Ilse Bulit
Respiraba el aire puro mientras el joven arquitecto me explicaba que en esa explanada se construiría la Plaza dedicada al Che. Principios de 1989. Y yo me preguntaba: ¿al guerrillero le gustaría esa idea? Y todavía no habían sido sus restos encontrados y colocados en una gruta para adorar como adoran los peregrinos los huesos apócrifos de los santos. Por lo menos, el estudio del ADN, confirmaba la veracidad de estos.
Como periodista recorría la ciudad de Santa Clara, provincia de Villa Clara. La toma de esta ciudad a finales de 1958, se consigna como una de las más brillantes proezas bélicas del argentino-cubano. En línea directa con los anuncios publicitarios, a Santa Clara, la nombran âla ciudad del Cheâ, aunque los ancianos agregan âla ciudad del Che y Marta Abreuâ. La Abreu fue una cubana millonaria que construyó obras sociales en esta zona y ayudó monetariamente a los revolucionarios de la Guerra contra el colonialismo español en el lejano siglo XIX.
En esta visita, todavía me aguardaba una experiencia desconcertante. Ahora me encontraba en un barrio en desarrollo. Los ssantaclareños, la gracia pícara es potestad de todos los cubanos, lo llamaban Indaya en parangón con una lejana aldea presentada en una serie televisiva de ficción.
Por costumbre nacida en la década prodigiosa de los 60, a los centros de producción y servicios, a las instituciones educacionales y de salud; se las designas con los nombres de los héroes de las largas luchas libertarias.
Sobre la ancha puerta de un supermercado se leía en un letrero: Ernesto Che Guevara.Entré. El local rebosaba de mujeres. Después de un largo rato de observaciones y preguntas, comprendí que allí no se cumplía aquella frase del guerrillero nacida en sus breves y fructíferos tiempos como ministro de Industrias: âla calidad es el respeto al puebloâ. Así lo vertía después en un comentario publicado en la revista Bohemia. Porque el Che nunca conoció el reposo del guerrero. En sus años de paz en Cuba, en su condición de ferviente velador de las finanzas, de organizador de la producción, del control de los recursos materiales y humanos; selló con su acción y testimonios las claves permanentes contra la corrupción.
Junto a la sonrisa de la Mona Lisa, la mirada en los ojos del Che de la foto multiplicada de Korda Sirve para alentar fantasías, bocado favorito de las multitudes.
La leyenda de la retahíla de muertes de quienes participaron dedos en el gatillo o en el trazado mental de su ejecución física, quema más incienso a los pies de su memoria.
Todos tenemos hambre de héroes. De seres alados o con botas que estén por encima de nuestros intentos.Me alegran, mis pequeños compatriotas que cada 8 de octubre gritan un “seremos como el Che”, aunque todavía no estén aptos para interiorizar tamaño compromiso. Acepto que miles de extranjeros asistan a su Memorial para gozar, por lo menos, de unos minutos de paz con su conciencia ante estos seres que murieron por todos nosotros, haya sido el camino escogido el mejor o no.
Pero, esta adoración por el guerrillero asesinado paraliza la búsqueda, estudio y puesta en práctica de sus normas de vida contra la corrupción. Y en este punto vibra con fuerza demoledora la vigencia actual del antídoto Che contra esa víbora presta a incubarse en mi y en ti, en la conjugación completa del verbo en todas las personas.
Cuando revisamos las campañas políticas de cualquier partido en cualquier sistema de gobierno, en el primer párrafo en nombre de Dios, de Marx o del Medio Ambiente se proclama que lucharán contra la corrupción.
Larga es y conocida la lista de los corruptos que nos han apretado el gaznate de siglo en siglo. No es un pecado nuevo para agregar. Y quienes marchan contra el Imperialismo, la discriminación étnica o de género o de orientación sexual;la destrucción del medio ambiente; y tantas otras injusticias, no están vacunados contra el poder y la gloria del dinero.
El primer paso en la decadencia de un líder está en el cosquilleo del poder. El sentirse un elegido de los dioses abre las puertas a la corrupción, que se expresa en numerosas variantes remodeladas en estos tiempos. Va desde la acumulación extraordinaria del capital, la puesta en órbita preferencial de familiares, amigos y simpatizantes que no reúnen condiciones para ostentar cargos y le aplauden hasta sus barbaridades, el olvido de principios éticos, los mismos que lo alzaron entre una masa unida por un ideal de mejoría humana.
En noviembre se cumplieron 46 años del primer trabajo voluntario convocado y ejecutado por el Che en Cuba. Como Comandante, Presidente del Banco Nacional, Ministro de Industrias, siempre el primero en sudar junto a sus subalternos. El fuerte pecho agitado bajo el candente sol caribeño demostraba su permanencia de igual a igual. Pala en mano contra la arena, descubría el sentir de los demás, sufrimientos y alegrías palpados al instantes. ¿Qué pensaban los trabajadores, los soldados? ¿Cuáles eran sus aspiraciones, sus observaciones sobre el proceso revolucionario en tiempos de una paz siempre amenazada?
Los informes traídos en papel a su mesa comprobados día a día en la realidad. Confiaba en sus subalternos, pero era seguidor de Santo Tomás.
Visitante constante de los numerosos centros puestos a su cuidado superior. Preguntaba. Escuchaba. Observaba con esos ojos ávidos que una foto transformó en paranormales. Los errores, los defectos encontrados no se acumulaban. Se discutían y se analizaban las opiniones. Las faltas graves eran castigadas. No dolía el cambio de puesto, si no el haber fallado ante este hombre âejemplo que antes de hablar y hablar de moral revolucionaria, la prodigaba en diarias acciones a la vista de profesionales, técnicos, obreros, oficinistas...
Aquilataba las cualidades y defectos de los demás en su justa medida. Abría las puertas para la rectificación, pero hasta el límite que no empañara el proyecto de todos. En un entorno donde ya las escaseces marcaban al ciudadano, no permitió preferencias ni para él, ni para su familia.
Casi todos los hombres y mujeres que compartieron con él, sus andanzas como dirigente, están jubilados. Rejuvenecen sus ojos al evocar las anécdotas, de cuando abrió la puerta de mi oficina y me preguntó qué estaba oyendo en la radio, o aquel otro que recuerda su indagación sobre el almuerzo que se le brindaba en la fábrica.
Ese Che a pie, se solicita urgente. Bajémoslo del pedestal y caminemos junto a él en estas nuevas marchas.