III. La política ¿Ya no hay causas nacionales que aglutinen a las polis, a las naciones, a las sociedades? ¿O ya no hay políticos capaces de enarbolar esas causas? El descrédito de la política es algo más que eso: tiene algo de odio y rencor. El ciudadano común está pasando, tendencialmente, de la indiferencia frente a las tropelías de la clase política, a un repudio que adquiere formas cada vez más 'expresivas'. El 'rebaño' se resiste a la nueva lógica.
El político de antaño definía la tarea común. El moderno lo intenta y fracasa, ¿por qué? Tal vez porque él mismo ha labrado su desprestigio o, más bien, más que prostituir una causa, ha prostituido un quehacer.
Carente de una realidad como referente, la clase política moderna se fabrica de un holograma no del tamaño de sus aspiraciones, sino del tamaño de su calendario actual: quien gobierna un poblado no ha renunciado a gobernar una ciudad, una provincia, una nación, el mundo entero, es sólo que su hoy le determina un poblado… y hay que esperar a las próximas elecciones para el siguiente paso.
Si el Estado Nacional antes tenía la capacidad de 'ver más allá' y proyectar las condiciones necesarias para que el capital se reprodujera 'in crescendo' y para ayudarlo a sortear sus crisis periódicas, la destrucción de sus bases fundamentales le impiden cumplir con esa tarea.
El 'barco' social se haya a la deriva y el problema no es sólo la falta de un capitán capaz, resulta que se han robado el timón y no aparece por ningún lado. Si el dinero fue la dinamita, los 'operarios' de la demolición fueron los políticos. Al destruir las bases del Estado Nacional, la clase política tradicional también destruyó su coartada: los todopoderosos atletas de la política ahora se miran sorprendidos e incrédulos… un comerciante ñoño, sin noción alguna de las artes del Estado, ni siquiera los ha derrotado, simplemente los suplantó.
Esa clase política tradicional es incapaz de reconstruir las bases del Estado Nacional. Como ave de rapiña se conforma con alimentarse de los despojos de los países, y se ceba en el lodo y la sangre sobre las que se construye el imperio del dinero. Mientras engorda, el Señor del Dinero espera en la mesa…
La libertad de mercado ha sufrido una metamorfosis terrible: ahora eres libre de elegir a qué centro comercial ir, pero la tienda es la misma y la marca del producto también. La falaz libertad originaria en la tiranía de la mercancía, 'libre oferta y libre demanda' se ha hecho añicos.
Las bases de la 'democracia occidental' han sido dinamitadas. Sobre sus escombros se realizan campañas y elecciones. La pirotecnia electoral brilla muy alto, tanto que no alcanza siquiera a iluminar un poco las ruinas que cubren el quehacer político.
De igual forma, la columna vertebral del quehacer gubernamental, la Razón de Estado, no sirve más, ahora es la Razón de Mercado la que dirige la política. ¿Para qué emplear políticos si los mercadólogos entienden mejor la nueva lógica del Poder?
El político, es decir, el profesional del Estado, ha sido suplantado por el gerente. Así la visión de Estado se trastoca en visión de mercadotecnia (el gerente no es más que un capataz de antaño, que 'cree' firmemente que el éxito de la empresa es su propio éxito) y el horizonte se achica, no sólo en distancia, también en su dimensión.
Los diputados y senadores ya no hacen leyes, esa labor la cumplen los 'lobbys' de asesores y consultores.
Huérfanos y viudos, los políticos tradicionales y sus intelectuales se mesan los cabellos (los que tengan aún) y ensayan una y otra vez nuevas coartadas para ofrecerlas en el mercado de ideas: es inútil, ahí sobran vendedores y no hay ningún comprador.
Acudir a la clase política tradicional como 'aliada' en la lucha de resistencia es un buen ejercicio… de nostalgia. Acudir a los neo-políticos es un síntoma de esquizofrenia. Allá arriba no hay nada que hacer, como no sea jugar a que tal vez se puede hacer algo.
Hay quien se dedica a imaginar que el timón existe y disputar su posesión. Hay quien busca el timón, seguro de que quedó en alguna parte. Y hay quien hace de una isla no un refugio para la autosatisfacción, sino una barca para encontrarse con otra isla y con otra y con otra…
IV. La guerra En el stress postmoderno de la sociedad del Poder, la guerra es el diván. La catarsis de muerte y destrucción alivia pero no cura. Las crisis actuales son peores que las del pasado, y, por ende, la solución radical que el Poder da para ellas, la guerra, es peor que las de antaño.
