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Cuenta la historia que una familia pobre que tenía la facultad de tomar todas las cosas por su mejor lado, y una mujer rica se interesó por ayudarlos. Pero un día, la visitó un vecino de la familia pobre y le dijo que la estaban embaucando: Los niños de aquella familia siempre comen cosas deliciosas, lujos que ni yo puedo permitirme - dijo el vecino.
La mujer rica fue a visitar esta familia al mediodía. Estaba parada junto a la puerta, a punto de llamar, cuando oyó que una de las niñitas le preguntaba a otra: - ¿Te vas a servir asado hoy? - No, creo que comeré pollo asado -respondió la otra niña-.
Al oír esto, la mujer golpeó la puerta y entró inmediatamente. Vio a las dos niñas sentadas a la mesa en la que habían unas pocas rebanadas de pan seco, dos papas frías, un jarro de agua y nada más. A sus preguntas, contestaron que se hacían de cuenta que su pobre comida era toda suerte de manjares y el juego hacía que la comida les fuera un verdadero festín: Usted no sabe lo delicioso que es el pan cuando una lo llama torta de frutillas. Pero es mucho más rico si lo llamas helado de crema - dijo la otra niña.
La señora rica salió de allí con una nueva idea de lo que significa el contentamiento. Descubrió que la felicidad no está en las cosas, sino en los pensamientos. Acababa de aprender lo que Salomón había dicho tanto tiempo antes, que "El ánimo del hombre lo sostiene en su enfermedad; pero perdido el ánimo, ¿quién lo levantará?"
No pidamos que cambie nuestra suerte, pidamos ser transformados nosotros, y nuestros pensamientos. Entonces, veremos que hay bendiciones que nos aguardan en la suerte que nos ha correspondido.
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