El totalitarismo cubano: El rey desnudo Raúl Soroa LA HABANA, Cuba - Enero (www.cubanet.org) - Los defensores a priori del sistema cubano se molestan, les duele, que la anciana matrona del totalitarismo tercermundista quede desnuda ante los ojos del mundo. Lo siento, no es cuestión de que un periodista, un articulista o un escritor les muestre las carnes flácidas de su querida ama, como en el cuento del rey desnudo. Señores, sólo hay que mirar, no hay peor ciego que el que no quiere ver. Claro, también abundan los ciegos bien pagados que no sólo no quieren ver, sino que no pueden. Les molesta que la vean desnuda. Me alegro. ¿Qué el sistema totalitario que rige los destinos de la Isla se parece al nazismo? Sí, señores, hay una sola diferencia: el nazismo preconizaba la superioridad de una raza, el totalitarismo marxistoide y sus variantes defienden la superioridad de una clase. Y ya ni eso, señores proxenetas, defiende los privilegios de un grupo, de una élite, que ya no es ni obrera ni proletaria, es una élite cortesana temblorosa de los caprichos del déspota Máximo Jefe. La dictadura totalitaria cubana, militarista, bajo el control de un líder absoluto y no de un partido, ha superado la noción soviética de lealtad incondicional al líder, y ha alcanzado refinamientos tremendos. Cualquier análisis histórico del humanismo moderno debe partir del Auschwitz y Kolimá. Esa mentalidad de exclusión del otro, de olvido de todo lo humano, debe ser la base de todo razonamiento serio de la historia de las sociedades totalitarias. Cuba tuvo su Kolimá en los campos de Camagüey, su Dalstroi bien cerca de todos, en la Cabaña. No puedo dejar de sentir horror al recordar cómo nos sentábamos de niños, en el balcón de mi edificio, a escuchar el famoso cañonazo de las nueve. Horror porque en nuestra ignorancia infantil desconocíamos que al mismo tiempo, y ocultos por el fragor del cañón, disparaban los fusiles que a esa hora día tras día cegaban la vida de nuestros compatriotas en la fortaleza de la Cabaña, en la propia entrada de la bahía de La Habana. Si analizamos los métodos aplicados a los cautivos de los campos en la URSS, Bulgaria, Rumania, Corea del Norte, China, Kampuchea, Alemania Nazi, etc., veremos que el fin de esos centros es destruir al ser humano, degradándolo como hombre, convirtiéndolo en nada, negando su relación natural con el otro. En los campos soviéticos, a los individuos que habían alcanzado el máximo estado de desnutrición, tan severo que ya no se cuidaban, personas en un estado tal de enajenación más allá del terror, de las humillaciones, que habían perdido su dignidad humana, se les conocía por el hombre de "dojodiagi" (los alcanzados). Habían alcanzado el socialismo. El único fin del hombre prisionero en los campos es sobrevivir a toda costa. La tarea más apremiante de un individuo en un sistema totalitario es sobrevivir a como dé lugar. Lo demás está supeditado a eso. El estado totalitario trabaja activamente para lograr la desintegración de la personalidad del individuo, obligar a todos a participar en ritos, hacer saludos, cantar canciones, gritar consignas, vestir de cierta forma, denunciar a su vecino, a su colega más cercano, a su familia. Destruye el ego. En estas condiciones, es común la aparición del pensamiento clown. "Si me rebajo haciendo el payaso me van a dejar en paz". Pero esa conducta no da resultados. Otra forma de pensar es la del optimista, que cree que alguien va a aparecer y rectificar la injusticia cometida sobre su persona. "Yo no he hecho nada mal, pronto se darán cuenta del error… si el líder supiera". Está el pensamiento de fuga, el deseo de huir se convierte en obsesión. Salir a toda costa, escapar. La imposibilidad de hacerlo hace caer al individuo, primero, en un estado de desesperación que le lleva a intentar las más arriesgadas acciones. ¿Quién en su sano juicio se lanzaría con su familia a atravesar el Estrecho de la Florida infestado de tiburones? El fracaso lleva a la depresión, al suicidio o a la abulia absoluta. El método de proceder poco a poco, paso a paso, a someter al individuo a cada vez más humillaciones -humillaciones que a veces nos parecen inofensivas, ni nos percatamos y las aceptamos como parte de las reglas de supervivencia. El fin es que el hombre comience a interiorizar una imagen negativa de sí mismo. Una vez logrado esto, es fácil derribar lo que queda de su autoestima. En Cuba -y ésta es una regularidad de los sistemas totalitarios- para sobrevivir psíquicamente uno ser dice que lo que muestra hacia fuera no es el verdadero yo, es sólo una máscara, que uno es el individuo real solo ante sí mismo. De esta forma nos convertimos de hecho en nuestros propios guardianes. El súbdito totalitario termina creyendo que el líder piensa por todos, y desiste de la responsabilidad personal por sus actos. La aceptación de la fragmentación entre la vida pública y privada convierte al individuo en dependiente del Estado, y le transforma en cómplice. En Cuba, cuando cese el