Objetivo.: reflexionar sobre la necesidad de ayudar a los hijos a desenvolverse por si mismo.
Todos los niños se llenaron de alegría cuando oyeron el timbre que indicaba la hora del recreo. Cuando la maestra les dijo que podían salir al patio, los pequeños tomaron los alimentos y partieron a prisa. Carlitos iba corriendo hasta adelante y retó a sus compañeritos a que lo alcanzaran, pero el pronto tropezó y cayó al piso. Jaimito paro su carrera y se acercó para ayudarlo: “¿Qué te paso?, ¿Estás bien?”, le preguntó.
Mientras se sobaba las rodillas, el niño contestó: “me dolió un poco, pero no me raspé ni me hice daño”. Los pequeños volvieron a correr, y al poco tiempo, Carlitos se volvió a caer. En está ocasión se raspo una rodilla y eso lo hizo llorar un poco. Cuando finalmente se calmó, dijo: “No entiendo por qué me volví a caer”.
Mientras decía esto, Jaimito observaba el patio de la escuela. No había nada que pudiera ocasionar un tropiezo, pero pronto descubrió la causa: Carlitos tenía l los cordones de sus zapatos desamarrados.
“Por eso te tropezaste dos veces; pisaste tus mismas cordones y por eso te fuiste derechito al suelo. Con razón mi mamá siempre me recuerda el cuidado que debo de poner en mis agujetas. ¡Amárratelas y con eso se soluciona el problema!”, dijo Jaimito.
De improviso y sin razón alguna, el pequeño Carlos empezó a llorar más fuerte. Su compañero le preguntó: “¿Por qué lloras?, ¿Por qué te pusiste tan triste de repente?.
Como quien tiene una pena y mucha tristeza al mismo tiempo, Carlitos le confesó: “Es que no se me amarrar los cordones; mi mamá nunca me ha enseñado. Dice que me quiere tanto y que por eso va hacer las cosas por mí”.
La respuesta de Carlitos llenó de dudas a su compañero, pues pensó que su mamá no lo quería lo suficiente, ya que siempre le pedía que se amarrara las agujetas, que recogiera su plato de la mesa y lo lavara, que se vistiera solo, que boleara sus zapatos y que tendiera su cama.
Terminó la hora del recreo y los alumnos regresaron al salón. Carlitos con una herida en la rodilla y jaimito con otra en su mente: estaba dudando del amor de su mamá.
Terminaron las clases y cuando el pequeño Jaime llego a su casa se dirigió directamente a donde estaba su mamá y le comentó que Carlitos se había caído en el recreo a causa de sus cordones.
Sin sospechar lo que pensaba el niño, la mamá le dijo: “Por está razón tu papá y yo te hemos enseñado a amarrarte los cordones de tus zapatos para que cuando no estemos cerca de ti, tú puedas hacerlo y no te caigas. Así no te lastimarás nunca. Seguramente la mamá de Carlitos no le ha enseñado a hacerlo y cuando ella no está, el niño sufre porque no sabe hacer las cosas.
“¿Y ustedes por qué lo hacen?”, pregunto Jaimito, a lo que su madre respondió: “porque te amamos y queremos lo mejor para ti. Y lo mejor es que nosotros no hagamos todo por ti, sino que tú aprendas hacerlo para que te sientas orgulloso de ti mismo y aprendas a enfrentar a la vida.
Queremos que seas independiente, libre y tengas orgullo en ti mismo”.
Con aquellas palabras el niño entendió perfectamente que sus padres si lo amaban y que tenían confianza en él porque le permitían hacer las cosas por sí mismo.
Al día siguiente conversó de esto con su amigo y Carlitos, a su vez, arregló las cosas conversando con sus padres: “Queridos papás, yo se que me quieren mucho, pero si hacen todo por mí, nunca me ayudarán a crecer, nunca me haré responsable y nunca me sentiré orgulloso de lo que hago.
Sus padres lo comprendieron. Saben que amar a su hija o hijo no significa hacerle todas sus cosas, sino ayudarlo a que aprenda hacerlas por sí mismo.