Página principal  |  Contacto  

Correo electrónico:

Contraseña:

Registrarse ahora!

¿Has olvidado tu contraseña?

LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
¡ Feliz Cumpleaños crisrios !
 
Novedades
  Únete ahora
  Panel de mensajes 
  Galería de imágenes 
 Archivos y documentos 
 Encuestas y Test 
  Lista de Participantes
 Conociendo Cuba 
 CANCION L..A 
 FIDEL CASTRO.. 
 Fotos de FIDEL 
 Los participantes más activos 
 PROCLAMA AL PUEBLO DE CUBA 
 
 
  Herramientas
 
General: en la cuba de castro
Elegir otro panel de mensajes
Tema anterior  Tema siguiente
Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: Maceobravo1  (Mensaje original) Enviado: 30/11/2004 03:30
PRENSA INDEPENDIENTE
Noviembre 29 , 2004 
 

SOCIEDAD
Aurero o jauría

Javier Machado, Cubanacán Press

SANTA CLARA, noviembre (www.cubanet.org) - La mañana transcurría apacible. La fresca temperatura invitaba al descanso familiar. Era el viernes posterior al Día de Acción de Gracias. Temprano, amanecieron los primeros viejitos y viejitas rondando el establecimiento donde supuestamente debían distribuir el pollo congelado para su venta, ausente en la dieta de los vecinos desde el reparto del 28 de septiembre.

Muchos marcan la cola y se van. Más tarde regresan imitando el vuelo de esas aves de rapiña negras, las que una vez descubierto el alimento comienzan a volar con giros concéntricos hasta que finalmente caen sobre la presa para dejar en el campo de batalla sólo los huesos de los que fue un animal vivo. Debe ser difícil para las auras vivir en un país como Cuba, donde todo lo que se muere pasa por las cocinas, y hasta los huesos son aprovechados. En el combate por la sobrevivencia tienen que vérselas también de tú a tú con los dientes de los perros, tan necesitados como las aves.

Ya el camión estaba cerca, bajando la mercancía en una casilla cercana. El grupo crecía, se agolpaba la esquina cuando el camión llegó con el preciado producto en cajas, congelado y en porciones grandes, hermosas. Las bocas se hacían agua al pensar que en la tarde estarían sentados en la mesa, deglutiendo una buena ración de pollo, importado aunque nadie lo crea de Estados Unidos. El carnicero ya con sudor en la frente, escribe en la pizarra informativa. "Pollo congelado (sic). Censo 25-10. Precio O,70. Recibido 26-10. Vence en 24 horas. Cantidad por consumidor: 쩍 libra".

Mi esposa casi me empuja fuera de la casa para que fuera a hacer la cola. Caer en ese "mal baon", como se dice en la pelota, es uno de los momentos más difíciles para mi paciencia. Salí de la casa con la libreta de racionamiento en un bolsillo y una jaba de nylon decidido a regresar para acometer las tareas cotidianas.

"¿El último?", pregunto. "Yo soy la úrtima", contesta una señora de algo más de 70 años a juzgar por las canas en su pelo pasudo. Tenía espejuelos graduados pero miraba por encima de ellos. No la había visto antes por el vecindario, y al parecer ella tampoco a mí.

Después de un largo interrogatorio donde quiso indagar más de lo debido, me dijo; "Es raro ver gente como Ud. por aquí, porque estos trajines son sólo para nosotros los viejos, pero seguramente tiene el Plan Jaba, eso le permitirá irse rápido".

Ocurre muchas veces. Tampoco nadie puede creer que existan personas que no trabajan con el estado en mi país. Somos catalogados como vagos, delincuentes, proxenetas, vendedores de dólares y cuantas deidades puede imaginar la lengua del cubano.

En eso un carro con el distintivo de la Autoescuela se ve obligado a detener la marcha ante la multitud aglomerada. La inexperta chofer, en fase de prueba en su intento de sacar la licencia de conducción, desfallecida no se percató cuando el motor se detuvo. El policía ocupó su lugar y a duras penas con la utilización del claxon, logró salir de aquel atolladero. Sentí pena por la novata que ahora lloraba en el asiento trasero.

