El 6 de julio de 1980, el barco de río «XX Aniversario» salió del centro turístico Canímar Abajo, situado en las márgenes del río Canímar, en Matanzas, con más de 60 pasajeros. Sergio Aguila Yanes, de 19 años, sargento en el ejército cubano, reclutó a su hermano menor Silvio y a sus amigos Roberto y Humberto, y juntos habían planeado la fuga. Cuando el barco se alejó de los muelles, sacaron sus armas e intentaron tomar por sorpresa a los guardias. No pudieron y cuando uno de los guardias sacó la pistola, Sergio disparó primero y lo hirió. Pronto el barco estuvo bajo control de los muchachos, que ordenaron a su capitán que se desviara hacia hacia los Estados Unidos.
El informe del tiroteo no tardó en llegar a Julián Rizo Alvarez, primer secretario del Partido en Matanzas, que inmediatamente convirtió un restaurante local en puesto de mando con teléfonos directos a la oficina central del Partido y a Fidel Castro, que le dio órdenes explícitas de que no se podía permitir que el barco se escapara. Fidel Castro subrayó a Rizo Alvarez «que pase lo que pase». Rizo despachó enseguida varias lanchas torpederas para que detuvieran el «XX Aniversario». Los barcos de guerra, más pequeños y más rápidos, se acercaron al barco e insistieron en que pararan y regresaran a Cuba. Los muchachos decidieron no obedecer las demandas del gobierno y siguieron hacia el norte. Después de que le notificaron por radio que las torpederas no podrían detener al «XX Aniversario», Rizo tomó una decisión. «Las órdenes fueron no permitir que el barco saliera de Cuba, aunque eso significara hundirlo». Como si supieran lo que iba a ocurrir, algunos de los pasajeros levantaron a sus hijos rogando a los barcos del gobierno que no dispararan. Rizo dio la orden de disparar y comenzó la masacre de los hombres, mujeres y niños que estaban a bordo del «XX Aniversario».
A pesar de que había dos barcos completamente armados atacando al «XX Aniversario» y a sus pasajeros, Rizo despachó otro patrullero más fuertemente armado y a un avión que empezó a circular encima. Los pilotos del avión empezaron el ataque justo antes de que el barco de río saliera de las aguas cubanas. Después que el avión hizo dos pases mortales, el barco estaba aún milagrosamente a flote, aunque sólo capaz de navegar en círculo. Para entonces, casi la mitad de sus sesenta pasajeros estaban ya muertos o heridos. Cuando se dio cuenta de las repercusiones internacionales que habría si el «XX Aniversario» se escapaba, Rizo tomó el mando del enorme «23 de Mayo» y le ordenó que interceptara y hundiera el barco de río, mucho más pequeño. La tripulación del «23 de Mayo» llevaron a cabo las órdenes de hundir el barco, embistiéndolo por el medio. Buscando su seguridad, Sergio había llevado a todas las mujeres y niños a la bodega para que estuvieran fuera del alcance de las balas. Aunque el primer golpe no hizo mucho daño al barco, las mujeres y los niños, ahora atrapados abajo, empezaron a gritar histéricamente. Segundos más tarde, el «23 de Mayo» embistió por segunda vez al barco y casi lo partió en dos. Al empezar a llenarse de agua el «XX Aniversario», Sergio le dijo a Roberto, el amigo de dieciséis años: «Perdóname, Papito» y fue a la cabina. Entre los frenéticos gritos de las mujeres y los niños de la bodega, Sergio sacó la pistola y le gritó a Roberto: «Los comunistas no me cogerán vivo nunca». Dirigió la pistola a la sien y se mató.
