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General: Cuba: Profundizar la Revolución Socialista, única vía de salvarla
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De: matilda (Mensaje original) |
Enviado: 16/12/2005 03:10 |
Profundizar la revolución socialista: única vía de salvarla Celia Hart Los revolucionarios nos quedamos paralizados el pasado viernes 17 de Noviembre: En el Aula Magna de la Universidad de la Habana, sin aviso previo y sin miramientos de cortesía, volvió el Comandante Fidel a declararle la guerra al Capitalismo, su más visceral enemigo. Esta vez al enemigo capitalista de intramuros. Son estas las veces que más vale que usted deje cuanto esté haciendo y se disponga a no perderse ni una palabra, ni una inflexión de la voz, ni un solo movimiento de esas largas manos. No ocurre siempre, pero cuando ocurre es como si nos invitara nuevamente a tratar de hacer la revolución...aunque fuese con aquellos siete legendarios fusiles. He aprendido(gracias a Dios) a distinguir muy bien cuando habla el Comandante en Jefe de la Revolución Cubana y cuando lo hace el Presidente de los Consejos de Estados y de Ministros de la República de Cuba y está demás decir a cuál de los dos le grito ¡Ordene! sin la menor vacilación. El Presidente debe realizar tareas propias de los presidentes de este infeliz planeta. Algunas tareas que en lo personal me resultan incomodas, recibir a ciertas dudosas personalidades, ir a Misa cuando se muere un Papa, y otras más. Pero el Comandante siempre está en pie de lucha y siempre luciendo su radiante traje de guerrillero. Pues bien: A punto de estallar el temprano ocaso de este ardiente invierno, con motivo de conmemorar el 60 aniversario de su entrada a la mil veces revolucionaria Universidad, empuñó Fidel el micrófono. No sería cualquier discurso. Yo lo sabía, pues la mirada filosa anunciaba algo más que clases de historia o recuerdos personales de estudiante. El que no ha estudiado bien a Fidel, no entenderá –como de seguro no se entiende el discurso del viernes- que el revolucionario Fidel Castro, siempre en vigilia acuse con vehemencia las prácticas de su propio gobierno, incluyendo al presidente y sus ministros. Lo hace duramente y en público sin el menor recato. Sucede que el comunista Fidel no piensa en esos instantes en absolutamente nada que no sea la revolución, ni en puestos, ni partidos, ni ministros, ni presidentes. Desde su tribuna convocaba a los revolucionarios a tomar nuevamente el poder. Es correcto: Pues ya es suficiente el tiempo que hemos tenido que caminar coqueteando con el capitalismo en nombre de la salvación económica. Ya es hora que Fausto eche a Mefistófeles, el cual con la experiencia ancestral de siglos, sabe penetrar sutil y paciente en nuestras vidas. La destrucción del engendro socialista de Europa casi nos mata. De la noche a la mañana nos quedamos sin tener a dónde voltear la cabeza. De la amenaza nuclear mutua, los “socialistas” comenzaron a besar los labios del Imperialismo (por no mencionar otras partes) y como si llegaran atrasados al baile corrían a ingresar en sus organizaciones internacionales anudándose todavía las corbatas nuevas. Los cobardes de la Florida se aprestaron a comprar valijas y todo el mundo apostaba en cuántas horas se destruía la única obra valiente y humana que quedaba en pie. Pero perdieron las apuestas y las valijas pasaron de moda. En medio de las penalidades más grandes la revolución cubana permanecía erguida. Sería oportuno entender cuáles fueron los resortes a los que debemos nuestra supervivencia, y a cuáles nuestros fracasos. A diferencia de lo que plantean muchos compañeros, no me gusta llamar Período Especial a la tragedia vivida desde el 1990 al 1994, cuando con hambre y necesidades múltiples apoyamos a Fidel y se bautizó la Consigna de “Socialismo o Muerte”. Aquello se llamaría Comunismo de Guerra u otra cosa, pero en aquellos difíciles instantes la unidad del pueblo se basó fundamentalmente en mecanismos de igualdad. Vencimos en esos años porque ante la adversidad del mundo nos reconocimos socialistas, y planteamos la necesidad de seguir haciendo esa sociedad, aunque el Sol dejara de salir. Recuerdo con una rara mezcla de angustia y piedad las calles de mi ciudad inundadas de bicicletas chinas. No circulaba un auto. Los apagones continuos, las epidemias. Aun así, pocas veces fue más humana la revolución cubana, nuestros científicos fabricaron las poli vitaminas que se entregaban gratis a la población Sabíamos todos que dejar de atrincherarnos en las banderas rojas del socialismo implicaría perder la bandera de la estrella solitaria. Recuerdo que frente al desdén por Lenin Fidel gritó “Si no lo quieren que nos lo manden”. De hecho Lenin estaba aquí, descansando en el pequeño pueblo Regla, en el Olivo plantado en 1924, primer monumento fuera de la URSS que se le dedicara al buen bolchevique. Allá andan viendo donde lo colocan. Nosotros vemos crecer el Olivo permanentemente, con hojas cada vez más verdes. No sé si será para bien que en Cuba la palabra capitalismo está ligada de manera indisoluble con el exterminio de la nación. Cuba fue creada para ser revolucionaria. O es socialista o simplemente...no es. ¡El Período Especial vino después! Y todavía no sé si ha concluido, cuando el desprestigiado dólar ingresó en nuestra economía Triunfamos en el Comunismo de Guerra porque ante la pobreza desarrollamos actitudes comunistas dignas de ser relatadas en algún momento. Maldito fue aquel día que tuvo que entrar el capitalismo en nuestros hogares en forma de papel moneda. Maldito el día en que todos, absolutamente todos debíamos conseguir divisas de una u otra manera y las shopings comenzaban a ser cotidianas en nuestros paseos y en el alma de nuestros niños. En el 1994 justo en Navidad me di cuenta de lo rápido que se cuela en nuestra vida el consumo. Aquel 24 de Diciembre, sin que hubiese tradición alguna de celebrar las burocráticas y anticristianas navidades en Cuba, muchas casas, la mía incluida, se llenaban de las parpadeantes lucecitas y de los plásticos arbolitos...chinos comprados en las infecciosas shopings, donde todos, absolutamente todo el que quería celebrar esa fiesta tenía que acudir a comprar bolitas, lacitos y adornos. No estoy por supuesto en contra de celebrar el nacimiento de un revolucionario como fue Jesús, estoy en contra de su comercialización. Estoy en contra de los mercaderes en el Templo ¡Porque eso fue lo que nos pasó! Se nos inundó el Templo sagrado de la revolución de mercaderes y ya cuando venimos a darnos cuenta nuestros hijos empezaron a lucir zapatos de diferentes precios en la escuela, diferentes meriendas, y lo recogíamos de diferentes maneras. Unos en auto recién sacados del taller otros seguían en la bicicleta china. Nuestros adolescentes comenzaron a saber cuánto ganaba un pelotero de las Grandes Ligas, antes de entender cuando en el béisbol se cantaba bola y cuando strike. Es cierto que yo como toda mi generación desde que nací he vivido con el bloqueo económico, pero soy afortunada frente a mis hijos; los cuales desde que nacieron conviven con los mercados de divisas, donde nunca se entiende bien cómo se consigue ese dinero y los trastornos que implica ¡Esto sí debe ser transitorio! Los mecanismos capitalistas no deben ayudar jamás a construir esta sociedad por la que han dado la vida y todos sus esfuerzos los mejores revolucionarios. Llevo como sembradas las palabras de Fidel en este memorable discurso cuando dijo: “Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra.” He tenido el privilegio de vivir muchos años, eso no es un mérito, pero es una excepcional oportunidad para decirles a ustedes lo que les estoy diciendo, a ustedes, a todos los líderes de la juventud, a todos los líderes de las organizaciones de masa, a todos los líderes del movimiento obrero, de los Comités de Defensa de la Revolución, de las mujeres, de los campesinos, de los combatientes de la Revolución, organizados en todas partes, luchadores durante años que en número de cientos de miles han cumplido gloriosas misiones internacionalistas, estudiantes como ustedes, inteligentes, preparados, saludables, organizados”1. Por primera vez se señala que la revolución puede llegar a ser reversible por nuestros errores. La revolución de Octubre no pudo ser destruida desde fuera. Fue un suicidio. La semejanza me hace temblar. Es por eso que todos debemos reflexionar. Sí, la revolución es reversible ¡Lo dijo Fidel! Y como si se tratara de la disyuntiva de Engels a pequeña escala, en Cuba tendríamos o la batalla por el socialismo o la barbarie. Barbarie que anda esperando el menor tropiezo para inundarnos con el virus del egoísmo y el desaliento. Un paso atrás en la revolución cubana es un retroceso inimaginable en la historia revolucionaria del mundo. Entonces basta ya de patéticas consignas copiadas de los antiguos manuales estalinistas, muchas de ellas que parecen copias textuales de aquellos manuales: De forma grandioelcuente, como una inamovible ley natural, se cita a Nikita Kruchov en el desdichado Manual a la economía política de la Academia de Ciencias de la URSS: “Ya no hay en el mundo fuerzas capaces de restaurar el capitalismo en nuestro país, de hacer derrumbarse el campo socialista. El peligro de la restauración del Capitalismo en la Unión Soviética ha sido eliminado. Ello significa que el socialismo ha triunfado, no sólo plenamente, sino también definitivamente.”2 ¡Ja! En algo tenían razón: no podría derrumbar lo que a la sazón ya habían destruido. En Cuba lo que no pudo destruir el hambre, ni las amenazas, ni el bloqueo, ni Toricelli, ni Burton, ni la Armada Americana, ni las ojivas nucleares, lo podría destruir nuestra propia inconsistencia Después del ejemplo que tuvimos en el Este de Europa no mereceríamos piedad, ni haber nacido en esta tierra. Por eso Fidel nos invita a volver a pensar sobre el futuro de la revolución. Ya sí no tenemos tiempo para equivocarnos. La posibilidad de una restauración capitalista en esta bendita isla lo veíamos muchos de nosotros como una posibilidad muy lejana; pero si esa posibilidad la señala el revolucionario más veterano de la historia; el que ha guiado una revolución socialista a las narices del Imperio por más de cuatro décadas; ese mismo que vislumbró la desintegración de la URSS; entonces aquellas dudas se convierten en pesadilla y no nos queda otra posibilidad que saber que tenemos el reloj en nuestra contra y que lo que está en nuestras manos pudiera ser más delicado, más trascendente que lo que defendíamos en los días de 1962 , cuando parecía que colapsaría La Tierra bajo la reacción en cadena nuclear. Es el momento de plantearnos sinceramente y con madurez el camino a seguir. Lenin está vivo en Cuba. El proletariado cubano cuenta con lo que no contaban los bolcheviques, cuando la burocracia estalinista se adueñó de aquellos sueños y no quedó ni un solo verdadero soviet. No acabo de comprender, por cierto, cuál era la Unión Soviética que defendían cuando habían extinguido su razón de ser y el origen de su propio nombre ... los soviet proletarios. Y ahora, si dejamos morir esta epopeya en los umbrales de la revolución latinoamericana, cuando el mismísimo Fukuyama se critica públicamente con aquello del fin de la historia; cuando el Imperio está éticamente más destrozado y la palabra socialismo empieza vertiginosamente a cobrar sentido; cuando los partidos comunistas (los que de verdad lo son y no los que quieren llamarse así y secuestran el nombre) empiezan a salir de sus claustros; cuando la joven revolución bolivariana empieza a pujar una revolución mucho mías radical; entonces más valdría que incineraran nuestros huesos y los echaran a condena perpetua en el espacio, no mereceremos ni el recuerdo de nuestros descendientes ni la paz de nuestras almas. Porque no es imposible que la luminosa revolución de Fidel Castro y el Che Guevara, la revolución más duradera de la historia del mundo, con la historia más radical y con los próceres más luminosos pueda caer en el abismo de la contrarrevolución. Piensen no más que tal como las estatuas de Lenin, nos dinamiten los restos del Che en Santa Clara, que vuelvan a ultrajar a José Martí condenándolo al pueril poeta de la Rosa Blanca, o incluso lo veríamos canonizado por la Iglesia asesina, que defendió a los contrarrevolucionarios cubanos. Imaginen a los “maestros” promoviendo que nuestros niños odien a Fidel ¡Que desaparezca la Isla de Cuba si es que llegamos allí! Valdría la pena...sí... contar entonces los arsenales nucleares. Tenemos sin embargo resortes y posibilidades últimas con las que no contó revolucionario alguno anteriormente. Tenemos una historia de arraigo profundamente radical. Tenemos una educación incomparable y tenemos también a los verdaderos comunistas del mundo a nuestro lado, que sabrán alzar nuestra voz y nuestro fusil en aquellos momentos, que tal vez cansados o confundidos podamos perder la fe. Los bolcheviques, si es que alguno dejó en pie el estalinismo, no contaron con estas divisas. Nos toca entonces llenarnos de valor e