Hubo una vez en que yo creí en los Reyes Magos,
y no me refiero a cuando era niña, que como podéis ver en la foto,
aunque soy muy jovenzuela ya no tengo edad de creer en señores
que suben a las casas en sus camellos y entran por la ventana para dejar regalos.
Era un 5 de Enero de hace unos cuantos años.
No, ...taitantos no, unos pocos menos, sólo veinticinco.
Como podréis suponer no os voy a decir cuantos tenía en la foto,
porque entonces sabríais ya tanto como yo,
pero lo que queda más que patente es que era un yogurín : )
Bien, pues esa noche volví a creer en que los Reyes Magos existían.
Cómo no iba a hacerlo si los estaba viendo con mis propios ojos
y me estaba haciendo una foto con ellos.
No eran como esos impostores que ponen en esas
carrozas tan bien ornamentadas para engañar a los pobres
e inocentes niños, y que hoy veremos en las cabalgatas
que se organizan en todas las ciudades y pueblos.
Estos eran de verdad, de carne y hueso, eran humanos,
no tenéis mas que ampliar la foto y ver que hasta tenían vicios
nada ocultos, el vaso y el cigarro en la mano los delatan.
Sí, yo por aquella época también tenía los mismos vicios,
aunque el del tabaco ya lo dejé hace muuuuuchos años
(ánimo Merche, que tú puedes). Por cierto, esta foto hoy
en día no habría sido posible después de la ley antitabaco.
Nevaba copiosamente sobre Pamplona pero aun y
todo decidimos salir de marcha.
Cuando entramos a aquél pub allí estaban ellos,
de copas, comiendo rosco –que para eso lleva su nombre–
y pasándoselo de aúpa. Lo que no sé es si ya habían terminado
el reparto de juguetes para todos los niños de la ciudad o
eran unos patronos explotadores y tenían a sus ayudantes
trabajando a destajo mientras ellos iban de farra,
no nos lo llegaron a decir. Como era de suponer lo
primero que les preguntamos fue a ver si ya
habían pasado por nuestras casas, porque si no lo habían
hecho ya mucho nos temíamos que luego no iban
a estar en condiciones de entrar por la ventana,
es posible que ni siquiera por la puerta, y no por gordos
precisamente. El caso es que nos dieron el parte detallado:
nos habían traído la marimocos, la maripis,
la patines y un coche de capota a pilas,
pero el Madelman hinchable no lo habían podido traer
porque los tenían sin operar de fimosis
(palabras textuales de SS MM).
Vamos, que como siempre habían hecho lo que les había
dado la real gana (y nunca mejor dicho);
igual que cuando eramos pequeñas,
que siempre te encontrabas en el zapato regalos que no habías pedido,
y los que habías escrito en la carta quedaban, una vez más,
pendientes para el año siguiente; porque nosotras no les
habíamos pedido nada de eso. A pesar de todo estábamos
encantadas con nuestros regalos, y aunque estábamos deseosas
de ir a nuestras respectivas casas para verlos,
como no todas las noches se tiene ocasión de alternar
con tan ilustres personajes pospusimos nuestra retirada
yendo después a una discoteca –cosa poco habitual en nosotras–
donde los volvimos a encontrar meneando el esqueleto.
Además pensamos que mientras tanto igual dejaba de nevar y
podíamos volver a casa con menos dificultad, porque hay que
tener en cuenta que teníamos que volver andando
ya que hace veinticinco años no había autobuses urbanos
nocturnos y nuestra pobre economía no daba para taxi.
Total, que como siguió nevando tuvimos que hacer todo
el camino de vuelta (treinta minutos fácil) con unos diez centímetros
de nieve a nuestros pies y un frío que pelaba,
pero sólo por revivir durante unos momentos la ilusión infantil
y por las risas que hicimos mereció la pena.
D/R