Nunca fuera Presidente / tan feliz de vacaciones
como José Luis Rodríguez / cuando llegó a Lanzarote.
Con una sonrisa de esas, / así, como las que él pone,
descendió del aeroplano / con las niñas y Sonsoles.
Al pie de las escaleras, / haciéndole los honores,
muestran las autoridades / sus orondos barrigones.
El himno de España suena / a lata en los altavoces
y el céfiro del Atlántico / amortigua los calores.
Unas cuantas horas antes / de que llegara el prohombre
y de que pusieran cámaras / todas las televisiones,
casi un ciento de inmigrantes / sucios, morenos y pobres,
que acampaban andrajosos / en esas instalaciones,
fueron de allí retirados / por los agentes del orden,
pues no daban buena imagen / y echaban malos olores.
Zapatero, jubiloso, / tras saludar a los próceres,
se dirige a la vivienda / que va a ocupar de gañote.
¿Vivienda he dicho? ¡Un palacio, / digno de que en él se alojen
marajás, sultanes, duques, / monarcas y emperadores!
Y digno también, por tanto, / del mandamás del Pesoe.
El Palacio “La Mareta”, / que regaló a los Borbones
Hussein el de Jordania / (que de Alá en el Cielo goce),
es la agosteña morada / de Zetapé, de su cónyuge
y de las hijas de ambos, / que son las dos unos soles,
y a las que papi adoctrina / en la ideología progre.
César Manrique, el magnífico / artista de Lanzarote
diseñó el lujoso alcázar / que a los Rodríguez acoge.
Mas no todo estaba a gusto / de la exquisita Sonsoles,
pues ordenó hacer reformas / antes de las vacaciones.
Industriosos albañiles, / selectos decoradores
y eficaces tapiceros / echaron allí los bofes
hasta que doña Rodríguez / quiso mostrarse conforme.
Todo eso lo sufragamos / gustosos los españoles,
con tal de que el Presidente / tome un respiro y repose
de liderar la Alianza / de las Civilizaciones,
proyecto trascendental / para España y para el orbe.
Pero ¡oh destino funesto!, / ¡oh, desventurado golpe!,
¡oh, malhadado percance!, / ¡oh, sino aciago e innoble!
El día del cumpleaños / del eminente preboste,
el día cuatro de agosto, / estreno de vacaciones,
a nuestro fúlgido Presi / se le ocurrió hacer deporte,
y, émulo de Pau Gasol, / con camiseta y calzones,
fue a jugar al baloncesto / con algunos amigotes.
Los cuarenta y cinco años / no son edad de faroles
ni tiempo de hacer alardes / como cuando se era joven,
así que, a las dos carreras, / va Zetapé y se nos rompe.
Un músculo pusilánime / no soportó tanto trote.
Y, encima, en la pierna izquierda, / que es la más esbelta y progre
de las dos con las que cuenta / nuestro venerado prócer.
Y allá está don José Luis, / con la pata en alto, el pobre,
sentadito en un sillón, / en ese palacio enorme.
Se encuentra bien atendido, / eso sí, por servidores,
por criados, enfermeras, / por hijas y por consorte.
Y aprovecha el centenario / –aunque proteste la prole–
para leer en voz alta / capítulos de El Quijote,
con su tonito engolado / de esdrújulas inflexiones.
Cojo está, pero tranquilo, / pues sabe que más al Norte,
cruzando la mar salada, / todo está en perfecto orden:
que la nave del Estado / siempre habrá quien la pilote,
y se halla en Madrid de guardia, / avinagrada e insomne,
nada más y nada menos / que Fernández de la Vogue.
En cuanto al yernísimo Agag soy de la misma opinión que tú. Puafffff, qué asco.
A ver cuándo te veo a tí criticar a un socialista que se lo merezca o repudiarlo, como yo hago con este cabroncete. Pero no, tú eres pío y beato total, nunca te atreverás a decir mal de ninguno de los tuyos.