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General: Para leer : la "Divina Libertad" parte I
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Da: matilda (Messaggio originale) |
Inviato: 01/10/2004 17:05 |
La soledad de Noam Chomsky Arundhati Roy La Jornada
"Nunca pediré perdón por Estados Unidos, no me importa cuáles sean los hechos". Presidente George Bush (padre). (1)
SENTADA EN MI HOGAR en Nueva Delhi, mientras veo un canal noticiero estadunidense promocionarse a sí mismo ("Nosotros informamos. Tú decides"), me imagino la divertida sonrisa chimuela de Noam Chomsky. Todos sabemos que los regímenes autoritarios, sin importar su ideología, usan a los medios masivos como propaganda. ¿Y los regímenes democráticamente electos del "mundo libre"?
Hoy, gracias a Noam Chomsky y sus compañeros analistas de medios es casi axiomático para miles, quizá millones de nosotros que en las democracias de "libre mercado" la opinión pública se manufactura como cualquier otro producto del mercado masivo –jabón, apagadores o pan de caja (2). Sabemos que si bien legal y constitucionalmente puede ser que la expresión sea libre, el espacio en el cual esa libertad puede ser ejercida nos fue arrebatada y vendida a los más altos postores.
El capitalismo neoliberal no sólo trata sobre la acumulación de capital (para algunos). También trata sobre la acumulación de poder (para algunos), la acumulación de libertad (para algunos). A la inversa, para el resto del mundo, para los que son excluidos del cuerpo gobernante del neoliberalismo, se trata de la erosión del capital, la erosión del poder, la erosión de la libertad. En el mercado "libre", la libre expresión es un bien, como todo lo demás: la justicia, los derechos humanos, el agua potable, el aire limpio. Está disponible sólo para aquellos a quienes les alcanza. Y, naturalmente, aquellos que pueden pagarla, usan la libre expresión para manufacturar el tipo de producto, confeccionar el tipo de opinión pública que mejor convenga a sus propósitos. (Noticias que puedan usar.) El tema de buena parte de los escritos políticos de Noam Chomsky es sobre cómo hacen esto exactamente.
El primer ministro de Italia Silvio Berlusconi, por ejemplo, tiene acciones de control en los principales periódicos, revistas, canales de televisión y casa editoriales italianas. "El primer ministro controla cerca de 90% de la audiencia televisiva", informa The Financial Times (3).
Los mitos gemelos
"¡Escribe lo que se te dice! ¡Gracias, noticieros empresariales! No podríamos controlar a la gente sin ustedes"
¿A qué precio la libre expresión? ¿Libre expresión para quién? Admitamos que Berlusconi es un ejemplo extremo. En otras democracias –sobre todo Estados Unidos– los barones de los medios, los poderosos grupos de cabildeo empresariales y los funcionarios gubernamentales están imbricados de una manera más elaborada, pero menos obvia. (Las conexiones de George Bush Jr. con el grupo de cabildeo petrolero, con la industria de las armas y con Enron, y la infiltración de Enron en las instituciones gubernamentales estadunidenses y los medios masivos –todo esto ahora es de conocimiento común.)
Después de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, la descarada actuación de los medios mainstream como portavoces del gobierno estadunidense, su muestra de patriotismo vengativo, su disposición a publicar boletines de prensa como si fueran la noticia, y su explícita censura de opiniones discrepantes se volvieron el blanco de un humor bastante negro en el resto del mundo.
Luego cayó la Bolsa de Valores de Nueva York, las aerolíneas en bancarrota apelaron al gobierno por un rescate financiero, y se habló de evadir las leyes de patentes para poder manufacturar medicina genérica para luchar contra el pánico del ántrax (mucho más importante y urgente, claro, que la producción de genéricos para luchar contra el sida en Africa) (4).
De pronto, parecía como si los mitos gemelos de la Libre Expresión y el Libre Mercado podrían derrumbarse junto con las Torres Gemelas del World Trade Center.
Pero, claro, eso nunca sucedió. Los mitos persisten.
Sin embargo, la cantidad de energía y dinero que el establishment vierte en el negocio de "administrar" la opinión pública tiene su lado optimista. Insinúa que existe un miedo muy real a la opinión pública. Insinúa la existencia de una persistente y válida preocupación de que si la gente descubre (y cabalmente comprende) la verdadera naturaleza de las cosas que se hacen en su nombre podría actuar con fundamento en ese conocimiento. La gente poderosa sabe que la gente ordinaria no siempre es reflexivamente despiadada y egoísta. (Cuando la gente ordinaria pesa los costos y beneficios, algo parecido a una consciencia intranquila, fácilmente podría inclinar la balanza.) Por esta razón, debe ser protegida de la realidad, criada en un clima controlado, en una realidad alterada, como pollos para asar o puercos en un corral.