inteligencia. Debemos desprendernos en este instante de todo falso patriotismo y de tanta banalidad y pensar como nunca antes lo que se está jugando en Cuba. Además tenemos la experiencia viva de otras realidades. De una vez y por todas los comunistas del mundo deberíamos hacer un Congreso Internacional tan sólo para entender que sucedió en los fríos parajes del Este europeo y cual es la verdad del socialismo en China ¡Pero juntos! y hacerlo tal como hacen los ecologistas, sin observar fronteras. Ya no me preocupa que me digan “euro centrista”. La experiencia se toma donde se encuentre. Tan sólo es posible crear a partir de lo acontecido, de otra forma corremos dos riesgos fundamentales: El primero sería cometer viejos errores que la historia tuvo a bien demostrarnos su invalidez. El segundo es descubrir el “agua tibia”. Eso sí debemos corregir el rumbo correctamente y fijarnos bien donde nos pudimos desviar. Tal como dijo el Che, en la famosa parábola del aviador: “En un momento dado el avión, el aviador se da cuenta que ha perdido el rumbo, está totalmente perdido. Este aviador en vez de volver a su punto de partida para tomar un punto verdadero, está corrigiendo el rumbo ahí donde se dio cuenta que lo había perdido. Pero el que él se haya dado cuenta que lo había perdido en esos momentos no quiere decir que es allí donde lo perdió. Y de esto es donde parte una serie de aberraciones”3. Es equivalente que el motor del avión se haya descompuesto; o que el piloto se haya confiado con las señales falsas de la torre de control; o que nos azotara una tormenta, llamada derrumbe del socialismo europeo. Tormenta predicha ya por cierto, por dos buenos meteorólogos mucho tiempo antes León Trotsky y más de veinte años después por el Che Guevara. No creo que nos alcance el tiempo para otros pronósticos. Tampoco me interesa ya que me critiquen por evocar el pasado, o me acusen de trotskista tardía, de Trosquizar al Che o Guevarizar a Trotsky y no sé de cuántas sentencias más sacadas todas de las cenizas estériles de aquel primer avión del Che. El pasado es imprescindible, y sobre todo cuando fue ocultado. José Martí dijo: “El que pone de lado, por voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella”4 Y pensar en el futuro de la revolución es en gran medida sacar cuentas de su pasado, pues no es ni con mucho la primera vez que en la historia revolucionaria se presentan estas contradicciones: Ni la primera vez en el mundo, ni la primera vez en Cuba. En 1917 parecía ser que la historia verdadera del hombre cambiaba su primer pañal. Nacía con aquellos ruidos el amanecer de la era donde el hombre remontaría su instinto del reino animal y colocaría a la inteligencia humana a la cabeza del Universo. Lenin no inventaba nada. El socialismo no es un invento como he escuchado más de una vez. Lenin supo usar las herramientas trazadas después de un descubrimiento científico y supo adaptarla a la situación concreta de la Rusia atrasada de principios de siglo. Por supuesto que hay que crear, hay que proponer, hay coordinar esfuerzos, mas el pragmatismo vulgar, el falso concepto de resolver para hoy lo que será hipoteca mañana, no se llama creación, se llama irresponsabilidad que se paga a corto o largo plazo. Por vez primera la voluntad de los hombres vencería al mercado. Eso es en esencia el socialismo, negarnos a ser presas del mercado y colocarlo a él bajo nuestras riendas. Lenin lo sintetizó en aquella apurada frase Poder de los Soviet + Electrificación. La URSS estuvo asediada, bloqueada, hambrienta, despedazada por una guerra. Ninguna de estas tragedias consiguió derrotar la revolución. El Imperialismo tampoco ¿quién es pues el asesino en serie de las revoluciones socialistas de cualquier tiempo y lugar? La burocracia, la mismísima burocracia a la cual atacó Fidel con el nombre de “nueva clase” o “nuevos ricos” En el Aula Magna hubo de dictarle pena de muerte. Porque los nuevos nepmen cubanos que nacieron justo con la despenalización del dólar y que son a la larga sostenidos por el capital de Miami o los kulaks que hoy nos venden en los mercados los productos a precios incompatibles con el jornal, tienen su puntal en Miami, con un invisible aliado: la burocracia Los mecanismos de enriquecimiento ilícitos no son propiedad intelectual de la corrupción cubana. Siguen leyes objetivas. La Tierra sigue su velocidad de traslación y la velocidad de la luz no cambia su valor. Tal como los electrones se despresen del cátodo y viajan hasta el ánodo, los recursos financieros de desvían por leyes concretas y previsibles. Soy acusada, también de mecanicista, de querer extrapolar las leyes de la naturaleza a la sociedad...Pero José Martí lo expresó mucho más categórico y nunca he visto que le acusaran de lo mismo: “Las leyes de la política son idénticas a las leyes de la naturaleza. Igual es el Universo moral, el Universo material. Lo que es ley en el curso de un astro por el espacio, es ley en el desenvolvimiento de una idea por el cerebro. Todo es idéntico”5 Las desviaciones asombrosas de recursos denunciadas por Fidel, como el caso de las gasolineras particulares, los desvíos desde el mismísimo puerto, los robos que rebasaban en algunos casos lo recaudado por el Estado, no pueden ser, tan sólo por lógica elemental, obra de unos cuantos ladronzuelos sueltos. Es obra de la “nueva clase” que señala Fidel. Es en gran medida generada por la burocracia, pues tampoco es comprensible en términos de lógica, que estos nepmen cubanos no cuenten con algún apoyo institucional. Ellos a la larga, sin saberlo muchas veces, buscan la restauración capitalista y a la larga pactaran con Miami. No debemos permitir que la gusanera inmunda pueda volver a comprar las valijas. La restauración capitalista tiene dos aliados: La burocracia y el reformismo. Ambas bacterias se disfrazan de revolucionarias. Ambas tienen capilares de comunicación. Dijo Trotsky: “Es indigno de un marxista considerar que el burocratismo es sólo el agregado de los malos hábitos de los poseedores de cargos. El burocratismo es un fenómeno social en el sentido que es un sistema de administración de personas y cosas definido. Sus causas profundas residen en lo heterogéneo de la sociedad, en las diferencias entre los intereses cotidianos y fundamentales de distintos grupos de población”6 Eso es: la burocracia constituye uno de los grandes peligros en la construcción del socialismo, de la cual no estamos exentos en Cuba por el hecho de que transitemos el siglo XXI, o que por estos lares brille más el Sol; y para nada es sinónimo de ineptitud administrativa o falta de motivación. Todo lo contrario Dice Ted Grant y Alan Woods: “ Lejos de considerar a la burocracia como un estado mental o un simple residuo del capitalismo que se extingue automáticamente con la llegada del socialismo Trotsky advirtió de que las condiciones imperantes en Rusia era inevitable el surgimiento de una capa privilegiada de funcionarios que supondrían un gran peligro . Bajo cierta condiciones –una división en el Partido y la alianza del campesinado, los pequeños capitalistas y parte de la burocracia en torno a un programa de restauración del capitalismo-era posible una contrarrevolución –como Lenin había advertido en repetidas ocasiones”7 Y de alguna manera como acaba de advertirnos Fidel en ese memorable discurso, la utilización indiscriminada de las leyes del mercado con el objeto de la “recaudación de divisas” durante 10 años consecutivos, no sólo ha dado pie a las diferencias sociales, sino que nos hizo débiles ante la corrupción y la burocracia. Hoy se habla de la distribución socialista, “A cada cual según su trabajo, de cada cual según su capacidad” Ojala que arribemos rápidamente a ese principio, mas no basta. El socialismo no sólo se distingue de sistemas anteriores por la manera justa de distribuir la riqueza. Las nuevas relaciones de producción deberán ir creándose con una nueva conciencia en la medida que los trabajadores se reconozcan como actores, gerentes y dueños de la producción material. El socialismo no es sólo distribución es una renovadora forma de producir. |
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De: matilda |
Enviado: 16/12/2005 06:12 |
Un bendito fantasma que nos sigue recorriendo... Y esta no es la primera vez que se sostiene en nuestro país una batalla por comprender los caminos a seguir en el período de transición. Las veces anteriores estuvo esta discusión presidida de alguna forma por aquel ser humano que cada día que pasa se nos vuelve más imprescindible. El Che. El Comandante Guevara es el fantasma recurrente de mi revolución. Nos ha acompañado en todos los momentos difíciles. Esté vivo o muerto, eso es tan solo un detalle... La primera vez estaba vivo. Y bajo su liderazgo se desató un riquísimo debate teórico donde participaron figuras de altísimo calibre y de convencido criterio revolucionario, pero de concepciones discrepantes. El hecho en sí de suscitarse un debate de esta dimensión fue un verdadero éxito, y un mérito del Che. El Gran Debate se desarrolló en plena faena de la estructuración de la economía cubana. Para aquellos que creen que debatir y teorizar es una pérdida de tiempo en momentos fundacionales, ahí está como un símbolo lo que sucedió en aquellos años con el recién estrenado Ministro de Industria. En él participó todo aquel que tuviera conocimiento y liderazgo para hacerlo. Ernest Mandel por ejemplo, conjugaba ser un economista de reconocimiento mundial, un marxista de esmerada formación teórica y más que nada un verdadero revolucionario. Veamos lo que pensaba Mandel de este debate y de la contribución del Che “(...) Entre tanto es preciso reconocer que este debate, todavía mal conocido en Occidente ocupa un lugar particular en la historia del pensamiento marxista sobre todo en la contribución del camarada Guevara. La originalidad práctica de la revolución cubana precedió ampliamente su aporte original a la teoría marxista contemporánea. Pero Che Guevara ha expresado su aporte original no sólo en lo que respecta en la guerra de guerrillas, sino también en el campo de la teoría económica (...) El mérito de Guevara- continúa Mandel- reside en haber expresado claramente la particularidad de la revolución Cubana reside en haber expresado claramente la particularidad de la revolución cubana sin haber caído nunca en el pragmatismo vulgar”8 Pues los dos peligros en los que incurrimos cuando tratamos de enlazar la teoría y la práctica revolucionaria son precisamente el pragmatismo por una parte y por la otra el dogmatismo. La obra y sobre todo el quehacer revolucionario del Che esquivaba de manera impresionante ambos peligros. No ha habido (según mi criterio) una conjunción viva entre teoría y práctica revolucionaria como esos escasos años del Che, cuando ingresó en las filas de Fidel siendo un médico argentino hasta que murió en Bolivia y se convirtió en el paradigma sin réplica de un revolucionario...Poco más de dos lustros. En aquellos desbordantes años, después del triunfo del 59, cuando más peligroso era el enemigo y mientras más imperiosa era la necesidad de organizar la economía...mucho más recurría el Che a la teoría y mucho más radicalmente revolucionario era en sus conclusiones. El gran pánico del Che fue que cayésemos presos de las leyes del mercado. El socialismo, incluso en su período de transición debería ser redentor y debería ser capaz de doblegar esas leyes por los hombres. La toma del poder por la clase trabajadora no asegura el triunfo de la revolución. No pondré ejemplos por ser demasiados y por ser demasiado triste. Carlos Tablada lo dice mejor, en su magnífico libro “El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara”: “El triunfo revolucionario inicial abre la posibilidad del cambio social, pero no es una garantía per. se de éste. La vanguardia deberá promover de modo dirigido y conciente la creación de las estructuras que permitan generar la actitud comunista en las nuevas generaciones y no abandonar a la espontaneidad este delicado proceso”9 Justo en 1959 el Che, sin tener un conocimiento estructurado sobre economía se aventura a dar un diagnóstico de la sociedad “socialista” yugoslava: “Se podría decir a grandes rasgos , caricaturizando bastante que la característica de la sociedad yugoslava es la de un capitalismo empresarial con una distribución socialista de la ganancia, es decir tomando cada empresa, no como un grupo de obreros sino como una unidad esta empresa funcionaría aproximadamente en un sistema capitalista ,obedeciendo las leyes de la oferta y la demanda ,y entablando una lucha violenta por los precios y la calidad con sus similares , realizando lo que en economía se llama la libre concurrencia”.10 Aunque reconoce que la distribución es en este caso según el principio socialista, el Che lo considera “peligroso porque la competencia entre empresas dedicadas a la producción de los mismos artículos, introduciría factores de desvirtuación de lo que presumiblemente sea el espíritu socialista”10 Pero el tiempo y las circunstancias no estuvieron esta vez cerca del Che. El cálculo económico, el