Esto me lo mando por e-mail un socio que noes cubano.
Cuando Dios hizo al mundo, quedó tan asombrado por la bonitura de su obra, que dejó caer entre los dedos cascajos involuntarios que fueron la más bella chambonada de la creación: el archipiélago cubano. Conmovido por la feliz casualidad, no puso en él ni fieras ni escorpiones, ni víboras ni volcanes, ni cosa alguna que lastimara a los soñadores de la intemperie.
Fue así que con el tiempo y los sucesos nació lo criollo en el aluvión de las razas, golpe de amor y faena, en la obsesiva añoranza de ser país, nación, desmesura de lo suyo. De España heredaron la adarga y la terca altanería quijotesca; de Africa el pié fácil para el baile, el oído musical, la sonrisa a ultranza; de China la tenaz resignación, el
misterio; de Francia la discreta elegancia del amor en pareja, los adornos de la vida. Todo el aire que respiran viene del mar, la arena de sus playas es como polvo de oro, en su tierra la semilla germina sin ayudas, no tienen inviernos ni veranos, sino todo lo contrario, con una media de 25oC, imprevistos y efímeros aguaceros y una corta temporada en que las masas frías anulan algunas horas el paisaje.
Al cubano le gusta el buen vivir sin debérselo a nadie y para conseguirlo ejercita todas sus artes y mañas, apela a la suerte, a lo divino, o lo resuelve con picardía tropical. Aunque todavía usan bueyes para roturar la tierra, ya se ven desde el cosmos y comprueban que los cartógrafos no se equivocaron al dibujarlos con silueta de caimán. Apuestan siempre a tener lo mejor, ya sea la mujer o la tumba, los zapatos o el sillón del portal. Les gusta la mesa bien servida, el menú diverso, suma sabrosa del congrí, el pollo frito y los tachinos, el tasajo con boniato, el picadillo con papas fritas, el puerco asado y la yuca con mojo, los frijoles negros, el huevo frito, el chilindrón, el fricasé o el ajiaco
resucitador.
Son también apegados al dulce, los cascos de guayaba, el ajonjolí y a garapiña, el boniatillo y la raspadura, los
merengues y caramelos, pero lo mejor de su dulce azúcar pasa por los alambiques y termina en los toneles donde se añeja un ron superior. Y al final, la imprescindible tacita de café, sabroso, aromático, y el habano de perfume
sonsacador, quizás lo único que les sigue identificando con los primeros cubanos. Pero también saben sentarse a la mesa escasa, si no hay pan comen casabe, todos los días repiten el milagro de los panes y los peces, son inventores audaces de la sobrevivencia.
El cubano lo sabe todo, lee los periódicos entre líneas y solo necesita un par de cervezas para arreglar el mundo. Eso sí, es de memoria flaca, no devuelve libros prestados y sólo se acuerda de Santa Bárbara cuando truena. La necesidad ha sido su maestra, el orgullo su consejero, pero atienden más a las razones del corazón que a las evidencias de la
oportunidad y la conveniencia.
Son gente de paz, no les ciega la victoria, pero no saben perder. Enfrentaron la dominación colonial con coraje, pelearon en condiciones inferiores contra tropas más numerosas que la suma de las emplazadas contra O´Higgins, San Martín, Bolívar y Washington Entre ocho mil especies de su rica flora, adoran a la ceiba, respetan la palma real, árbol nacional, su flor es la mariposa y el ave nacional es el tocororo.
Su deporte es la pelota, su juego el dominó, con piezas que suenen fuerte sobre la mesa. Necesitan muy poco espacio para ser felices, saben multiplicar los domingos, son fiesteros, desinhibidos, noveleros, rehusan el tratamiento de usted, entran en las casas hasta la cocina, se burlan de su propia desgracia, hasta en los funerales se cuentan chistes.
Son el mejor amigo del perro, cohabitan también con gatos, cotorras y gallos finos. Les gustan las azoteas, los balcones, el rumor de las guitarras y los ríos, el resplandor bullicioso del carnaval, la playa, el malecón, la guayabera, la cerveza helada.
Son dicharacheros, escandalosos, desmesurados. Hijos del cálido clima en los límites tórridos, se les tilda de violentos, improvisadores, tropicalmente despaciosos, amigos del choteo y del relajo, expansivos, inconstantes, derrochadores, presumidos.
Desprecian a los delatores, envidiosos, a los cazadores de oportunidades ajenas, detestan la ambición, la mentira y la avaricia, la doble cara y el lamento. Saben apreciar lo grandioso de la menudencia, la brevedad de la vida, el sentido obligado de la reciprocidad, aunque, como dijera un patriota, a veces no llegan y otras se pasan.
Creen en el azar, el martes trece y los horóscopos, en la cartomancia, el biorritmo y el mal de ojos. Tienen varios dioses y cielos, su Olimpo está disperso de Nairobi hasta Roma. Cuba es hacendosa y constante, candorosamente hospitalaria, espontánea, solitaria, material noble para cualquier noble empeño. Es también una palabra bonita como guaracha, mulata, guateque, siboney.
Son buenos en los oficios y artes, y también en el amor, que hacen con vehemencia y concediéndole tiempo al encanto. No les asustan los huracanes ni los augurios, si se miran a un espejo, ven la buena voluntad con biografía complicada.
Son, en fin, lo que son: cubanos.