Seguir tapando los crímenes de Stalin - LA CUBA DEL GRAN PAPIYO

La primera víctima de la guerra

Por Juan Manuel DE PRADA/

DECÍA Winston Churchill que la primera víctima de la guerra era la verdad; lo decía, además, con conocimiento de causa, pues hubo de recurrir con frecuencia a la mentira para proteger la unidad de las potencias aliadas y, sobre todo, para ocultar los crímenes genocidas del régimen soviético. Sesenta años después de la rendición nazi, la verdad sigue siendo pisoteada en alocuciones como la que acaba de proferir el presidente Putin. «Nuestro pueblo -ha afirmado sin rebozo- no sólo defendió a su patria, sino que también liberó a otros once países europeos». La frase no sólo denota una complacencia en la mentira; también presupone una consideración benéfica del comunismo como fuerza liberadora que uno ya creía periclitada a estas alturas. Mucho más ajustado a la verdad, Bush acaba de recordar en Riga que «los acuerdos de Yalta constituyeron uno de los grandes errores de la historia». Nadie puede negar que el concurso soviético fue definitivo para derrotar a Hitler; pero, ante la orgía de celebraciones que conmemoran aquella derrota, deberíamos preguntarnos: «¿Qué victoria se celebra?». Pues si se celebra la victoria de la democracia sobre los totalitarismos, el escenario elegido -la Plaza Roja de Moscú- no nos parece el más idóneo; si se celebra la victoria sobre el régimen nazi, ¿debemos incluir en los fastos la «liberación» de esos países que quedaron en la órbita soviética?

Convendría que se recordara que el régimen soviético mantuvo, durante los primeros años de la contienda, una connivencia sórdida con el nazismo. No se limitó, como los Estados Unidos, a ser un espectador más o menos melindroso de la conquista fulgurante del continente europeo. Stalin pactó con Hitler el reparto de Polonia y alojó en sus campos de concentración a cuarenta mil oficiales y suboficiales del ejército polaco, a los que despacharía con el muy sumario procedimiento comunista del tiro en la nuca (el mismo, por cierto, empleado en Paracuellos del Jarama). Sólo cuando Hitler, en plena borrachera de triunfos, decide invadir la Unión Soviética, Stalin se suma a los aliados. Lo hace, por supuesto, con el característico desprecio por el género humano que impulsaba su ideología (recordemos su célebre frase: «Un muerto es una tragedia, un millón de muertos pura estadística»). Sin ese desprecio olímpico por las víctimas (que incluía a sus compatriotas, o mejor dicho esclavos) no puede entenderse cabalmente la abultada mortandad soviética durante la Segunda Guerra Mundial: Stalin mandaba batallones de soldados prácticamente desarmados a combatir al invasor, para que actuasen como parapeto ante su avance; y, no contento con ello, disponía en retaguardia batallones de exterminio perfectamente equipados, con la encomienda de que liquidasen a los supervivientes derrotados, a quienes consideraba cobardes e indignos. Varios millones de soldados rusos murieron de esta guisa, a manos de sus conmilitones. Naturalmente, el ejército soviético, que soportaba además del encarnizado combate con el enemigo las represalias crudelísimas de su propio mando, acabaría convirtiéndose en una horda de alimañas sin honor que descargaba su furia masacrando a la población civil inerme o violando a más de dos millones de mujeres alemanas. En la Conferencia de Yalta, los aliados no sólo se avinieron a silenciar estas atrocidades; acoquinados ante el formidable despliegue de fuerza soviético, decidieron entregarle al padrecito Stalin media Europa, para que siguiera ejercitando su olímpico desprecio hacia el género humano, sólo comparable al de Hitler.

Ojalá las conmemoraciones que ahora se celebran sirvieran también para desenterrar el cadáver de la verdad, primera víctima de todas las guerras.

Justo ese es el problema, Manuel. El camarada Nikita (que, entre paréntesis, siempre me resultó simpático, seguramente por su pinta y maneras de auténtico mujik) ya lo dijo en 1956, hace la friolera de 49 añitos. Y sin embargo, fíjate que aún hoy suena a denuncia desde la oposición y no a rectificación desde el aparato. Y en lo bien que podría aplicarse, con las necesarias correcciones en cuanto al grado de violencia, en los países que aún hoy se siguen diciendo comunistas. Cuba, por ejemplo.