desdichado manualito de economía política de la Academia de Ciencias de la de la URSS, el neoestalinismo, y de cierta forma aquella bonanza económica, decidieron el rumbo de la economía cubana. A la sazón el Che se marchó de la economía... y de mi patria para extender la revolución. Pero 1987, en vísperas del derrumbe de las sociedades socialistas del Este de Europa Fidel, pronunció un discurso semejante al del 17 de noviembre. En aquel entonces nos hallábamos en el Procesos de rectificación de errores y tendencias negativas, bien distinto al proceso desmoralizador que vino en llamarse perestroika. Aquel discurso se pronunció un 8 de Octubre, veinte años después de ser tomado preso el Che en Bolivia. Allí Fidel, colocándose a veces en una suerte de auto-oposición, tal como el 17 de Noviembre “mandó a llamar” al Che para que juntos nos explicaran las atrocidades que se habían cometido en el diseño de el sistema económico cubano. Nadie se acuerda... precisamente porque unos escasos años después los hechos, siempre implacables, dieron al traste con aquella cosa europea que pretendió ser socialismo. No pudimos “rectificar a tiempo”. Poco después tan sólo nos quedó el comunismo de guerra (bendito sea) que nos permitió sobrevivir, precisamente por profundizar la revolución socialista. Que nadie se olvide ahora de los parlamentos obreros. Con sus defectos y sus temores, fue quizás el mejor intento que tuvimos de apelar a “consejos obreros”, quizás nos faltó audacia o no era el momento. Momento que pienso, dicho sea de paso, viene acercándose en estos instantes, y temo no lo vuelva a hacer. Debimos recordar mejor la polémica protagonizada por Guevara en el 63-64, pero Fidel lo hizo en aquel lujoso discurso de 1987, para entonces Carlos Tablada había publicado su libro donde le daba modernidad y vigencia a aquellos afiebrados e imprescindibles años del Che. Dijo Fidel: “Si al Che le hubieran dicho que había unas empresas que cumplían el plan y repartían premios por cumplir el plan en valores, pero no en surtido, y que se dedicaban a hacer las cosas que les daban más valores y no hacían aquellas que les daban menor ganancia, aunque unas sin otras no sirvieran para nada, el Che se habría horrorizado. Si al Che le hubieran dicho que iban a aparecer unas normas tan flojas, tan blandengues y tan inmorales que, en ciertas ocasiones, la totalidad casi de los trabajadores las cumplían dos veces, y tres veces, el Che se habría horrorizado. Si le hubieran dicho que el dinero se iba a empezar a convertir en el instrumento principal, la fundamental motivación del hombre, él, que tanto advirtió contra eso, se habría horrorizado; que las jornadas no se cumplían y aparecían los millones de horas extra; que la mentalidad de nuestros trabajadores se estaba corrompiendo, y que los hombres iban teniendo cada vez más un signo de peso en el cerebro, el Che se habría horrorizado. Porque él sabía que por esos caminos tan trillados del capitalismo no se podía marchar hacia el comunismo, que por esos caminos un día habría que olvidar toda idea de solidaridad humana e incluso de internacionalismo; que por aquellos caminos no se marcharía jamás hacia un hombre y una sociedad nuevos.11 Sí. Si al Che le hubiesen dicho después que la URSS y todo el socialismo europeo se desplomó, restaurando en una noche el capitalismo, sin que un solo comunista saliera a hacer una huelga, no se habría horrorizado, diría que él lo advirtió y si después le hubiesen dicho que tuvimos que introducir en Cuba el mercado y la Ley del Valor para salir del período especial, pienso yo que nos estaría alertando que saliéramos rápido de eso, que jugar al capitalismo es como fumarse el primer cigarrillo. Repetiría lo siguiente: “Vencer al capitalismo con sus propios fetiches, a los que se le quitó su cualidad mágica más eficaz, el lucro. Me luce una empresa difícil”12 Y muchas cosas nos habría dicho el Che hoy, pero no tenemos tiempo para llorar, ni su espectro va a permitirlo. El momento es de echar lecha a la hoguera. Pero que esa leña sea con combustible socialista y no la paja capitalista que aparentemente quema rápido, pero en breve tiempo es cenizas. ¿Y quien es el instrumento económico en el socialismo que nos ayuda a mantener el mercado y la “sagrada” Ley del valor bajo redes? El plan, que de una u otra forma los mejores teóricos socialistas le ofrecían el papel primordial. León Trotsky fue uno de los que defendió la NEP en la Unión Soviética, dada las terribles del Comunismo de Guerra, pero, y un pero gigante, en su intervención en el XII Congreso del Partido de 1923 expresó “La NEP la arena que nosotros mismos hemos establecido para la lucha entre nosotros y el capital privado. La hemos establecido, la hemos legalizado, y dentro de su marco es como debemos llevar la lucha seriamente y por mucho tiempo......seriamente y por mucho tiempo, pero no para siempre. Hemos establecido la NEP para vencerla en su propio terreno, y en una amplia medida con sus propios métodos ¿De qué forma? Utilizando efectivamente las leyes de la economía de mercado...y también interviniendo por medio de nuestra industria de Estado en el juego de estas leyes y extendiendo sistemáticamente el dominio de la planificación. Así terminaremos por extender la planificación a toda la economía, lo que tendrá por resultado la absorción y la abolición de todo el mercado “13 Trotsky luchó por establecer el plan que contrastara con la economía de mercado abierta, dada las condiciones precarias de Rusia, incluso en contra del Buró Político y el propio Lenin. En su trabajo “Lenin y Trotsky y la transición al Socialismo”, Jean Devaux expresa: “Finalmente para que un tal plan pueda ser elaborado hay que dotar al Gosplan de todos los poderes necesarios, encargarle la misión de fijar unos objetivos de producción una vez hecho el recuento de los recursos disponibles. Hay que someter la política financiera a la política industrial, tener una estricta contabilidad “El kopeck socialista”14 Fue y será la planificación el primer instrumento económico de la liberación del proletariado. Es cambiarse de lugar en la barra, en lugar que la Ley del Valor te subyugue. Esta ley, si es que de verdad debemos tomarla en cuenta en el tránsito al socialismo, debe ser subyugada. Pero el Che lo dice mejor: “Podemos, pues, decir que la planificación centralizada es el modo de ser de la sociedad socialista, su categoría definitoria y el punto en que la conciencia del hombre alcanza, por fin, a sintetizar y dirigir la economía hacia su meta, la plena liberación del ser humano en el marco de la sociedad comunista”15 Este 17 de Noviembre el Che nos toma nuevamente por asalto. El Gran Debate se cerró “justo” cuando el Che partió a desarrollar otras tareas, ¡No! Fue la misma tarea. La válvula de escape que tiene profundizar y radicalizar la revolución socialista es...la revolución internacional. En los marcos nacionales es prácticamente imposible ajustarse para concebir el socialismo. Los parámetros de la revolución, la que de verdad sirve es aquella que se profundiza y se extiende, parecería contradictorio, mas pregúntenle a los árboles frondosos que hacen con sus raíces, si pretenden sobrevivir en el tiempo. Ellos las profundizan y las expanden. Nunca antes fueron más evidentes y más propicios lograr hacer ambas cosas. Volvamos al Manual de la Economía Política de la Academia de Ciencias de la URSS: “Con el triunfo del socialismo, la URSS ha entrado en una nueva etapa de su desarrollo, en la etapa final de la construcción del socialismo y en la fase del tránsito gradual del socialismo al comunismo”.2 A esta afirmación responde el Che un año antes de su asesinato: “Afirmación que va contra la teoría marxista ortodoxa, pero más importante contra la lógica actual. Primero en las condiciones actuales con el desarrollo del mercado mundial, el comunismo se haría sobre la base de la explotación y el olvido de los pueblos con quienes se comercia”16 Confirmación de la imposibilidad del socialismo en un solo país. En Matemáticas se llama condiciones de frontera. La frontera te impone una variación en tus propósitos. En el instante de comerciar debe usted comportarse como un capitalista y está aceptando de facto el robo de la plusvalía de trabajadores de otros países. El preciso diseño teórico de la teoría de la Revolución Permanente tuvo su mejor comprobación en el Che Guevara. Profundizó raíces comunistas en Cuba y las extendió por el mundo. No por gusto es Ernesto Guevara el árbol más frondoso de la Revolución. II ¿Y ahora? Es la tercera vez entonces que hay un punto nuevo de partida para ver donde cometimos los errores, y cual es el camino a seguir. Un slogan popular reza que a la tercera va la vencida. Es decir que esta vez deberemos precisar la brújula de aquel hipotético piloto del que hablaba el Che en la URSS Dijo el Comandante Fidel en el discurso del 17 de noviembre:” El capital humano no es producto no renovable; es renovable, pero, además, multiplicable. Cada año el capital humano crece y crece, recibe lo que llamaban en mi tiempo interés compuesto: suma lo que vale y recibe intereses por lo que valía, y lo que ganó por lo que valía, a los cinco años es mucho más capital, y a los 100 no puede siquiera imaginarse” Permítanme decirles que hoy prácticamente el capital humano es, o avanza aceleradamente para ser el más importante recurso del país, muy por encima de casi todos los demás juntos. No estoy exagerando”1 Estoy de acuerdo, tan sólo un apunte más. Que el capital humano, divisa fundamental de una revolución, se forja principalmente en las relaciones concretas de la producción socialista. El hombre nuevo del que hablaba el Che y del cual tenemos decenas de miles de compatriotas por todas partes se forjan en una nueva relación de trabajo. Los médicos, los maestros se reconocen en la relación directa del trabajo, con sus pacientes y con sus alumnos.”Producen” solidaridad. “En un estudio de los Manuscritos económicos-filosóficos de Marx, Erich Fromm agrega que los trabajadores del sector de los servicios están, ahora, aún más “enajenados” que los obreros. En especial los que manipulan los símbolos y las personas en vez de las máquinas, porque venden al “patrón” su personalidad, su sonrisa, sus opiniones, su belleza física. Su trabajo depende de alguna destreza sino de su personalidad y, en consecuencia están más enajenados (separados) de su esencia humana, convertidos en objetos, no como los obreros, adosados a una máquina, sino simplemente en calidad de máquinas. Sin voluntad o identidad propias”17 Ya sé que esto se escribió para la sociedad capitalista. Pero nuestros trabajadores de servicio tienen contacto diario con el mercado. Y su “patrón” en virtud de la globalización puede hallarse en cualquier parte del planeta. Un joven, sea trabajador social o no, que entra en el sector mercantil ( los que expenden combustibles, los que venden productos en divisas (CUC), etc.), en el instante de desplegar su trabajo desarrolla relaciones capitalistas y no socialistas. Y son estas las relaciones que lo van conformando como ser social Durante el VI Congreso de la Asociación Nacional de Economistas y Contadores El Ministro de Economía y Planificación José Luís Rodríguez anunció que este año cerraremos con un crecimiento del 9 % del Producto Nacional Bruto...pero en los servicios. Ahí se incluyen seguramente los servicios en divisas, las shopings, el turismo. Parece ser el destino de los países pobres y bellos. Como las mujeres... Por supuesto que son divisas necesarias para el impetuoso desarrollo social y las tareas de nuestro inédito internacionalismo. Pero a decir verdad me gustaría ver aparejado un impetuoso desarrollo productivo, con fábricas llenas de obreros. No ver que se cierran fábricas, o si se cierran unas que se abran otras Que estos recursos recuperados vuelva a hacer rugir los motores fabriles. El Che habló de esto criticando el desempeño de Yugoslavia: “Y esto es (el piloto que corrige el rumbo donde lo perdió y no donde despegó) parte toda de una serie de aberraciones. Aberraciones que se producen en qué, ustedes van a ver: En Yugoslavia hay la Ley del Valor; en Yugoslavia se cierran fábricas por incosteables...en Yugoslavia hay delegados de Suiza y Holanda que buscan mano de obra ociosa.”10 Ernest Mandel, siendo un esmerado economista teórico, se pone decididamente del lado del guerrillero convertido en Ministro de Industria. Y para nada puede señalársele al brillante intelectual belga que lo hiciera por apegarse oportunistamente al prestigio de Guevara, pues no estaba necesitado de eso. Lo hace porque teóricamente coincide, en general, con esos criterios. En el marco del gran debate señala: “En un país subdesarrollado, la agricultura es en general más rentable que la industria, la industria ligera más rentable que la industria pesada, la pequeña industria más rentable que la gran industria, y sobre todo la importación de bienes industriales del mercado mundial más rentable que su fabricación en el mismo país”18 Es por eso que en los países subdesarrollados debemos meditarla muy buen para realizar nuestro desarrollo. Nadie nos apura a crecer todos los años como el demente sistema capitalista. No tenemos la obligación de hacerlo a cualquier precio. La industria no sólo nos da autonomía económica, nos ofrece algo mucho más importante que los recursos financieros. La industria nos ayuda a fortalecer nuestra clase obrera, que es en definitiva la protagonista de la construcción del socialismo, y en cuyas manos están los resortes (en última instancia) del verdadero control. No estoy diciendo que el proletariado no sea todo aquel asalariado, digo simplemente que el obrero que está vinculado a la producción directa ...se diferencia bastante en su quehacer laboral con los que están en la esfera del servicio. En el Granma del 26 de Noviembre se publica un editorial con el lamentable slogan “Sin economía no hay socialismo”19 Es una verdad trivial, que puede ser malinterpretada, A esa frase le contesta el Che “El socialismo económico sin moral comunista...no me interesa”20 Fidel lo dijo en el discurso del 17 de noviembre: “Vean algo nuevo, se va a batir una abundante serie de vicios, robos, desvíos, uno por uno, a todos ellos, en un orden que nadie sabe. ¿Lo sospechan?, ¡es muy bueno! Pero qué nivel de arraigo tienen determinados vicios. Comenzamos por Pinar del Río para ver qué pasaba con los serví centros que venden combustible en divisas. Pronto se descubrió que lo que se robaba era tanto como lo que se ingresaba. Robaban casi la mitad y en algunos otros lugares más de la mitad”. 