Roberto Calveiro aún recuerda que las aguas se enrojecieron alrededor de los cuerpos de los hombres, mujeres y niños balaceados. También fue testigo del ahogamiento de los que sobrevivieron la matanza inicial pero que no pudieron soportar la fuerza del mar y se hundieron sin volver a salir más. El propio Calveiro saltó al agua y empezó a nadar, pero cuando los patrulleros lo vieron le empezaron a disparar. Más tarde, cuando fue recogido en el mar por el cabello y golpeado en un patrullero, los guardafronteras que le dispararon le confesaron: «Chico, no sé cómo pudiste sobrevivir con todas las balas que te disparé». Cuando llegaron al fin a la costa, los guardias le dijeron a Roberto que se echara a correr. Roberto se negó, sabiendo bien que le dispararían. Aunque había salvado la vida, le esperaban muchas otras experiencias al muchacho de 16 años en los próximos doce años, que pasó en una cárcel cubana.
El régimen rescató sólo 11 de los cadáveres de los casi cuatro docenas de hombres, mujeres y niños masacrados ese día. El gobierno no le dio ninguna explicación a las familias de los desaparecidos, solo que habían muerto en el mar durante el «secuestro» de un barco. El gobierno no permitió entierros comunes. Antes de peritir a los diez sobrevivientes que regresaran a casa, les ordenaron no hablar con nadie sobre el incidente y no reunirse en grupos en que hubiera más de dos de ellos presentes. Durante los próximos dos años, tuvieron agentes del gobierno estacionados para monitorear sus actividades, mientras intentaban sobornar a los familiares de las víctimas, así como a los sobrevivientes, dándoles televisores, refrigeradores y otros equipos usualmente reservados para altos funcionarios del gobierno.
El 13 de febrero de 1981, catorce miembros de la familia Delgado entraron en los terrenos de la Embajada de Ecuador. Unos cuantos llevaban pistolas calibre .22 (sin detonador) como medida de precaución. Tan pronto como estuvieron a salvo dentro del edificio de la embajada, los Delgado entregaron sus armas al embajador ecuatoriano, Jorge Pérez Concha. Cuando el gobierno cubano se enteró del incidente, cortó inmediatamente la electricidad de la embajada. Ecuador envió a su Secretario de Relaciones Exteriores, Cornelio Marchán, a negociar la seguridad de la familia Delgado. En las conversaciones estaban funcionarios del gobierno ecuatoriano, funcionarios cubanos y los Delgado. Después de siete días de negociación, Ecuador anunció que había decidido conceder asilo político a los Delgado. Se entregó a Rómulo Delgado un documento oficial del gobierno ecuatoriano que especificaba los términos del acuerdo. La delegación ecuatoriano regresó a Quito el 20 de febrero, creyendo que se había resuelto el dilema.
Cuando aterrizaron, sin embargo, supieron que el régimen de Castro había renegado del acuerdo. Entre la 1 y las 4 a.m. del 21 de febrero, fuerzas especiales de Castro asaltaron la embajada ecuatoriana. Todos los miembros de la familia fueron golpeados salvajemente, niños incluidos. Los mayores fueron encarcelados y dos de los niños fueron «puestos en libertad» para entregarlos a familiares en Pinar del Río, aunque siguieron bajo vigilancia y no se les permitió asistir a la escuela. Owin Delgado, de 15 años, recibió heridas tan graves en la cara y la cabeza (casi perdió una oreja) que tuvo que ser trasladado a un hospital. El 3 de marzo de 1981, después de estar en coma durante dos días, Owin Delgado murió.
El teniente coronel Francisco Abad ordenó inmediatamente que el cadáver fuera trasladado a una morgue en La Habana para que le hicieran una autopsia. La familia del muchacho no fue notificada. El gobierno preparó el velorio en una funeraria de Santiago de las Vegas, un suburbio habanero casi a 200 millas del pueblo natal de Delgado en Pinar del Río. El gobierno cubano declaró que había enterrado a Owin Delgado en una fosa común en el Cementerio de Colón, lugar donde descansan los restos de muchos prisioneros políticos y fusilados. El único miembro de la familia a quien se le permitió asistir al entierro no pudo más tarde identificar la tumba sin marca entre otras miles en el enorme cementerio. Miembros de la familia que fueron después a llevar flores a la tumba de Owin fueron rechazados y se les dijo que el nombre del muchacho ni siquiera estaba registrado en el cementerio.
