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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: 02ManuelA  (Mensaje original) Enviado: 19/05/2005 21:11

Su nombre era Stalin

Ortega

16/05/2005 22:09

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Su nombre era Stalin

Su nombre era Stalin

Pilar Rahola

www.pilarrahola.com

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¿Cómo es posible tanta mentira?, me preguntaba un buen amigo, en

los pasillos de una televisión, conmocionado aún con la entrevista que

habíamos realizado. Acabábamos de saber que el hombre que había

encarnado el sufrimiento catalán en los campos de exterminio, el que

durante 30 años había relatado los horrores nazis, y había sido

homenajeado, premiado, querido y escuchado, era un impostor.

Nunca había estado en el horror y su pasado es tan opaco y equívoco,

que todas las hipótesis están abiertas. Su mentira removía las

entrañas de todos nosotros, no porqué fuera un fraude histórico, sino

porqué era un fraude a los sentimientos colectivos. A pesar de la

conmoción, sin embargo, mi reflexión no parte del caso del impostor

Enric Marco, sino de la pregunta de mi amigo. La mentira… Diría que

la mentira individual no solo es patrimonio del género humano, sino

seguramente es uno de sus distintivos culturales. Si no fuera porque, en el

caso de Marco, se ha jugado con temasmuy sensibles, no pasaría de ser

una especie de gran broma. Un gran guión para una película de Almodóvar. Demanera que no me resulta extremadamente grave. La mentira colectiva,

en cambio, arraiga en la médula ósea de una sociedad y configura tanto su

salud democrática, como su dignidad. Mentir colectivamente, traicionar a la

historiahasta el punto de crear épicas donde hubo maldades, o de olvidar

víctimas y enaltecer verdugos, la mentiraconstruida sobre el dolor de la

gente, es mucho más que una peculiaridad o una patología individual, es una

forma de tiranía. De manera que reconstruir la memoria se convierte en el

primer fundamento de la arquitectura de la libertad.

Desde esta perspectiva, los actos de conmemoración del final de la Segunda

Guerra Mundial perpetrados por Vládimir Putin han sido construidos desde la burla más violenta a la memoria de las víctimas. Que ello haya ocurrido ante

las cámaras del mundo, con la pompa de los grandes acontecimientos, y

acompañado del silencio cómplice de muchos de los mandatarios más

relevantes, nos informa mucho de nuestra miseria como europeos. Putin no

es un político democrático, sino el resultado más preciso de la mezcla entre

el feudalismo zarista y el totalitarismo estalinista. Actúa como un sanguinario

en Chechenia, como un incendiario en Oriente Medio y como un déspota en

Rusia. Solo faltaba que se convirtiera, también, en el dirigente capaz de

hacer un homenaje estridente y sonoro a la Rusia de los soviets,sin ningún

pudor por los millones de víctimas que el totalitarismo estalinista significó. No

deja de ser muy significativo que, al mismo tiempo que Alemania hacía un

nuevo y gran esfuerzo de contricción pública, e inauguraba el monumento a

las víctimas judías del Holocausto, Rusia ignora a las víctimas del otro gran

despotismo que llenó Europa de sangre. Las víctimas del nazismo tienen

quien les escriba, quien las llore, quien las nombre; las víctimas del

stalinismo no tienen a nadie. Padecen la doble muerte tan clásica del horror

institucional: la desaparición física y la desaparición memorística. No han

sido nunca víctimas; es decir, nunca han existido. Si el negacionismo del

holocausto es una lacra conocida que es imprescindible combatir siempre, el

negacionismo del estalinismo añade un grado de maldad: ni tan solo es

percibido como una pérfida lacra. Mientras todo esto pasa delante de

nuestras narices, George Bush viaja a Georgia en olor de multitudes. Nada

extraño si se tiene en cuenta que los países del Este no ven a Estados

Unidos como el gran Satán, sino como un país de libertad. Recordemos que

la mitad de Europa no padeció los excesos de Washington, sino las

barbaridades de Moscú, y las heridas, a pesar de nuestra notoria

indiferencia, están todas abiertas. Ante estos dos acontecimientos

internacionales de primera categoría, la reacción de nuestros micrófonos no

se ha hecho esperar: mientras Putin no activaba las hormonas del personal

crítico, Bush es objeto de bromas pesadas, críticas feroces y todo tipo de

improperios. La delicada piel europea no puede soportar que todo un pueblo

recibe con agradecimiento y estima a George Bush. Y así hemos continuado

con el deporte europeo del antiamericanismo, felices de encontrar

argumentos con los que alimentar a la bestia. Solo el presidente europeo,

Josep Borrell, ha estado a la altura cuando recordó a Putin que la mitad de

Europa no consiguió la libertad después de la segunda guerra mundial. Pero

sus palabras fueron una flor insólita que no precipitó la primavera. Por el

resto, la continuación de la cultura amnésica, cómplice e hipócrita que ha

acompañado siempre el discurso de los grandes intelectuales europeos, un

discurso que está en la

base de la impunidad con que han actuado los

déspotas de izquierdas. El estalinismo mató a placer sin que sus horrores

movilizaran las conciencias progresistas, y una vez desaparecido como

régimen, continúa disfrutando del silencio cómplice de los mismos que

siempre callaron. Es una vergüenza rotunda que el homenaje público de

Putin a la Unión Soviética se haya hecho con la indiferencia de la

intelectualidad europea. Una indiferencia que, en palabras de Glucksmann,

es netamente nihilista. Las víctimas caídas bajo la hoz y el martillo,

asesinadas en nombre de unos ideales que se convirtieron en la coartada del

despotismo más feroz, aún no conmueven ni a los mismos europeos.

