http://www.ain.cubaweb.cu/2004/abril/29disidencia.htm
La disidencia en Cuba
Negocio fracasado de la política imperial
Por Ángel Rodríguez Álvarez Servicio Especial de la AIN
Los primeros enemigos de la Revolución Cubana fueron, después de los vinculados a la tiranía batistiana, las clases y capas explotadoras que compartían el poder económico con las trasnacionales norteamericanas.
Estos, después de alguna resistencia a los cambios revolucionarios, abandonaron el país incluidos sus partidos e instituciones de la llamada sociedad civil, con la seguridad de un pronto regreso tras las bayonetas de los "marines".
Pasó el tiempo y con él, fracasaron uno detrás de otro, decenas de planes e intentos subversivos organizados, financiados y ejecutados desde Estados Unidos por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y el Departamento de Estado.
A mediados de los 90, las esperanzas del derrumbe cubano, como resultado del efecto dominó del campo socialista, se desvaneció, la Isla resistió el golpe, se sobrepuso y desarrolló una colosal Batalla de Ideas, con más de 170 programas de extraordinario alcance socio-cultural.
Para el imperio y sus peones de Miami, sin desechar la opción armada, había llegado el momento de priorizar, lo que años antes esbozó Reagan en el documento de Santa Fé: fabricar una disidencia interna, capaz de "invadir" la ínsula desde adentro.
Sólo necesitaban "cuadros" fieles y capaces de superar rencillas y ambiciones, y de ponerse a trabajar en pos de la unidad hasta lograr un movimiento opositor organizado.
El apoyo imperial consistiría en tres aspectos principales: realizar una sistemática campaña mediática; convertir la Sección de Intereses en el centro de operaciones subversivas y dinero, mucho dinero, para repartir a manos llenas entre los reclutados.
La selección, como es de suponer, no podía ser muy exigente. De la noche a la mañana aparecieron "lideres oposicionistas" de todas las tendencias, y todo parecía marchar, pues las diferencias entre ellos eran sólo de matices.
Las aspiraciones personales para ocupar cargos en una Cuba post Castro; la desigual participación en la distribución del botín y la subordinación a organizaciones mafiosas de mayor o menor influencia entre quienes manejan la política norteamericana hacía la Antilla Mayor, hicieron lo suyo.
El casi inexistente apoyo interno, el creciente descrédito de sus integrantes y la falta de representatividad y organicidad, les impidió superar la categoría de grupúsculos, incluidos aquellos penetrados y hasta dirigidos por la Seguridad del Estado.
Todavía está por ver un "dirigente opositor" cubano, con pensamiento y posiciones independientes, desvinculado de la Oficina de Intereses y de las organizaciones mafiosas de Miami, con una propuesta capaz de modificar el actual sistema y garantizar equidad, justicia social e independencia nacional.
Lejos de ello, las escuálidas filas de la autotitulada disidencia se han nutrido de personajes ambiciosos, carentes de cultura general, dispuestos a subirse al furgón de cola de todo aquel que desde EE. UU y sus filiales europeas, les ofrezca, con las directivas para el trabajo, el apoyo financiero para mantener un nivel de vida superior al de quienes deben conducir a la lucha.
Para no pocos el objetivo ha sido más limitado: hacer los méritos necesarios para convertirse en "perseguido político" y obtener la visa para emigrar.
Decenas de "líderes" han dejado a la organización bajo su tutela, en precipitado abandono.
Eso explica, a grandes rasgos, por qué Washington y Miami no han logrado articular, a pesar de los enormes esfuerzos realizados, una disidencia real que, aunque minoritaria ,dado el enorme apoyo popular a la Revolución, pueda llamarse oposición. /2004