Rómulo y Pascual Delgado todavía están cumpliendo sus condenas de 43 y 45 años por intentar buscar asilo político, y la verdadera ubicación de los restos de Owin sigue sin ser conocida. La frontera alrededor de la base naval de Guantánamo consiste de cuatro cercas de alambres de púas, una torre de vigilancia con tres guardias armados, camiones, perros de presa y un campo de minas. La bahía de Guantánamo es patrullada regularmente por barcos armados cubanos con guardias armados con granadas de mano y armas automáticas. El 10 de noviembre de 1992, Amado Veloso Vega, de 23 años, se dirigió con unos amigos a la Base Naval con la esperanza de escapar. Después de caminar dos días sin comida ni agua y de deslizarse ante varios agentes de la Seguridad del Estado, los muchachos llegaron a la base. A las 10:15 p.m. del 12 de noviembre, intentaron correr a la libertad. Después de trepar cuatro cercas de alambre y de pasar tres campos minados, estaban a la vista del territorio de EU. A las 10:40 p.m., Amado pisó una mina. La explosión le cortó completamente las dos piernas y le quemó seriamente la cara, el cuello y las manos. Los Guardafronteras cubanos, que escucharon la explosión, le gritaron a Amado que no lo podían ayudar sin la aprobación de un superior. Estuvo desangrándose y agonizando en la «Tierra de Nadie» hasta las 7:06 a.m. del día siguiente. Los guardias que recogieron su cuerpo lo declararon muerto en el lugar. Amado que estaba apenas conciente y no podía hablar, fue llevado al Hospital Agustin Neto, donde fue declarado muerto al llegar. Del hospital, Amado fue trasladado a la morgue, donde él recuerda haber escuchado decir a un doctor: «Qué hace aquí... ¡está vivo aún!» Se dice que el doctor renunció cuando se enteró después que habían llevado a Amado a la morgue como castigo por haber tratado de escapar. El centro de rehabilitación rechazó a Amado cuando el personal descubrió la causa de sus heridas y el gobierno le negó una tarjeta de impedido y una pensión. Cuando Amado pidió ayuda al gobierno, le dijeron que había otros que necesitaban más ayuda que él. El 19 de junio de 1994, a las 2:00 p.m., oficiales de la Base Naval de EU vieron a un grupo de cubanos que nadaban hacia la base, seguidos por un barco patrullero cubano. Los guardias cubanos se acercaron a los nadadores y empezaron a lanzar granadas a su paso. Aunque los oficiales de EU vieron más tarde cómo recogían los cuerpos del agua, no pudieron determinar la condición precisa de los nadadores.
Al día siguiente, 20 de junio, a la 1:30 p.m., barcos patrulleros cubanos fueron vistos de nuevo lanzando granadas a cubanos que nadaban hacia la base. Como si jugaran con la vida de los nadadores, los soldados disparaban al agua con ametralladoras. Los sobrevivientes fueron después sacados del agua y llevados a prisiones en Cuba.
Una semana más tarde, el 26 de junio, a las 11 a.m., oficiales de la Base Naval de EU observaron cuando barcos patrulleros cubanos rodeaban a un grupo de nadadores, disparaban contra ellos con ametralladooras y lanzaban granadas a su paso. Después que varios nadadores aparentemente ilesos fueron llevados al barco, tres cadáveres fueron recogidos con ganchos de pescar.
El 27 de junio, fue observado el Guardacostas cubano reprimiendo violentamente otros dos intentos de llegar a la Base. A las 11:30 a.m., se vio a los guardias del patrullero lanzar dos granadas cerca de un grupo de nadadores. Más tarde ese mismo día, se vio a los guardias abrir fuego contra otro grupo de nadadores. No se sabe si hubo sobrevivientes. El Subsecretario Asistente de Estado para América Latina, Robert Gelbart, describió los incidentes anteriores como «el tipo más salvaje de comportamiento del que he oído nunca -incluso peor de que lo que ocurría en el Muro de Berlín», mientras que la Casa Blanca emitió una protesta oficial contra el gobierno de FC pidiendo una detención inmediata de esas «bárbaras prácticas». El 1 de julio de 1993, un ciudadano americano y un residente cubano-americano recibieron disparos de las autoridades cubanas cuando intentaban recoger familiares y traerlos a los Estados Unidos. También mataron a tiros a tres cubanos cuando nadaban hacia el barco que esperaba. Rick Hoddinott y Hugo Portilla, que había escapado en una balsa en 1992, pensaba que no tenía otra opción sino regresar a buscar a su esposa, Lourdes, y a su hija de cuatro años, Monica. La embarcación, de 32 pies, fue vista fácilmente por los cubanos que esperaban en la costa. Hoddinott testificó más tarde que «lo próximo que vi fueron unas cuarenta personas que nadaban hacia el barco».
