De entrada, he de admitir que el título de este artículo, de noble filiación, tiene algo de excesivo: ni Cuba es cándida ni Europa tan desalmada como la hacen parecer sus dirigentes. Pero me sirve como base para lo que quiero expresar en estas líneas.
Hace unos días, en la campiña francesa donde empiezan a presentirse los Alpes, asistí a una cena en casa de un matrimonio amigo que acaba de regresar de un viaje a Andalucía. Allí, ante una vista paradisíaca y comiendo tapas a la española, preparadas con las provisiones que trajeron de las Alpujarras granadinas, discutimos hasta bien entrada la noche de todo lo humano y lo divino. Se habló, por supuesto, del referéndum sobre la constitución europea que tendrá lugar en Francia este fin de semana. Mis amigos –ella pertenece a la farándula del teatro y él es profesor– van a votar en contra para castigar un texto que les parece inaceptable por neoliberal, nacido de la pluma de un ex presidente tan cenagoso como Giscard d’Estaing. Digo esto para que el lector pueda situarlos en el mapa de las ideas. Mis amigos son «de los nuestros».
A lo largo de la velada surgió el asunto de mi próximo viaje a La Habana para participar como invitado en el IV Congreso Internacional Cultura y Desarrollo y, cuando expresé mi absoluta solidaridad con el régimen cubano, ella me frenó: «¡Ah, no! Aquello es una dictadura, mira lo que hacen con los disidentes». Su marido, en cambio, se puso de mi parte. ¿Cómo explicar esta discordancia entre personas bienintencionadas e inequívocamente de izquierdas? ¿Es lógico que, en lo relativo a Cuba, ella hable por la boca de algún vocero oficial, como un ventrílocuo? La respuesta tiene un nombre: desinformación. Francia, al igual que el resto de los países de la Europa mediterránea, está dividida en dos mitades casi iguales, una progresista y otra conservadora, pero la mitad progresista lo es más de corazón que como resultado de un análisis político sereno y se deja embaucar con suma facilidad por el discurso subliminalmente envenenado de los medios dominantes, sometidos a la influencia del capital globalizador, es decir, del adversario. En el hogar de mis amigos se lee Le Monde, se escuchan los programas de France Culture y se ven los telediarios de France 3 –el canal menos sospechoso de la televisión estatal– y, si bien estos tres medios son los más potables de ese «mercado de la cultura» en cuanto a capacidad de crítica, lo cierto es que suelen dar dos de cal y una de arena, pues junto a la nítida actitud que muestran frente a asuntos tales como la guerra de Irak o el derechismo populista de Jean-Pierre Raffarin, siguen tratando cualquier información que aluda a Cuba con monocorde machaconería: lo cubano es invariablemente perverso.
Hace tiempo que dedico buena parte de mi reflexión personal a entender el porqué de un ensañamiento tan continuo y tan diseminado, que visto desde fuera y sin matizar resulta totalmente absurdo, pues no cabe la menor duda de que existen decenas de países donde la gente vive en condiciones muchísimo peores que en la antigua colonia española y, sin embargo, los medios dominantes no les prestan la menor atención. En cambio, cualquier noticia de Cuba recibe en la prensa occidental un tratamiento de primera página y, sin excepciones, negativo. Creo que la clave de esta paradoja radica en que, desde 1959, el Estado cubano es la excepción que confirma la regla nunca escrita de que, por antonomasia, los estados son embusteros, no distribuyen la riqueza de modo igualitario y favorecen a ciertas castas, que bajo diferentes disfraces se perpetúan en el control de los beneficios.