sistema, esos individuos se considerarán víctimas, y nadie admitirá haber participado en la opresión. El sentimiento de culpa se hará presente con fuerza, y costará mucho esfuerzo recuperar la autoestima. Ese síndrome de culpa ha estado vigente en otras experiencias totalitarias y en los sobrevivientes de los campos de concentración. En Cuba han ocurrido oleadas de persecuciones sistemáticas, periódicas. Ese tipo de olas represivas busca el fin de paralizar a la sociedad. Hippies, homosexuales y lacras sociales en los 60, roqueros en los 70, escorias y friquis en los 80, mercenarios en 2003. La sola amenaza del inicio de una ola represiva lleva a la población al silencio. Cualquier "infracción", como tener el pelo largo, los pantalones ajustados, escuchar a los Beatles, usar minifalda, podía llevarte en la Cuba de los 60 y 70 derecho a un campo de trabajos forzados, sin juicio alguno. Escuchar música en inglés, y ni siquiera eso, oír las canciones de Roberto Carlos, José Feliciano o Julio Iglesias, estuvo severamente prohibido hasta bien entrados los 80, y si te sorprendían cometiendo "semejante infracción" podías ser acusado de diversionismo ideológico. Aún recordamos las redadas en el hoy irónicamente nombrado Parque John Lennon. Los policías, casco de acero en la mano, arremetían contra los hippies que se daban cita en ese lugar, los arrastraban entre golpes de casco e insultos hasta los carros jaula, donde les cortaban el cabello y se los llevaban presos. Sin ir tan lejos en el recuento, las brigadas de acción rápida, las turbas fanatizadas armadas de palos con puntillas, bates, cabillas, que atacan a todo aquél que comete el sacrilegio de pensar diferente, ¿a qué se parecen? ¿A quiénes se asemejan? Las turbas que en el 80 humillaron, golpearon y asesinaron en nuestras calles a los que se querían marchar del país, las historias de horror de esos días, no tienen paralelo más que con los actos nazis cometidos contra los judíos en la Europa de los años 30 al 45. ¿Y hoy? Apalean a mujeres, niños, ancianos, gritan sus feroces consignas, humillan, insultan a los familiares de los prisioneros de conciencia. Queman los textos, convierten en pulpa los libros de los escritores del patio que no son de su agrado, censuran todo tipo de literatura que pueda ser considerada ajena a su estrategia de dominación, y en el colmo del fariseísmo lo niegan, muy seriamente, frente a las cámaras de la televisión. Sí, señores, en los fondos de la Biblioteca Nacional y en otros lugares están los libros prohibidos. Lo que pasa sencillamente es que no puedes leerlos, no te los prestan ni para consultarlos en el lugar. Los sistemas totalitarios establecen una ideología maniqueísta. Toda alteridad es oposición, y todo opositor es un enemigo a eliminar. Deshumanizan al contrario, es más fácil lanzar a la masa sobre hombres y mujeres desprovistos de imagen humana, convertidos en escorias, mercenarios, etc. En los campos, al individuo -todos enemigos del pueblo, por supuesto- se le sometía a un constante proceso de deshumanización. En los grandes campos que constituyen los regímenes totalitarios se persigue igual fin. El ser humano necesita justificar su violencia sobre sus congéneres. Para eso necesita en primer lugar convertirlo en no-hombre, transformar a los opositores en objetos reducidos a la categoría de escorias o gusanos, malas hierbas, piojos, etc. Esto facilita la tarea de exterminarlos. En Cuba, los enemigos son seres casi infrahumanos, éticamente inferiores, dignos del mayor desprecio. En eso quiere convertirlos el régimen para justificar la represión, para justificar las turbas de "camisas pardas" de sus brigadas de acción rápida, que golpean, humillan, hieren a mujeres, niños y ancianos inocentes. De eso se valen para justificar sus mentiras los lacayos de la prensa oficial cuando arremeten contra mujeres que sólo buscan el derecho natural de libertar a sus hijos y esposos, prisioneros injustamente, sólo por pensar diferente,. Señores ciegos, el rey está desnudo. En Cuba se encarcela a los periodistas por ser periodistas con vergüenza, por decir la verdad, la de cada quien, no importa si se está equivocado o no. Nadie les paga, eso es una burda mentira. Vengan y miren cómo viven. La talla moral de esos hombres supera con creces la de sus verdugos. Por pensar, en Cuba los hombres se pudren en cárceles miserables, dignas de la Inquisición. En Cuba se fusila, se humilla, se oprime. En Cuba un hombre decide qué usted come, qué ropa viste, qué cine ve, qué libros lee, qué estudia, en qué trabaja, qué se puede decir. En Cuba, un hombre es dueño de la vida y la muerte de sus súbditos. Nunca un monarca absoluto gozó de tal poder. Señores -o debo decir "compañeros"- proxenetas y cortesanos, el Rey está desnudo. La vieja dama muestra sus arrugas, su flacidez enfermiza. No agrego más nada. Vengan y miren. Y, como dice uno de sus más afamados alabarderos, saque usted sus propias conclusiones.
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