Texto del
Evangelio (Mt 7,21.24-27): En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
«No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los
cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial. Así pues,
todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en práctica, será como
el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la lluvia,
vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra
aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. Y
todo el que oiga estas palabras mías y no las ponga en práctica, será
como el hombre insensato que edificó su casa sobre arena: cayó la
lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, irrumpieron contra
aquella casa y cayó, y fue grande su ruina».
Comentario: Rev. D. Antoni ORIOL i Tataret (Vic, Barcelona, España)
Entrará en el Reino de los cielos (...) el que haga la voluntad de mi Padre celestial Hoy,
la palabra evangélica nos invita a meditar con seriedad sobre la
infinita distancia que hay entre el mero “escuchar-invocar” y el “hacer”
cuando se trata del mensaje y de la persona de Jesús. Y decimos “mero”
porque no podemos olvidar que hay modos de escuchar y de invocar que no
comportan el hacer. En efecto, todos los que —habiendo escuchado el
anuncio evangélico— creen, no quedarán confundidos; y todos los que,
habiendo creído, invocan el nombre del Señor, se salvarán: lo enseña san
Pablo en la carta a los Romanos (ver 10,9-13). Se trata, en este caso,
de los que creen con auténtica fe, aquella que «obra mediante la
caridad», como escribe también el Apóstol.
Pero es un hecho que
muchos creen y no hacen. La carta de Santiago Apóstol lo denuncia de una
manera impresionante: «Sed, pues, ejecutores de la palabra y no os
conforméis con oírla solamente, engañándoos a vosotros mismos» (1,22);
«la fe, si no tiene obras, está verdaderamente muerta» (2,17); «como el
cuerpo sin alma está muerto, así también la fe sin obras está muerte»
(2,26). Es lo que rechaza, también inolvidablemente, san Mateo cuando
afirma: «No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de
los cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial» (7,21).
Es
necesario, por tanto, escuchar y cumplir; es así como construimos sobre
roca y no encima de la arena. ¿Cómo cumplir? Preguntémonos: ¿Dios y el
prójimo me llegan a la cabeza —soy creyente por convicción?; en cuanto
al bolsillo, ¿comparto mis bienes con criterio de solidaridad?; en lo
que se refiere a la cultura, ¿contribuyo a consolidar los valores
humanos en mi país?; en el aumento del bien, ¿huyo del pecado de
omisión?; en la conducta apostólica, ¿busco la salvación eterna de los
que me rodean? En una palabra: ¿soy una persona sensata que, con hechos,
edifico la casa de mi vida sobre la roca de Cristo?