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“El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10:39).
Un soldado, evangelizado por un obreiro cristiano, declara: “¡Ahora
puedo entender ! Dios no espera que yo viva Su vida sin primero
concederme Su carácter”. La fe que implanta el carácter de Dios en el
corazón del hombre es la fe que salva y la fe que no implanta no es la
fe que salva. Sea que el hombre diga que cree tener salvación eterna en
Jesucristo, esta declaración no lo salvará, pero, ofreciendo su vida a
Cristo y negándose a sí mismo, será salvo. La fe que nos hace correr
para los brazos de Jesus, salva; la fe que nos mantiene parados no
salva. Nuestras obras de fe emanan de un origen de caulidades morales
que nosotros no creamos y que nosotros no podemos destruir y que están
arriba de las leyes de fabricación humana.
¿Qué frutos han
producido nuestra fe? ¿Ha transformado nuestra manera de vivir?
¿Nuestras actitudes comprueban que la fe implantada en nuestro corazón
es verdadera y glorifica el nombre del Señor?
Si creemos
verdaderamente en Dios y ofrecemos nuestras vidas a Su servicio, ¿por
qué aún murmuramos? Si el amor del Señor está colocado en nuestro ser,
¿por qué aún caminamos lejos de Su enseñanzas? ¿Hemos buscado satisfacer
nuestra vida como si fuese la mayor victoria a alcanzar o la hemos
depositado en el altar de Dios para hallarla concluyentemente?
La
fe que salva nos motiva a buscar ardientemente las cosas del Señor.
Ella nos lleva a entender qué sin Él, nada podemos hacer. Ella nos
conduce en paz y alegría sea cual sea la situación que estemos viviendo.
Sabemos que el Señor está en nosotros y que debemos ser una bendición
en Sus manos. La fe que salva nos enseña a perder la vida de supuestos placeres para ganar la vida de verdadera felicidad.
¿Ha usted ganado o perdido su vida?
Fuente: devocionalescristianos.org
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