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De: matilda  (Mensaje original) Enviado: 12/12/2005 02:51
 
 

Internacionalismo significa, en primer término, liberación
nacional del yugo extranjero y, conjuntamente, solidaridad,
unión estrecha con los oprimidos de las demás naciones.
Julio Antonio Mella

Por este medio quiero aceptar la invitación del compañero Carlos Rivera Lugo para que reflexionemos sobre el legado teórico que nos dejó Don Filiberto Ojeda Ríos.

Hasta ahora ha prevalecido una tendencia a enfocar en el lado práctico de la vida de Don Filiberto, en la discusión de los métodos de lucha y, en especial, en la relevancia de la lucha armada clandestina para la solución de la crisis política que vive el país. Pero


Filiberto Ojeda Ríos

creo –al igual que Carlos– que hay otros aspectos del pensamiento de Don Filiberto que aportan una visión creativa sobre la urgente necesidad de un enérgico programa antiimperialista y revolucionario en Puerto Rico y que trascienden el tema de las formas de lucha. Por respeto a los lectores y lectoras, y en especial a la memoria de Don Filiberto, voy a resistir la tentación de inundar este escrito de citas y referencias a textos de teoría política o marxismo, particularmente de Europa. Coincido por entero con el argentino Néstor Kohan, cuando se refiere a nuestro pensamiento revolucionario, el de toda la América que nos pertenece, pues dice que no es ni calco ni copia; sino que ante todo, tiene su propio punto de referencia en la rica historia de lucha antiimperialista de nuestros países (Kohan, Néstor. Ni Calco ni Copia: Ensayos Sobre el Marxismo Argentino y Latinoamericano, en la página cibernética www.rebelion.org/docs/13312.pdf. No es que escapemos a la lógica universal de las leyes del cambio social, es que tampoco nos disolvemos enteramente en otras experiencias que tuvieron sus matices y raíces particulares. Es ahí donde veo una de las mayores contribuciones de Don Filiberto al debate actual.

Hartford y Don Filiberto

Quiero, sin embargo, comenzar con una anécdota que explica mi perspectiva personal sobre la importancia de este tema. Pocos días después del asesinato de Don Filiberto Ojeda, la revista The Economist publicó el 29 de septiembre de 2005 un artículo sobre nuestro patriota en su edición internacional. Entre otras cosas, se señalaba que el periódico local de la ciudad de Hartford, el reaccionario Hartford Courant, había dado una cobertura extensa y extraordinaria al tema de la muerte de Don Filiberto. Esto les parecía algo sugestivo, pues la prensa en casi todo Estados Unidos había hecho exactamente lo contrario, incluyendo la de Nueva York. El asunto me llamó mucho la atención, ya que hay que ser verdaderamente de afuera de Connecticut para sorprenderse de que el Hartford Courant hablara extensamente de Don Filiberto y los Macheteros. Lo cierto es que en los ocho años que llevo viviendo en Hartford, la prensa local literalmente no ha hecho otra cosa que hablar del tema. En particular, el Hartford Courant no falla todos los 12 de septiembre en publicar un artículo largo en primera plana sobre la expropiación realizada a la Wells Fargo y el paradero desconocido de Víctor Gerena, quien era empleado de la compañía y hoy es buscado por el FBI. En el año 2001 este periódico retrógrado y empecinado, que rara vez se digna a cubrir las noticias de nuestra comunidad, le dedicó nada más y nada menos que siete primeras planas corridas al tema del paradero de Víctor Gerena. Tal es la obsesión que tiene el Hartford Courant con el asunto que envió a un periodista especialmente a Cuba a investigar personalmente si Víctor vivía o no allá, y el reportero hasta se entrevistó ridículamente con santeros y babalaos en La Habana. No es secreto tampoco que el mismo corresponsal se comunicó varias veces con un líder machetero encarcelado, haciendo entrevistas extensas sobre el tema de los Macheteros y la lucha armada. Además hace pocas semanas, ese mismo periodista fue a Hormigueros a visitar el área donde vivía Don Filiberto. De modo que lo que The Economist consideraba una cosa interesante, es para los boricuas de Hartford el pan de cada día, una majadería continua con la que tenemos que vivir.

