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La lección militar de Iraq
POR HEINZ DIETERICH
El gobierno de George Bush pretende hacer creer a los pueblos del Tercer Mundo que su máquina militar es irresistible y que, por lo tanto, ni intenten ofrecer resistencia a la instalación del nuevo proyecto fascista del eje Washington-Londres-Tel Aviv.
La evidencia empírica de la futilidad de toda resistencia militar estaría en las guerras del Golfo Pérsico, de Serbia, de Afganistán y ahora, en Iraq. La verdad es, que si bien esas guerras han demostrado el terrible poder de destrucción de los nuevos armamentos, han revelado, al mismo tiempo, sus debilidades.
La guerra de agresión contra Iraq ha dejado claro que la máquina bélica de Washington tiene serias limitaciones en cuatro campos, que son decisivos para el desenlace de un conflicto armado: el económico, el comunicativo, el político y el militar.
En lo económico, Estados Unidos no puede sostener una guerra de mediana duración contra un Estado bien organizado, porque sus parámetros macroeconómicos no lo permiten, mientras opere en condiciones de paz. En lo comunicativo, la agresión mostró que el control mundial neofascista de los medios se fracturó por las rivalidades interimperialistas que están generando un sistema tripolar de la sociedad global.
En lo político, la ilegitimidad de la agresión se convirtió en la mayor hipoteca de los guerreristas de Washington y Londres, pese al carácter desacreditado del régimen de Saddam, y complicará toda futura agresión que encuentre un escenario político y mediático no peor que el de Iraq.
Lo más revelador de la guerra de Iraq se encuentra, sin embargo, en el campo de lo militar, cuyas lecciones para la defensa de los países tercermundistas son vitales.
Para juzgar el desarrollo del conflicto de Iraq hay que entender que la estrategia militar iraquí fue absolutamente inadecuada, para enfrentar la ofensiva estadounidense. Al igual que en la guerra contra Irán y en la del Golfo, Saddam Hussein demostró una vez más que fue un pésimo estratega militar.
En la agresión contra Irán, con todo el apoyo del imperialismo estadounidense y europeo, no pudo ganarle a las milicias de los guardias revolucionarios de los ayatolas. Un millón de personas, más del 60 por ciento de ellas iraníes, pagaron con su vida esa criminal operación al servicio de Washington.
En 1991, la demencial invasión de Saddam a Kuwait, provocó la guerra con las fuerzas unidas de Occidente, a las cuales se enfrentó con una estrategia militar copiada de las grandes batallas de tanques en las estepas rusas, de la Segunda Guerra Mundial, sin darse cuenta que había pasado medio siglo. De esa manera, el arquitecto de la "Madre de todos los fracasos militares" llevó a sus fuerzas armadas nuevamente a la destrucción: fueron hechas pedazos, con cien mil muertos y más de trescientos mil heridos.
Doce años después, le proporcionó al imperialismo estadounidense otra coyuntura para establecer su dominio en Medio Oriente y, de nueva cuenta, su conducción fue un desastre. Salvo la heroica resistencia de unidades aisladas y fuerzas paramilitares en focos de combate en el Sur, no apareció nunca un congruente plan de batalla, capaz de derrotar la intervención.
Los pozos petroleros, que eran la razón de ser de la agresión, cayeron virtualmente intactos en manos de los invasores. Los puentes sobre los grandes ríos no estaban minados, de tal manera que ofrecieron ninguna ventaja militar a los defensores. Francotiradores y minas no jugaron ningún papel importante en la defensa, pese a que cualquier principiante de las artes militares sabe que, en ese tipo de conflictos, son las armas principales.
Saddam, quien despreciaba los consejos militares de Fidel Castro, nunca escuchó la frase de Fidel, de que "con minas y fusiles le ganamos la guerra a Batista". Nunca habló con el gran estratega para que le explicara, cómo había ganado una guerra contra el ejército sudafricano en Angola, pese a que se encontraba a noventa millas de Miami y a 16 horas de vuelo del campo de batalla; pese a que el ejército de los racistas sudafricanos contaba con siete armas nucleares proporcionadas por los expertos de Israel; pese a que cerca de la zona de combate existía una importante base militar de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y pese a que los militares soviéticos habían creado una peligrosa situación de derrota estratégica en Cuito Cuanavale.
Tampoco se había enterado de la guerra de guerrillas de El Salvador, que es uno de los pocos casos de estudio, donde la guerrilla urbana nunca pudo ser derrotada por la dictadura y donde el ejército de la oligarquía, apoyado por los militares gringos, nunca logró desalojar a la guerrilla (FMLN) del cerro de Guazapa, porque basó su defensa en minas y francotiradores.
De la misma manera, la defensa de Bagdad era prácticamente inexistente. En un caso comparativo, los rebeldes chechenos habían convertido su capital Grozny en un pequeño Stalingrado, cuya conquista la pagó el ejército ruso con enormes pérdidas humanas, materiales y semanas de encarnizados combates. En Bagdad, más allá de la propaganda y de las palabras, no había nada.