Ahora, el fraude más grande de la historia de la humanidad, la globalización, ni siquiera tiene la delicadeza de tratar de justificarse. Miles de años después del surgimiento de la palabra, y con ella, de la razón argumentada, la fuerza vuelve a ocupar el lugar decisivo y decisorio.
En la historia de la consolidación del Poder, la convivencia humana se convirtió en coexistencia. Y ésta en guerra. El par dominante-dominado define ahora a la comunidad mundial y pretende ser el nuevo criterio de 'humanidad' incluso para los fragmentos más dispersos de la sociedad global.
El vacío dejado por los hombres de Estado es llenado, en el holograma del Estado Nacional, por los gerentes y arribistas; pero en el orden aparente del capital, los militares de empresas (una nueva generación que no sólo lee y aplica a Tzun Tzu, sino que tiene los medios materiales para realizar sus movimientos y maniobras) incorporan la guerra militar (para diferenciarla de las guerras económicas, ideológicas, psicológicas, diplomáticas, etc.) como un elemento más de su estrategia de mercado.
La lógica del mercado (más ganancias siempre y a toda costa) se impone a la vieja lógica de guerra (destruir la capacidad de combate del oponente). La legislación internacional estorba entonces y, o debe ser ignorada, o debe ser destruida. Se acabó el tiempo de las justificaciones plausibles, ahora ni siquiera se hace mucho énfasis en las justificaciones 'morales' e incluso 'políticas' de la guerra. Los organismos internacionales son monumentos inútiles y onerosos.
Para la sociedad del Poder, el ser humano puede ser cliente o delincuente. Para adocenar al primero y eliminar al segundo, el político da rostro legal a la violencia ilegítima del Poder. La guerra ya no necesita de leyes que la 'justifiquen' o 'avalen', basta con políticos que la declaren y firmen las órdenes. Si el gobierno de Estados Unidos se ha abrogado el papel de 'Policía' de la Hiper-Polis, habría que preguntarse qué orden quiere mantener, qué propiedad debe defender, qué delincuentes debe encarcelar, y qué ley le da coherencia y orden a su actuar. Es decir, quienes son los 'otros' frente a los que debe proteger a la sociedad del Poder.
No hay peor general para conducir una guerra que un militar, por eso, antaño, los grandes generales, los ganadores de las guerras (no los que peleaban las batallas), eran políticos, hombres de Estado. Pero si ya no hay más de éstos, entonces ¿quién está dirigiendo la actual batalla de conquista mundial? Dudo que alguien, en su sano juicio, pueda sostener que Bush o Rumsfeld dirigieron la guerra en Irak.
Así que, o son militares los que dirigen o no son militares. Si lo son, el resultado empezará a verse dentro de poco. El militar no se da por satisfecho hasta que destruye totalmente a su oponente. Totalmente, es decir, no derrotarlo, sino desaparecerlo, acabarlo, aniquilarlo. Así la solución a la crisis sólo es el preludio de una crisis mayor, de un horror que es imposible describir con palabras.
Si no son militares, entonces ¿quién dirige? Las corporaciones, pudiera responderse. Pero éstas tienen lógicas que se sobreponen a las de los individuos y los conducen. Como un ente con vida e inteligencia propia, la corporación alecciona a sus miembros para ir en tal dirección. ¿Cuál? La de la ganancia. En esta lógica, el dinero se dirige a donde obtiene más condiciones de ganancia rápida, creciente y continua. ¿Se dirigirá entonces a donde menos hay o a donde más hay? Sí, la corporación irá, tendencialmente, en contra de otra corporación.
¿Resolverá el resultado de la guerra en Irak la crisis que enfrentan las grandes corporaciones? No, o cuando menos no en lo inmediato. El efecto distractor de un conflicto para las expectativas del Estado-Nacional-Con-Aspiraciones-A-Ser-Supranacional, tiene la duración de un spot televisivo.
'Ya ganamos en Irak', dirán los ciudadanos de Estados Unidos, '¿y ahora? ¿Otra guerra? ¿En dónde? ¿Es esto el nuevo orden mundial? ¿Una guerra en todas partes y a todas horas, sólo interrumpida por los anuncios comerciales?'
