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Estás en la cima cuando: Entiendes perfectamente que no es lo mismo fracasar que ser un fracasado;
que el ayer ya pasó y hoy es otro día. Te reconcilias en el presente y ves el futuro con optimismo. Sabes que el éxito (un triunfo) no te consagra y el fracaso
(una perdida) no te deja arruinado. Estás lleno de fe, esperanza y amor; vives sin ira, avaricia,
culpa, envidia ni sentimientos vengativos. Tienes la madurez suficiente para demorar la satisfacción de un placer
y te concentras más en tus deberes que en tus derechos. Sabes que no dar la cara por lo moralmente correcto es la fase previa a ser
víctima de un agravio terrible. Estás contento de ser quien eres, y por consiguiente
estás en paz con Dios y con la humanidad. Has trabado amistad con tus adversarios y te has ganado el amor
y el respeto de los que te conocen mejor. Entiendes que aunque otros te complazcan, la auténtica
felicidad nace de ayudar al prójimo. Eres amable con el gruñón y con el grosero,
y manifiestas generosidad al necesitado. Amas a aquellos a los que cuesta amar, infundes esperanza al indefenso,
brindas amistad al que no tiene amigos y animas al desalentado. Miras al pasado con actitud de perdón, al porvenir con esperanza,
a los que están en peor situación que tú con compasión y al Cielo con gratitud. No dudas de la certeza de estas palabras de Jesús:
"El que es el mayor de vosotros, sea vuestro siervo". (Mateo 23:11). Reconoces, declaras y desarrollas las
aptitudes físicas, mentales y espirituales
que Dios te ha dado y las empleas para la gloria
de Él y el provecho de la humanidad. Llegas a la presencia del Creador del universo, y te elogia con estas palabras:
"Bien hecho, buen siervo y fiel". (Mateo 25:21).
Tu actitud determina tu altitud. Que Dios te bendiga
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