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General: PECADOS CONTRA LA ESPERANZA
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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 01/11/2004 19:27
Aguas de octubre
Eduardo Galeano
La Jornada - México

Un par de días antes de que al norte de América se
eligiera al presidente del planeta, al sur de América
hubo elecciones y hubo plebiscito en un país ignorado,
un país casi secreto, llamado Uruguay. En esas
elecciones ganó la izquierda, por primera vez en la
historia nacional; y en ese plebiscito, por primera
vez en la historia mundial, el voto popular se opuso a
la privatización del agua y confirmó que el agua es un
derecho de todos.

...

El movimiento que encabeza Tabaré Vázquez acabó con el
monopolio compartido de los dos partidos
tradicionales, que venían gobernando el Uruguay desde
el origen del universo.

-Yo creía que habíamos ganado los blancos, pero
ganamos los colorados -se escuchaba decir, así o a la
inversa, en cada elección. Por oportunismo, sí, pero
también porque después de tanto cogobernar, blancos y
colorados se habían convertido en un partido único
disfrazado de dos.

Harta de que le tomaran el pelo, la gente hizo uso del
poco usado sentido común. Se preguntó la gente: ¿Por
qué prometen cambios y otra vez nos invitan a elegir
entre lo mismo y lo mismo? ¿Por qué no hicieron esos
cambios si llevan una eternidad en el gobierno? El
vicepresidente del país llegó a la conclusión de que
este pueblo preguntón no es inteligente.

Nunca se había hecho tan evidente el abismo que
separaba al país real de los discursos cazavotos. En
el país real, país malherido, donde sólo se
multiplican los emigrantes y los mendigos, la mayoría
optó por taparse los oídos ante el discurserío de
estos marcianos compitiendo por el gobierno de Júpiter
con altisonantes palabras venidas de la Luna.

Ninguno de los dueños del poder tuvo la honestidad de
confesar:

-Estamos jodidos todos ustedes.

Hace treinta y pico de años, brotó el Frente Amplio en
estas llanuras del sur. "Hermano, no te vayas",
exhortaba el nuevo movimiento: "Ha nacido una
esperanza".

Pero la crisis fue más veloz que esa esperanza, y
aceleró la hemorragia de población que ha vaciado de
jóvenes al país. Al fin del sueño de la Suiza de
América, empezaba la pesadilla de la pobreza y la
violencia. La espiral de la violencia culminó en la
dictadura militar, que convirtió a Uruguay en una
vasta cámara de torturas.

Después, cuando volvió la democracia, los políticos
dominantes exterminaron lo poco que quedaba del
sistema productivo y convirtieron a Uruguay en un gran
banco. El banco quebró, como suele ocurrir con los
bancos cuando los asaltan los banqueros, y nos
quedamos llenos de deudas y vacíos de gente. Ahora
hasta los dentistas se quejan: "Poquita gente,
poquitos dientes".

En todos esos años, de desastre en desastre, hemos
perdido una multitud. Los jóvenes son los que más se
han ido, a buscar trabajo en otros suelos, bajo otros
cielos. Y para más inri, no contento con expulsar a
los muchachos, este sistema esclerótico les prohíbe
votar. Uruguay es uno de los pocos países donde no
pueden votar los que viven en el extranjero, ni en los
consulados ni por correo. Parece inexplicable, pero
tiene explicación. ¿A quién votarían esos votos? Los
dueños del país sospechan lo peor. Tienen razón.

...

En el acto final de su campaña, el candidato a la
vicepresidencia por el Partido Colorado anunció que si
la izquierda ganaba las elecciones, todos los
uruguayos serían obligados a vestir igual, como los
chinos en la China de Mao.

El fue uno más entre los muchos involuntarios agentes
de publicidad de la izquierda triunfante. Ni el más
sacrificado de los militantes ha hecho tanto por la
victoria como los tribunos de la patria que alertaron
a la población contra el inminente peligro de que la
democracia cayera en manos de tiranos enemigos de la
libertad y delincuentes enemigos de la democracia,
terroristas, secuestradores y asesinos. Fueron
denuncias de gran eficacia: cuanto más atacaban a los
diablos, más votos sumaba el infierno.

En gran medida gracias a esos heraldos del
apocalipsis, y a su verba tronante, la izquierda ha
logrado ganar, en primera vuelta, por mayoría
absoluta. La gente votó contra el miedo.