Aproveché la ocasión para cambiarme de acera y evadir a mi interlocutora. Ahora del otro lado de la calle pude tener una mejor vista panorámica de mi entorno. Divisé en el tumulto sólo a una joven que dijo haber llegado recientemente de pase del Pre en el Campo donde estudia. Los demás ancianos conversaban como si estuvieran en una fiesta. El arribo del preciado producto cárnico los había sacado de la rutina diaria. Algunos olvidaron las dolencias, enfermedades y achaques para hacer acto de presencia.

Es lógico lo que sucedía. Además de los seis huevos mensuales, este mes sólo habían vendido jurel y picadillo de soya, producto que se repetía, pues en octubre lo distribuyeron, además de la mortadella.

Miré sus caras. Había mucho de tristeza y poco de risa. Rostros tristes con pelos despeinados y ausencia total de esas pequeñas cosas que provocan en la mujer el encanto de su feminidad. Muy pocos viejos usaban ropas medianamente decentes. La mayoría en chancletas de baño, shorts o sayas descoloridas; cansados se sentaban en la acera, mientras el carnicero hacía las notas para expender el producto, libreta tras libreta, según el orden de la interminable cola.

Una de las mujeres más jóvenes de aquel tumulto llamó mi atención por su exagerada forma de fumar. En chancletas, short y pulover sin ajustadores, con los senos andándole cerca del ombligo, encendía un cigarrillo tras otro y hablaba con todos. Me fijé detenidamente en su cara, y me impresionó que en su mirada se notaba cierto retraso mental. Su rostro adolecía totalmente de cremas y maquillaje, sus dientes no eran dientes, sino pedazos de tacos negros atrofiados bajo la acción de la nicotina, el tiempo y la ausencia de cepillado.

Indagué por ella pero quedé anonadado cuando me dijeron que la mujer era la presidenta del CDR de su cuadra y además ocupa un alto cargo en la Zona de esa organización, e incluso es la que controla la Vigilancia en toda el área. Supe así que por sus actividades le habían instalado un teléfono y su casa se convirtió en un Centro Agente, donde se informa todo. También a su esposo en el centro de trabajo le habían asignado un televisor chino marca Panda.

Poco a poco fueron desfilando por el lugar distintos "merolicos" en busca de mercado. Un señor vendía veneno para las ratas y ratones, otro llegó en su bicicleta vendiendo pan con croquetas a dos pesos la unidad; pasó el vendedor de limones, otro que traía raspaduras de caña. Una mujer traía varias tiras de pastillas y unos tubos de Gentamicina y otras cremas para afecciones de la piel, mientras un joven vendía puntillas y un par de botas de niño… Pasaron muchos de estos agentes del mercado subterráneo, en una lista interminable de personas que se dedican a la práctica de la economía informal como medio de subsistencia, pero no les presté atención a la mayoría.

En la cola todos hablan en voz baja excepto los que acaban de arribar al grupo y preguntan por la última persona, la que rara vez aparece. Finalmente comienza la distribución. Estupefacto, no podía determinar si asistía a un aurero o a una jauría humana donde era prácticamente imposible conversar en voz baja. Unos peleaban porque no alcanzaban a una posta de pollo por núcleo, otros protestaban porque supuestamente el dependiente les había robado una porción, algunos ahuyentaban a los perros que se paseaban entre sus piernas llenos de pulgas, garrapatas o sarna. Otros ofendían a los colaos, mientras yo manifestaba mi indignación por el tiempo perdido.

Más de dos horas y media dentro de aquella vorágine triste, típica de la Cuba profunda y amordazada, que ha crecido en sentido opuesto del desarrollo gracias a casi medio siglo de poder centralizado.



Primer  Anterior  Sin respuesta  Siguiente   Último  

 
©2024 - Gabitos - Todos los derechos reservados