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General: Catástrofe en EEUU. Dar Lecciones.
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: mfelix28  (Mensaje original) Enviado: 29/09/2005 19:34
Catástrofe en EEUU
Dar lecciones - por Pedro Prieto
Se ha lucido el editorialista de Libertad Digital. Deberían guardar esta perla como mayestático ejercicio de estulticia periodística en las facultades de Ciencias de la Información, especialmente para la asignatura de SOFISMAS.
 
Libertad Digital - 30-VIII-2005
Katrina: lecciones para Kioto
EDITORIAL (resumido) 
Pero si Katrina no puede enseñarnos nada sobre el incremento de las temperaturas y su relación con los huracanes, sí que puede darnos una lección mucho más valiosa sobre el efecto de la riqueza en los desastres naturales. No se tiene noticias aún sobre víctimas mortales pero, en el caso de que desgraciadamente las haya, es seguro que no serán demasiadas. La prosperidad de los ciudadanos estadounidenses ha facilitado que se produzca una evacuación masiva en muy poco tiempo. Las carreteras, los automóviles o los servicios de emergencia serían de mucha peor calidad. Se producirían las catástrofes en términos de vidas humanas que solemos ver en Centroamérica. Y es que la prosperidad salva vidas.
La mala noticia es que es precisamente la prosperidad de la humanidad lo que está en juego con el protocolo de Kioto, al que España se sumó de forma tan poco juiciosa. Un acuerdo que no reduce de forma significativa la temperatura, aún suponiendo que las predicciones hechas al respecto fueran ciertas, porque no pone en marcha nada más que un sistema de racionamiento de energía. El acuerdo firmado este verano por Estados Unidos, Australia, China, India, Corea del Sur y Japón, que pone el acento en la investigación para solucionar el problema de las emisiones de dióxido de carbono, muestra el camino a seguir.
Un camino que no cierra las puertas a la prosperidad necesaria para afrontar los problemas reales de la humanidad incluido, si se diera el caso y se demostrara realmente como un problema grave, el aumento de las temperaturas.
 
 
Veamos. El editorial viene a decir, con la pretenciosidad que caracteriza a este medio bufo, que lo bueno de ser Rockefeller es que uno tiene más probabilidades de salvarse que si es paria en Bombay.
Es un axioma, desde luego, incuestionable. 
La riqueza siempre da gustirrinín. Este editorialista no sabe nada del cambio climático y aborrece que unas pocas nubes más o menos, unos ciclones , un agujero en la capa de ozono del tamaño de Europa o chorradas similares, le vengan a empañar la fiesta a los apologistas del crecimiento infinito que, según el editorial, debe proporcionar riqueza infinita, aunque hasta ahora, el crecimiento infinito sólo haya provocado desigualdades cada vez más infinitas y un destrozo de la naturaleza que ellos siguen sin ver: porque probablemente no salen nunca de sus despachos.
Ser rico es bueno
Y como los especialistas en cambios climáticos –ya se cuentan por millares– son de una “falsabilidad” temeraria, no pueden extraer conclusiones que merezcan la pena resaltar. Lo único que sabe hacer este editorialista es mostrarnos las únicas pero evidentes enseñanzas sobre el efecto de la riqueza en los desastres naturales (curiosamente, no al contrario). Sólo le faltó hacer un reportaje como hace el Hola en la lujosa casa que Julio Iglesias posee en Miami para demostrarnos que ha resistido impertérrita varios huracanes gordos. Y, luego, extraer como corolario irreprochable que si nosotros, pobres desgraciados, fuésemos como Julio Iglesias, no tendríamos padecimientos a la hora de los huracanes.
 
Saquear y encontrar
La verdad es que no he visto todavía una rectificación en Libertad Digital al muy lamentable editorial citado al principio. Será porque, tal como han publicado otros profetas del mismo cariz, como los de Cable News, los negros “saquean” los establecimientos, mientras que los blancos se dedican a “encontrar” comida y agua. Y, en este sentido, no habría por qué contabilizar a los primeros y, de esta forma, las víctimas seguro que no serán demasiadas, como dice el infecto editorial. O será quizá que están esperando al conteo final para recapitular sobre la barbaridad editorial. O a lo peor es que tienen lectores acríticos y comulgadores con esas ruedas de molino y no necesitan excusarse, porque, en el fondo, editorialista y lectores sienten todos que tienen razón: a Julio Iglesias le va muy bien. Moraleja, seamos todos como Julio Iglesias.
