creer Ana Leonor Díaz, Grupo Decoro
LA HABANA, julio (www.cubanet.org) - Confieso que en toda mi vida de habanera reyoya no vine a conocer, hasta hace pocas semanas, dónde estuvo el barrio de prostitución conocido por "Pajarito", ubicado en el populoso municipio Centro Habana.
La reflexión viene al caso por la polémica que ahora quiere sostener el régimen cubano tras la denuncia argumentada del presidente George W. Bush de que en Cuba se apaña la prostitución y existe la pedofilia. Me hace recordar el viejo refrán: "el que se rasca es porque le pica".
Es cierto que el moralismo de 1959 cerró los prostíbulos y algunas de aquellas mujeres hallaron empleo digno. Entonces la prostitución pasó a ser práctica privada, y más de una joven "despierta", de buena familia e "integrada" a la revolución, hizo carrera como amante, o en algunos casos, casándose legalmente con altos dirigentes de la revolución. El negocio era redondo pues en caso de que la unión fracasara, la mujer se quedaba con una confortable mansión en Miramar o Nuevo Vedado, y además, un automóvil.
Ese era el sueño de algunas jovencitas, conseguir un hombre con las tres C: casa, carro y cargo. Aunque algunas fracasaron cuando a su pareja "la tronaban" de cargo, siempre quedaba el expediente del divorcio.
Cuando se produjo el colapso de la Unión Soviética, una nueva camada de mujeres y hombres nuevos, criados a la sombra de una doble moral, emergió con aportes peculiares a las nuevas formas de prostitución y vicio. No en balde un fiscal de la república refutó a principios de los años 90 la afirmación de que había prostitución tolerada, y dijo que las jóvenes lo hacían por placer, pues tenían hasta nivel universitario. Y era verdad: las primeras prostitutas y su contraparte, los proxenetas, eran "hijos de papá", salidos de las casas de altos dirigentes del país.
Acorde con las rígidas normas de la doble moral imperante por más de 35 años entonces, el infamante oficio se nombró "jineterismo", y a su practicante, "jinetera"; mientras el proxeneta, que a veces suministra drogas como marihuana y cocaína o pastillas psicotrópicas, se le llamó "luchador", todos ensalzados en las canciones salseras y raperas. En los años 90, las jóvenes de familias "integradas" al "proceso" buscaban un esposo, no importaba de qué edad, para emigrar del país. Muchos de esos enlaces eran de puro trámite para establecerse en el extranjero, y se realizaban al amparo de leyes que abrieron las puertas del país al turismo extranjero, ante la crisis económica en la que todavía está sumida Cuba.
En 1993 una empresa estatal de turismo realizó un esperpento de video promocional en el que, al son de maracas y tumbadoras, de un verde y tupido cañaveral salía un opulenta mulata en bikini, y poco después, un turista rubio manejando un auto norteamericano descapotable de los años 50, recogía frente a la farola del Morro a tres inocentes jovencitas (una blanca, una mulata y una negra) y las conducía hasta el hotel Meliá Cohiba. Fin de la escena.
Cuando La Habana se llenó a partir de entonces de jovencitas impúberes provenientes de las provincias orientales, y los policías de la "zona rosa" en el Vedado empezaron a cobrar "impuestos" por su tolerancia, el escándalo estalló en las altas esferas del régimen, pero era demasiado tarde. Se atacó el mal, pero no la raíz, dictando severas leyes contra una práctica que ya nadie puede parar, y hasta disposiciones que permiten "deportar" a su provincia de origen a los llamados "residentes ilegales".
Pese al sistema de los comités de vigilancia en cada cuadra y los cacareados delegados del poder popular, la prostitución, el vicio, los mendigos y los sin-casa (todos oficios de la pobreza) proliferaron en La Habana y en cada rincón de la Isla, mientras las prisiones crecieron y se multiplicaron para reprimir los robos con fuerza en las personas y las viviendas y los asaltos a turistas.
La Habana Vieja, una zona que el régimen reconstruye para visitantes extranjeros, se vio obligada a crear su propio cuerpo de policía especial para proteger a los turistas de los cubanos, muchos de los cuales, por tener la piel oscura, no pueden visitar la zona.
Es cierto que el régimen aplica severas normas en sus hoteles (todos lo que hay en Cuba) que impiden a "invitadas" (o "inventados") cubanos entrar en los cuartos. Pero eso lo que hace es extender la prostitución, en forma "democrática", a todos los barrios de todas las ciudades, pues se ejerce el oficio en las innumerables viviendas alquiladas que no están inscritas en el censo del gobierno. Y todo al ampara de los CDR, militantes del Partido Comunista y militares, que son sus vecinos y hacen de "la vista gorda", porque nadie sabe.
Y hay entonces que tolerar fiestas y escándalos, pues el CDR "para lo que está" es para contar las idas y venidas de los opositores, no ser que llegue el G-2 preguntando por ellos. Ver para creer.
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