Entre los nadadores estaban el esposo y el hijo de Barbara Manzini. Barbara, una ciudadana americana que estaba de visita con sus familiares en Cuba, se quedó en tierra y vio desarrollarse los acontecimientos. El simple rescate de dos personas se haría caótico. No pasaría mucho tiempo antes de que atrajera la atención de los guardacostas cubanos estacionados a sólo tresciendas yardas. Hoddinott recuerda haber visto seis o siete guardias en la playa y luego a un barco del gobierno cubano. Los oficiales cubanos, que dijeron después que el barco encallado no estaba «cooperando con la demanda de detenerse», abrieron fuego de repente, aunque el esposo de Barbara Manzini, Rigoberto Hernández, gritaba desde el barco: «¡No disparen! ¡No disparen! El barco no se puede mover -está varado». Hoddinott fue alcanzado dos veces en la rodilla y una vez en el pie por las balas de los guardias que ahora disparaban desde la playa y desde el barco del gobierno. Varios cubanos que nadaban hacia el barco de rescate, indefensos y vulnerables, recibieron también disparos. Hoddinott recuerda haber escuchado los gritos de los niños y haber visto aguas ensangrentadas batir los blancos paneles del barco. Cuando terminaron las ráfagas del guardia, diez nadadores cubanos estaban seriamente heridos y tres de ellos, todos jóvenes, muertos.
El más joven de las tres víctimas era Loamis González Manzini, de 16 años. Su madre Barbara, cuyo padre murió en 1961 también cuando intentaba escapar de la isla, fue arrestada después por protestar por la muerte de su hijo. Fue encarcelada como una supuesta «organizadora» de la fuga. Los guardias dispararon también contra el esposo de Barbara durante el desastre.
Una segunda víctima, Mario Horta Jr., tenía sólo 19 años. Su padre, que vive en Miami, ha dicho: «Nunca pensé que perdería a mi hijo a manos del mismo régimen criminal que mató a mi padre. Mi padre fue ejecutado por el gobierno por 'actividades contrarrevolucionarias'. Sólo quería un poco de justicia y libertad, igual que mi hijo».
La tercera víctima, Alfredo Evelio Marin, murió a los 26 años. En ese momento su madre, sin sospechar nada, estaba visitando familiares en Miami.
El tiroteo fue tan intenso que despertó a todo Cojímar. Varias casas cercanas a la playa recibieron disparos. Cientos de personas se reunieron en la playa y observaron la masacre. Cuando llegó la policía, el pueblo ya estaba indignado con lo que había visto. «Algunos empezaron a tirarle piedras a los carros de la policía y a gritar consignas contra el gobierno, y otros tiraban botellas», testificó Barbara Manzini. El régimen de Castro respondió enviando tres camiones llenos de tropas del Ministerio del Interior especialmente entrenadas alrededor de medianoche.
