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Los tránsfugas

Por Agustin Tamargo
LibreOnline

Nota:Este artículo fue publicado el 17 de marzo de 1993,10 años despues no ha perdido aun su vigencia.


Salen de todas partes: del Ejército, del Partido, del periódico Revolución, de cualquiera de las infinitas cuevas donde hasta la víspera estuvieron haciendo daño. No van a Rusia, ni a Polonia, ni a Alemania comunista, como iban antes.Vienen a Miami,a la "gusanera" que hasta ayer habían execrado. ¿Quiénes son? Son los tránsfugas, esa mala ralea. ¿Huyen de la tiranía? No. Huyen del hambre. Mientras hubo comida y gasolina, mientras hubo becas y viajecitos,mientras hubo puestos de privilegio en los que medrar, no se fueron. Se van ahora
dejando detrás, como camaleones que son, el viejo pellejo fidelista.Y nada más llegar saltan a los micrófonos con su nuevo disfraz de anticomunista y declaran que Castro es una bestia y que aquello no hay quien lo aguante. ¡Caras de cemento!

Miami,que ya parece aceptarlo todo,los acepta, pero a regañadientes. Los masca pero no los traga. Miami, sobre todo, no los confunde.
¿Quién puede confundir a un hombre honrado con un oportunista? El obrero que escapa de Cuba, el balsero que logra llegar vivo a las costas de la Florida, son una cosa. Los tránsfugas que hasta ayer medraron con el sacrificio de ese obrero y de ese balsero son otra muy distinta. Cada día que pasa son más la voces que se levantan en el destierro en contra de esta superchería de los antifidelistas
ocasionales.¿Es ello muestra de intransigencia? No.Es asco. er a los esbirros intelectuales y políticos del fidelismo arrodillarse ante un exilio que los desprecia; ver como repiten dientes afuera los mismos ataques a la dictadura que hasta ayer ellos calificaban de "infamias", no puede provocar más que eso: puro asco. Si tuvieran pudor por lo menos se callarían. Pero no. Alzan la voz. Critican. Y hasta se atreven a dictarles pautas a quienes tuvieron tempranamente
una vergüenza que a ellos les faltó. Algunos se ocultaron por cierto tiempo en Londres, en París, en Madrid o en Roma. Por Miami no se
atrevían a venir porque sabían lo que debían y lo que les esperaba.Pero ya se atreven. Calculan que el cubano es pueblo de poca memoria. Consideran que ya todo el monte es orégano. Y afirman que puesto que todo el pueblo se equivocó y hay que perdonarlo, el mal que ellos hicieron deben ser también perdonado porque ellos forman parte de ese
pueblo. Culpa de todos, culpa de nadie.

Pero esa patraña no pasará.El pueblo cubano aplaudió a la Revolución,sí, pero el pueblo no sustentó a la tiranía. El campesino, el obrero, el estudiante, el intelectual verdadero, estuvieron al lado del régimen revolucionario mientras este significó una esperanza. Pero se separaron de el, de mil maneras, en cuanto descubrieron los crímenes
a que iba a conducirlos aquella solidaridad. Ellos no. Ellos siguieron allí, al lado del felón. Ellos le aplaudieron las fechorías, ellos disfrutaron de los periódicos robados y de los puestos diplomáticos, ellos obtuvieron medallas por disparar contra el pueblo en Bahía de Cochinos y en el Escambray, ellos mataron africanos por órdenes de Castro y bajo la bandera rusa. ¿Se les puede respetar ahora, cuando se arrastran y llegan hasta elogiar a la dictadura de Batista? ¿Se les puede considerar en el mismo nivel que aquellos que prefirieron la cárcel, la muerte o el destierro, antes que la ignominia de la complicidad? Yo creo sinceramente que no.
Somos un solo pueblo, dicen en Miami. ¿Un solo pueblo ahora cuando hasta ayer nos llamaban la gusanera? Hay que perdonar y olvidar,repiten ahora. ¿Perdonar y olvidar a los que causaron tanto daño y nunca se han arrepentido de él? Docenas de libros hay, millares de hojas de periódicos hay, donde muchos de estos que están hoy aquí nos cubrieron de oprobio ayer por negarnos a hacer lo que ellos hacían,
que era doblar el espinazo. Yo recuerdo como si fuera hoy el año 1959, año de la primera decapitación. En aquellos fatídicos 12 meses
se degolló todo: la oposición democrática de dentro y fuera del gobierno, la prensa, los sindicatos, las profesiones, la universidad.
Algunos de los que ahora se atreverán con nosotros fueron de los que esgrimieron el hacha,o azuzaron al que las esgrimía. Recuerdo particularmente el periódico Revolución,biblia de la mediocridad,agujero del resentimiento.

En 1959,ese periódico se consagró de una manera sistemática a destruir cuanta reputación limpia había en Cuba. Fueron los hombres de Revolución (no Castro, que ni los conocía) quienes se dedicaron a la degollina de todo el que le hacía sombra. Fueron ellos los que denigraron a Lezama Lima, los que silenciaron a Labrador Ruiz y a Lydia Cabrera, los que infamaron a Gastón Baquero, los que expulsaron de la Isla a Lino Novas Calvo, a Agustín Acosta, a Levi Marrero, a Ernesto Lecuona y a Portell Vila, los que insultaron a Mañach, los que metieron en la cárcel a Francisco Ichaso. Fueron ellos los que
impusieron la censura de prensa (la coletilla) ellos los que torturaron a Reynaldo Arenas. Ahora que han salido de Cuba utilizan
cínicamente algunos de estos nombres dignos para protegerse. Se quieren abrigar con el olvido. Pero hay muchos que viven que todavía
no han olvidado. Son los testigos, las víctimas de aquella época de cacería cuya pieza mayor era una cabeza independiente. El día que Fidel Castro insultó por televisión (lo que ya era una condena) a Bernardo Viera, a Pedro Leyva y a mi (octubre del 59) Castro tenía en la mano nuestros escritos con las partes críticas subrayadas con tinta roja. ¿Quién se los dio? ¿Quién los subrayó? Seguramente alguno de los que ahora andan por aquí.

Hace más de 30 años, escribí en Bohemia Libre de Nueva York un artículo titulado Los Descarados, en que describía a esta fauna que
conocí y padecí. Desde su cama de enfermo en Puerto Rico Jorge Mañach me envió una carta. Me agradecía la referencia a él y reconocía el valor de mi denuncia. Mañach ha muerto ya y otras grandes figuras intelectuales de Cuba morirán antes de que volvamos. Lo que no morirá nunca es la náusea que produce ver cara a cara a estos cambiacasacas.La misma que nos produce descubrir una rata muerta en la habitación.



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