1 Se corrompen precisamente por esa labor que realizan, en las condiciones concretas en que las realizan. El hombre es corruptible, como los que menciona el Comandante, pero es también capaz de hacer los que hacen nuestros brigadistas del Henry Reeve. Sólo es corruptible el hombre que todos los días está relacionado con formas capitalistas de trabajo. Les quiero narrar el modelo del Convento, que expuse en mis palabras “Un libro salvado del mar” prólogo para la edición 30 del libro de Carlos Tablada: Vamos a imaginarnos que un Convento de Monjas haya caído en desgracia económica. Y entonces la Superiora convoca a las novicias más hermosas a que se prostituyan para obtener dinero ¡Eso sí! El dinero proveniente de tal actuación, lo que sin dudas y por esencia las futuras esposas de Cristo llamarían como el Diablo, actuación por lo cual precisamente ingresaron en el Convento, sería utilizado de manera honrada en la restauración de la capilla, en comprar mejores vestuarios a los santos, en propina para los pobres, etc. Las novicias entonces estarán usando lo que odian por sus propios principios para salvar lo que aman ¿Terminarán éstas como vulgares rameras o como monjas salvadoras del Convento? Si usamos las leyes del mercado para construir una sociedad cuyo objetivo es negarlas, ¿cuál será la sociedad que estamos construyendo? El socialismo tiene que ser renovador, no sólo en la forma de distribuir las riquezas, debe ser más que nada, un sistema diferente para poder obtenerlas. Una nueva forma de relacionarnos durante el proceso productivo”.21 El Che nos vuelve a revolver las entrañas en este cálido invierno. Hay que profundizar la revolución socialista si pretendemos salvarla, ella no es irreversible de per. se. Depende de todos nosotros. Depende de los revolucionarios, más bien. Sería interesante entablar de nuevo aquel gran debate del 63-64. Pero como aquella época: entre aquellos que tengan conocimientos de economía política en el socialismo y asuman responsabilidades de dirección, pero más que nada que sea de conocimiento público. De alguna manera la aguda, fraterna y sobre todo pública discusión se desarrollaba in situ, es decir, con los libros de un lado; el azadón y el fusil del otro. Carlos Rafael Rodríguez, Alberto Mora y el Che entre otros eran ministros, y en la práctica llevaban la responsabilidad del desarrollo económico del país. En esa polémica participaron extranjeros de renombre como Charles Bettelheim y Ernest Mandel. Eran visiones diferentes sobre el mismo problema. Todos estaban del mismo lado empuñando sin dudas el mismo fusil. El Gran Debate del 63-64 sería muy provechoso en nuestros días. Hoy contamos con muchos más especialistas, no tenemos a Moscú de por medio y contamos con un clarísimo escenario de izquierda en el continente. Baste recordar Mar del Plata, ¡cuán diferente a Punta del Este cuando el Che se vio solo y votó en contra de Kennedy y su Alianza para el Progreso! Se abren las puertas de la revolución bolivariana que madura por días y está buscando sin dudas el camino al socialismo ¡Todo el poder a los soviet! Debería ser nuestra consigna Las Empresas de Producción Social en Venezuela son un paso importante en el camino de crear los consejos obreros. Todo está por discutir, Chávez lo hace en sus Aló Presidente... públicamente todos los domingos, pero quizás sea el único que lo hace. Ya se habla de las relaciones de estas Empresas con el Estado, de las fábricas tomadas por los obreros en ese país hermano. Todo esto abre nuevos horizontes y retos. El Gran Debate tendría ahora un carácter internacional no sólo teóricamente, sino en la práctica. La revolución del mundo está a nuestras puertas. Los revolucionarios cubanos debemos entregarnos a ella con todo el fervor y el derecho que nos da haber mantenido las banderas rojas del proletariado cuando estas fueron lanzadas al mar. Profundizar la revolución dentro de Cuba y extenderla o es nuestra salvación, y quizás la del mundo. ...Así será de verdad invencible y tal como dijera Fidel más o menos una vez: primero triunfará una revolución socialista en los Estados Unidos que una contrarrevolución en Cuba. Termino con una frase de Carlos Marx que parece estar chorreando tinta, de lo fresquita, y que nos viene a los bolivarianos y a los comunistas cubanos bien ajustada al corazón y a los empeños. “O se lanza la locomotora a toda velocidad por la pendiente histórica hasta la cima, o la fuerza gravitacional la arrastrará nuevamente hacia abajo y se precipitará en el abismo con todos aquellos que con sus vacilantes fuerzas intentaban retenerla a medio camino”22 ¡Proletarios de todos los países uníos! ¡Hasta la victoria siempre! |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 16/12/2005 09:10 |
EL TOTALITARISMO Y LA NATURALEZA HUMANA: CÓMO Y POR QUÉ FRACASÓ EL COMUNISMO Los diez factores psicológicos que hacen incompatibles al hombre y al marxismo Por: Carlos Alberto Montaner Conferencia pronunciada en Madrid el 21 de febrero de 2005 dentro del ciclo “La revolución de la libertad” convocado por FAES en el Aula Magna de la Fundación Universitaria San Pablo-CEU PALABRAS INICIALES PARA CELIA HART Hace algunas semanas Celia Hart volvió a aludirme públicamente. Celia Hart es la hija trotskista de Armando Hart y Haydee Santamaría. Estudió Física en Alemania, pero aparentemente su verdadera vocación es el activismo ideológico y postula sus ideas con energía y cierta inteligencia. Creo que sus palabras fueron pronunciadas en uno de esos pintorescos actos bolivarianos convocados por el chavismo para estimular el Armagedón planetario que supuestamente se avecina y que a ella tanto le entusiasma. Algo perfectamente natural, pues el principal rasgo del trotskismo que la señora Hart defiende ?la búsqueda afanosa de una revolución comunista mundial que le haga frente a las democracias capitalistas hasta su total extinción? coincide tangencialmente con el vago proyecto político del ex coronel golpista venezolano. Por otra parte, Doña Celia, probablemente con razón, está convencida de que el socialismo no puede sobrevivir en un solo país, así que su instinto totalitario la lleva a proponer la proliferación del sistema que impera en Cuba desde hace 46 años para lograr la salvación del castrismo, hoy en claro peligro tras la debacle de la URSS. El problema, claro, es que el comunismo, a corto o largo plazo, no puede sobrevivir ni en un país ni en veinte: es, sencillamente, inviable. En 1988 medio planeta era comunista, con la Unión Soviética y una decena de satélites europeos a la cabeza. Hoy, con convicciones comunistas, sólo quedan en pie, y muy maltrechos, los gobiernos de dos pequeños manicomios caudillistas, minuciosamente magullados por el llamado “socialismo real”: Cuba y Corea del Norte. China y Vietnam, mientras tanto, mezclando modos capitalistas de producción, incluida la propiedad privada, con el partido único y el militarismo, han evolucionado hacia el fascismo. Comenzaron invocando a Lenin y acabaron por descubrir a Mussolini. Sólo que ya se sabe que, eventualmente, ese fascismo asiático, brutal y eficiente, como ocurrió en Corea del Sur y en Taiwán, de la mano de las grandes potencias occidentales acabará desplazándose progresivamente hacia comportamientos democráticos y plurales mucho más amables con los seres humanos. Es cuestión de tiempo. Pensé responderle puntualmente sus palabras a la señora Hart, pero he preferido, como dicen los viejos retóricos, “negar la mayor”. Es decir, explicar por qué el comunismo es inviable. La oportunidad la tuve hace unos días, en un ciclo de conferencias convocado en una universidad madrileña por FAES, una prestigiosa fundación de corte liberal que preside José María Aznar, titulado “La revolución de la libertad”. Mi charla ?precedida por valiosas reflexiones de Francis Fukuyama, Helmult Kohl y otros expositores? tuvo un título largo, pero transparente: El totalitarismo y la naturaleza humana: cómo y por qué fracasó el comunismo. A lo que agregué, para que no hubiera duda, un subtítulo aún más puntilloso: Los diez factores psicológicos que hacen incompatibles al hombre y al marxismo. Un último comentario antes de entrar en materia: la señora Hart, tras justificar el terrorismo revolucionario, promete esperarme en Cuba con un rifle en la mano, dispuesta a matarme, si es que alguna vez el régimen cubano corre el riesgo de desaparecer. En realidad, no creo que deba cometer un crimen tan censurable que, francamente, no casa con su rostro amable. Yo, por mi parte, ni siquiera intentaría defenderme. Tengo una hija de su edad y me horrorizaría hacerle daño. Si el destino me depara el privilegio de volver a Cuba para colaborar en el desmantelamiento de ese infinito calabozo, lo haría sin otra arma que la computadora portátil y sin otro propósito que acudir a defender el derecho de todos los cubanos ?incluida la señora Hart? a expresar sus creencias libremente y a organizarse de acuerdo con los ideales e intereses que les parezcan razonables. Más aún: mi más recurrente ilusión es poder inducir comportamientos pacíficos y respetuosos en la conducta pública de los cubanos. Ha sido el culto por la violencia ?junto a unas cuantas ideas descabelladas? lo que nos ha precipitado en este hueco negro de la historia, con miles de fusilados y ahogados en el Estrecho de la Florida, en medio de una permanente crispación que ha convertido a nuestro país en una sociedad áspera y desagradable de la que millones de personas quisieran huir si tuvieran adónde y cómo. Hay que reivindicar, pues, la cordialidad cívica. No es necesario coincidir con el adversario, tenerle afecto, y ni siquiera buscar consensos. Basta con respetarlo y tratarlo decorosa y dignamente. Las sociedades que tienen ese tipo de conducta son las que prevalecen. Por no ser así, entre otras razones, algún día, quizás pronto, el comunismo desaparecerá de Cuba. Ahora entremos en materia. A principios de la década de los noventa viajé a Moscú en varias oportunidades. El mundo había sido testigo de dos sucesos asombrosos: la pacífica desintegración de la URSS y la disolución por decreto del partido comunista más grande y fuerte del planeta. Ya gobernaba Boris Yeltsin, con quien, a su paso por Estados Unidos, había compartido una interesante mañana en la que pude darme cuenta del increíble nivel de confusión e improvisación que existía en los altos mandos del Kremlin y el intenso miedo que este político, nacido en los Urales, en los confines de Europa, sentía a ser ejecutado por el KGB. Curiosamente, el entierro de la URSS podía verse como una victoria del nacionalismo ruso, que juzgaba ese desmembramiento como una suerte de deseada liberación que libraba a Moscú de un rosario de incosteables sanguijuelas. Sólo Cuba, en el remoto Caribe, le había costado a los rusos más de cien mil millones de dólares en inútiles subsidios a lo largo de varias décadas. ¿Qué sentido tenía continuar sosteniendo a la Nicaragua sandinista, agregar a la lista de satélites la Etiopía de Mengistu y la Angola revolucionaria, o insistir en la guerra colonial de Afganistán? Entonces se repetía una audaz frase que sintetizaba esta pragmática posición política: “hay que liberar a Rusia de la URSS”. Al fin y al cabo, aún podándole las adherencias imperiales, Rusia seguía duplicando en tamaño a cualquiera de las otras grandes naciones de la tierra: Estados Unidos, China, Canadá, Brasil o la India. El mundo veía a los soviéticos como verdugos, mientras los rusos, en cambio, se percibían como víctimas de una ideología que había hipertrofiado el perímetro de sus responsabilidades económicas