Resulta sangrante darse cuenta de esto, pero es así de crudo: Europa, la

Europa que cuenta en el ámbito de las ideas, en los micrófonos de la opinión, la que construye el pensamiento colectivo, esa Europa nunca ha

llorado por la tragedia de una parte de Europa. Y los intelectuales que callan

tienen nombres y apellidos, gritan en los púlpitos universitarios, gesticulan

en los mítines, llenas las páginas de los diarios para crucificar cada día a

Bush o para enviar a Sharon a los infiernos, escandalizados con las

actuaciones de dos presidentes democráticos de países democráticos.

Pero, ni en el pasado, ni en el presente, nunca han mostrado misericordia

por las víctimas del fascismo de izquierdas.

Cayó el muro físico, Alemania fue encontrándose a si misma, lentamente

fuimos aprendiendo a pedir perdón al pueblo judío, pero en el interior del

disco duro de una parte de Europa, el Muro aún no ha caído. O peor: ha

caído, enterrando con él a las víctimas del otro lado.

Tengo una hija nacida en Magnitogorsk, oblast de Cheliabinsk en la frontera

con el Kazakhstan. Su ciudad no existía. La crearon miles de deportados de

las cárceles rusas porqué Stalin quería construir el anillo siderúrgico más

grande del mundo. Represaliados del estalinismo y negados por el mundo,

murieron a miles y los supervivientes vivieron en una muerte en vida. Hasta

hoy. Como tantos millones de personas en las Rusias olvidadas. Miro los

bellos ojos asiáticos de mi hija y no sé qué decir. Viene de un país con tanto

dolor acumulado y tanta memoria negada, que solo puedo sentir vergüenza.

Vergüenza de pertenecer, como persona de izquierdas, a una cultura que

se dice crítica con las injusticias, romántica con las utopías, valiente con las

luchas. Sin embargo, nunca criticó las injusticias de los déspotas de

izquierdas, permitió que las utopías se hicieran añicos en los muros de la

demagogia y el dogma, y lo que es peor, valiente para los demás, siempre

fue cobarde consigo misma.

A las víctimas del estalinismo, in memoriam.

Pilar Rahola/Diario Avui.



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: mfelix28 Enviado: 20/05/2005 11:59
Manuel A.: que sigues sin enterarte, que la izquierda desmitificó a Stalin en 1956, los unicos que usais su nombre sois los de la derecha, perdón, del centro.
Más cerca esta'el franquismo de la derecha, perdón, centro español que el comunismo de Stalin, tanto en el tiempo como en ideas.
 
Saludos

Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: 02ManuelA Enviado: 20/05/2005 12:00
No soy yo solo quien piensa que comunismo y nazismo son primos hermanos, y que  una buena parte de la intelectualidad europea es responsable, por bajeza moral, de la tolerancia cómplice con que se ha venido contemplando al comunismo en la Europa  democrática, cuando las atrocidades cometidas en su nombre en nada desmerecen de las perpetradas por nazis y fascistas. Afortunadamente cada vez hay más personas procedentes de la izquierda, que se están desmarcando de la omertà impuesta por el dominio filocomunista de los medios de producción y distribución cultural, y empiezan a cantar las cuarenta a los cuatro vientos.
 
Antes puse aquí a Pilar Rahola; ahora le toca a Rosa Montero ; poco a poco será imposible de ocultar el carácter de verdadera peste ideológica del siglo XX, peste roja en todo comparable a la peste negra medieval, que ha representado el comunismo y aún perdura, enquistado en algunos países, y sectores como el de la cultura, en los inicios del XXI.
 
Estoy seguro de que yo veré a las ratas -la mayor parte de ellas, no niego que pueda haber alguna rata heroica-  saltar del barco cuando el hundimiento de los últimos búnkers sea claramente inevitable, y proclamarse anticomunistas de toda la vida. Igual que Miterrand y sus monaguillos fueron todos de la resistencia francesa y todos los españoles, aún los que entonces no habían nacido, corrimos delante de los grises en tiempos de Franco. La grandeza de la democracia es precísamente que serán bienvenidos.
 
Saludos.
 