 
Primero disparar y después preguntar
Muchas cosas está sacando a la luz la desgracia del huracán Katrina, las miserias humanas de muchos sobre todo. Algunas tales como la propiedad privada primero y las personas después, ley de oro de la acumulación de la riqueza, tan venerada por el editorialista. Así que si faltan soldados, lo primero es disparar a los que “saquean”, ojo, no a los que “encuentran” comida y agua. Y, luego, si queda gasolina, ir sacando a los que nadan en sus propias heces. 
Ley y orden
Siempre he dicho que no me gustaba el lema de la bandera de Brasil “Orden y Progreso”, porque aboga en primer lugar por principios que no son los más elevados. El orden es lo que necesitan quienes están en el poder para mantenerse en él y el concepto de progreso es difícil de definir
. En Nueva Orleáns hemos asistido al bochornoso espectáculo de que, con el agua, no solo han subido las ratas a la superficie, sino una enorme población marginada, que jamás figura en las estadísticas.
Es a esa población a la que su gobernadora, muy molesta, le dice por la televisión (que sus apestados ciudadanos no pueden ver porque carecen de electricidad) que si los muchachos venidos de Irak, bien entrenados en menesteres de guerra, los pillan con algún paquete en la mano primero van a dispararles y luego les preguntarán, eso sí, en inglés, pues alguna ventaja han de tener sobre los iraquíes. Y la mujer se queda tan ancha. No imagino al capitán del Titanic diciendo a su tripulación que a él lo que le interesaba era primero el orden y luego el salvamento. Así son las cosas en el paraíso de la libertad.
Hace poco, una estadounidense blanca y bastante racista (allí se dice suavemente “supremacista”), sorprendida de que algunos ciudadanos disparasen contra los helicópteros militares de rescate, le preguntaba a una audiencia: “No puedo entender la mentalidad de la gente que ataca a aquellos que intentan ayudarlos. ¿Por qué lo hacen?” Yo le responderé con otra pregunta: ¿No se ha parado usted a pensar por qué se siguen derribando con frecuencia helicópteros en Irak si se supone que el ejército de los EE.UU. ha ido allí para “ayudar” y para “restablecer la democracia?” ¿Por qué razón un ciudadano negro, exhausto y asqueado del abandono ancestral, que ha recibido disparos por coger una caja de botellas de agua para los suyos, debería esperar que un helicóptero venido del cielo vaya a ayudarle y no a fastidiarlo más?
Recuérdese que en esa democracia de la riqueza, que tanto envidia Libertad Digital, cuando gobernaba Kennedy los negros aún solían viajar segregados en los autobuses y debían ceder el asiento a los blancos, amén de no tener acceso a la universidad.
 
Armas por doquier
Y esto enlaza con el gigantesco Bowling for Columbine en que se ha convertido Nueva Orleáns y alrededores, con gentes armadas hasta los dientes, como habitualmente suelen estar. En caso de tragedia colectiva, la reacción es la opuesta a la de cualquier otro país: los ciudadanos también disparan como dice la gobernadora (¿por qué habría que reprocharles que imiten esta actitud, si su famosa Constitución los ampara?); los policías tienen tanto miedo a ese estado general de desesperados armados que ni cumplen con los servicios que les corresponden si no es disparando a mansalva; el ejército hace tres cuartos de lo mismo, pero con armas largas y de guerra (algo que los ciudadanos de ese libérrimo país también se pueden permitir) y el caos se agiganta.
Juramentos
Los policías, que tenían casas y ya no las tienen ni nada les ata en ese mundo de gran movilidad que son los EE.UU., tan envidiado por Libertad Digital, arrojan sus placas de sheriff del condado y se largan con viento fresco. 
Y los médicos, ¿dónde están los médicos del país con más adelantos tecnológicos del mundo?
Pues los médicos estadounidenses, que han acabado la carrera sin saber lo que es el juramento hipocrático, ya habían salido de naja en sus coches privados, porque ninguna obligación moral retiene al que sólo actúa por dinero y en un país donde si no se tiene una tarjeta de crédito en la boca no lo operan a uno aunque lleve las tripas fuera.
A los docs se les aplica el típico mensaje estadounidense, tan del gusto de Hollywood, del it’s none of my business, que traducido al román paladino viene a ser que “a mí me importa un carajo”. 