y militares en perjuicio del bienestar de la propia población eslava. Pero tal vez más sorprendente aún que la incruenta cancelación del imperio soviético fue el dócil comportamiento del PCUS: sus veinte millones de miembros acataron la orden de disolverse sin protestar, y el país de Lenin, el país de la “gloriosa Revolución de Octubre”, meca y mito de todas los revolucionarios radicales del siglo XX, a una sorprendente velocidad enterró los dogmas y doctrinas marxistas-leninistas con un universal gesto de fatiga. En ese viaje a Moscú, tras entrevistarme con el canciller Andrei Kozirev y el vicecenciller Georgi Mamedov para hablar de los inevitables asuntos cubanos, por medio del escritor Yuri Kariakin, un gran especialista en Dostoievski y en Goya, concerté un encuentro con Alexander Yakovlev, un personaje que ya estaba fuera del gobierno, ex embajador de la URSS en Canadá, y tal vez el principal consejero e ideólogo de Mijail Gorbachov. Quería escuchar en su propia voz una explicación coherente sobre el proceso que había liquidado el sistema comunista en la nación que por primera vez lo puso en práctica. En ese momento Yakovlev era el funcionario clave de una fundación creada por Gorbachov, e irónicamente nos recibió en el enorme despacho que había ocupado Mijail Suslov hasta su muerte, ocurrida en 1982. Suslov había sido el implacable defensor de la ortodoxia comunista, el Torquemada de mano dura contra cualquier desviación de la obediencia al Kremlin, ya fuera el trotskismo, el titoísmo o la revuelta húngara de 1956. Si existía un símbolo del drástico cambio ocurrido en la URSS era que Yakolev estuviera sentado exactamente en el lugar que, en su momento, ocupara el temido Suslov. Un sistema contrario a la naturaleza humana La historia que me contó Yakovlev merece ser repetida. Este héroe de la Segunda Guerra mundial, miembro prominente del Partido, a principios de la década de los setenta se atrevió a escribir que el comunismo soviético arrastraba un perverso componente de la historia zarista que lo llevaba a ejercer la violencia indiscriminada contra la sociedad, lo que, a su vez, impedía el desarrollo de la URSS en todo su enorme potencial. Tal vez para impedir que ese peligroso juicio se contagiara a otros camaradas, el entonces premier Leonid Breznev, quien poco antes, tras la invasión a Checoslovakia de 1968, había formulado la doctrina imperial que le concedía al PCUS el derecho a decidir dónde y cuándo desplegar los tanques para preservar el comunismo en el planeta, que era tanto como asignarle a la URSS el derecho al uso indiscriminado de la violencia a escala internacional, le procuró a Yakovlev un exilio dorado, nombrándolo embajador en Canadá, lejos de las intrigantes camarillas del Kremlin. Pero el destino, como en el reino de Serendip, a veces desemboca en el lugar exactamente contrario al procurado. Sucedió que un día llegó a Canadá en viaje oficial un joven técnico en desarrollo agrario, prometedora estrella del Partido Comunista, el señor Mijail Gorbachov, y se reunió con su embajador Alexander Yakovlev, y estuvieron conversando durante varios días, tal vez porque la misión de Gorchachov se prolongó más de lo previsto, o tal vez porque el avión de Aeroflot, la línea aérea soviética, se averió más de lo acostumbrado. Es muy aleccionador pensar que aquellas pláticas amables pero apasionadas entre dos personas inteligentes, que podemos imaginar humedecidas por un buen vodka ruso, sin que nadie lo supiera, y sin que los interlocutores lo sospecharan, cambiaron el rumbo de la humanidad. Anécdota que nos recuerda la fragilidad de esa futurología mecanicista basada en el acopio de información económica o en las predicciones de los expertos. Fue allí y entonces, aparentemente, donde Gorbachov se convenció de que el comunismo era reformable si se eliminaba ese doloroso componente de violencia que impedía el libre examen de los problemas. Fue allí y entonces donde dos comunistas patriotas se persuadieron de que sabían exactamente qué hacer para que el país más grande del mundo se convirtiera, además, en el más rico, feliz y desarrollado. Era necesaria la reforma, la luego tan mentada perestroika. Pero para que la reforma diera sus frutos, había que quitarle las cadenas al juicio crítico: eso era la glasnost, la transparencia sin consecuencias ni represalias, la recuperación de la verdad como instrumento de análisis y corrección de los males. Si a la planificación colectivista y a la búsqueda de la justicia distributiva inherentes al marxismo se agregaba la libertad, el comunismo –concluyeron Yakovlev y Gorbachov– se convertiría en un modelo imbatible para lograr la felicidad de los pueblos. Andando el tiempo, de un modo casi mágico las cartas fueron cayendo ordenadamente sobre la mesa: tras la muerte de Breznev, lo sucedió en el cargo Yuri Andropov, un reformista moderado y prudente, ex jefe del KGB y amigo de Gorbachov, quien de la mano de su poderoso protector ascendió unos peldaños dentro de la burocracia soviética. Pero en 1984 murió Andropov y, en lo que parecía ser un retroceso, fue elegido Konstantin Chernenko, un “duro” de la época de Breznev –fue su jefe de gabinete–, mas llegó al poder a los 74 años, ya enfermo de muerte. Apenas un año más tarde, en efecto, Chernenko murió, y es muy probable que ese hecho haya convencido a la nomenklatura soviética de la necesidad de estabilizar la autoridad eligiendo a un líder razonablemente joven y saludable capaz de dirigir al país durante un largo periodo. Fue en ese punto en el que Mijail Gorbachov entró en la historia por la puerta grande. Sólo tenía 53 años y proyectaba una imagen vigorosa. Con él traería de la mano a Yakovlev, y lo colocaría al frente del aparato de propaganda para defender el novomyshlenie o nuevo pensamiento. Los hechos que siguieron son más o menos conocidos. Gorbachov comenzó por continuar las reformas emprendidas por Andropov, y entre ellas la de racionar el alcohol o aumentarlo significativamente de precio, dado que este vicio supuestamente debilitaba la capacidad productiva del país –una campaña en la que ya había fracasado el bueno de Nicolás II, último zar de Rusia–, pero lo verdaderamente decisivo fue la tolerancia con espacios de libertad crítica que fueron aumentando de manera imparable en círculos cada vez más amplios. Poco a poco, los comentarios negativos dejaron de limitarse a los problemas concretos de la economía y se empezó a cuestionar la esencia del sistema soviético y los dogmas marxistas-leninistas. Todo ello llegaba acompañado de una aguda crisis de producción y abastecimiento, pero Gorbachov, lejos de amilanarse, extendió su voluntad de reformas al campo de los satélites europeos. Finalmente, en octubre de 1989 cayó el Muro de Berlín y una tras otra casi todas las naciones de Europa central fueron abandonando el comunismo y el campo soviético. ¿Por qué Gorbachov –les pregunté a Yakovlev y a Kariakin, ambos conocedores íntimos del personaje–, pese a su temperamento enérgico, no intentó frenar la descomposición de la URSS y del llamado campo socialista? La respuesta que entonces me dieron me sigue pareciendo convincente: porque en la psicología profunda de Gorbachov, o en eso a lo que llamamos “carácter”, había un elemento genuino de aborrecimiento de la violencia. Gorbachov no ignoraba que se estaba desintegrando el mundo parido por Lenin a partir de 1917, pero sabía que para mantenerlo sujeto era indispensable sacar el Ejército Rojo a las calles y matar varios millones de personas. Seguramente es lo que hubieran hecho Stalin, Kruschov o Breznev, pero él era demasiado compasivo para ordenar una carnicería de esa magnitud. Tras la descripción histórica de los hechos, que consumió casi toda la entrevista, le hice a Yakovlev una pregunta final: ¿en definitiva, por qué fracasó el comunismo? Se quedó pensando unos segundos y me dio una respuesta probablemente correcta, pero que hay que abordar con cuidado y en extenso: “porque –me dijo– no se adaptaba a la naturaleza humana”. Las reflexiones que siguen van encaminadas a explorar esa premisa, aunque se hace necesario cierto rodeo previo. |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 16/12/2005 12:08 |
II: El marxismo y sus fracasos En realidad, hay un primer elemento de bulto, extraído del método científico, que indica que, en efecto, hay algo en el sistema comunista que invariablemente conduce al fracaso. Cuando llevamos a cabo un experimento en un laboratorio, y luego podemos repetirlo en las mismas condiciones y los resultados son similares, de esta experiencia extraemos reglas y conclusiones. Por la otra punta, cuando intentamos obtener unos resultados previstos, y realizamos el mismo experimento, pero variando las circunstancias, y en ningún caso logramos esos resultados, la conclusión obvia debería ser que la premisa científica estaba equivocada. Test, por cierto que el propio Marx recomendaba vivamente, como se puede leer en su conocido ensayo Tesis sobre Feuerbach, firmado junto a Engels, en el que el pensador alemán afirmaba: “el problema de si al pensamiento humano se le puede atribuir una verdad objetiva, no es un problema teórico, sino un problema práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es decir, la realidad y el poderío, la terrenalidad de su pensamiento. El litigio sobre la realidad o irrealidad de un pensamiento que se aísla de la práctica es un problema puramente escolástico.” Apliquemos, pues, ese criterio de Marx a la experiencia comunista. La premisa marxista establecía que al eliminar la propiedad privada y planificar la producción se produciría una mejoría intensa del modo de vida físico y espiritual de las personas hasta alcanzar una sociedad justa, equitativa, feliz, y en la que no estuviera presente la violencia coactiva del Estado porque éste habría desaparecido. Se llegaría a una sociedad en la que ni siquiera serían necesarios los jueces y las leyes porque la convivencia entre los seres humanos estaría basada en una forma de espontáneo altruismo capaz de armonizar fraternalmente las necesidades e intereses de todas las personas. Esta premisa se sustentaba en los supuestamente providenciales hallazgos de Karl Marx en el terreno histórico, filosófico y económico que Engels sintetizó hábilmente en la oración fúnebre que le dedicara en 1883, en el momento de su muerte, y que cito textualmente: “Así como Darwin descubrió la ley del desarrollo de la naturaleza orgánica, Marx descubrió la ley del desarrollo de la historia humana: el hecho, tan sencillo, pero oculto bajo la maleza idológica, de que el hombre necesita, en primer lugar, comer, beber, tener un techo y vestirse antes de poder hacer política, ciencia, arte, religión, etc.; que, por tanto, la producción de los medios de vida inmediatos, materiales, y por consiguiente, la correspondiente fase económica de desarrollo de un pueblo o una época es la base a partir de la cual se han desarrollado las instituciones políticas, las concepciones jurídicas, las ideas artísticas e incluso las ideas religiosas de los hombres y con arreglo a la cual deben, por tanto, explicarse, y no al revés, como hasta entonces se había venido haciendo. Pero no es esto sólo. Marx descubrió también la ley específica que mueve el actual modo de producción capitalista y la sociedad burguesa creada por él. El descubrimiento de la plusvalía iluminó de pronto estos problemas, mientras que todas las investigaciones anteriores, tanto las de los economistas burgueses como las de los críticos socialistas, habían vagado en las tinieblas”. Engels pudo agregar que Marx también trató de explicar la crisis final del capitalismo como resultado de una superproducción creciente, producto de la falta de planificación, dado que cada codicioso empresario ocultaba sus planes particulares a la competencia, acumulando stocks invendibles que generarían grandes masas de desempleados o de asalariados remunerados con sueldos decrecientes, provocando con ello una catástrofe económica que sumiría a los trabajadores en una espiral de progresiva miseria que no podía tener otro fin ni otro destino que la revolución mundial para terminar con ese criminal modo de explotación. Llegado ese punto, los obreros y campesinos –pero especialmente los obreros, que eran los sujetos históricos que habrían adquirido “conciencia de clase”? destruirían los Estados burgueses y los sustituirían por “dictaduras del proletariado” provisionales hasta alcanzar el fabuloso mundo prometido por los marxistas. Provistos de estas fantásticas ideas, que a ellos les parecían “científicas”, aunque sólo eran hipótesis dudosas que casi inmediatamente comenzaron a ser desmontadas por otros pensadores –como Eugen von Böhm-Bawerk, quien ya en 1896 pulverizó la teoría del valor de Marx y sus postulados sobre la plusvalía–, en diversas partes del planeta numerosos reformadores sociales, llenos de buenas intenciones, sin esperar a la crisis final del capitalismo, encontraron una justificación para recurrir a la violencia, dada la santidad de los fines que se perseguían. Así las cosas, desde finales del siglo XIX y a lo