioridad y diversión compartida.
Por entonces, esas bromas nos parecían inocentes. Que yo supiera, nadie había preguntado a la joven por qué llevaba una flor a la oficina día a día. En realidad, probablemente habría sido más fácil interrogarla si algún día se hubiera presentado sin ella.
Y un día, así fue. Cuando entró en mi oficina con su proyecto, me extrañé:
-Veo que hoy no se ha puesto ninguna flor en el pelo. Estoy tan acostumbrada a vérsela que es como si le faltara algo.
-Oh, sí- respondió, en un tono bastante sombrío. Eso contrastaba con su personalidad, habitualmente alegre y animosa. La pesada pausa siguiente me instó a preguntarle:
-¿Se siente bien?
Aunque esperaba que respondiera que sí, sabía intuitivamente que eso encerraba algo más importante.
-Bueno,- musitó, con las facciones abrumadas de recuerdo y dolor, -hoy es el aniversario de la muerte de mi madre. La extraño mucho. Creo que me siento algo triste.
-Comprendo- dije. Me inspiraba compasión, pero no quería meterme en terrenos emotivos. -Supongo que le cuesta hablar del tema.
Mi parte empresarial ansiaba que ella lo confirmara, pero en el fondo sabía que eso entrañaba algo más.
-No, no, está bien. Sé que hoy estoy demasiado sensible. Para mí es un día de duelo, ¿comprende?
Y comenzó a contarme su caso.
- Mi madre sabía que el cáncer la estaba matando. Cuando murió yo tenía quince años. Éramos muy unidas. Ella estaba llena de generosidad, de amor. Como sabía que iba a morir, me grabó un mensaje para cada cumpleaños, desde mis dieciséis hasta los veinticinco años. Hoy cumplo veinticinco. Esta mañana vi el video que preparó para este día. Creo que todavía lo estoy digiriendo. ¡Y cómo me gustaría tenerla conmigo!
-Bueno, créame que la acompaño en su sentimiento- dije, con total sinceridad.
-Gracias, por ser tan buena,- replicó. -Ah, con respecto a la flor... Cuando yo era chica, mamá solía ponerme flores en el pelo. Un día, estando ella internada, le llevé una bella rosa de su jardín. Cuando se la acerqué a la nariz para que percibiera el perfume, ella la tomó y, sin decir palabra, me apartó la melena de la cara y me la puso en el pelo, como cuando era chiquita. Murió ese mismo día.
Los ojos se le llenaron de lágrimas.
-Desde entonces siempre uso una flor en el pelo. Es como si ella me acompañara, aunque sólo sea en espíritu. Pero hoy vi el video que preparó para este cumpleaños; me decía que lamentaba no poder verme crecer y que esperaba haber sido buena madre. Y que le gustaría recibir alguna señal indicativa de que yo podía bastarme sola. Así pensaba mi madre; así hablaba. -Sonrió con afecto ante el recuerdo. -Era muy sabia.
Asentí con la cabeza. -Así parece, en efecto.
-Y yo pensé: ¿cuál podría ser esa señal? Entonces me pareció que debía dejar de ponerme la flor. Pero echo de menos lo que representaba.
Sus ojos de avellana se perdieron en recuerdos.
-Fue una gran suerte tener una madre como ella. Pero no necesito usar una flor para recordarla. En realidad, lo sé perfectamente. Era sólo un signo exterior de mis atesorados recuerdos. Me siguen acompañando, aunque no use la flor. Pero la voy a extrañar... Ah, aquí está el proyecto. Espero que le guste.
Me entregó la carpeta pulcramente preparada, firmada y con su marca distintiva: una flor dibujada a mano bajo el nombre.
Recuerdo haber oído decir, cuando era joven: "Nunca juzgues a otra persona sin haber caminado un kilómetro con sus zapatos". Pensé en las veces que había criticado sin ninguna sensibilidad a esa joven de la flor en el pelo. Era trágico que lo hubiera hecho sin estar informada, sin conocer la historia de la muchacha y la cruz que debía soportar. Si me enorgullecía de conocer cada faceta de mi empresa, por intrincada que fuera, de saber con exactitud cómo se coordinaban las distintas funciones, ¿no era trágico haber adoptado la idea de que la vida personal no tenía nada que ver con la profesión? ¿Pensar que cada uno debía dejar sus cosas privadas en la puerta cuando entraba en la oficina?
Ese día supe que la flor en el pelo simbolizaba el don del amor de esa muchacha, su manera de mantenerse en contacto con la madre perdida cuando era tan jovencita. Al estudiar el proyecto que me había entregado, me sentí honrada por tratar con alguien tan profundo, con tal capacidad de sentir... de ser. Se explicaba que su trabajo fuera siempre excelente. Vivía dentro de su corazón. Y me obligó a visitar nuevamente el mío.
BETTIE B.YOUNGS
De:Chocolate caliente para el alma