Aquellos de nosotros que hemos logrado escapar a este destino y rascamos en el patio trasero ya no creemos todo lo que leemos en los periódicos y vemos en la televisión. Ponemos la oreja sobre el suelo y buscamos otras maneras de que el mundo tenga sentido. Buscamos la historia que no se dijo, el golpe de Estado que sólo se mencionó de pasada, el genocidio que pasó sin ser reportado, la guerra civil en un país africano que fue publicada en una columna junto a toda una plana publicitaria de ropa interior de encaje.
No siempre nos acordamos, y muchos ni siquiera saben, que esta manera de pensar, esta sencilla agudeza, esta instintiva desconfianza en los medios masivos sería cuando mucho una corazonada política y en el peor de los casos una acusación sin fundamento si no fuera por el implacable y tenaz análisis de los medios de una de las mentes más brillantes del mundo. Y ésta es sólo una de las maneras en las que Noam Chomsky ha modificado radicalmente nuestra comprensión de la sociedad en la que vivimos. ¿O debería decir, nuestra comprensión de las elaboradas reglas del manicomio en el cual todos somos internos voluntarios?
Al referirse a los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, el presidente George W. Bush llamó a los enemigos de Estados Unidos "enemigos de la libertad". "Los estadunidenses preguntan por qué nos odian", dijo. "Odian nuestras libertades, nuestra libertad religiosa, nuestra libertad de expresión, nuestra libertad para votar y reunirnos y disentir unos con otros" (5).
Mandato del cielo
"Invierte en la invasión. Relige a George Bush"
Si la gente en Estados Unidos quiere una respuesta real a esa pregunta (en contraposición a las respuestas que están en La guía para idiotas del anti-americanismo, o sea: "Porque nos tienen envidia", "Porque odian la libertad", "Porque son unos perdedores", "Porque nosotros somos buenos y ellos son malos") les diría, lean a Chomsky. Lean a Chomsky acerca de las intervenciones militares estadunidenses en Indochina, América Latina, Irak, Bosnia, la ex Yugoslavia, Afganistán y el Medio Oriente. Si la gente ordinaria en Estados Unidos leyese a Chomsky, quizá formularía sus preguntas de manera un poco distinta. Quizá serían: "¿Por qué no nos odian más de lo que ya lo hacen?" o "¿No es sorprendente que el 11 de septiembre no haya pasado antes?".
Desafortunadamente, en estos tiempos nacionalistas, palabras como "nosotros" y "ellos" son usados a la ligera. La frontera entre los ciudadanos y el Estado es deliberada y exitosamente borrada, no sólo por los gobiernos, sino también por los terroristas. La lógica que subyace a los ataques terroristas, así como a las guerras de "represalia" contra los gobiernos que "apoyan el terrorismo", es la misma: ambas castigan a los ciudadanos por las acciones de sus gobiernos.
(Una breve digresión: me doy cuenta de que para Noam Chomsky, un ciudadano estadunidense, criticar a su propio gobierno es más educado a que yo, una ciudadana india, critique al gobierno estadunidense. No soy una patriota, y estoy completamente consciente de que la venalidad, la brutalidad y la hipocresía están plasmadas en la pesada alma de todo Estado. Pero cuando un país deja de ser meramente un país y se convierte en un imperio, entonces la escala de las operaciones cambia drásticamente. Así que aclaro que hablo como un súbdito del imperio estadunidense. Hablo como una esclava que se atreve a criticar a su rey.)
Si me pidieran elegir una de las principales contribuciones de Noam Chomsky al mundo, escogería el hecho de que ha desenmascarado el feo, manipulador, despiadado universo que existe detrás de la hermosa y luminosa palabra "libertad". Ha hecho esto racional y empíricamente. Toda la evidencia que ha ordenado para construir su caso es formidable. Es aterrorizador, de hecho. La premisa inicial del método de Chomsky no es ideológica, pero sí es intensamente política. Emprende el curso de su indagación con la instintiva desconfianza hacia el poder que tiene un anarquista. Nos lleva en un tour a través de la ciénaga del establishment estadunidense, y nos guía a través del mareador laberinto de corredores que conecta al gobierno, al gran empresariado y al negocio de administrar la opinión pública. Chomsky nos muestra cómo frases como "libre expresión", "libre mercado" y "mundo libre" tienen poco, si es que algo, que ver con la libertad. Nos muestra que entre la miríada de libertades que el gobierno estadunidense se adjudica a sí mismo está la libertad para asesinar, aniquilar y dominar a otros. La libertad para financiar y patrocinar déspotas y dictadores en el mundo. La libertad para entrenar, armar y dar cobijo a terroristas. La libertad para derrocar a gobiernos democráticamente electos. La libertad para amasar y usar armas de destrucción masiva –químicas, biológicas y nucleares. La libertad para emprender una guerra contra cualquier país con cuyo gobierno esté en desacuerdo. Y lo más terrible de todo, la libertad para cometer estos crímenes contra la humanidad en nombre de "la justicia", en nombre de "lo correcto", en nombre de "la libertad".
