Los hechos lamentables de las últimas semanas alteraron profundamente la situación del PRD dentro de la izquierda mexicana, en primer lugar porque se hizo pública su grave ausencia de confiabilidad. Ha sido tremendo el desprestigio de ese partido, tal vez irreversible, y de paso del total de la izquierda mexicana. Hasta ese punto han sido graves esos hechos.
Desprestigio por la corrupción de algunos de sus miembros que ya se sospechaba sordamente pero que no acababa de "nombrarse", independientemente de que la mayoría de sus integrantes no hayan participado, ni moral ni políticamente, en ofensas semejantes a las exhibidas en el videoescándalo , sino más bien las hayan reprobado categóricamente una vez conocidas, sintiéndose hasta traicionados y heridos.
Debe recalcarse: fue un fenómeno de la dirigencia, de algunos de los dirigentes, pero que resulta doblemente lamentable porque en ellos se deposita la confianza. Se repetía de tiempo atrás: la dirigencia se había convertido en una racimo de arribistas interesados más en escalar y en medrar que en construir la real función de un partido de la izquierda mexicana.
Aprovechamiento desvergonzado de las oportunidades que "antes" no se les habían ofrecido. Opinión harto difundida entre gente de la izquierda en México, inhibiéndola de su incorporación al PRD: un partido, en efecto, que aparte de la corrupción mostrada profundizó durante años su aislamiento de la sociedad mexicana. Y eso es tal vez lo más grave.
Debe insistirse en que esa corrupción afecta por entero al sistema político mexicano porque se renueva la evidencia de que los demás partidos no están libres de culpa. Pero en lo concreto la izquierda ha sido la más afectada ya que, en efecto, se suponía que de ese lado del espectro político se encontraría moderación y freno. Tanto más grave que resulta inconcebible en México la vida política sin esa tendencia, sin una ala izquierda definida. Pero, ¿de qué izquierda hablamos, de qué formación y organización que la represente genuinamente?
Hoy la izquierda está lejos de resumirse, como hace décadas, en un partido "del proletariado". Las transformaciones últimas del capitalismo no sólo ponen en cuestión que el proletariado industrial sea su antagonista principal, y mucho menos que sea el único, como se pensaba en el siglo XIX y en buena parte del XX: las transformaciones del capitalismo han ampliado enormemente el universo de los explotados, de los afectados, de los empobrecidos por el sistema.
Mucho más en estos tiempos de globalización en que las víctimas del capitalismo rebasan por mucho al proletariado industrial. De otro modo: los explotados por el sistema hoy están en las empresas industriales pero también en los servicios, en las profesiones, en las comunicaciones, en multitud de actividades y "trabajos" de la "sociedad postindustrial", incluyendo a los micro y medianos empresarios que la concentración de capitales ha excluido del horizonte de los beneficios del sistema.
El "libre comercio" y las inversiones redituables benefician a los pocos y eliminan a las mayorías, que carecen de futuro claro.
El conjunto anterior, sintetizado al extremo, ha modificado para siempre al llamado sujeto de los cambios sociales profundos, que ya no encarna exclusivamente, aunque también lo comprende, al proletariado industrial.
Hoy el real motor potencial de esos cambios es mucho más amplio, pero también es preciso reconocerlo más indefinido y volátil para objetivos de organización, planteando también en este campo problemas de carácter nuevo, diferente.
Se exige entonces una honda reformulación programática. Hoy no se trata, desde el ángulo de la izquierda, de alcanzar la dictadura del proletariado, sino de hacer posible que el enorme desarrollo alcanzado de las fuerzas productivas, que las conquistas de la ciencia y la tecnología beneficien al conjunto de la sociedad humana y no privilegiadamente a ciertos grupos y sectores sociales, y sólo en determinados países.
Por supuesto, el logro de tales fines requiere de fuerzas políticas y sociales de izquierda en cada nación e internacionalmente, capaces de librar las enormes, difíciles batallas que exige ese mínimo programa.