largo del XX, surgieron figuras como Lenin, Trotski, Stalin, Kruschev, Tito, Enver Hoxha, Todor Zhivkov, Fidel Castro, Che Guevara, Georgi Dimitrov, Nicolás Ceaucesu, Mao, Tito, Walter Ulbricht, Kim Il Sung, Pol Pot y otras varias docenas de líderes que compartían un prominente rasgo biográfico: todos ellos se entregaron abnegadamente a una causa política por la que padecieron persecuciones y sufrimientos, y por la que arriesgaron la vida en numerosas oportunidades. Sin embargo, ese no era el único elemento que los unificaba: todos ellos, cuando ejercieron el poder dentro del sistema comunista, lo hicieron cruelmente, asesinando y encarcelando a millones de personas, acusándolas de traición, de rebelión o de simple desobediencia, cuando en la infinita mayoría de los casos se trataba de personas simplemente desafectas que sostenían puntos de vista diferentes o eran ex camaradas desengañados con las ideas marxistas. La represión brutal, pues, no parecía una aberración del sistema sino la consecuencia natural de tratar de implantar un tipo de sociedad extraña a los valores y expectativas de las personas. Los revolucionarios rusos llegaron al poder en 1917, y un año más tarde Lenin ya daba la orden de crear “colonias penales” y de utilizar una feroz represión contra mencheviques, kadetes, o cualquier fuerza acusada de simpatizar con los reformistas de Kerenski, tarea en la que Trotski colaboró con criminal energía, como recuerdan los historiadores que se han ocupado de la matanza de los marinos de Kronstand. Pero las instrucciones de Lenin iban más allá todavía: era importante castigar indiscriminadamente, incluso a inocentes, para que nadie se sintiera seguro y todos obedecieran. Era el principio del Gulag que luego Stalin continuaría con entusiasmo vesánico hasta dejar varios millones de muertos en las cunetas y calabozos, baño de sangre al que añadiría los juicios públicos a comunistas acusados de colaborar con el enemigo, farsas que solían culminar con la autoconfesión de crímenes nunca cometidos, gritos de militancia revolucionaria y la posterior descarga de los fusiles y el tiro en la nuca. Naturalmente, no hay nada desconocido en esta rápida descripción del terror comunista en las primeras tres décadas de su implantación en la URSS, pero a donde quiero llegar es a la siguiente observación: exactamente eso, o algo muy parecido, ocurrió luego en Bulgaria y en Rumanía, en Checoslovaquia y en Hungría, en China y en Corea del Norte, en Cuba y en Etiopía. Donde quiera que se implantaba el totalitarismo comunista aparecían el paredón de fusilamientos, las innumerables cárceles, las torturas, los juicios públicos, los siempre vigilantes cuerpos de delatores, la paranoica policía política, permanentemente dedicada a la búsqueda de traidores contactos con el exterior, los pogromos, los atropellos sin límite, las persecuciones a las minorías ideológicas, sexuales y, a veces, étnicas, y el control total de la vida de las personas, que ya ni siquiera podían emigrar, porque el deseo de marcharse resultaba ser una prueba clara de deslealtad a la patria. Daba exactamente igual que el proceso lo dirigiera un abogado cubano como Fidel Castro, educado por los jesuitas, un ex seminarista cristiano como Stalin, un maestro como Mao, un militar como Tito o un afrancesado y tímido burgués como Pol Pot. No era una cuestión de personas sino de ideas y de métodos: todos no podían ser psicópatas malignos. No había diferencia en que se tratara de regímenes impuestos por el ejército soviético, como ocurrió en varios países de Europa central, o que fueran el resultado de revoluciones, guerras civiles o golpes autóctonos, como en Albania, Cuba, China o Etiopía: el resultado ?admitidas algunas diferencias de grado más que de fondo? acababa por ser muy parecido, como si la implantación del comunismo inevitablemente trajera aparejada una sanguinaria manera de maltratar a los seres humanos. ¿Por qué esa cruel fatalidad? ¿Cómo personas bien intencionadas, altruistas, que creen dedicar sus vidas a la redención de sus conciudadanos, incurren en esas monstruosidades? Seguramente, porque sacrificaban cualquier juicio moral con relación a los medios que utilizaban con tal de alcanzar los fines que se habían propuesto. Eso se ve con toda claridad en un párrafo clave del Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental –un cónclave planetario de guerrilleros, terroristas y radicales comunistas de medio mundo congregado en La Habana en 1966– enviado por el Che Guevara, quien entonces preparaba su aventura boliviana, en el que el médico argentino reivindicaba “el odio como factor de lucha, el odio intransigente al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta y selectiva máquina de matar”. Odiar y matar a los enemigos era exactamente lo que debía hacer el revolucionario en nombre del amor a la humanidad, y por ello no debía sentir la menor vacilación o pena. Esta fanática certeza en las creencias comunistas que ha convertido a Stalin, al Che, a Pol Pot y a tantos revolucionarios en criminales políticos, tiene, además, dos consecuencias nefastas. Por una parte, los lleva a crear un lenguaje compatible con el odio, inevitablemente precursor de la agresión. Los adversarios ideológicos son siempre “gusanos”, “apátridas”, “vendepatrias”, “lamebotas del imperialismo”, es decir, una gentuza infrahumana que se puede suprimir sin contemplaciones con un balazo en la cabeza o se puede internar para siempre entre rejas, como se hace en los zoológicos con los animales peligrosos. La segunda consecuencia de esta actitud dogmática es el autismo moral. En general, quienes permanecen fieles a las creencias comunistas se cierran totalmente a otros estímulos intelectuales críticos o a proposiciones más razonables, enterrando la cabeza en la arena, como afirman que hacen los avestruces cuando se sienten en peligro. ¿Cómo seguir creyendo en el análisis económico marxista tras la refutación impecable de Bohm-Bawerk y otros miembros destacados de la Escuela austriaca? ¿Cómo insistir en las bondades de la planificación centralizada cuando Ludwig von Mises, ya en 1922, en su obra Socialismo demostró la imposibilidad del cálculo económico en sociedades complejas, el valor de los precios como un sistema de señales y el mercado como la manera menos ineficiente de asignar recursos, prediciendo, de paso, el inevitable fracaso del entonces incipiente experimento soviético? ¿Cómo sostener el materialismo dialéctico y la superstición de que la historia se comporta de acuerdo con las leyes supuestamente descubiertas por Marx tras ponderar las reflexiones de Karl Popper sobre el historicismo? ¿Cómo insistir en la culpabilización de Occidente si se ha leído con detenimiento El opio de los intelectuales de Raymond Aron o los seminales ensayos de Isaiah Berlin? ¿Cómo no coincidir con Hayek cuando advierte que el camino socialista conduce a la servidumbre, con Hanna Arendt cuando explica los tortuosos mecanismos que destruyen el equilibrio emocional en los regímenes totalitarios y generan ese odioso sentimiento de indefensión con que ese tipo de omnipresente dictadura castra y marca a los ciudadanos? Los marxistas, prisioneros de una injustificada arrogancia intelectual, para poder insistir cómodamente en sus errores descalificaban las observaciones de sus adversarios sin necesidad de conocerlas, o recurrían a una obscena aspereza en el lenguaje, siempre encaminada a tratar de destruir a los autores, no a sus ideas, y muy especialmente cuando se referían a personas de izquierda o ex comunistas que habían escapado de la secta y contaban sus valiosas experiencias como Arthur Koestler, Andre Malraux, Albert Camus, George Orwell, John Dos Passos, Octavio Paz, Joaquín Maurín, Eudocio Ravines, Mario Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza, Jorge Semprún y otras varias docenas o quizás centenares de valiosos intelectuales y pensadores desencantados con la praxis marxista-leninista, invariablemente calificados de agentes de la CIA, de asalariados de Wall Street o, más genéricamente, de “lacayos al servicio del imperialismo”. Otras circunstancias, los mismos resultados ¿Sería acaso un problema cultural? ¿Habría tal vez culturas más proclives a ejercer la violencia o a aceptar la tiranía y otras en las que el comunismo podía arraigar de manera más suave y natural? No parece. El comunismo se intentó en el enorme imperio ruso en el que coincidían cien pueblos distintos; en la Alemania del Este, corazón de Europa, desarrollada y culta; en Checoslovaquia y Hungría, dos fragmentos gloriosos del viejo Imperio Austro-Húngaro; en el mosaico Yugoslavo; en la Albania culturalmente desovada por Turquía; en China, en Vietnam, en Camboya, en Corea del Norte; en Cuba y Nicaragua; en el Africa negra de Angola y Etiopía. Y en todos fue un desastre. Se intentó en pueblos de raíz greco-cristiana, como Rusia, Bulgaria y Rumanía; en pueblos católicos, como Hungría, Cuba o Nicaragua; en pueblos cristiano-protestantes, como Alemania o Checoslovaquia; en pueblos islamizados como Albania, ciertas porciones de Yugoslavia y algunas repúblicas del Turquestán soviético; en otros de tradición confusiana, budista y taoísta, como China, Camboya, Vietnam y Corea del Norte. Y en todos fracasó. Lo ensayaron sociedades de origen eslavo, germánico, chino, subsahariano, latino, hispanoamericano, escandinavo y turcomano, y todas concluyeron en el desastre, el abuso, la pobreza y la mediocridad. Un fracaso del que sólo conseguían salvarse abandonando el sistema, o del que todavía hoy intentan huir mixtificándolo con medidas carácterísticas de las sociedades occidentales tomadas de la economía de mercado. Pero, ¿cómo y por qué podemos afirmar que se trata de experimentos fracasados? ¿No habla la propaganda comunista de sociedades dotadas de extendidos sistemas de salud y educación, en las que no existe el desempleo y todas las personas disfrutan de unos bienes mínimos, suficientes para sostener una vida feliz? Naturalmente, éxito y fracaso son siempre juicios relativos, pero, como en los laboratorios, contamos con experimentos de control y contraste que nos permiten calificar de total desastre la experiencia comunista: tras la segunda guerra mundial varios países y sociedades homogéneas se dividieron en los dos sistemas antagónicos que durante medio siglo disputaron la Guerra Fría. Hubo dos Alemanias, dos Coreas, y dos o varias Chinas: la continental, Taiwan, Hong Kong, e incluso Singapur. Hubo una Austria neutral en la que se instauró la democracia y se insistió en la economía de mercado, mientras Hungría y Checoslovaquia –los otros dos grandes fragmentos del viejo Imperio Austro-Húngaro– quedaban tras el telón de acero. La comparación de los resultados no ha podido ser más humillante para el sistema comunista. Alemania Occidental, Austria, Corea del Sur, las Chinas capitalistas, se desarrollaron mucho más eficaz y humanamente, desplazándose hacia formas de convivencia cada vez más democrática y respetuosa de los derechos civiles, como sucediera en Taiwán y en Corea del Sur, convirtiéndose en un poderoso polo de atracción para quienes tuvieron la desgracia de quedar al otro lado de los barrotes. Las sociedades capitalistas no eran perfectas, por supuesto, y no estaban exentas de graves problemas, pero el flujo migratorio indicaba la clara preferencia de los pueblos. Nadie saltaba el muro en dirección del Este. Los chinos que lograban huír pedían asilo en Taiwan o en Hong Kong, nunca en el paraíso de Mao. La mayor parte de los prisioneros norcoreanos cautivos en Corea del Sur, terminada la guerra en 1953, imploraron no ser devueltos al país del que provenían. Cuba, tras ser un importante refugio de inmigrantes a lo largo del siglo XX, a partir de la revolución se convirtió en un pertinaz exportador de balseros y emigrantes. Los estados comunistas, como observara la profesora y diplomática norteamericana Jeanne Kirkpatrick, eran las primeras entidades políticas de la historia que construían murallas no para evitar las invasiones, sino para impedir las evasiones de sus desesperados súbditos, y no hay un juicio más certero para medir la calidad de una sociedad que la dirección en que se desplazan los migrantes. ¿Sería, acaso, un problema de recursos materiales? Tampoco: resultaba evidente que el comunismo fracasaba en todas las circunstancias materiales posibles, aún cuando tuvieran enormes posibilidades de triunfar. La URSS contaba con inmensos recursos naturales, mayores que los de cualquier otro país. Ucrania había sido el granero de Europa hasta la Primera Guerra mundial. Bulgaria y Rumanía tenían una buena experiencia en el terreno agrícola. Alemania del Este, Checoslovaquia y Hungría poseían una antigua tradición industrial y científica, y podían exhibir un copioso capital humano formado en notables universidades. Todos esos países crearon un mercado común articulado en torno al COMECON –la respuesta soviética al Plan Marshall y a la Comunidad Económica Europea– y coordinaban sus esfuerzos económicos, financieros e investigativos. No obstante, todos esos factores positivos no eran suficientes para generar riqueza, tecnología o avances científicos en la cuantía en que Occidente lo lograba, y, visto ya con cierta perspectiva, resulta casi inexplicable que, con ese inmenso potencial a su servicio, el bloque comunista no haya sido capaz de originar siquiera una sola de las grandes revoluciones tecnológicas del siglo XX: la televisión, la energía nuclear, los antibióticos, la biotecnología, los vuelos supersónicos, los transistores o la computación. Sólo en un aspecto, el de carrera espacial, los soviéticos tomaron la delantera por un corto periodo tras el sputnik lanzado en 1957, pero ese episodio más bien parecía un subproducto de la cohetería militar, una industria favorecida por el Kremlin, donde también habría que inscribir la impresionante actividad espacial posteriormente desplegada por Moscú. No obstante, todavía existía una coartada final para no admitir que el marxismo partía de una serie de errores intelectuales originales que conducían al fracaso a todos los líderes, en todas las culturas y hasta en las más prometedoras circunstancias materiales: y ese pretexto era la idea de que existía un “socialismo real” que fracasaba por errores humanos en su torpe implementación y no por el carácter equivocado de los planteamientos originales. Se negaban a aceptar, entre otras evidencias, la melancólica observación de Yakovlev: el comunismo, sencillamente, no se adapta a la naturaleza humana. Exploremos ahora las razones de esta esencial incompatibilidad. |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 16/12/2005 15:06 |