El perfil de la estrategia militar ofensiva estadounidense ha quedado claro en Iraq. Fuertes columnas de tanques pesados, acompañadas por infantería mecanizada —protegidas en tierra por artillería y, desde el aire, por helicópteros de reconocimiento, helicópteros de ataque, bombarderos tácticos y, si es necesario, bombarderos estratégicos— avanzan en ataques nocturnos, aprovechando su superioridad tecnológica.
Frente a este patrón de combate, el patrón de defensa exitosa de un país con tecnología bélica inferior, es claro y no permite equivocaciones. Son cuatro condiciones básicas que tiene que cumplir para alcanzar la victoria: 1, la unidad interna; 2, un liderazgo a la altura del desafío; 3, un apoyo sustancial internacional y, por último, cinco tipos de armamento.
Las armas antiaéreas son vitales, para impedir el uso de helicópteros del enemigo. Los cohetes antiaéreos de largo alcance (30 km), serán destruidos con cierta rapidez por Washington; pero cohetes antiaéreos de corto alcance, organizados en grupos móviles de dos a tres combatientes, son prácticamente indestructibles y, por lo tanto, un medio de disuasión muy efectivo.
Cuando los tanques pierden la inteligencia y protección aérea de los helicópteros, se vuelven vulnerables a misiles y minas y pierden gran parte de su efectividad, sobre todo en las ciudades. Minas contra personas, equipos de visión nocturna y francotiradores completan el arsenal de defensa indispensable.
Dado que el ataque inicial de las fuerzas estadounidenses se dirige contra el Comando central de operaciones y sus estructuras de comunicación, las zonas de defensa tienen que estar organizadas de manera coordinada, pero autónoma, antes del inicio de la confrontación bélica, para que los objetivos tácticos y estratégicos, formas de lucha, logística, etcétera, sean organizados conforme a las características de cada región y el tipo de enfrentamiento que ha de esperarse.
La guerra popular prolongada según la experiencia vietnamita o la guerra de todo el pueblo, conforme a la doctrina cubana, sería la estrategia militar dominante, en la cual tropas especiales, unidades irregulares y la "topografía" de las ciudades juegan un papel central, junto con el vector tiempo que refleja el patrón de una guerra de desgaste prolongada.
"El enemigo es fuerte en sus posiciones, pero es débil en sus movimientos", sostiene la sabiduría militar de Fidel Castro, quien afirma en otro contexto, que ocho combatientes bien entrenados son un "pequeño ejército" que puede hacer un tremendo daño al enemigo.
Es ese tipo de guerra que el ejército estadounidense no puede ganar. Y mucho menos bajo un gobierno como el de George W. Bush, cuyos "tanques pensantes" tienen mucho que ver con los tanques y poco con el pensamiento.
En su mente simplista cayeron víctimas de su propia propaganda, creyendo que serían ovacionados como libertadores de la tiranía de Saddam. Cuando despertaron, habían abierto la Caja de Pandora del nacionalismo iraquí, de una posible teocracia chiíta al estilo de los ayatolas iraníes y del panarabismo.
Cayeron en el clásico dilema de una fuerza de ocupación extranjera, con diferente fenotipo, cultura y lenguaje a los de la población nacional, creando "anticuerpos" expulsores que empiezan a organizarse a nivel nacional.
Se repite la experiencia de Afganistán, donde la oferta del presidente Hamid Karzai a los Talibanes, de "reconciliarse" con el gobierno, refleja el fracaso de la opción militar estadounidense, al igual que en Palestina, donde la imposición del Primer Ministro títere en contra de Yasser Arafat, solo agudizará las contradicciones y la resistencia armada.
¿Cómo vencerá, en esos escenarios de guerra irregular, una brigada de tanques Abrams-M1, a un grupo de cien civiles que pide la reapertura de una escuela primaria? ¿Cómo vencerá un bombardero "invisible" de dos mil millones de dólares o un misil crucero "inteligente" de Occidente, que cuesta un millón de dólares, a un arma inteligente islámico, compuesta por veinte kilogramos de explosivos plásticos, una pila eléctrica y una persona que ha optado por la inmolación anticolonial?
La única manera de dominar en estas condiciones consiste en el establecimiento de tiranías aún más terroristas que la de Saddam, que son inherentemente inestables, por la resistencia de los pueblos.
La lección militar de Iraq no es, por lo tanto, que las agresiones militares de Estados Unidos son irresistibles, sino que los pueblos unificados, con una conducción de vanguardia y el armamento adecuado, representan un baluarte militar de tal fortaleza que ningún gobierno de Estados Unidos puede quitarles la libertad, mientras haya democracia formal en ese país.
Solo el establecimiento de una dictadura fascista abierta en Estados Unidos y el genocidio de la población de un país agredido podrían crear las condiciones para el triunfo de la máquina militar estadounidense.
Y esto es algo que está fuera del alcance del gobierno de George Bush.
SALUDOTES REVOLUCIONARIOS
ANELITA