EL arsenal encontrado a Santiago Alvarez y su cómplice Osvaldo Mitat, por los Servicios de Inmigración norteamericanos (ICE), y que llevó a los dos terroristas a la cárcel, no constituye la primera incursión del “protector” de Luis Posada Carriles en el mundo del tráfico de armas y del terror…
EL sábado 10 de marzo del 2001, Santiago Alvarez Fernández Magriñá se presentaba en el stand de la firma Miami Police Supply, en la feria del Centro de Convenciones de Coconut Grove, ubicado en 2700 South, Bay Shore Drive, en Miami. Compró, de un solo golpe, ocho fusiles AK-47 por 2 712 dólares (a razón de 339 cada fusil), ocho pistolas Makarov por 1 112 dólares (139 cada una) y 2 000 tiros de AK por 400 dólares.
Alvarez estaba acompañado por Ihosvani Suris de la Torre, miembro de la organización paramilitar Comandos F-4, sita en la calle 14, esquina a Flager, y dirigida por el connotado terrorista Rodolfo Frómeta Caballero.
Pagan al contado pero no se llevan la mercancía; según la ley, la tendrán dentro de cinco días después de realizarse los chequeos de seguridad. Se supone que tales compras no son comunes. Y que el FBI de Miami, entonces dirigido por el Special Agent in Charge Héctor Pesquera, tiene todos los medios para enterarse a tiempo de una transacción semejante que, de manera evidente, no puede ser realizada sin algún objetivo sospechoso.
Con su presupuesto millonario y sus cientos de agentes, no se le puede escapar al FBI una compra de armamento tan importante, por lo menos a nivel de la calle, que tiene que hacerse con algún motivo criminal.
Una breve investigación hubiese revelado rápidamente a los hombres del jefe local de la Policía Federal, la identidad de los compradores.
Sin embargo, no pasará nada. Suris se encargará de recoger en instalaciones de la Miami Police Supply, los días 22 y 23 de marzo siguientes, los ocho AK-47, los ocho Makarov y los 2 000 tiros, sin la menor dificultad.
De manera evidente, Suris estaba convencido de lo anormal de su compra: llevó las armas a casa de un amigo, nombrado Carlos Deschamps, donde las mantuvo hasta presentarlas personalmente a Santiago Alvarez, en el parqueo de la cafetería ubicada en la calle 135, North West, esquina a la Quinta Avenida, en Miami, a fin de formalizar la adquisición del armamento.
Esa compra, más que sospechosa, fue seguida de otras de todo tipo de equipos paramilitares, uniformes, botas, hachas, cuchillos y más municiones, en varias tiendas.
Santiago Alvarez es un personaje muy conocido en toda la comunidad de Little Havana como un capo de la mafiosa Fundación Nacional Cubano-Americana.
Y los que frecuentan los círculos extremistas saben que el individuo es un jefe del ala paramilitar y que anda en todo lo que es organización y financiamiento de actividades terroristas.
Ninguna fue aparentemente detectada por los investigadores del Special Agent Pesquera…
CUANDO SURIS REAPARECE EN LA COSTA DE CUBA
A las 6:20 de la tarde del día 26 de abril siguiente, tropas guardafronteras cubanas capturaron, cerca de Sagua la Grande, a Suris de la Torre y dos cómplices, Santiago Padrón y Máximo Madrera, todos residentes del condado de Miami-Dade, y se le ocuparon varias de las armas compradas en la Miami Police Supply —fusiles de asalto AK-47, un fusil M-3 con silenciador y tres pistolas semiautomáticas Makarov—, esas mismas armas cuya venta nunca interesó a Héctor Pesquera y su gente.
La televisión cubana, unas semanas después, en su Mesa Redonda, tenía una sorpresa para los televidentes: un video en el cual se veía a Ihosvani Suris de la Torre mientras estaba detenido, conversando por teléfono con su jefe en Miami... Santiago Alvarez.
Al terrorista miamense, protegido por el FBI de Héctor Pesquera, Suris preguntó si debía seguir con el proyecto de provocar una explosión en el cabaret Tropicana, de La Habana, diariamente visitado por cientos de turistas, tal como Alvarez se lo había orientado. Alvarez, sin saber que su mercenario estaba detenido, lo alentó a proseguir con el criminal proyecto.
Por supuesto, a pesar de la difusión de esa confesión pública, Santiago Alvarez no tuvo que contestar, de ninguna manera, la menor pregunta de los hombres del agente especial Pesquera.