En otro mensaje, la misma ciudadana mencionaba, desconcertada, que había apenas tres médicos en todo Nueva Orleáns. Y apenas uno de ellos especializado en enfermedades infecciosas. Mira por dónde, ahora resulta que lo que centenares de miles de personas necesitan no son sofisticadísimas y costosísimas cirugías oculares de láser o selectísimos tratamientos de cáncer para cantantes multimillonarias, sino expertos en evitar diarreas, deshidrataciones y demás cosas simples de la vida, pero eso sí, de forma rápida y para decenas de miles de personas. Ni uno. Bueno, no. Al parecer, uno. ¿Y por qué? Pues por lo dicho: ignoran lo que desprecian. 
Los médicos estadounidenses son tan religiosos que posiblemente siguen por televisión los servicios del predicador fascista Oral Robertson, pero no saben lo que es solidaridad y les da grima y pánico de sólo pensar que han de entrar en un barrio negro de los suburbios.
Además, desprecian a Cuba, ese pequeño, castigado, deprimido y embargado país que ha sufrido bastantes huracanes de fuerza 4 (es decir, del mismo tipo que Katrina), pero que se organiza de forma eficiente, con sus muy magros recursos, y tiene médicos cuya formación es mucho más política y mucho menos crematística y que saben quién era Hipócrates y cuáles son sus obligaciones para con la sociedad, incluso la universal, no solo la cubana, como han dado muestras entrando en barrios de chabolas de los lugares más difíciles del mundo a hacer su labor humanitaria y en condiciones y momentos tan graves y difíciles como los de Nueva Orleáns. Libertad Digital ha perdido una excelentísima ocasión de terminar con el sofisma de que “la riqueza salva vidas”.
Adoración tecnológica
Este principio sagrado de la privacidad y de la iniciativa individual de tipo Sinatra, que es tan del gusto de Libertad Digital (I did it my way), es lo que ha hecho que la evacuación haya sido un perfecto “desgraciado el último”, en frenéticos escapes individuales (on my own) de coches privados, que terminaban invariablemente atascados en las inmensas autopistas. Parecía una secuencia de la película The Day After (El día después).
Ni rastro del transporte público, que falleció (R.I.P.) en los años treinta, devorado por las multinacionales que querían vender ruedas de caucho (Firestone) y autobuses (GM y otros) y, sobre todo, por los coches privados, que se llevaron por delante los trenes y tranvías de cercanías. En casos de evacuación masiva, el transporte público es mucho más eficiente que el privado. En todos los demás casos también, mas eso no importa mucho ahora.
Pero hay más, mucho más, en este modo de vida tan envidiado por Libertad Digital. El agua potable suele distribuirse en grandes bombonas, que empresas privadas transportan con camiones. Si fallan los transportes, porque el lugar se inunda, falla el suministro del agua. Se puede vivir sin comer casi un mes, pero sin beber, en un cálido sur en verano, apenas tres días. Luego, al río a beber mierda y a caer como moscas a causa de la diarrea. 
Y falló todo, porque falló la electricidad, algo con lo que siempre se cuenta en una ciudad avanzada. Si falla eso, fallan las bombas a motor y no hay achiques. Falla el suministro de agua para uso sanitario por tuberías y el bombeo de las deposiciones y los retretes se atascan. No hay apenas cocinas de gas o queroseno, porque la mayor parte son eléctricas. Fallan los hospitales y fallan las gasolineras, que funcionan con electricidad. Falla todo. Y la ciudad se inunda, porque el orgulloso homo tecnologicus había decidido retar a la Naturaleza y construir una torre de Babel invertida; esto es, una megápolis a dos metros por debajo del cauce del caudaloso Mississipi. Es conocido el gusto de los libérrimos digitales por la tecnología y su ciega fe en que ésta todo lo podrá.
En Babilonia llegaron a la séptima planta antes de la confusión de las lenguas. Aquí han bastado dos metros por debajo del nivel del suelo para que la mayor parte de la ciudad quede hecha pedazos. El hombre, sobre todo el homo tecnologicus, no aprende, seguramente porque lee la Biblia con la falta de visión y la letanía rutinaria de una anciana beata. Todas las bombas de achique dejaron de funcionar. Y precisamente les tuvo que pasar a estos prepotentes que dicen que todo lo pueden con la tecnología. Les ha fallado a quienes aseguran que Chernóbil sólo pudo sucederles a los soviéticos, porque no tenían la tecnología adecuada, pero no a ellos.
Los prepotentes están por doquier y en cualquier parte del mundo. Siguen retando a la Naturaleza, al sentido común y al bolsillo de los ciudadanos. Son, por ejemplo, los responsables del soterramiento de varios kilómetros de la M-30 madrileña en túneles justo bajo el nivel del río, en este caso, el modesto Manzanares. Y a un coste de muchos miles de millones de dólares. Si se les preguntase al Gallardón o a la Aguirre si no temen que una gota fría deje atrapados a miles de vehículos en esa ratonera innecesaria, realizada ad majorem gloriam automobilis bajo el Manzanares, responderían que no, que sus ingenieros y arquitectos son infalibles.