Hoddinott describe lo que vio después que ayudó a una muchacha y a su madre en tierra: «Cuando llegué al fin a tierra, había cientos de manifestantes, quizás mil, que gritaban y me aplaudían como si yo fuera un héroe». Como Hoddinott estaba perdiendo mucha sangre, dos mujeres lo pusieron en un taxi y lo enviaron a un doctor, donde fue localizado después por las autoridades cubanas y trasladado a un hospital. Aunque en el hospital comía arroz y frijoles, pescado y carne diariamente, enseguida se dio cuenta de que otros pacientes no eran tratados igual: «Creo que estaban tratando de impresionarme, para que cuando regresara (a EU), parecieran buena gente», dijo Hoddinott. En la noche del 13 de octubre de 1993, Luis Quevedo Remolina, de 23 años, y siete amigos, lanzaron su rudimentaria balsa al mar. A las 7:00 p.m., los ocho jóvenes se subieron a un camión y se dirigieron a la costa. En algún sitio de la carretera entre Bacuranao y Tarará, los guardias vieron el camión y le dispararon. Mientras el camión se detenía, los jóvenes saltaron y corrieron en todas direcciones. Los guardias capturaron enseguida a todos menos a uno, que siguió eludiéndolos hasta que fue atrapado entre ellos y el océano. Luis Quevedo Remolina, gritó «No disparen» y se rindió. Los guardias no dispararon. En cambio, comenzaron a golpear a Luis Quevedo repetidamente con la culata de los rifles. Cuando se cansaron de golpearlo, su víctima estaba cubierta de sangre y apenas agarrado a la vida. El resto también fue golpeado y luego llevado a Villa Marista. Luis Quevedo fue llevado a un hospital donde murió. Su familia, después de buscar frenéticamente en las estaciones de policía, hospitales y morgues, fue informada al fin de su muerte 15 horas después. El gobierno cubano le dijo primero a Esther Remolina que su hijo había muerto instantáneamente, al recibir un disparo cuando intentaba escapar. Cuando fue a vestirlo para el funeral, sin embargo, se desmayó: no había disparos, sino contusiones y huesos partidos.
En un conmovedor testimonio grabado por el activista pro derechos humanos Ladislao Velázquez (que fue arrestado poco después), la madre de Luis describió las condiciones del cuerpo de su hijo: «Le aplastaron los testículos. Le rompieron la mandíbula, le rompieron toda la boca. Lo golpearon con las ametralladoras en el estómago. Dijeron después que había muerto de un disparo pero cuando fuimos a vestirlo en la funeraria vimos que no tenía ninguna herida de bala. Lo despedazaron. Son asesinos. Son fascistas. Son criminales.»
La noticia se regó rápidamente por el pueblo natal de Luis Quevedo, Regla. Cuando se supieron los detalles, la intranquilidad pública se convirtió enseguida en indignación, aunque la prensa gubernamental ....ni si quiera informó la versión gubernamental del caso. Mientras tanto, no se le permitía a amigos y familiares de los siete jóvenes detenidos en Villa Marista que los visitaran. Uno de ellos, Luis Abel Rodríguez Aguilera, estaba herido de gravedad por haber sido golpeado repetidamente con la culata de una ametralladora en la cabeza. Para evitar que su madre viera las heridas, los guardias de seguridad le dijeron que su hijo no quería recibir visitas.
En la tarde del 15 de octubre, unos 300 dolientes caminaban detrás del carruaje que llevaba el cuerpo de Luis Quevedo. Muchos más se unieron espontáneamente al atravesar el pueblo el cortejo. De repente se encontraron que la policía había puesto barricadas en la calle principal para desviar a la creciente multitud. Gritos pidiendo justicia y el fin de la dictadura de Castro empezaron a llenar las calles de Regla. «Asesinos, comunistas», gritaba la multitud. Lo que había empezado como una solemne marcha fúnebre se había convertido en toda una protesta pública contra la represión.
El chofer del carro fúnebre se negó a pasar por la estación de policía. Los dolientes, sin embargo, estaban decididos a expresar su dolor. Eide Regosa Pérez rompió las ventanillas traseras del carro (por lo cual fue condenado a un año en prisión). Abrieron la puerta y sacaron el ataúd. Los dolientes corrieron, queriendo todos cargar la caja, y el ataúd fue levantado. La multitud lo colocó frente a la estación de policía. Los gritos de «Abajo Fidel! ¡Abajo la dictadura!» se hacían más fuertes mientras la policía amenazaba a los manifestantes: «Sigan, sigan, cuando esto se termine los vamos a golpear a todos». Más tarde cumplieron sus amenazas y muchos fueron heridos y llevados a clínicas.