Cuba, como digo, es un caso aparte. No seré yo quien niegue que la Revolución cubana ha cometido errores graves en cuarenta y cinco años de andadura –¿y quién no?–, pero aparte de Fidel, no conozco a otro estadista (bueno, hoy ya sí, y muy cercano a él: Hugo Chávez) que con tanta terquedad se haya preocupado de informar a su pueblo, en larguísimos discursos, de los menores detalles de la res pública diaria, sin ocultarle nunca la realidad, por muy trágica que fuese, ni disfrazarla de triunfalismos o eslóganes tramposos. El Estado cubano es la excepción porque sus funcionarios suelen ser accesibles, no reyezuelos en torres de marfil; porque su discurso es diáfano, no cínico y «diplomático» como el de nuestros políticos profesionales; porque su retórica cotidiana no ha violentado el lenguaje hasta volverlo ineficaz y llama a personas y cosas por su auténtico nombre; porque se define como de izquierdas y –¡oh, sorpresa!– cumple a rajatabla con dicha definición y porque con sus logros de analfabetismo cero, cultura para todos, asistencia médica universal, tasa de mortalidad infantil entre las más bajas del planeta y negativa inquebrantable a someterse a las reglas salvajes del mercado, es la única piedra que sigue haciendo daño en el zapato del sistema capitalista. Y, claro, éste trata de sacársela y tirarla lejos. Cuba le molesta porque es la prueba fehaciente de que otro mundo es posible.
Si no fuese por el inmenso daño que la propaganda contrarrevolucionaria le hace a Cuba, sería para echarse a reír ante espectáculos circenses como el de estos días pasados, cuando los muy democráticos gobiernos de la UE, tras apoyar de facto una reunión en La Habana propiciada por grupos terroristas de la gusanera de Miami y financiada con dinero de Goliat, se dieron farisaicos golpes de pecho ante la expulsión de unos cuantos parlamentarios europeos que habían viajado a la isla con la intención manifiesta de conspirar en el derrocamiento de un régimen legítimo y refrendado en cientos de ocasiones por las masas del país. Resulta patética la soberbia de nuestros políticos al interpelar a Cuba con el paternalismo del rico que se dirige al pobre, desde la certeza metafísica de que la democracia occidental es «lo bueno, lo deseable» y la Revolución cubana «el mal absoluto». ¿Qué se han creído? ¿Con qué autoridad moral âellos, inmersos en la corrupción de sus caducos partidos políticosâ se permiten pontificar y entrometerse en los asuntos internos de un país soberano que ha adoptado la vía del socialismo y está dispuesto a defender sus logros hasta la muerte? El complejo de superioridad que demuestran al seguir insistiendo en «cambios democráticos» (?) –pero sin añadir a continuación que tales cambios traerían, como sucede entre nosotros, mafias, drogas, multinacionales voraces, despilfarro, violencia callejera, injusticia social, consumismo a ultranza, desigualdades, indefensión popular, desempleo, pobreza extrema codo con codo con riqueza insultante, racismo, guerras, hambre– es tan ridículo que uno llega a poner en duda la inteligencia de estos exquisitos tribunos europeos. Pero no, el suyo no es un problema de inteligencia, sino de subordinación al imperio. Son la voz de su amo, incluso si algunos lo hacen a regañadientes y por circunstancias geopolíticas inevitables, como es el caso –lo creo así– de José Luis Rodríguez Zapatero, el socialdemócrata más honrado, leal y posibilista de cuantos en el mundo han sido, incapaz de darle a Cuba una puñalada por la espalda, como tantos otros, y hoy acosado por los dinosaurios de la derecha, que le reprochan la insolencia de no ser una alimaña para un pueblo por cuyas venas corre nuestra sangre.
Menos mal que los medios alternativos y los movimientos populares sirven de ligero contrapeso. Como poco, los cubanos saben que no están solos, porque muchos miles de personas en el exterior ây también en esta Europa aparentemente desalmadaâ nos encargamos de defender su causa en los foros que están a nuestro alcance, incluso si al hacerlo corremos el peligro del ninguneo. La motivación que nos empuja, lo diré ya, es un asunto de supervivencia ideológica y, también, de puro egoísmo narcisista: la Revolución cubana es la única novia perfumada que nos queda para pasear alegres de su brazo por la calle de la esperanza. Si la perdiésemos ¿qué sería de nosotros?
En junio me aguardan muchos amigos allí, días felices. Después, regresaré con tierra de Cuba en el equipaje para plantar una maceta y hacer que de ella broten mil flores en el lugar más soleado de mi balcón.
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Manuel Talens es escritor español (www.manueltalens.com)