Y, encima ahora ya podrán añadir: “No como aquellos pútridos soviéticos de Chernóbil o estos palanganeros de Nueva Orleáns. Nosotros somos tan profesionales como los orgullosos holandeses”. 
¡Ah, los holandeses!, que han construido un país robándole tierra al mar a varios metros bajo el nivel de éste, a base de polders y de condenar a toda su descendencia, por toda la eternidad, a que NUNCA JAMÁS la electricidad, el viento o lo que sea dejen de bombear TODA EL AGUA que cae sobre ese territorio en forma de lluvia (que es mucha), más la que se filtra por los polders. Yo nunca hubiera sospechado que esta gigantesca estupidez humana, gran torre de Babel invertida, sería enseñada en los colegios a los niños holandeses como muestra de orgullo nacional. Nadie les dice, como nadie les dijo a los pobres de Nueva Orleáns, que jamás podrán echarse una siesta tranquilos por debajo de lo que la naturaleza considera como sus dominios y avenidas. Tendrán que vivir bombeando agua toda la eternidad. Qué falta de sentido común.
Albert Camus dijo: Il faut imaginer Sisyphe heureux. Ciertamente, en el mundo del liberalismo digital o analógico, sobre todo en el de la democracia hormigonera, hay mucha gente que es feliz y vive muy bien mientras les contratan un día tras otro inútiles subidas de enormes piedras al monte Hades, para terminar descubriendo, como Sísifo, que cuando están coronando la obra se les quedó pequeña, obsoleta o inservible y dejar rodar la piedra ladera abajo hasta la siguiente contratación.
 
¿Se comen las pólizas?
Entre las preguntas que se hace mucha gente está la de las casas de muñecas estadounidenses en plena zona de huracanes. Uno entiende, aunque jamás podrá justificar, que los nicaragüenses pobres terminen poniendo latas sobre los tejados de sus chabolas, para malvivir. Pero pocos entienden cómo en zonas de dos o tres huracanes más o menos directos o potentes por año, siguen una y otra vez haciendo casas con maderitas, eso sí, muy lujosas por fuera y, sobre todo, con mucho aire acondicionado, con lo generalizados que están en países más modestos, como España, los techos de forjado de hormigón, vigas de acero u hormigón y paredes de ladrillo.
Ese modelo de vida de los suburbios estadounidenses está a punto de saltar por los aires. Es muy recomendable ver el documental The End of Suburbia, del canadiense Greg Greene, para entender por qué. 
Sin embargo, hasta ahora, la cosa ha ido funcionando porque, sobre todo las clases media y alta, podían hacer seguros que las empresas reaseguraban en un consorcio y que cubrían lo que los anglófonos llaman Acts of God, es decir, los desastres naturales que ningún seguro suele cubrir.
Imagino la fe en el papel escrito y en el documento. Alguien mencionaba que cuando hayamos terminado con todos los bosques, hayamos contaminado las tierras de cultivo, envenenado los acuíferos y el aire y exterminado a las especies animales y vegetales en busca de dinero y con la filosofía neoliberal de que la acumulación de riqueza no ha de tener límites, así sean extremadamente onerosos o incluso desvergonzados, entonces sabremos cuál es el sabor del billete verde del dólar o el marrón de 50 euros que tendremos que comernos. 
Estos días me pregunto si algún superviviente no habrá tenido que comerse la póliza. Pero lo primero que han soltado los medios pesebreros de comunicación son las evaluaciones iniciales de las decenas de miles de millones de dólares que les va a costar volver a seguir en el business as usual. Hay que ver lo evolucionado que está el mercado. Todavía no saben ni cuántos miles de seres humanos han muerto, pero sus satélites sofisticados ya han evaluado los Toyotas Prius que se han ido al garete con su motor híbrido y las casitas de Barbie que tendrán que volver a levantar.
Lo dicho: si Sísifo levantase la cabeza se llevaría una alegría al ver la cantidad de cantamañanas que lo van a acompañar en ese castigo eterno, y además contentos, como si les hubiese tocado un premio gordo de la lotería neoliberal.
Pedro Prieto. Madrid.
Redactor, El Inconformista Digital.
Incorporación - Redacción. Barcelona, 5 Septiembre 2005.
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