III: La naturaleza humana Durante buena parte de los siglos XIX y XX, psicólogos, sociólogos, filósofos y biólogos discutieron apasionadamente sobre la esencia de la naturaleza humana. El núcleo del debate era muy escueto: unos opinaban que, fundamentalmente, el hombre era el resultado de la influencia externa, mientras los otros se decantaban por explicarlo como consecuencia de factores genéticos. Por un tiempo, un sector tal vez mayoritario del mundo académico, seguramente horrorizado por la experiencia del nazismo, negó con vehemencia que los seres humanos tuvieran instintos o tendencias innatas, y hasta se consideró “reaccionario” y “racista” suponer que la herencia y la biología jugaban un papel preponderante en la conducta de las personas. No obstante, en la segunda mitad del siglo XX, con la concesión del Premio Nobel en 1973 al etólogo austro-alemán Konrad Lorenz por las investigaciones y reflexiones volcadas en su libro On Agression, en medio de un agrio debate académico que dura hasta nuestros días, se fortaleció una especie de neodarwinismo que tuvo otro hito fundamental en los postulados de los sociobiólogos, capitaneados por Edward O. Wilson desde la publicación de sus libros Sociobiology (1975) y On Human Nature (1978). A partir de ese momento, fue creciendo exponencialmente el número y la importancia de quienes pensaban que los seres humanos, como todas las criaturas, estaban sujetos a las fuerzas de la evolución, lo que permitía explicar la conducta, los sentimientos y las actitudes como formas de adaptación a esa misteriosa urgencia de perpetuación de las especies que gobierna a todos los seres vivos. A esa visión neodarwiniana, en general contrapuesta a la postura de los científicos sociales más cercanos al marxismo, también se le llamó “funcionalismo”: la existencia de instituciones como el matrimonio y la familia, de creencias religiosas o de comportamientos agresivos frente a los extraños podían explicarse como estrategias innatas de supervivencia de nuestra especie, involuntariamente aprendidas y aprehendidas durante cientos de miles de años de constante evolución. Si aceptamos esta premisa teórica, y si convenimos en que la clave del éxito en cualquier sociedad es el capital humano de que se dispone, sus virtudes cívicas, la disposición que muestre para el trabajo y la coherencia y adecuación entre el sistema de convivencia y los rasgos psicológicos de quienes deben habitarlo, ¿qué elementos de los planteamientos marxistas y del modelo de organización comunista del Estado contradecían la naturaleza humana y afectaban negativamente a la sociedad y, por ende, al proceso de creación de riquezas? A mi juicio, varios, todos ellos vinculados a la psicología profunda de la especie, y, para facilitar su comprensión, creo que vale la pena consignar diez de los más importantes, aunque lo haga de manera esquemática: 1. El colectivismo y la represión al ego El más evidente de esos elementos contrarios a la naturaleza humana era la imposición violenta de diversas expresiones del colectivismo que negaban o reprimían la pulsión egoísta radicada en la psiquis de las personas sanas. El totalitarismo convertía el reclamo de prestigio y distinción personal ?uno de los grandes motores de la acción humana? en una suerte de conducta antisocial castigada por las leyes y estigmatizada por la moral oficial, olvidando que las personas necesitan fortalecer su autoestima mediante el reconocimiento social basado en la singularidad de sus logros. Naturalmente, esa represión al egoísmo y a la búsqueda de reconocimientos iba acompañada por grotescas formas sustitutas del éxito, como las distinciones oficiales a los “héroes del trabajo” dentro de la tradición stajanovista, pero la artificialidad de este sistema de premios, generalmente entregados en ceremonias ridículas, inevitablemente vinculados a la docilidad bovina de los elegidos, acababa por perder cualquier tipo de prestigio social, vaciándolo totalmente de contenido emocional. 2. El altruismo universal abstracto contra el altruismo selectivo espontáneo El colectivismo exhibía, además, otra faceta inmensamente negativa: decretaba la obligatoriedad de una especie de altruismo universal abstracto ?los obreros, la humanidad, el campo socialista?, mientras combatía el altruismo selectivo espontáneo, dirigido al círculo de las relaciones más íntimas, que es, realmente, el que moviliza los esfuerzos de los seres humanos: al desaparecer la propiedad privada ya no era posible dotar a los hijos de elementos materiales que garantizaran su bienestar. Ese fuerte instinto de protección que lleva a padres y madres ?especialmente a las madres? a sacrificarse por sus descendientes y a posponer las gratificaciones personales en aras de sus seres queridos, quedaba prácticamente anulado por la imposibilidad material de transmitirles bienes. Era, pues, un sistema que inhibía y penalizaba dos de las actitudes y comportamientos que más influyen en la voluntad de trabajar y en la consecuente creación de riquezas: la búsqueda del triunfo personal y la protección y el mejoramiento de la familia. ¿Cómo asombrarse, pues, de los raquíticos resultados materiales del totalitarismo comunista cuando el sistema, generalmente impuesto por la violencia, suprimía las motivaciones más enérgicas que tienen las personas para trabajar con ahínco? 3. La desaparición de los estímulos materiales como recompensa a los esfuerzos Pero ni siquiera ahí terminaban los refuerzos negativos que debilitaban la voluntad de trabajar en las personas comunes y corrientes: el marxismo proponía como meta la lejana obtención de un paraíso siempre situado en la inalcanzable línea del horizonte. El sistema exigía el sacrificio constante en beneficio de generaciones futuras, privando a los trabajadores de una recompensa efectiva e inmediata conseguida como resultado de sus desvelos, ignorando que, si algo se sabe con toda certeza en el terreno de las motivaciones, es que existe una relación directa entre el nivel de esfuerzo y la inmediatez de la recompensa obtenida: mientras mayor sea y más próxima se encuentre la recompensa, más intenso será el esfuerzo por obtenerla. ¿Cuánto tiempo y cuántas generaciones de trabajadores podían realmente defender con entusiasmo un sistema que les negaba o aplazaba sine die una legítima compensación por sus desvelos? 4. La falsa solidaridad colectiva y el debilitamiento del “bien común” Como consecuencia del colectivismo y de la desaparición de estímulos materiales asociados al esfuerzo personal, en todos los Estados comunistas se producía, además, un paradójico fenómeno que Marx no supo prever: la solidaridad colectiva, lejos de fortalecerse con el comunismo, fue desvaneciéndose hasta hacerse imperceptible. Nadie cuidaba los bienes públicos. La verdad oficial era que todo era de todos. La verdad real era que nada era de nadie, y, en consecuencia, a nadie le importaba robarle al Estado, dilapidar las instalaciones colectivas, o abusar sin contemplaciones de los servicios ofrecidos, actitud que generaba una letal combinación entre el despilfarro y la escasez propia del sistema. En los Estados comunistas la obsolescencia de los equipos era asombrosa: los tractores, vehículos de transporte o cualquier maquinaria que se entregaba a los trabajadores tenían una vida útil asombrosamente breve, acortada aún más por la permanente falta de piezas de repuesto, típica de las economías centralmente planificadas. Nadie cuidaba nada porque las personas no conseguían asumir mentalmente la idea del “bien común”. Lo que era del Estado ?un ente opresor remoto e incómodo? no les pertenecía a ellas y no había razón para protegerlo. Esto se veía con claridad en el entorno urbano característico de las ciudades regidas por el socialismo, siempre sucio, despintado, mal iluminado, con edificios en ruinas. A un país como Alemania del Este, la más próspera de las naciones comunistas, las cuatro décadas que duró el comunismo no le alcanzaron siquiera para recoger todos los escombros de la Segunda Guerra mundial. En La Habana, destruida por la incuria sin límite del castrismo, mientras los automóviles oficiales al servicio de la nomenklatura apenas duraban dos o tres años, los viejos coches de los años cuarenta y cincuenta, todavía en manos de particulares, se mantenían circulando heroicamente. La diferencia entre el destino de unos y otros era una forma silenciosa, pero efectiva, de demostrar la ineficiencia sin paliativos del socialismo y el inmenso costo material que esa característica le imponía a la sociedad. 5. La ruptura de los lazos familiares Por otra parte, el colectivismo y la imposibilidad de colaborar con el bienestar de la familia no parecían ser un producto fortuito de la desaparición de la propiedad privada, sino una consecuencia conscientemente buscada por la dictadura totalitaria en su afán por romper los lazos familiares con el objetivo de forjar hombres y mujeres que no estuvieran sujetos a la moral tradicional. De ahí las comunas chinas, las escuelas en el campo cubanas o el rechazo brutal camboyano a la vida urbana durante la tiranía de Pol Pot: se trataba de romper bruscamente los vínculos de sangre para crear una hermandad fundada en la ideología, donde la fuente única para la transmisión de los valores fuera el omnisapiente Partido. Por eso en todos los gobiernos comunistas se cantaban las glorias de los niños que vencían los prejuicios de la lealtad burguesa y eran capaces de delatar a la policía política a sus padres o hermanos cuando estos violaban las normas de la doctrina. Ni siquiera se podía amar a quien no exhibiera las señas de identidad comunistas o, más genéricamente, “revolucionarias”. En Cuba, por ejemplo, desde los años sesenta el castrismo decretó el fin de cualquier contacto con familiares “desafectos” o exiliados, y centenares de miles de familias interrumpieron sus vínculos tajantemente. Hijos, padres y hermanos, divididos por la militancia política por órdenes implacables del Estado, dejaron de hablarse o escribirse. En los expedientes policíacos, en las planillas de admisión a los centros de estudio y en las empresas se inscribía el dato peligroso: “el acusado mantiene relaciones con familiares que viven en el exterior”. Otras veces la advertencia giraba en torno al círculo de amigos: “el acusado mantiene relaciones con contrarrevolucionarios conocidos”. Mas esa brutal manipulación de las zonas afectivas de las personas tenía un alto costo emocional: las personas, obligadas por el miedo, obedecían al Estado, y renunciaban a los lazos familiares o amistosos comprometedores, pero secretamente se distanciaban aún más del Estado que las obligaba a esa abyecta mutilación de sus querencias. 6. Las instituciones estabularias Consecuentemente, el totalitarismo negaba y reprimía cualquier forma de organización que no estuviera sujeta al control y escrutinio de la cúpula gobernante. La sociedad no podía espontáneamente generar instituciones para defender ideales o intereses legítimos. La participación estaba limitada a los pocos cauces creados por la cúpula: el Partido, las organizaciones de masas, los parlamentos unánimes, los sindicatos amaestrados, y en ninguna de esas instituciones oficiales las personas se veían realmente representadas. De forma contraria a la tradición histórica, el comunismo era un sistema conscientemente dedicado a desatar lazos y a disgregar las estructuras espontáneas y naturales de vinculación generadas por la sociedad, sustituyéndolas por correas de transmisión de una autoridad arbitraria y represiva, disfrazadas de cauces artificiales de participación, aun cuando eran, en realidad, verdaderos establos en los que “encerraban” a los ciudadanos para lograr su obediencia. ¿Resultado de esa cruel estabulación de las personas? Un creciente sentimiento de enajenación en el conjunto de la población, incapaz de sentirse representada y mucho menos defendida por un sector público percibido como extraño y ajeno. 