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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 14/09/2004 21:49
Cadena de mandos
Robin Cook
Página/12 - Buenos Aires

Quienes están cerca de él murmuran, en voz muy baja
desde luego, que el único momento en que Tony Blair
dudó sobre Irak fue cuando se expuso el escándalo de
Abu Ghraib. Esas vergonzosas fotografías de iraquíes
encapuchados, desnudos, con electrodos atados a los
genitales fueron devastadoras, precisamente porque
demolieron cualquier pretensión de que la ocupación
quedaba justificada por la superioridad moral de los
ocupadores.

Estas dudas parecieron desvanecerse para cuando Blair
salió de vacaciones, después de decir a su partido que
había logrado salir ileso del fuego. Qué ironía,
entonces, que a su regreso lo haya vuelto a perseguir
el fantasma de Abu Ghraib en la forma no de uno, sino
de dos informes estadounidenses. El reporte del
general Fay concluyó que la culpabilidad por los
abusos no se limita a unas cuantas manzanas podridas
contra las que ya se presentaron cargos. De pronto, la
lista de acusaciones se amplió de media docena de
casos a medio centenar.

Parte de la fuerza del reporte Fay se deriva del asco
manifiesto de oficiales de carrera ante lo que
descubrieron, que incluye violaciones sexuales,
palizas –con un caso en el que se provocó la muerte– y
dejar desnudos a prisioneros en sus celdas heladas.
Pero la práctica que causó la mayor repulsión fue el
uso de perros en un juego de competencia para ver qué
soldado era el primero en asustar tanto a un
prisionero que éste defecara. Con salvaje ironía,
estos imaginativos ejemplos de sadismo fueron
cometidos por tropas de la coalición en la misma
fortaleza de Abu Ghraib, que fue un símbolo de la
brutalidad de Saddam.

Pero el elemento más significativo del reporte es que
la mayoría de los que fueron identificados como
autores de abusos no eran simples guardias, sino
agentes de inteligencia militar. Los reservistas que
han sido acusados siempre han insistido en que
cumplían órdenes de ablandar a los detenidos para los
interrogatorios.

Es por esto que el general Fay halló que en la mayoría
de incidentes, soldados de inteligencia militar
solicitaron los tormentos o participaron ellos mismos.
En este punto, es imposible sostener como pretexto de
la brutalidad en Abu Ghraib el resultado de un sadismo
aislado y no el producto de una política sistemática.
El director de operaciones de la Cruz Roja, el primero
en revelar el escándalo de Abu Ghraib, fue seco al
afirmar que “estamos ante un patrón amplio, y no ante
actos individuales”. Era un patrón que no sólo se
aplicaba en ese lugar sino también en Guantánamo y la
base de Bagram en Afganistán.

En estos centros, en distintos lugares del mundo, se
han expuesto las mismas técnicas de encapuchar a los
prisioneros, privarlos del sueño y someterlos a
humillaciones sexuales. Simplemente no es creíble que
un puñado de reservistas de los montes Apalaches hayan
encontrado esta metodología en Internet. Alguien llevó
a Irak las técnicas que ya se habían probado en otro
lugar.

La persona que visitó Bagdad antes de que los abusos
se descubrieran en Abu Ghraib fue el general Geoffrey
Miller, comandante en Guantánamo. El reporte
Schlesinger confirmó que Miller llevaba consigo los
lineamientos de la política para Guantánamo de
Rumsfeld y los recomendó como posible modelo para
realizar interrogatorios en Abu Ghraib. Fue también el
general Miller quien recomendó el uso de perros dentro
de la prisión.

No es que el general Miller viajara a Bagdad en una
iniciativa freelance; lo hizo por órdenes de Stephen
Cambone, un político que recientemente había sido
elegido por Rumsfeld para un nuevo puesto de
subsecretario de Inteligencia. Al mismo tiempo, los
cuarteles de la ONU acababan de ser objeto de un
ataque con bomba y el Pentágono se enfrentaba a la
incertidumbre generalizada que provocó el hecho de que
no habían predicho lo que ocurriría y no estaban
preparados para lo sucedido.

En resumen, el general Miller llevó a Abu Ghraib
técnicas de interrogatorio aprobadas por Rumsfeld por
petición expresa de un subalterno de éste. Cuando las
prácticas en Abu Ghraib quedaron ante los sorprendidos
ojos del mundo, fue el general Miller quien quedó a
cargo de la prisión. Su misión, se dijo, era para
limpiar los centros de detención, pero en realidad su
prioridad debe haber sido evitar un derrumbe político
debido a este escándalo, cuya cadena de
responsabilidad llega hasta la administración Bush.
Esta responsabilidad se basa en la vergonzosa
evidencia de que los políticos aprobaron las tácticas
aplicadas por el ejército. También es producto de la
cultura de impunidad que ha sido alentada desde los
niveles más altos.

El mismo Bush emitió una instrucción según la cual la
Convención de Ginebra no se aplica a la guerra contra
el terror, y que quienes fueran detenidos en este
contexto no gozan de los derechos de los prisioneros
de guerra. A pedido suyo, el Departamento de Justicia
emitió una opinión respecto de que el tormento mental
y el sufrimiento físico producto de un interrogatorio
no constituían tortura en el sentido del derecho
internacional. Según la dependencia, para que un acto
se considere tortura, debe tener la intención
específica de provocar dolor.

Hay que dar crédito a los generales que hicieron el
reporte Fay por no manejar ninguna de esta casuística
sobre lo que constituye tortura, como no lo hubiera
hecho ninguna persona con sentido común. Las prácticas
autorizadas por Rumsfeld como técnicas de
interrogación que no entran en la definición de
tortura incluyen posiciones incómodas durante períodos
prolongados, encapuchamiento, encierro solitario y “la
explotación de fobias individuales, por ejemplo,
usando perros”.

Las reglas de interrogatorio de Rumsfeld presumían que
los detenidos eran culpables y daban por hecho que
poseían información digna de ser extraída. De hecho,
la Cruz Roja estima que entre 70 y 90 por ciento de
los detenidos en Abu Ghraib no tenían nexo alguno con
el terrorismo. Aunque la revelación de prácticas a las
que eran sujetos por los guardias del turno de noche
fue una terrible sorpresa para Occidente, ya era bien
conocida en la comunidad sunita de Irak, cuyas
extensas familias tenían miembros que habían regresado
del encierro contando espeluznantes historias de su
experiencia. Abu Ghraib, casi seguramente, ha
alimentado el resentimiento que sostiene a la
insurgencia en mayor medida de la que obtuvo
información de inteligencia útil para combatirla.

Las técnicas de interrogación empleadas en la prisión
se diseñaron específicamente para explotar la cultura
y los tabúes árabes para infligir un máximo de
humillación y vergüenza. Asombrosamente no parece
habérsele ocurrido a nadie en la cadena de comando
que, por esta misma razón, las prácticas iban a
generar un máximo de hostilidad hacia Occidente cuando
se conocieran en todo el mundo árabe.

El reporte Schlesinger concluye lamentando el daño que
Abu Ghraib ha hecho a la imagen de Estados Unidos en
países cuyo apoyo es necesario para combatir al
terrorismo. Este daño seguirá haciéndose patente
durante todo el tiempo que la administración Bush siga
culpando a unos cuantos guardias y evada su
responsabilidad en el escándalo.



====================================================
"En circunstancias de terror, la mayoría de la gente
se doblegará, pero algunos no se doblegarán. Tales
actitudes constituyen cuanto se necesita para que
este planeta siga siendo un lugar apto para que lo
habiten seres humanos" (Hannah Arendt).


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