Kruschev lo dijo alto y claro desde la misma cúspide del aparato, y ni así. Ni por esas; los intelectuales europeos, con el tartufo de Sartre a la cabeza, siguieron como si tal cosa, sin una mínima revisión crítica de sus serviles apoyos al Padrecito, y, lo que es peor, denigrando a las víctimas y ninguneando a los pocos que, como Albert Camus, tuvieron la inteligencia de pensar por sí mismos y los cojones de expresarlo públicamente. Desde entonces, la mafia intelectual ha seguido y sigue, si no defendiendo abiertamente -son demasiado cobardes para ello- sí disculpando y justificando a Stalin y, sobre todo, haciendo como si nunca hubiera existido.

Tu versión de la génesis del pacto germano-soviético es la del comunismo oficial; supongo que aceptarás que es, como mínimo, discutible. Ya lo discutiremos con datos.

Y en cuanto a los desmanes del Ejército Rojo en Alemania en la fase final de la guerra, son un lugar común cuando se trata de la problemática de las violaciones de mujeres como arma de terror en la guerra.

Cada cual piensa -en principio honradamente- que su bando es "el de los buenos", y es por ello que lo abraza. Ahora bien, eso es válido humanamente sólo como conclusión global. Pero si alguien sostiene que todos los suyos, y siempre, y en cada caso y momento, fueron los "buenos" y los adversarios los "malos" por naturaleza, por sistema, por "tales", en todo y siempre, sin matices ni contradicciones, ten por seguro que es un necio o un canalla hipócrita. O ambas cosas.

¡Vaya Manuel A., vaya! Para una vez que el PCUS carga la mano sobre un Secretario General, no le haces caso.

Te recuerdo que no soy comunista, mi versión del pacto nazi-sovietico que es la que se deduce de los hechos, y sobre todo de las fechas de vencimiento de pactos no renovados y viajes desesperados sovieticos a París y Londres.

Tampoco olvides que tanto los aliados, Francia, Inglaterra, USA como los alemanes y austríacos invadieron la URSS ¡estando en guerra entre ellos! al final de la Primer Guerra Mundial para reponer al zarismo.

Para el pueblo sovietico le daba igual un gobierno francés que uno alemán que uno inglés o yanqui, todos habían tratado de volverle al zarismo, así que su preocupación era no tenerlos a todos en contra.

Tampoco olvidaba el daño que la Polonia fascista de esa época le hizo arrasandole media Ucrania ( patria de Nikita, por cierto) y es la explicación que le veo a las fosas de Katyn, llenas de oficiales polacos en la zona polaca ocupada por la URSS en la II Guerra Mundial ( sin embargo no hubo "fosas" letonas o lituanas o estonias o finhlandesas, solo polacas)

Por otra parte, aunque las reformas de Nikita no debieron haber calado muy hondo, recordemos que fue destituido, Stalin dejó de ser un mito y el adjetivo "stalinista" dejó de aparecer junto a los de "partido comunista marxista-lenisnista de..."

El gran merito de Nikita Jrushov ante la historia fue haber tenido la valentia de denunciar el culto a la personalidad de Stalin. Creo que nadie duda que Stalin fue un ser monstruoso. Stalin y Hitler fueron los dos grandes monstruos criminales del siglo XX.

El valor de Jrushov fue haber quitado a Stalin de su pedestal. No hay que olvidar que razones mucho menores llevaban automaticamente a la muerte y deshonra de personas inocentes. A su muerte, Stalin habia sido embalsamado como mismo lo habia sido Lenin y puesto a su lado en el mismo mausoleo. Eso habia ocurrido en concordancia con el culto a la propia personalidad de Stalin que el mismo habia mantenido en vida, ejecutado por el propio aparato que le debia sus puestos. Jrushov mismo era dirigente destacado de ese aparato, a lo que no pudo llegar por supuesto sin manchar antes de sangre sus manos y su conciencia, como hicieron todos los dirigentes de la Union Sovietica. Por suerte Jrushov supo mirar con honradez en las ultimas decadas de su vida, al menos esa faceta de lo que habia sido la Union Sovietica y condenar los horribles e innecesarios crimenes de su predecesor.