El ser resguardando lo verdadero y falso de nuestros espejos, ánimas desolladas por las hendeduras que nuestras sombras van dejando en los muros de calles de bisbiseos escatológicos, de manchas que testimonian tiempos escindidos, yugos floreados en llantos de olvidos; muros y calles, madriguera del ser, anunciación de pasadomañanas que nunca llegaron.
El ser, siervo notable que trampea el cerco de la nada, la que resulta escaño en el yerro de los que creyeron en el escarmiento como un paulatino camino hacia la obediencia.
El ser y el hombre que aún se cree niño y ve con ojos de daga, una realidad que no sabe cortar. Del niño y el pan en la mesa, del niño que arrima a su hombro un poco de inocencia para calmar su hambre y desolación.
Y entonces, ese niño, que es hombre, entrevé en el boquete de las horas el portillo que lo devuelve a la edad de la inocencia, a ese interludio de los días en que jugar detrás de los árboles o en el filo de la inmanencia era más que cuestión de honor: las risas de sus compañeros, cobertizo para protegerse de la intemperie de la congoja.
Ellos y el hombre, que aún es un niño, soñaban con inaugurar la época del avallasamiento del dolor; un día, apostándole a un balón, otro, simplemente a ver el cielo, otro, a fortalecer el enclenque sentimiento de la vida. Hacerlo de ese modo, así, nomás, simple, tal vez para amancebarse con la felicidad, esa que sólo sabe dar la lluvia, el canto de un grillo, la penumbra de la calle, los ojos de una niña, pájaro luminoso, viento equivocado, redención a punto de suceder.
Esa felicidad, la de la cerveza en la tienda del barrio, la del saludo mañanero; ésa, la de la joven mujer que resulta ser un cruel enigma, ella, la que nos moja los sueños y nos engaña cuando funda abril como un tiempo, cuando inventa diciembre como una alegoría, cuando en su vientre se gesta agosto, o quizá mayo para iniciar un siglo de largos y húmedos aguaceros.
El niño, creyéndose hombre, husmea en las esquinas del barrio a sus antiguos fantasmas. ¿Qué sería de Chus? ¿Qué sería del Chino? ¿Qué sería...? y así, entre interrogantes, va descubriendo cómo se dibuja en el aire la mano devota que renueva la memoria del aire, la del fuego.