En el cementerio, una multitud que esperaba se unió al cortejo fúnebre. Aunque la policía, que llegó alrededor del mediodía, trató de dispersar la multitud con amenazas y diciendo que no se permitiría ningún entierro ese día, la gente se negó a abandonar el lugar. A las 2:00 p.m. la policía llamó a las Brigadas de Respuesta Rápida y le dio instrucciones para que dispersaran por la fuerza a la multitud. Identificados con pañuelos amarrados en el brazo, empezaron a atacar a los manifestantes con palos y cadenas. Uno de los golpeados y arrestados fue Daniel Santana Quevedo, hermano del muerto.
Daniel, cuya herida en la cara necesitó después quince puntos, fue llevado al Departamento Técnico de Investigaciones. También llevaron a ese lugar a los hermanos Héctor y Eduardo Quevedo y a los hermanos Eduardo y Manuel Paz Quevedo, todos familiares del muerto. Aproximadamente unos 30 cubanos fueron arrestados en conexión con los acontecimientos de ese día.
El siguiente testimonio de la madre de Luis Quevedo REmolina, Esther, ilustra cómo la familia seguía siendo perseguida casi diez meses después del asesinato de su hijo. Esther habla de su encuentro con Jorge Rojas, periodista del gobierno, que intentó obligarla a decir que las acciones del gobierno estaban justificadas. Accedió a hablar porque Rojas le garantizó que la entrevista aparecería en la televisión cubana.
Ante las cámaras y micrófonos, Rojas me preguntó qué pensaba de la muerte de mi hijo. Le respondí que no era lo que yo pensaba, sino que lo que había ocurrido realmente, era que mi hijo había sido asesinado. Le expliqué cómo abrí el ataúd, revisé a mi hijo, le saqué el algodón de la boca y vi sus dientes rotos, sus pómulos rotos. Lo vi brutalmente golpeado. Entonces el periodista dijo que Luis había muerte de una herida de bala. ¿Qué bala? Yo no vi ninguna bala, y aunque eso fuera cierto, es un asesinato, porque las balas no caen del cielo. Yo vi los golpes y deformaciones que tenía mi hijo.
Entonces, Rojas dijo que si yo no cooperaba, mi otro hijo, Daniel Santana Quevedo, que ahora está encarcelado en el Combinado del Este, sería condenado a más años de prisión. Y que si yo decía otra cosa, Daniel recibiría una sentencia menor. Yo respondí que no importaba si la sentencia era de seis meses o de por vida, era injusta porque Daniel era culpable sólo de protestar por la muerte de suhermano. Nunca pasaron mi testimonio por televisión. Esa no era la verdad tras la cual estaban». Daniel, el hermano de Luis Quevedo, fue sometido a abusos físicos por lo menos en tres ocasiones. Durante la manifestación, agentes de Seguridad del Estados vestidos de civil lo golpearon hasta dejarlo inconciente con bolas de hierro metidas en el puño. Mientras era arrestado por «desafío», la policía cubana golpeó a Daniel de nuevo, pero esta vez en su propio hogar, en presencia de sus hijos, entre ellos su hija de siete años. Fue entonces trasladado al Combinado del Este, donde los guardias intentaron obligarlo a gritar «Viva Fidel». Cuando se negó, Daniel fue golpeado brutalmente hasta que perdió el conocimiento. La represión está lejos de haber terminado: los Quevedo están bajo vigilancia constante, los activistas que han luchado por informar al mundo lo que ocurrió esa noche de octubre en que fue asesinado el joven Luis han sido silenciados sistemáticamente por la policía política de Cuba.
Aquí en Cuba, se violan los derechos humanos. Yo misma estoy pasando algo inenarrable. Soy una muerta en vida. Asesinaron a mi hijo, un pelotón de fusilamiento asesinó a mi hermano en 1974, y tienen en prisión a mi hijo Daniel por protestar por el asesinato de su hermano. Quiero que el mundo entero escuche mi ruego. Quiero justicia para mi hijo Daniel que está encarcelado injustamente. Quiero que todo el mundo sepa que donde quiera que vaya, seguiré diciendo que ellos asesinaron a mi Luis. Y pido justicia, no sólo para mi hijo Daniel, sino para todos los jóvenes de Cuba.