7. Del ciudadano indefenso a ciudadano parásito Sin embargo, el pecado comunista de someter a la obediencia a los ciudadanos mediante la coacción, y de cortarles las alas para que no pudieran pensar, organizarse, ni crear riquezas por cuenta propia, traía implícita su propia penitencia: convertía a las personas en unos improductivos parásitos que esperaban del Estado los bienes y servicios que éste no podía proporcionarles, precisamente por las limitaciones que le había impuesto a la sociedad. Ese ciudadano indefenso se convertía entonces en un consumidor permanentemente insatisfecho, constantemente obligado a violar las injustas reglas a que era sometido mediante el robo y el mercado negro, debilitando con ello las normas éticas que deben presidir cualquier organización social justa y razonable. 8. El miedo como elemento de coacción y la mentira como su consecuencia En todo caso, ¿cómo lograban los comunistas ese grado de control social? Lo conseguían por medio de una desagradable sensación física omnipresente en las sociedades dominadas por el totalitarismo: mediante el miedo. Miedo a la represión. Miedo a los castigos físicos y morales. Miedo a ser expulsado de la universidad o del centro de trabajo. Miedo a ser despojado de la vivienda. Miedo a la cárcel. Miedo a los aterrorizantes pogromos. Miedo a las golpizas. Miedo a los paredones de fusilamiento. Sólo que el miedo, como todo refuerzo negativo ?afirmación en la que no se equivocan los psicólogos conductistas?, es un estímulo precario que genera reacciones contraproducentes. Entre ellas, tal vez las más graves son el fingimiento, la simulación y la ocultación. Mentir es la especialidad de las sociedades regidas por el comunismo. Miente el Partido cuando defiende planteamientos que sabe falsos o inalcanzables. Mienten los funcionarios cuando informan sobre los resultados de la gestión a ellos encomendada, generalmente mal ejecutada por falta de medios. Mienten los jerarcas cuando presentan resultados deliberadamente distorsionados. Mienten los militantes o los indiferentes cuando deben opinar sobre los logros supuestamente obtenidos, pero, lo que es aún más grave, todos, tirios y troyanos, enseñan a sus hijos a mentir porque en el sistema comunista, al revés de lo que asegura la Biblia, la verdad no nos hace libres, sino nos lleva directamente a la cárcel. Sólo que esa atmósfera de falsedades ?que en Cuba llaman de “doble moral”, o de “moral de la yagruma”, una hoja que tiene dos caras de distintos colores?, se transforma en una fuente del cinismo más descarnado y destructor, terrible medio para la creación de riquezas, como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: “ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar”. |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 16/12/2005 18:04 |
9. La desaparición de la tensión competitiva De forma tal vez previsible, un modelo de organización como el comunismo, que introduce en la sociedad unas artificiales tensiones psicológicas basadas en el miedo y en la permanente incoherencia entre lo que se cree, lo que se dice y lo que se hace, simultáneamente destruye una tensión natural que contribuye a la mejora de la especie: la urgencia por competir. En efecto, los seres humanos tienden a competir en prácticamente todos los ámbitos de la convivencia. Desde el simple intercambio de criterios entre varias personas, muy estudiado por la dinámica de grupos, en donde inconscientemente todos procuran establecer y colocarse dentro de una cierta jerarquía, hasta las competiciones deportivas, en las que resulta obvia la búsqueda del triunfo, las mujeres y los hombres luchan por destacarse y escalar posiciones de avanzada. Desgraciadamente, dentro del sistema comunista, donde las únicas instituciones que existen son las diseñadas artificialmente por el Partido, y donde las iniciativas que se permiten son sólo las que emanan de la cúpula dirigente, los individuos creativos son casi siempre marginados y no encuentran campo para desarrollar sus sueños y proyectos. Los “héroes” y “capitanes de industria”, como les llamaba Thomas Carlyle, impelidos por la naturaleza para llevar a cabo impetuosas hazañas sociales, están prohibidos, son perseguidos o se les extirpa cruelmente de la vida pública si consiguen hacerse peligrosamente visibles. Es muy probable que en países como la URSS o Checoslovaquia, donde había un alto nivel educativo, existieran personas como William Schockley, uno de los creadores del transistor, o jóvenes inquietos como Steven Jobs, padre del computador personal Apple, pero ¿cómo las buenas ideas se transforman en acciones concretas en sistemas sociales cerrados, guiados por dogmas infalibles y administrados por burocracias políticas, ciegas y sordas ante cualquier iniciativa novedosa? El éxito aplastante de sociedades como la norteamericana, comparadas con las comunistas, se debe, en gran medida, a las inmensas posibilidades de actuación que tienen los individuos creativos donde existen libertades individuales e instituciones que favorecen el talento excepcional. Es muy notable que un genio como Thomas Alva Edison haya patentado más de mil inventos, y entre ellos la bombilla de luz eléctrica, o que un estudiante llamado Bill Gates haya creado un software ingenioso para ser utilizado como sistema operativo en las computadoras, pero tan admirable como la obra de estas personas, es que vivían en sociedades que potenciaban el paso vertiginoso de la idea al artefacto y del artefacto a la empresa. Edison no sólo inventó la bombilla: además creó la empresa para distribuir la electricidad y cobrar por el servicio. Gates no sólo perfeccionó el lenguaje Basic y le dio un destino concreto como pieza clave de las computadoras personales, sino en un humilde garaje y ayudado por cuatro amigos creó una empresa, Microsoft, que en veinte años estaría entre las mayores del planeta. De ambos haber nacido en el mundo comunista, lo probable es que la creatividad y la energía que los impulsaba a trabajar, competir y triunfar se hubieran disuelto lentamente bajo el peso letal de un sistema concebido para destruir casi cualquier iniciativa espontáneamente surgida en su seno. 10. La necesidad de libertad A esta represión del espíritu de competencia hay que agregar la fatal supresión de las libertades implícita en toda forma de organización social montada sobre la existencia de dogmas inapelables, como sucede con la escolástica marxista. ¿Por qué recurrir a la expresión “escolástica marxista”? Porque en el marxismo, como en el método escolástico medieval, las verdades ya son conocidas y aparecen consignadas en los libros sagrados de la secta escritos por las autoridades. En el marxismo lo único que les es dable a las personas, especialmente si ocupan puestos destacados, es confirmar la sagacidad de las autoridades con ridículos ditirambos como “Gran timonel”, “Máximo líder”, “Querido líder”, “Padre de la patria”, muestras todas de las formas más degradadas de culto a la personalidad. Pero sucede que la libertad para informarse, examinar la realidad y proponer cursos de acción no es un lujo espiritual prescindible, sino una de las causas de la prosperidad en las sociedades modernas. Si hay una definición bastante exacta del hombre es la de “ser que se informa constantemente”. No es una casualidad que el saludo más extendido en la especie humana es “¿qué hay de nuevo?”. ¿Por qué? Porque el rasgo característico de la especie es la permanente transformación del medio en el que vive, y eso significa un cambio constante en los peligros que acechan y en las oportunidades que surgen. Tenían razón, pues, Yakovlev y Gorbachov cuando pensaban que la libertad para intercambiar información sin miedo ?la glasnost? era el camino para aliviar los enormes problemas de la URSS, pero se equivocaron al creer que el sistema comunista era reformable. No lo era, como finalmente me admitió Yakovlev, porque contrariaba la naturaleza humana. Eso lo condenaba al fracaso. IV: Epílogo Sólo que la evidencia no es suficiente para convencer a cierta gente de la inviabilidad del comunismo. Un profesor y amigo me contaba que había acudido a un país latinoamericano para dictar una conferencia sobre el fin del marxismo, pero a las puertas de la universidad lo esperaba una elocuente pancarta: “Marx ha muerto: ¡viva Trotski!”. Y así es: decenas de fracasos en otros tantos países y en diversas circunstancias, contemplados a lo largo de muchas décadas, no han bastado para convencer a algunas personas indiferentes a la realidad. ¿Por qué? Tal vez porque el marxismo, aunque falso, aporta un diagnóstico sencillo, elemental y comprensible de los males sociales, al alcance de cualquier persona, por limitada que sea su educación o por escasa que resulte su capacidad de análisis; tal vez, porque la disparatada terapia que propone posee esas mismas características. También, porque las utopías, causantes de las mayores catástrofes de la historia, son siempre seductoras para un porcentaje de la sociedad que prefiere delirar a observar y reflexionar. Sin embargo, el hecho de que algunas personas insistan en un error no es una forma indirecta de validarlo. Es, simplemente, una muestra de terquedad irracional, de la que hay otros miles de ejemplos en la historia. En todo caso, no olvido una triste observación que me hizo Yuri Kariakin, marxista en sus años mozos y demócrata en su vejez, mientras esperábamos a Yakovlev: “¡Qué raro y desproporcionado es el marxismo! Durante nuestra juventud ?me dijo?, en pocos días nos llenamos la cabeza de porquerías e insensateces ideológicas, pero luego nos toma muchos años sacarlas del cerebro”. Hay gente que no lo consigue nunca. Al Leer esta pequeña frase , sonrie , por que me vinieron recuerdos de cuando vivía en Cuba. .....como revela una frase que se oía en todas las sociedades regidas por el comunismo: "ellos (el Estado) simulan pagarnos; nosotros, a cambio, simulamos trabajar"....... |
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De: tango |
Enviado: 16/12/2005 21:02 |
Señores, Hay que ser muy pejerrey para tragarse estas boludeses del miembro de la nomenclatura castrista, la compañera Hart, "Las desviaciones asombrosas de recursos denunciadas por Fidel, como el caso de las gasolineras particulares, los desvíos desde el mismísimo puerto, los robos que rebasaban en algunos casos lo recaudado por el Estado, no pueden ser, tan sólo por lógica elemental, obra de unos cuantos ladronzuelos sueltos. Es obra de la “nueva clase” que señala Fidel. Es en gran medida generada por la burocracia, pues tampoco es comprensible en términos de lógica, que estos nepmen cubanos no cuenten con algún apoyo institucional. ........... buscan la restauración capitalista y a la larga pactaran con Miami. Porque los nuevos nepmen cubanos que nacieron justo con la despenalización del dólar y que son a la larga sostenidos por el capital de Miami o los kulaks que hoy nos venden en los mercados los productos a precios incompatibles con el jornal, tienen su puntal en Miami, con un invisible aliado: la burocracia O sea, los responsables del robo en Cuba, estan en Miami. Los pistoleros de las gasolinas estaban siendo controlados desde Miami, o sea les enviaban sus comisiones a la calle ocho. Hay que tener caramelos en la cabeza para tragarse esto..... Abajo con el chulo en Jefe, Tango |
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De: SadCHARLOTE |
Enviado: 16/12/2005 21:02 |
Niña rica y aburguesada , hija de ministro , viviendo en un palacete en el Nuevo Vedado heredado de los "viejos ricos" , yendo de vacaciones a París ,comprando su ropa en Roma y cargando su Rolex un cliché de la nueva generación de ricos castristas para diferenciarse del pueblo; que nunca sufrió en carne propia las miserias y el rigor del comunismo , con un discurso exaltado y lleno de Odio. Debería darle vergüenza , debería estar averiguando sobre los misteriosos y múltiples suicidios tan frecuentes en la elite Castrista , como el del payaso presidente que se llenó de ignominia al hacerle el juego a Fidel Castro y representar el papel de Presidente de la República , cuando todo el mundo sabía que era un títere en manos del tirano , Al Sr. Dorticos Torrados lo "suicidaron" y entre esos múltiples suicidios está tambien el de Haydée Santamaria , su madre ,Sra. Celia , que según se corrió la voz por toda la isla también la "suicidaron" Que Vergüenza!! |
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De: Maikohara1 |
Enviado: 18/12/2005 02:28 |
Cuanto dieran los politiqueros batistero,por llegar a tener un dia la moral de esa Dra?.....!!!!!... |
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