No des falso testimonio en contra de tu prójimo (Éxodo 20: 16).
La letra de este mandamiento condena el perjurio. El perjurio es mentir en
una corte cuando se juró decir la verdad. Es un delito que tiene importancia
en el ámbito de los tribunales de justicia, y, específicamente,
en lo que se refiere al papel de los testigos en un juicio.
En la antigüedad, los jueces se basaban casi exclusivamente en las declaraciones de los testigos.
La ley de Moisés, así como otros códigos antiguos, requería de dos o tres testigos para condenar a una persona:
«Un solo testigo no bastará para condenar a un hombre acusado de cometer algún crimen o delito.
Todo asunto se resolverá mediante el testimonio de dos o tres testigos» (Deuteronomio 19:15).
Era crucial que los testigos dijeran la verdad. Si no, los inocentes podían ser condenados y los culpables absueltos.
Para la supervivencia de ese estado de derecho, era indispensable que se dijera la verdad.
Durante cierto período de la historia de Israel, la sociedad se hallaba tan degenerada,
que el profeta Oseas se quejaba: «porque no hay verdad, ni misericordia, ni conocimiento de Dios en la tierra.
Perjurar, mentir, matar hurtar y adulterar prevalecen, y homicidio tras homicidio suceden» (Oseas 4: 1-2).
Por esta razón, el perjurio se castigaba con severidad: «En Atenas, un testigo falso sufría una fuerte multa.
Si se le comprobaba tres veces esa falta, perdía sus derechos civiles. En Roma,
una ley de las Doce Tablas condenaba al perjuro a ser arrojado cabeza abajo desde la roca Tarpeya.
En Egipto, el castigo era la amputación de la nariz y las orejas». La ley mosaica estipulaba que el castigo
para el perjuro consistía en que «le harán a él lo mismo que se proponía hacerle a su hermano» (Deuteronomio 19: 19).
El proverbista advierte a los testigos falsos: «El testigo falso no quedará sin castigo;
el que esparce mentiras no saldrá bien librado» (Prov. 19: 5): «El testigo falso perecerá,
y quien le haga caso será destruido para siempre» (21: 28).
Que Dios te bendiga