Digo majadería porque el Hartford Courant es todo menos un periódico que esté a favor de nuestra comunidad boricua en Hartford o que se interese en presentarnos desde una perspectiva positiva. Yo por lo menos no me creo el cuento de que lo que motiva al Hartford Courant, o a sus periodistas, es un interés bonafide en las noticias. Haber vivido buena parte de mi vida en este país me ha enseñado que los periódicos comerciales anglosajones no hablan de las minorías sino para perpetuar estereotipos y para fomentar un sentido de desesperanza entre la gente, manteniendo a su vez a nuestros activistas bajo la mirilla constante del FBI, por más pacíficas que sean las actividades. En eso el Hartford Courant es un maestro y de ahí que saque desvirtuadamente el temita de la Wells Fargo especialmente cuando la comunidad se organiza alrededor de causas como la de Vieques, cosa que pudimos ver entre los años 1999 y 2003. De mí no tienen el beneficio de la duda, pues el racismo y la antipatía del Hartford Courant hacia nuestra gente es cosa de lo cual todo el mundo habla en la comunidad. La realidad es que en el marco de la corrupción y dominio de la política estatal de Connecticut por los mafiosos, hablar de los siete millones de la Wells Fargo es como hablar de una gota de agua en el mar. Naturalmente, para eso no hay recompensas, ni siquiera para los psicópatas que planearon el asesinato de Don Filiberto.

Menciono esta anécdota por dos razones. Primero, porque refleja la realidad cultural e ideológica de una comunidad donde vivió Don Filiberto y que lo recogió en sus brazos. Segundo, porque creo que al hablar de cuestiones como programas y métodos de lucha, casi siempre es fructífero dejar ver el medio social en que uno vive o trabaja. El ser social determina la conciencia, y no al revés. Hartford, Connecticut, esa ciudad tan vinculada a la historia de los Macheteros, es una de las urbes más pobres de Estados Unidos, precisamente en uno de los estados más ricos, más racistas y más segregados. Aquí, entonces, nadie se ha olvidado ni un día del tema de los Macheteros ni de Don Filiberto. Y si se nos olvida por un instante, para bien o para mal, el Hartford Courant perversamente nos lo recuerda.

La cuestión del programa

¿Nos dejó Don Filiberto algo más que una experiencia de sacrificio y resistencia? ¿Es posible hablar de una contribución programática -de naturaleza revolucionaria- en los escritos que nos dejó nuestro prócer? Curiosamente, a pesar del esfuerzo reciente de Carlos Rivera Lugo en publicar sus reflexiones sobre la obra intelectual de Don Filiberto, la respuesta sigue siendo una de timidez, silenciosa o –a veces- de comentarios poco sustentados que descartan el valor intelectual de la misma, cosa que considero preocupante. Yo, por lo menos, quiero expresar los siguientes cuatro puntos programáticos en los que estoy de acuerdo con Don Filiberto y que abonan a lo señalado por Carlos.

El primer punto es la necesidad de una perspectiva continental para la discusión de cualquier estrategia antiimperialista en Puerto Rico, según lo discute Don Filiberto en el ensayo Puerto Rico, las Antillas, nuestra América entera. Coincido con él en que, a pesar de la dominación estadounidense en la isla, seguimos siendo parte objetiva e integral del continente latinoamericano. La crisis que vive el capitalismo colonial en la isla refleja precisamente nuestra anomalía, desencaje y desajuste con la experiencia estadounidense, en lo económico, en lo político y en lo étnico. Y es reflejo también de la ley general que define la dominación monopolista en el continente latinoamericano, tal y como fue expuesta con todo rigor por Ernesto Guevara de la Serna en sus trabajos económicos sobre el imperialismo. Los monopolios deforman nuestras economías, sea en Argentina o en el Caribe. Los boricuas somos, pues, “únicos” hasta un punto, dado el grado extremo de la dominación histórica de los monopolios en la isla. Pero más allá de eso, como bien señaló Don Pedro Albizu Campos, tenemos mucho, muchísimo en común con cualquier hijo de vecino en nuestra sufrida América, aunque no nos guste admitirlo. Somos, como dijo el Che, un buen ejemplo de la unidad indestructible de nuestro continente.

El segundo punto en que coincido con Don Filiberto es que es precisamente en ese marco continental donde vamos a encontrar respuestas teóricas y caminos concretos para la solución de los profundos problemas sociales, económicos y culturales que vive nuestra isla, en particular, el llamado problema del estatus. La cuestión nacional puertorriqueña no puede analizarse al margen de la coyuntura internacional dominada para nosotros, ante todo, por el avance de las luchas revolucionarias en nuestra América y la consolidación de un estado policíaco, por no decir fascista, en Estados Unidos. Las clases sociales puertorriqueñas -incluyendo los trabajadores- están muy lejos de tener la fuerza, experiencia, perspectiva y organización para derrotar al imperialismo en Puerto Rico sin vincularse de antemano a los procesos de cambio en América Latina. Hablar de la cuestión nacional puertorriqueña al margen de un análisis concreto de la coyuntura internacional y continental es algo que carece de consecuencias prácticas. Por otro lado, contemplar, como hacen algunos, la posibilidad de un cambio progresista y radical en Estados Unidos en estos momentos es completamente ilusorio. No hay evidencia empírica alguna de que la clase obrera norteamericana haya madurado políticamente, incluso como resultado de la guerra en Irak, al punto de cuestionar de manera substancial la política exterior imperialista de ese país. En una confrontación entre cualquier clase social puertorriqueña y el imperialismo, el grueso de la población anglosajona estadounidense, incluyendo los trabajadores estará probablemente, como bien lo pronosticara el Che en 1954, del lado de la reacción y a favor del mantenimiento del coloniaje en Puerto Rico, cualesquiera que sean sus formas. El que quiera ver trabajadores revolucionarios que mire al Sur y no al Norte.