V. La cultura Postrada en el diván de la guerra, la sociedad del Poder baraja sus complejos y fantasmas. Unos y otros tienen muchos nombres y muchos rostros, pero un común denominador: 'el otro'. Ese 'otro' que, hasta antes de la globalización, estaba lejos en tiempo y espacio, pero que la construcción desordenada de la Hiper-Polis lo ha traído al 'backyard', al patio trasero de la sociedad del Poder.
La cultura del 'otro' se vuelve el espejo odiado. Pero no porque refleje al poder en su crueldad inhumana, sino porque cuenta la historia del 'otro'. El diferente que no sólo no depende del 'yo' del Poder, sino que también tiene su propia historia y esplendor sin siquiera haberse dado cuenta de la existencia del 'yo' o haber supuesto su futura aparición.
En la sociedad del Poder, el fracaso del hombre en la convivencia, su ser en el ser colectivo, se oculta detrás del éxito individual. Pero éste último, oculta a su vez que ese éxito es posible por la destrucción del otro, del ser colectivo. Durante décadas, en el imaginario del Poder, el colectivo ocupó el lugar del mal, arbitrario, iracundo, cruel, implacable. El 'otro' es el rostro del rebelde Luzbel en la nueva 'Biblia' del Poder (que no predica la redención, sino la sumisión) y es necesario expulsarlo de nuevo del paraíso. En el papel de la espada flamígera, las 'smart bombs'.
El rostro del 'otro' es su cultura, ahí está su diferencia. Lengua, creencias, valores, tradiciones, historias, se hacen cuerpo colectivo en una Nación y le permiten diferenciarse de otras y, con base en esa diferencia, relacionarse con otras. Una Nación sin cultura es una entidad sin rostro, es decir, sin ojos, sin oídos, sin nariz, sin boca… y sin cerebro.
Destruir la cultura del 'otro' es la forma más contundente de eliminarlo. El saqueo de las riquezas culturales en Irak no fue producto de la desatención o desinterés de las tropas de ocupación. Fue una acción militar más en el plan de guerra.
En las grandes guerras, los grandes tiranos y genocidas dedican esfuerzos especiales a la destrucción cultural. La semejanza entre la fobia a la cultura de Hitler y la de Bush no se debe a que manifiesten síntomas. En las grandes guerras, los grandes tiranos y genocidas dedican esfuerzos especiales a la destrucción cultural. La semejanza entre la fobia a la cultura de Hitler y la de Bush no se debe a que manifiesten síntomas comunes de locura. La semejanza está en los proyectos de mundialización que animaron a uno y dirigen al otro.
La cultura es de las pocas cosas que mantienen aún respirando al Estado Nacional. La eliminación de la cultura será el tiro de gracia. Al funeral nadie asistirá y no por falta de conocimiento, sino de 'raiting'.
VI. Manifiestos y manifestaciones El acto guerrero fundacional del nuevo siglo no es el desmoronamiento de las torres gemelas, pero tampoco la caída sin gracia ni espectáculo de la estatua de Hussein. El siglo XXI arranca con el 'NO A LA GUERRA' globalizado que devolvió a la humanidad su esencia y la aglutinó en una causa. Como nunca antes en la historia de la humanidad, el planeta fue sacudido por este 'NO'.
Desde intelectuales de todas las tallas, hasta habitantes iletrados de rincones ignorados de la tierra, el 'NO' se convirtió en puente que unió comunidades, pueblos, villas, ciudades, provincias, países, continentes. En manifiestos y manifestaciones, el 'NO' buscó la reivindicación de la razón frente a la fuerza.
Aunque ese 'NO' se apagó en parte con la ocupación de Bagdad, hay más de esperanza que de impotencia en su eco. Sin embargo, algunos se han desplazado en el terreno teórico y han cambiado la pregunta '¿Qué hacer para detener la Guerra?', por esta otra: '¿Dónde será la próxima invasión?'.
Hay quien sostiene, ingenuo, que la declaración del gobierno de EU de que no hará nada contra Cuba, demuestra que no hay que temer una acción militar norteamericana en contra de la isla caribeña. Los deseos del gobierno norteamericano de invadir y ocupar Cuba son reales, pero son algo más que deseos. Son ya planes con rutas, tiempos, contingentes, etapas, objetivos parciales y sucesivos. Cuba no es sólo un territorio a conquistar, es, sobre todo, una afrenta. Una abolladura intolerable en el lujoso automóvil de la modernidad neoliberal. Y los marines son los hojalateros. Si esos planes se concretan, ya se verá, como ahora en Irak, que el objetivo no era derrocar al señor Castro Ruz, ni siquiera imponer un cambio de régimen político.