Unos meses antes, el FBI se enteró pero prefirió ignorar que el mismo Santiago Alvarez apoyó, siempre con el dinero de la FNCA, a Luis Posada Carriles, Pedro Remón, Gaspar Jiménez y Guillermo Novo Sampoll, quienes pudieron realizar tranquilamente sus compras de explosivos C-4 con el propósito de destruir el anfiteatro de la Universidad de Panamá, donde iba a hablar el Presidente cubano frente a una multitud de estudiantes, trabajadores y representantes de comunidades indígenas.
Luego del arresto de aquellos conspiradores, Santiago Alvarez se mantuvo libre, en territorio norteamericano, a pesar de su activa participación en el crimen.
Más aún, viajará varias veces de Miami a Panamá, para llevar a los cuatro reclusos el dinero y las orientaciones de su organización.
Hasta que su actividad fuera formalmente denunciada a Interpol.
Ahora, nadie en el aparato judicial de la Florida, en el ICE y aún menos en el FBI, se atreve abrir el explosivo dossier de la llegada de Posada a EE.UU., concebida, financiada y realizada por Alvarez en su barco Santrina.
Nadie ha tocado el dossier a pesar de que el crimen constituye una gravísima violación de las leyes de la seguridad de Estados Unidos.
Navegando de un perjurio al otro, Alvarez y sus amigos cuentan con un juicio en Miami para evitar un naufragio en el cual el “protector” de Posada pudiera entrenar a gran parte de su Miami mafiosa.
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CHANTAJISTAS EN LA PANTALLA
Nieto de un cómplice del asesino del héroe estudiantil cubano Julio Antonio Mella, e hijo de un asesino batistiano que llegó a ser Senador por Matanzas, Santiago Alvarez Fernández Magriña fue miembro de los comandos de la Operación 40 creados por la CIA para las tareas sucias ligadas a la invasión de Playa Girón. Se vinculó luego a Manuel Artime, contrarrevolucionario identificado con la misma agencia de inteligencia.
La Mesa Redonda Informativa de la televisión cubana que reveló aquellos últimos detalles biográficos de Alvarez también ha proveído a sus televidentes más elementos que explican la total inercia de la policía federal norteamericana acerca de Alvarez, sus AK-47 y tantas otras fechorías conocidas por toda la Miami mafiosa.
A través de una serie de fragmentos de programas de televisión de Miami donde aparecieron recientemente líderes extremistas miamenses, se ha podido observar la gran operación de chantaje y de amenazas que se desarrolla ahora en la Florida del Sur para evitar a Alvarez un juicio fuera de Miami, donde sí pudiera enfrentar una justicia sin complacencia.
Varios terroristas, además de José Basulto, han testificado últimamente ante las cámaras de la televisión de Miami, acerca de sus actividades criminales contra Cuba y de la ayuda que recibieron de las autoridades estadounidenses.
Ejemplo de aquello, José Enrique Dauza, quien se dice “abogado y amigo de Posada”, reveló sin vergüenza alguna la actividad que realizó con cómplices en territorio norteamericano “amparados por la CIA y el Gobierno de los EE.UU”.
“Manejamos toda clase de armas y esas armas que se suponen federales están regadas por todo Miami desde hace 40 años”, añadió.
¿Esto no cambió desde el 9-11?, le preguntó el animador del programa.
— En el año 91, todavía, yo tuve un alijo de armas, de AK-47 con explosivos para una operación que íbamos a hacer en Cuba…
Eso es una violación de la ley de neutralidad.
— Claro, contestó Dauza. Y yo era el encargado de suministrar el cover para transportar las armas y llevarlas al lugar de donde salía el bote.
Por su parte, al ser entrevistado en otra oportunidad, el asesino y torturador Félix Rodríguez Mendigutía, amigo personal de George Bush padre, no escondió que iba a buscar la liberación del “protector” de Posada a través de presiones políticas.
— Todo lo que está a nuestro alcance lo podemos hacer en contacto con diferentes autoridades en este país, en contacto personal que… yo creo que no vale la pena discutir aquí, pero sí vamos a hacer lo más que podamos para ayudar a nuestro compañero.
Félix Rodríguez torturó y traficó droga en Vietnam, participó en la Operación Cóndor, ordenó la muerte de Che Guevara en Bolivia y dirigió, con Posada, el tráfico de cocaína contra armas en la base salvadoreña de Ilopango, al lado de Posada.