
"Si
supiéramos comprender, no haría falta perdonar.
Interiorízate,
relájate, descansa. Con suma tranquilidad imagina
aquella persona con quien quieres reconciliarte, y aplícale
las siguientes reflexiones: fuera de casos excepcionales,
nadie tiene malas intenciones, nadie es malo.
A ti te atribuyeron
malas intenciones más de una vez, y tú estás
seguro que nunca las tuviste ¿No estarás
tú ahora suponiendo en el otro intenciones inexistentes?
¿Si él te hace sufrir de esa manera, ya
pensaste como le harás sufrir tú a él?
Si eso dijo él de ti ¿qué le habrán
dicho de ti?
Quien sabe si lo que
dijo lo dijo en un momento de ofuscación. Cualquiera
de nosotros en un momento de descontrol puede decir cosas
de las que se arrepienta a los cinco minutos.
Lo suyo parece orgullo;
no es orgullo, es timidez.
Su actitud para conmigo
parece obstinación, es autoafirmación.
Sus golpes secos no
son agresividad en contra de mí, sino una manera
de darse seguridad a sí mismo.
Él es difícil
para mí ciertamente. Más difícil
es para él mismo sin embargo. Con ese modo de ser
sufro yo, es verdad, pero más sufre él.
Si hay una persona más en este mundo que no desea
ser así esa no soy yo, es él. Y si él,
deseando no ser así no consigue cambiar, tendrá
tanta culpa…
Le gustaría
agradar a todos y no consigue agradar a nadie.
Le gustaría
estar en paz con todo el mundo y siempre está en
conflicto con todos.
Le gustaría
ser encantador y es desabrido.
¿Escogió
él voluntariamente este modo de ser? ¿Qué
sentido tiene irritarse contra un modo de ser que él
no escogió? ¿Merecerá la repulsa
que yo le doy?
Al final, el injusto
no seré yo mismo; el equivocado, no seré
yo mismo.
Si supiéramos
comprender, no haría falta perdonar y moraríamos
en la paz… "
Autor: Padre
Ignacio Larrañaga