El procurador general John Ashcroft ha declarado que las libertades estadunidenses "no son concesiones de algún gobierno o documento, sino atributos de Dios" (6). Así que, básicamente estamos enfrentados a un país armado con un mandato del cielo. Quizá esto explica por qué el gobierno estadunidense se rehúsa a ser juzgado con los mismos estándares morales con los que juzga a otros. (Cualquier intento de hacerlo se descalifica como "equivalencia moral".) Su técnica es ponerse en el papel del bien intencionado gigante cuyas buenas obras son confundidas en países extraños por sus intrigadores nativos, cuyos mercados trata de liberar, cuyas sociedades trata de modernizar, cuyas mujeres trata de liberar, cuyas almas trata de salvar.
Quizá esta creencia en su propia divinidad también explica por qué el gobierno estadunidense se otorga a sí mismo el derecho y la libertad de asesinar y exterminar a personas "por su propio bien".
Cuando el presidente Bush Jr. anunció los ataques aéreos estadunidenses contra Afganistán, dijo: "Somos una nación pacífica" (7). Y siguió: "Este es el llamado de Estados Unidos de América, la nación más libre del mundo, una nación construida con valores fundamentales, que rechaza el odio, rechaza la violencia, rechaza los asesinos, rechaza el mal. No nos cansaremos" (8).
Los servicios de Hollywood El imperio estadunidense descansa sobre macabros cimientos: la masacre de millones de indígenas, el robo de sus tierras y, acto seguido, el secuestro y la esclavitud de millones de negros de Africa para trabajar esa tierra. Miles murieron en los mares al ser transportados en barco, como ganado, entre un continente y otro (9).
"Robados de Africa, traídos a América" –"Buffalo Soldier", de Bob Marley, contiene todo un universo de inefable tristeza (10). Habla sobre la pérdida de la dignidad, la pérdida de lo no domesticado, la pérdida de la libertad, el destrozado orgullo de un pueblo. El genocidio y la esclavitud proveen los fundamentos económicos y sociales de la nación cuyos valores fundamentales rechazan el odio, los asesinos y el mal.
He aquí Chomsky, escribiendo en el ensayo "La fabricación del consenso" (The manufacture of consent), sobre la fundación de Estados Unidos de América: "Hace unas semanas, durante las vacaciones del Día de Acción de Gracias, fui a pasear con algunos amigos y con la familia a un parque nacional. Nos topamos con una tumba que tenía la siguiente inscripción: ‘Aquí yace una india, una wampanoag, cuya familia y tribu dio de sí mismos y de su tierra para que esta gran nación pudiera nacer y crecer’".
"Claro, no es muy preciso decir que la población indígena dio de sí misma y de sus tierras para esa noble causa. Más bien fueron masacrados, diezmados y dispersados durante uno de los más grandes ejercicios de genocidio en la historia humana... el cual celebramos cada octubre cuando homenajeamos a Colón –un notable asesino de masas– en el día de Colón".
"Cientos de ciudadanos estadunidenses, bien intencionados y decentes, constantemente desfilan frente a aquella lápida y la leen, aparentemente sin reacción; excepto, quizá, una sensación de satisfacción de que al fin le estamos dando el debido reconocimiento a los sacrificios de los nativos... Quizá reaccionaran diferente si visitaran Auschwitz o Dachau y encontraran una lápida que dijera: ‘Aquí yace una mujer, judía, cuya familia y pueblo dieron de sí mismos y sus posesiones para que esta gran nación pudiera crecer y prosperar’" (11).
¿Cómo ha sobrevivido Estados Unidos a su terrible pasado y emergido oliendo tan dulce? No ha sido reconociendo su responsabilidad, ni a través de reparaciones, ni pidiendo perdón a los negros estadunidenses o los nativos, ni, por supuesto, cambiando sus modales (ahora exporta sus crueldades). Como la mayoría de los otros países, Estados Unidos rescribió su historia. Pero lo que separa a Estados Unidos de otros países y le da la delantera en la carrera, es que reclutó los servicios de la firma de publicidad más poderosa y exitosa del mundo: Hollywood.
Sigue en la parte II |
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