Una lista más
El texto que sigue es la lista parcial disponible de las personas que perecieron en el hundimiento del remolcador «13 de Marzo» y de los sobrevivientes.
Los niños:
COTORRO
Cindy Fernández Rodríguez, 2
Caridad Leyva Tacoronte, 4
Helen Martínez Enríquez, 6 meses
José Carlos Nikel Anaya, 3
Yousel Eugenio Pérez Tacoronte, 11
Yasel Perodin Almanza, 11
GUANABACOA
Giselle (o Lissete) Borges Alvarez, 4
Juan Mario Gutiérrez, 10
ARROYO NARANJO
Angel René Abreu Ruiz, 3
MARIANAO
Yolindis Rodríguez Rivero, 2
Eliecer Suárez García, 11
Adultos desaparecidos:
COTORRO
Pilar Almanza Romero, 30
Yaltamira Anaya Carrasco, 22
Marta Carrasco Tamayo, 45
Yuliana Enríquez Carranza, 23
Manuel Gayol, 58
Reinaldo Marrero, 48
Marjolis Méndez Tacoronte, 17
Odalys Muñoz García, 21
Leonardo Notario Góngora, 27
Marta Caridad Tacoronte Vega, 33
GUANABACOA
Ernesto Alfonso Loureiro, 25
Lissette María Alvarez Guerra, 24
Lázaro Borges Briel, 34
Joel García Suárez, 20
Armando González Raizes, 50
Augusto Guillermo Guerra Martínez, 45
Mario Gutiérrez, 35
Fidelio Ramel, 50 (capitan del remolcador «13 de Marzo» y secretario del Partido Comunista de Cuba)
ARROYO NARANJO
Jorge Arquímides Lebrigio Flores, 28
Julia Caridad Ruiz Blanco, 35
MARIANAO
Miralis Fernán Rivero, 27
Omar Rodríguez Suárez, 30
Eduardo Suárez Esquivel, 35
Estrella Suárez Esquivel, 45
Sobrevivientes:
COTORRO
Modesto Almanza Romero, 28 (detenido en Villa Marista, luego liberado; logro escapar de Cuba posteriormente; localizado en la Base Naval de Guantanamo)
Darney Estévez Martínez, 3
José Fabián Valdés, 17 (detenido en Villa Marista, luego liberado)
Eugenio Fuentes Díaz, 29 (detenido en Villa Marista)
Fidel González, 35
Daniel González Hernández, 23 (detenido en Villa Marista, luego liberado)
Janette Hernández Gutiérrez, 19 (logro escapar de Cuba posteriormente; localizada en la Base Naval de Guantanamo)
Milena Labrada Tacoronte, 3
Román Lugo Martínez, 29 (logro escapar de Cuba posteriormente; localizado en la Base Naval de Guantanamo)
Reinaldo Marrero Jr., 16
Daisy Martínez Fundora, 26
Juan Gustavo Martínez Gutiérrez, 36 (detenido en Villa Marista, luego liberado)
Yandi Gustavo Martínez Hidalgo, 9
Raúl Muñoz García, 22 (detenido en Villa Marista)
Sergio Perodin Almanza, 7 (logro escapar de Cuba posteriormente; localizado en la Base Naval de Guantanamo)
Sergio Perodin Pérez, 38 (detenido en Villa Marista, luego liberado; logro escapar de Cuba; localizado en la Base Naval de Guantanamo)
Susana Roca Martínez, 8
Mayda Tacoronte Vega, 28
GUANABACOA
Jorge Luis Cuba Suárez, 24
María Victoria García Suárez, 28
Daniel Prieto Suárez, 26 (hijo del capitan Fidelio Ramel y miembro del Ministerio del Interior; detenido en Villa Marista)
Iván Prieto Suárez, 24
ARROYO NARANJO
Arquímides Lebrigio Gamboa, 52 (detenido en Villa Marista, luego liberado)