A menudo solemos escuchar en los medios de comunicación, como la televisión o
la radio, la utilización de la palabra anarquía haciendo referencia a algo
caótico, algo destructivo y peligroso. Siempre que aparece suele ser reflejada
como el desorden y la desorganización más absoluta. Simplemente con prestar un
poco de atención al entorno podemos observar que la anarquía es considerada como
algo terrorífico y perjudicial. Esta falacia no es nada nuevo: el poder y sus
estructuras vienen desde antaño patrocinando y divulgando este falso concepto de
la anarquía y del anarquismo, con el fin de que no germine en la sociedad un
pensamiento anarquista organizado. El porqué es evidente: la esencia de la
anarquía es la consecución de la libertad del individuo y, por tanto, supone la
inexistencia de cualquier estructura que limite e impida dicha consecución. Para
ser exactos, la anarquía es el orden sin gobierno, lo que implica la
desaparición de toda autoridad y lleva a la abolición del Estado, de la
propiedad, de las leyes, etc. Y es su objetivo de generar una sociedad nueva,
formada por individuos libres que convivan en armonía y basen sus relaciones en
el respeto, en el apoyo mutuo y la solidaridad, llegando a acabar con cualquier
tipo de esclavitud, ya sea física, moral o económica. Por tanto, la llegada de
la revolución social hacia la anarquía supondría el desastre para el sistema
opresor vigente; significaría el fin de la desigualdad y, por lo tanto, el fin
de los valores burgueses, que sostienen los pilares del sistema económico,
social y cultural en los que reposa el Estado.
Cualquier persona que pueda
leer esto podrá pensar que la sociedad actual tiene cosas positivas en diversos
ámbitos de la vida social, que posee la virtud de ofrecer cierto bienestar al
pueblo a pesar de las injusticias que pueda generar. Podría pensar que la
organización de las sociedades no es perfecta pero es lo menos perjudicial
posible para la humanidad.
Nosotros, los anarquistas, no somos amantes del
caos y la destrucción; no somos terroristas violentos con ansias de aniquilar
todo lo que se nos ponga por delante, sino todo lo contrario. Pensamos que la
sociedad actual y su sistema del llamado "bienestar" del que "disfrutamos" es la
representación en sí del caos y la destrucción. Sabemos que a cualquiera le
podría sonar extraño, pero sólo es necesario observar detenidamente el mundo y
ver qué es lo que sucede, abrir el horizonte de nuestra mente y dejar a un lado
los valores inculcados desde nuestra infancia, para sentir la violencia con la
que se rigen nuestras vidas, la insolidaridad, la desigualdad, el desorden, el
hambre, la muerte, la esclavitud, la aniquilación del planeta y la libertad de
cualquier individuo. Conformarse con la dosis de consumismo de un Estado
capitalista no supone algo positivo para nuestras vidas y resignarse a creer que
la muerte de millones de seres a causa del hambre o la guerra es "lo menos malo"
atiende a un posicionamiento pasivo, que siempre aflora bajo la excusa del
"progreso".
Los anarquistas defendemos la idea de que todo el planeta tiene
un enemigo común, un enemigo feroz, que impide el libre desarrollo de la
humanidad, el asesino más violento y despiadado: el Estado.
Sea del signo que
sea, su autoridad, sus valores patrióticos, su religión de turno y su
correspondiente cuerpo político, legislativo y judicial no son más que la
esencia de la tiranía y la negación de la libertad individual.