El tercer punto es que, como bien dice Don Filiberto, nuestra lucha inmediata es por la independencia de Puerto Rico, por la libertad plena de la nación puertorriqueña. Puerto Rico es una nación oprimida por un país que resolvió su problema nacional siglos atrás. Vinculados a Estados Unidos, sea bajo la forma de Estado o el llamado autonomismo, no vamos a resolver el problema. La única solución es la independencia. Más aún, sin un programa o plataforma de unidad independentista no se va a concretar una sociedad justa, de paz y socialismo en Puerto Rico. Es precisamente nuestra tradición independentista –desde Betances hasta Don Filiberto- lo que nos une a las corrientes de pensamiento más progresistas, más humanitarias y de mayor justicia en toda la América nuestra. La idea de un socialismo que no sea independentista en Puerto Rico es contraria a cualquier interpretación razonable de la aplicación de la ciencia marxista a Puerto Rico. Del mismo modo, un proyecto independentista en Puerto Rico que no contenga un recio elemento de justicia social –nacido al calor de nuestra cultura e idiosincrasia, con un lenguaje enraizado en nuestra tradición antiimperialista- no tiene la más mínima posibilidad de moverse una pulgada. El pueblo es la verdadera nación.

El cuarto punto en que coincido con Don Filiberto es en la oposición al nacionalismo reformista, a lo que Don Pedro llamaba el nacionalismo de cartón de los autonomistas. El nacionalismo que debe interesarnos es el “infundado de un espíritu de sacrificio y de patriotismo arrojado.” (Torres, Benjamín, Obras Escogidas de Don Pedro Albizu Campos. Tomo I, p. 84). Ahora bien, ¿quiere decir eso que hay que atribuirle una naturaleza o misión revolucionaria a la burguesía puertorriqueña? No, y no creo que eso sea lo que argumenta Don Filiberto. De lo que se trata, al modo en que yo lo entiendo, es de una síntesis de lo mejor y más avanzado del pensamiento nacionalista nuestro con un programa de reivindicación de los intereses de las grandes mayorías trabajadoras, en el marco de la coyuntura continental actual. En ese contexto nadie puede predecir de antemano qué clases sociales y qué sectores de la sociedad puertorriqueña puedan jugar un papel concreto en la supresión del coloniaje en Puerto Rico. El Che, por ejemplo, hablando de Cuba, señaló en múltiples ocasiones que el impulso inicial para la destrucción del aparato estatal batistiano no surgió de los sectores más proletarizados de la sociedad cubana, sino de aquellos que más inmersos estaban en la defensa de una ideología pequeño burguesa: Concretamente, el soldado que integraba nuestro primer ejército guerrillero de tipo campesino, sale de esta clase social que demuestra más agresivamente su amor por la tierra y su posesión, es decir, que demuestra más perfectamente lo que puede catalogarse como espíritu pequeño burgués. (Ernesto Guevara de la Serna. América Latina: Despertar de un Continente. p. 278). Además, puntualiza, fuerzas no revolucionarias de la sociedad cubana –sectores de la burguesía- ayudaron de hecho a facilitar el advenimiento del poder revolucionario. (op. cit. p. 277).

Pero como en Puerto Rico hay gente que no cree lo que se dice, a menos que uno cite a marxistas europeos, cito entonces a Lenin y a Trotsky, acerca del papel desempeñado por clases no revolucionarias en la caída del zarismo. En su Primera carta desde lejos, escrita el 7 de marzo de 1917, Lenin nos enumera los factores que tuvieron que combinarse para darse el milagro de la caída de la monarquía en Rusia, lo que sabemos abrió paso a la posibilidad de la lucha por una revolución proletaria en ese país: Que la revolución avanzara tan rápidamente y –aparentemente, a primera vista- tan radicalmente, se debe sólo al hecho de que, como resultado de una situación histórica única, corrientes absolutamente disímiles, intereses de clase absolutamente heterogéneos, aspiraciones políticas y sociales absolutamente contrarias se unieron en una manera sorprendentemente armoniosa (…) Uno, el conjunto de la burguesía y clase terrateniente de Rusia (…) y el otro, el Soviet de Diputados de Trabajadores. En ese mismo escrito, Lenin fustiga tanto a los que reprochan al proletariado ruso haberse beneficiado de una coyuntura histórica breve y excepcional, como a los que negaban la posibilidad de que la clase obrera de ese país pudiera continuar con una política independiente y propia, a pesar de la ayuda recibida por sectores de la nobleza y la burguesía en febrero de 1917. Las cosas, según él, pasan como pasan. A una conclusión similar llegó León Trotsky en su obra magistral Historia de la Revolución Rusa al discutir las fuerzas que se combinaron para marcar la caída del zarismo: Rusia ha demostrado de nuevo, tanto en 1905 como en 1917, que una revolución dirigida en contra de un régimen autocrático y semifeudal, y consecuentemente en contra de la nobleza, encuentra en su primer paso una cooperación inconsistente y poco sistemática, pero de todos modos real, no sólo de la masa de la nobleza, sino también de sus estratos superiores más privilegiados, incluyendo a la dinastía. (León Trotsky: History of the Russian Revolution. Pathfinder, vol. 1, p. 97). Si los procesos en Rusia y Cuba no fueron puros, si no estuvieron carentes de matices y contradicciones, por qué insistir en Puerto Rico en que todo se ajuste a un esquema predeterminado. Y si no, que miren a Venezuela y se actualicen…