Batallas que han de librarse en muchos niveles y que suponen programas mínimos y más ambiciosos, según la circunstancia, pero entendiendo que las metas mínimas no se agotan en sí mismas sino que son siempre peldaños o "momentos" necesarios en el logro de transformaciones más profundas. Comenzando por las luchas por una genuina democracia, por una democracia no secuestrada ni subordinada a los intereses económicos de los más poderosos: tal sería uno de los puntos programáticos esenciales de una izquierda moderna.
Cuando decimos que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas debería beneficiar hoy a la sociedad humana en su totalidad aludimos a transformaciones sociales, políticas y económicas de gran alcance, ya que una de las mayores "confiscaciones" de la historia ha sido precisamente la de las fuerzas productivas que, en rigor, han resultado del trabajo y de la capacidad creadora de la humanidad a lo largo de la historia y, ni de lejos, de quienes hoy las utilizan y se las han apropiado en beneficio propio. Podemos entender fácilmente que poner la riqueza y la inteligencia acumulada en favor de la sociedad humana, y no de quienes se las han apropiado, sería seguramente una de las más profundas revoluciones de la historia, si no es que la más profunda.
Opino que tal debiera ser el corazón de un programa de la izquierda hoy en todas partes del mundo, también en México. Y esto, como decíamos, supone una honda revolución democrática que no es solamente la democracia de las urnas, sino la efectiva democracia de las relaciones sociales en su totalidad. Y para esa revolución, para ese logro sin par de la historia, ha de movilizarse y participar la entera sociedad, y no solamente una de sus clases.
Antonio Gramsci, con una perspicacia única de la historia moderna y de su desarrollo, dijo ya hace más de seis décadas que para ese fin resultaba indispensable no la movilización de una sola clase social, sino de todas aquellas interesadas en ese profundo cambio de la historia.
Y postuló que la transformación no podía resultar de la azarosa "toma del poder" en un instante del tiempo, sino que inescapablemente sería la consecuencia de un conjunto de luchas y conquistas que podían ser parciales pero que debían siempre apuntar hacia sus reivindicaciones más radicales, a sus fines últimos. Es decir, las grandes transformaciones históricas no son nunca instantáneas sino que son por necesidad procesos que se prolongan pero que no deben frenarse y menos aún abandonar sus objetivos últimos. Así definió la tarea de una izquierda moderna que, con los ajustes necesarios, resulta plenamente vigente hoy en muchas partes.
E insistió Gramsci en que un movimiento así, que no se limite al interés o a los objetivos de una clase, debía por necesidad involucrar a la sociedad entera, a aquellos de sus actores, sectores y grupos coincidentes con la gran reivindicación de la izquierda y de la humanidad. Y es que se trataría de una profunda revolución social, política, económica y cultural que no se limitaría a objetivos electorales y parlamentarios, y mucho menos burocráticos. Su alcance es mucho mayor y los dirigentes de la izquierda deberían emprender una profunda acción pedagógica, ética y cultural para hacer transparentes socialmente tales objetivos, y para convertir a la sociedad entera en la fuerza política y moral incontrastable de su realización.
En unas cuantas líneas resulta imposible delinear las tareas de la izquierda. Pero ojalá estas notas sirvan no solamente para subrayar la necesidad de la izquierda en un país como México (y en todas partes), sino como una reflexión general sobre las tareas fundamentales de una izquierda realmente digna de ese nombre. En todo caso, después de los hechos vergonzosos presenciados a todo color en las pantallas de televisión, y los escándalos que le han sucedido, resulta clara la necesidad de un esfuerzo excepcional para conferir a la izquierda la tarea que le corresponde. Algunos hablan de la necesidad de una refundación de la izquierda y sobre todo de su partido. Una refundación que vincule al partido con el conjunto de la sociedad, que ha faltado vergonzosamente en nuestro país. Quienes así lo dicen tienen razón.