...

También el plebiscito del agua fue una victoria contra
el miedo. La opinión pública uruguaya sufrió un
bombardeo de extorsiones, amenazas y mentiras. Votando
contra la privatización del agua, íbamos a sufrir la
soledad y el castigo y nos íbamos a condenar a un
porvenir de pozos negros y charcos malolientes.

Como en las elecciones, en el plebiscito ha vencido el
sentido común. La gente ha votado confirmando que el
agua, recurso natural escaso y perecedero, debe ser un
derecho de todos y no un privilegio de quienes pueden
pagarlo. Y la gente ha confirmado, también, que no se
chupa el dedo y sabe que más temprano que tarde, en un
mundo sediento, las reservas de agua serán tanto o más
codiciadas que las reservas de petróleo. Los países
pobres, pero ricos en agua, tenemos que aprender a
defendernos. Más de cinco siglos han pasado desde
Colón. ¿Hasta cuándo seguiremos cambiando oro por
espejitos?

¿No valdría la pena que otros países sometieran el
tema del agua al voto popular? En una democracia,
cuando es verdadera, ¿quién debe decidir? ¿El Banco
Mundial o los ciudadanos de cada país? ¿Los derechos
democráticos existen de veras, o son las frutillas que
decoran una torta envenenada?

Unos años antes, en 1992, también el Uruguay había
sido el único país del mundo que había sometido a
plebiscito la privatización de las empresas públicas.
El 72 por ciento votó en contra. ¿No sería democrático
plebiscitar las privatizaciones en todas partes,
habida cuenta de que comprometen el destino de varias
generaciones?

...

Los latinoamericanos hemos sido educados, desde hace
siglos, para la impotencia. Una pedagogía que viene
desde los tiempos coloniales, enseñada por militares
violentos, doctores pusilánimes y frailes fatalistas,
nos ha metido en el alma la certeza de que la realidad
es intocable y no tenemos más remedio que tragar en
silencio los sapos nuestros de cada día.

El Uruguay de otros tiempos había sido una excepción.
Contra la herencia del "no hay caso" y del "no se
puede", y contra la costumbre de confundir el realismo
con la obediencia y la traición, este país supo tener
educación laica y gratuita antes que Inglaterra, voto
femenino antes que Francia, jornada de trabajo de ocho
horas antes que Estados Unidos y divorcio antes que
España (70 años antes que España, para ser exactos).

Ahora estamos empezando a recuperar aquella energía
creadora, que parecía perdida en la larga noche de la
nostalgia. Y nada mal nos vendría tener muy en cuenta
que aquel Uruguay de los tiempos fecundos fue hijo de
la audacia, no del miedo.

...

Fácil no será. La implacable realidad no demorará en
recordarnos la inevitable distancia que separa lo que
se quiere de lo que se puede. La izquierda llega al
gobierno en un país roto, que en tiempos muy pasados
estuvo a la vanguardia del progreso universal y hoy
hace cola entre los de más atrás, un país fundido,
endeudado hasta los pelos y sometido a la dictadura
financiera internacional, que no vota pero veta.

Tenemos un reducido margen de maniobra y movimiento.
Pero lo que en soledad resulta difícil, y hasta
imposible, puede ser imaginado, y hasta realizado, si
nos juntamos con los países vecinos como hemos sido
capaces de juntarnos con los vecinos del barrio.

...

En la primera manifestación de la historia del Frente
Amplio, que lanzó un río de gente a las calles,
alguien había gritado, entre asustado y feliz, desde
la multitud:

-¡Apeligramos ganar!

Treinta y pico de años después, se dio.

Este país está irreconocible. Del fue al es, del es al
será: la gente, que andaba tan descreída que ya ni en
el nihilismo creía, ha vuelto a creer, y cree con
ganas. Los uruguayos, melancólicos, quedados, que a
primera vista parecemos argentinos con valium, andamos
bailando en el aire.

Tremenda responsabilidad para los triunfadores. Para
quienes fueron votados, y para quienes los votamos.
Habrá que cuidar, como la hoja que cuida al fruto,
este renacimiento de la fe, esta refundación de la
alegría. Y recordar cada día cuánta razón tenía don
Carlos Quijano, cuando decía que los pecados contra la
esperanza son los únicos que no tienen perdón ni
redención.


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