Tratar de definir a priori la dinámica concreta de la supresión del coloniaje en la isla, cada detalle del proceso, es cosa que me parece fútil. En lo que sí podemos coincidir con Don Filiberto es que el avance de la Revolución Bolivariana –combinado con la crisis del capitalismo estadounidense- ha abierto una ventana para que impulsemos un proyecto de independencia radical y plena en Puerto Rico: Desde el momento en que el Coronel Hugo Chávez Frías fue elegido a la presidencia del gobierno de Venezuela en el año 1998, y comenzara lo que ha sido su clara política de integración latinoamericana y caribeña –nos dice Don Filiberto- nuevos espacios y nuevas esperanzas se han abierto para todas nuestras naciones y pueblos al igual que para los que, en Puerto Rico, aún luchamos por una patria libre y una hermandad caribeña y latinoamericana fiel al pensamiento de nuestros más destacados próceres. El sueño betancino, martiano y de otros tantos próceres caribeños, sin embargo, tiene que ser precedido por lo que es una precisa e imprescindible conquista para marchar en esa dirección: la independencia de la nación puertorriqueña y el ejercicio de total soberanía del pueblo boricua sobre su destino. (FOJ: Puerto Rico, las Antillas, nuestra América entera). Nada garantiza que esa ventana esté ahí para siempre. Pero dejarla pasar a nombre de modelos abstractos o de un programa que está por escribirse, tiene, en mi opinión, mucho de academicismo, de estar mirando las cosas desde arriba y no desde abajo. Juntemos los bueyes que tenemos y empujemos con firmeza el asunto, en unidad y respetando los métodos que cada cual considere pertinentes.

Indignación o conciencia nacional

Yo no creo que la reacción del pueblo de Puerto Rico tras el asesinato de Don Filiberto haya sido de mera indignación ante la naturaleza atroz del crimen cometido por el FBI en Hormigueros el 23 de septiembre de 2005. Lo que se ha manifestado a partir de esa fecha en nuestra isla y en las comunidades del exilio, pienso yo, es el grado cada vez más definido y maduro de la conciencia nacional puertorriqueña en oposición a la dominación imperialista en la isla. Esa conciencia -que despertó con las grandes luchas en contra de la privatización de la Telefónica, con Vieques y con la muerte de Don Filiberto- es el principal factor a considerar en la elaboración de un programa revolucionario en Puerto Rico. La debilidad, como yo lo veo, no ha estado en el pueblo, sino en nosotros que no hemos sabido tomar el hecho real del avance de la conciencia nacional puertorriqueña para articular una respuesta revolucionaria efectiva a la permanencia del coloniaje en nuestro país. En lugar de apoyarnos en el verdadero instinto nacional de las masas trabajadoras, nos hemos puesto con algunas cosas a la retaguardia, a frenar el movimiento antiimperialista en Puerto Rico, haciendo incluso llamados abstractos a la lucha de naturaleza estrictamente democrática. El nacionalismo revolucionario puertorriqueño –desde Betances hasta Don Filiberto y los Macheteros- ha sido baluarte de las luchas democráticas en nuestra isla y comunidades del exilio. Es por eso que se le respeta y venera.

Finalmente, resulta sumamente penoso que la clase académica e intelectual puertorriqueña haya reaccionado con tan poca energía y esfuerzo a los escritos de Don Filiberto. Si algo nos dice la historia de nuestras luchas revolucionarias es que cualquiera puede ser líder y emancipador de este pueblo, no importa su origen de clase, raza, género o títulos académicos. Pero ante todo, hay que defender con firmeza la verdad. El principal aporte de Don Filiberto –en vida como en muerte- ha sido llamarnos la atención sobre este asunto.


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