La invasión y ocupación de Cuba (o de cualquier otro punto de la geografía mundial) no requiere de los intelectuales 'sorprendidos' de las acciones de un Estado Nacional (acaso el último que se mantiene como tal en América Latina) para control interno.
Si el gobierno norteamericano no se conmovió siquiera por el tibio rechazo de la ONU y de los gobiernos del primer mundo, ni se inmutó con la condena explícita de millones de seres en todo el planeta, no lo animarán ni detendrán las palabras de rechazo o aliento de los intelectuales (hablando de Cuba, en fechas recientes se conoció la 'heroica' acción de soldados israelíes: ejecutaron a un palestino con un tiro en la nuca. El palestino tenía 17 meses de edad. ¿Hubo alguna declaración, algún manifiesto con firmas indignadas? ¿Horror selectivo? ¿Cansancio del corazón? ¿O el 'condenamos en cualquier parte y de quien sea' incluye ya y para siempre todas y cada una de las dosis de terror que desde arriba indigestan a los de abajo? ¿Basta decir una vez 'no'?).
Tampoco lo detendrán las movilizaciones de protesta, por muy masivas y continuas que sean, aún dentro de la Unión Americana.
Quiero decir: NO SÓLO.
Un elemento fundamental es la capacidad de resistencia del agredido, la inteligencia para combinar formas de resistir, y, algo que puede sonar 'subjetivo', la decisión de los seres humanos agredidos. El territorio a conquistar (llámese Siria, Cuba, Irán, montañas del sureste mexicano) tendría así que convertirse en un territorio en resistencia. Y no me refiero a la cantidad de trincheras, armas, trampas caza-bobos y sistemas de seguridad (que son, sin embargo, también necesarias), sino a la disposición (la 'Moral' dirán algunos) de esos seres humanos para resistir.
VII. La resistencia Las crisis preceden a la toma de conciencia de su existencia, pero la reflexión sobre los resultados o salidas de esas crisis se convierten en acciones políticas. El rechazo a la clase política no es un rechazo al hacer política, sino a una forma de hacerla.
El hecho de que, en el muy limitado horizonte del calendario del Poder, no aparezca definida una nueva forma de hacer política no significa que ésta no esté ya andando en pocos o en muchos de los fragmentos de las sociedades en todo el mundo.
Todas las resistencias, en la historia de la humanidad, han parecido inútiles no sólo la víspera, sino también ya avanzada la noche de la agresión, pero el tiempo corre, paradójicamente, a su favor si es concebida para ello.
Podrán caer muchas estatuas, pero si la decisión de generaciones se mantiene y alimenta, el triunfo de la resistencia es posible. No tendrá fecha precisa ni habrá desfiles fastuosos, pero el desgaste previsible de un aparato que convierte su propia maquinaria en su proyecto de nuevo orden, terminará por ser total.
No estoy predicando la esperanza hueca, sino recordando un poco de historia mundial y, en cada país, un poco de historia nacional.
Vamos a vencer, no porque sea nuestro destino o porque así esté escrito en nuestras respectivas biblias rebeldes o revolucionarias, sino porque estamos trabajando y luchando para eso.
Para ello es necesario un poco de respeto al otro que en otro lado resiste en su ser otro, un mucho de humildad para recordar que se puede aprender todavía mucho de ese ser otro, y sabiduría para no copiar sino producir una teoría y una práctica que no incluyan la soberbia en sus principios, sino que reconozca sus horizontes y las herramientas que sirven para esos horizontes.
No se trata de solidificar las estatuas existentes, sino trabajar por un mundo donde las estatuas sirvan sólo para que los pájaros se caguen en ellas.
Un mundo donde quepan muchas resistencias. No una internacional de la resistencia, sino una bandera policroma, una melodía con muchas tonadas. Si aparece di-sonante es sólo porque el calendario de abajo está todavía por armar la partitura donde cada nota encontrará su lugar, su volumen y, sobre todo, su liga con las otras notas.
La historia está lejos de terminar. En el futuro, las convivencias serán posibles, no por las guerras que pretendieron dominar al otro, sino por los 'no' que dieron a los seres humanos, como antes en la prehistoria, una causa común y, con ella, una esperanza: la de la supervivencia… por la humanidad, contra el neoliberalismo. |