Contemplar el panorama de la actualidad en estos días de cambio del año no inclina mucho al optimismo. Catástrofes naturales o artificiales siembran de cadáveres las portadas de los medios de comunicación, desde Indonesia a Buenos Aires, sin olvidar diversos territorios africanos donde la muerte y la miseria no llaman ya la atención de tan habituales como son. Si a esto sumamos los enfrentamientos políticos, étnicos, religiosos o culturales que nos trae cada día, no podemos afirmar que 2005 arranque con buen pie. Quizá por eso, mi primer artículo en este año va dirigido hacia ese vasto grupo de personas preocupadas por el día al día. Los que tienen que pagar hipotecas, hacer frente a los costes crecientes de la vida, a la subida de la cesta de la compra, al incremento del precio del transporte, de los gastos familiares, la luz, el teléfono o las comisiones bancarias, en fin, a todos los que tienen en el primer plano de sus preocupaciones el esfuerzo diario para salir adelante. Mi oferta es atractiva: ¿Les gustaría encontrar un empleo remunerado con mil dólares al día? Es el equivalente a un sueldo mensual de unos 18.000 $. No hablo de futbolistas de élite, reputados financieros o banqueros, o ricos adinerados de esos de toda la vida. Este salario de ensueño se encuentra en otro campo, lo que nos lleva a considerar la guerra moderna.
En los ejércitos modernos ya no existe la imagen del soldado que pela patatas en la cocina o que friega las letrinas, tareas que en otro tiempo recargaron pesadamente la vida cuartelera. En un país latinoamericano, incluso, sirvieron para que se denominara colimba al soldado forzoso, palabra constituida por las sílabas iniciales de tres verbos - corre, limpia, barre - tan presentes en el inveterado trajinar de los soldados.
Esas labores son ahora subcontratadas a empresas privadas. En época más reciente, la subcontratación de actividades anteriormente militares se ha extendido hasta extremos insospechados. No se trata ya sólo de tareas de "fatigas y policía", por utilizar esas viejas expresiones del argot militar, relativas a la limpieza, el aseo y los trabajos serviles. Se subcontratan misiones que hasta hace poco eran exclusivas del militar, como las que atañen a la seguridad, la vigilancia, ciertos tipos de combate y hasta la información (como se ha visto en la prisión de Abu Ghraib). Algunos gobiernos encuentran así más fácil intervenir militarmente en el extranjero sin tener que dar cuenta a sus órganos parlamentarios ni crearse complicaciones diplomáticas cuando algunas de esas misiones se desarrollan en las más abyectas alcantarillas del poder, puesto que oficialmente no existe autoridad oficial responsable. Tampoco necesitan preocuparse mucho por los convenios de La Haya o de Ginebra, que regulan la acción militar.
Durante la primera Guerra del Golfo en 1991, por cada cien soldados regulares había en Iraq un miembro de las compañías militares privadas. Pocos meses después de la caída de Sadam Husein, eran 20.000 los subcontratados en tareas paramilitares; durante 2003 la proporción antes citada pasó a ser de 10 a 1. Hoy, el personal de las compañías privadas de seguridad en Iraq se estima en el 20% de las fuerzas de EEUU, superior a los contingentes militares regulares de los otros países allí desplegados.
El mercado de la seguridad en Iraq se ha convertido en un negocio extraordinariamente activo donde no son raros los sueldos de mil dólares diarios. El riesgo es enorme, pero la paga también. Y el respaldo que los ejércitos regulares prestan a los subcontratados no lo es menos. El reciente arrasamiento de Faluya no se debió solo a la búsqueda infructuosa de un cabecilla insurrecto que luego no apareció. En esa ciudad, meses antes, cuatro paramilitares de una empresa de EEUU (Blackwater Security) habían sido atacados y quemados vivos, y sus cadáveres expuestos a la vesania popular. Fue una insultante ofensa que tuvo mucho que ver con el trágico sino de la ciudad iraquí, donde la venganza tuvo lugar especial.
La proliferación de empresas privadas militares puede tener una repercusión negativa a no muy largo plazo en los ejércitos regulares de muchos países. Constituidas ahora en su mayor parte por militares retirados con experiencia de mando y combate, representan un gran atractivo para los especialistas en armamento moderno -incluso pilotos de guerra- que ven cómo sus haberes se multiplican por diez o por veinte en cuanto causan baja en las filas militares y pasan a encuadrarse entre los nuevos mercenarios de la paramilicia internacional.
Las nuevas guerras crean nuevos instrumentos. Esta privatización de la violencia bélica, que se está ensayando ahora en Iraq, puede presagiar un peligroso modelo que permita a los Estados eludir la legislación internacional, aunque aumente la oferta laboral mundial con unas retribuciones que rozan lo fantástico.