MANERAS DE  VIVIR


Aliarse con los monstruos


Por Rosa Montero


080505


Los infiernos comunistas no serían la excepción, sino el proュducto natural del sistema

                       Debo confesar que desde que el apocalíptico Ratzinger, digo, perdón, Su Santidad Benedicto XVI, arremeュtió en su homilía contra el marxismo, siento tentaciones de hacerme seguidora del viejo don Carlos. Pero intentarテゥ reュfrenar este impulso retrテウgrado, nacido por el acicate de un discurso reaccionario, y escribirテゥ el artテュculo que pensaba haュcer antes de escuchar el sermón.

Y la cuestión que lleva tiempo dando vueltas dentro de mi cabeza es la de la necesidad de reflexionar sobre el comunisュmo. Sobre los excesos que se han cometido en todo el mundo en su nombre. Y sobre lo relativamente poco que se habla de ello. Mientras el nazismo es reconocido mundialmente como el horror que es, el comunismo es contemュplado aún con indudable simpatía, como si las atrocidades cometidas por los regテュmeュnes comunistas fueran excepciones perュversas de un sistema estupendo. Pero el problema es

que ese sistema estupendo ha creado un infierno allテュ donde se ha aplicaュdo. En la URSS, ya se sabe, ha matado a un mínimo

de veinte millones de personas con purgas, ejecuciones sumarias y camュpos

de concentración genocidas. En Camboya, los jemeres rojos asesinaron en camュpos de exterminio a un tercio de la poblaュciテウn del paテュs. Miremos hacia donde mireュmos, ya sea la China maoテュsta, o los distinュtos países del Telón de Acero, o Vietnam del Norte, o Cuba, allテュ donde se ha estableュcido el comunismo la realidad se ha conュvertido

en una pesadilla.

Ahora bien, junto a toda esta

brutaliュdad y esta carnicería, es verdad que

ha haュbido gente maravillosa que se ha encuaュdrado dentro de esa bandera. Personas geュnerosas y valientes, comprometidas con el bien comテコn. He conocido a muchos: en Esュpaテアa, durante el franquismo y la transiciテウn, hubo gente esュpléndida que se hacía llamar comunista. Pero si sumamos a toda esa gente buena en todo el mundo, veremos que a fin de cuentas no son sino la excepción de la norma, una minoría en comparación con el volumen de atrocidad que el sistema genera; y, además, florecen cuando el comunismo no detenta el poder.

Creo sinceramente que en torno a todo esto hay un maュlentendido histórico, una confusión emocional que impide que la razón actúe. Los humanos ansiamos bellos ideales con los que superar la injusticia y las carencias de la vida, y el co-


munismo pregona esos ideales y obnubila el alma de las genュtes, impidiendo calibrar la realidad, a saber, que es un totaliュtarismo paralelo al fascismo, un sistema aberrante que no puede sino crear dolor. Y así, los infiernos comunistas no .serían la excepción, sino el producto natural del sistema. Me pregunto por qué la gente buena que se dice comunista sigue ofreciendo su corazテウn generoso como coartada a una ideoュlogía totalitaria tan aterradora. ¿No sería mejor reconocer el error en la elección del aliado? Porque alinearse con los monstruos tiene su precio moral. Martin Amis, en su estuュpendo libro Koba el Temible (Anagrama), se pregunta por qué los intelectuales no denunciaron en su momento la barbarie soviテゥtica, por quテゥ Auschwitz es para noュsotros sinónimo de horror pero Kolymá no significa nada, por qué todo el mundo ha oído hablar de Himmler pero nadie sabe quién es Yeyov. La respuesta es clara: porque hay una complicidad, una permiュsividad con los verdugos. Ni se denunciaュron en su momento, ni siguen siendo teュmas de los que se quiera hablar.

Durante los テコltimos aテアos del franquisュmo y la primera transición yo fui lo que se llama una compañera de viaje del PCE. Los comunistas eran los mテ。s activos en la opoュsiciテウn y yo les admiraba e intentaba aprenュder de ellos. Y recuerdo que, cuando Solzhenitsin sacó su espeluznante libro        Arュchipiélago Gulag, denunciando los horroュres de los campos de concentraciテウn soviテゥュticos que él mismo había sufrido, yo repetí durante unos años las consignas tácitas del PCE, la "verdad" grupal que los comunisュtas decían al respecto, a saber: bueno, sí, hay algún gulag, pero Solzhenitsin miente, es un manipulador, exagera, deforma, está lleno de rabia, es un derechista, un facha. Todo esto, ni que decir tiene, sin leer el libro, porque, natuュralmente, no se debía leer. Esto sucedía en 1978, es decir, en una época llena de información sobre el infierno soviético; y tanto los comunistas "buenos" a los que antes me refería, como los peores comisarios políticos y los descerebrados como yo misma, repetimos como loros las consignas y cometimos esta infamia, la bajeza moral de apalear y difamar a la vテュctiュma que se atreve a denunciar a sus verdugos. Esto es sólo un detalle entre otros muchos. Ya digo, equivocarse de compaテアeュros de viaje puede terminar manchando el corazón. http://www.rosa-montero.com



 
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