LA FÓRMULA
El místico regresó del desierto.
«Cuéntanos», le dijeron con avidez,
«¿cómo es Dios?».
Pero ¿cómo podría él expresar
con palabras lo que había
experimentado en lo más profundo de su corazón?
¿Acaso se puede expresar la Verdad con palabras?
Al fin les confió una fórmula
-inexacta, eso sí, e insuficiente-,
en la esperanza de que alguno
de ellos pudiera, a través de ella,
sentir la tentación de experimentar
por sí mismo lo que él había experimentado.
Ellos aprendieron la fórmula y
la convirtieron
en un texto sagrado.
Y se la impusieron a todos
como si se tratara de un dogma.
Incluso se tomaran el esfuerzo
de difundirla en países extranjeros.
Y algunos llegaron a dar su vida por ella.
Y el místico quedó triste.
Tal vez habría sido mejor que
no hubiera dicho nada.