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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: RudolfRocker1  (Mensaje original) Enviado: 03/02/2006 17:37


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    647 "CORREDORES DE LA MUERTE";
  1 SOLO CORREDOR
DEL CRIMEN
   
   

             
El 13 de diciembre pasado hasta las agencias
internacionales de
(des)información se hicieron eco de esta
nueva "crónica de una muerte
anunciada": Stanley "Tookie" Williams
había sido asesinado en la cárcel de
San Quintín, en la bahía de San
Francisco y en la California de Arnold
"Terminator" Schwarzenegger,
mediante el procedimiento de la inyección
letal; tal como lo fueran
Kenneth Boyd unos días antes en Carolina del Norte
e inmediatamente
después John B. Nixon en Mississippi. Poco importó que
"Tookie" -un
preso escritor de libros infantiles, nominado para los Nobel de
la
Paz y de Literatura- se transformara en un símbolo con el correr de

los años, que dedicara su obra a luchar contra el pandillerismo
propio
de las grandes urbes estadounidenses y que un clamor popular
reclamara
rabiosamente su indulto: la inclemencia de la "justicia"
estadounidense
debía ponerse en marcha una vez más; como tantas
veces en el pasado y tal
cual amenaza hacerlo por lo menos otras 647
veces en el futuro previsible.
Sí, 647 condenados -633 hombres y 14
mujeres- aguardan la ejecución de sus
sentencias homicidas en eso
que la morbosidad criminal de los aparatos de
"justicia" de los
United States of America ha bautizado como "corredor de la
muerte":
un "corredor" en el que se puede estar durante años y aun décadas,

esperando silenciosamente o a los gritos el momento final. Las

viscisitudes de esa larga espera son variables pero las últimas 24
horas
están sujetas a un riguroso y uniforme
ritual.
             
Casi como si se tratara de una ceremonia mística, a
las 18 horas del día
anterior a la ejecución, el condenado es
trasladado a una celda contigua al
lugar en el que habrá de
cumplirse la pena. Está previsto que allí sea
vigilado continuamente
por 3 carceleros; seguramente para evitar el suicidio
del "reo" y
preservar esa máxima criminal de que su vida no le pertenece a
él
sino al Estado. Allí recibirá la visita del sacerdote o, en su

defecto, del director de la cárcel; probablemente -¡colmo del
sadismo!-
con fines de alivio y consolación ante el inminente final;
una función que
ahora el Estado está dispuesto a compartir con la
iglesia. En un gesto de
"magnanimidad" se permitirá que el condenado
a muerte seleccione a
familiares y/o amigos que estarán autorizados
a presenciar la ejecución y a
"acompañarlo" en ese instante
postrero. Esa "magnanimidad" no se extiende al
vestuario: el "reo"
ni siquiera podrá elegir para su muerte la desnudez o la

indumentaria que se le
ocurra puesto que el Estado ya ha establecido que
deberá vestir
pantalones vaquero y camisa azul de "trabajo". Luego será
escoltado
hasta la cámara de ejecución y será atado a la camilla mortal: el

sentido de lo absurdo ha previsto ahora que su evolución sea seguida
por
un monitor cardíaco; algo así como el electrocardiograma del
asesinato
inminente. Y luego, el final a todo orquesta: una dosis de
pentotal sódico
para lograr el estado de inconciencia; otra de
bromuro de pancuronio para
detener la respiración; y una última de
potasio clorado para que el corazón
pueda experimentar -siempre bajo
la supervisión del Estado, naturalmente- el
último latido. ¿Será
ésta la sublime culminación de la civilización y la

cultura "occidentales" y
"cristianas"?
             
Decidir sobre la vida y la muerte como expresión
extrema de la racionalidad
estatal: he ahí la clave de
entendimiento. Potestad ésta que todavía hoy 76
Estados se han
reservado para sí; nada menos que a 50 años de la Declaración

Universal de los Derechos Humanos y como muestra del valor real de
este
tipo de compromisos cuyo supuesto objetivo era liberar al ser
humano de la
omnipotencia estatal. Una potestad que un núcleo más
reducido y "selecto"
aplica incluso desde los 16 años en adelante;
en cuyo seno encontraremos,
por ejemplo, a Irán, Arabia Saudita,
Nigeria, Pakistán o Yemen. Y ¡cómo no!
a la mayor potencia bélica de
la historia que, no conforme todavía con
orientar sus relaciones
inter-estatales según las máximas de la "guerra
preventiva", no
satisfecho con arrasar y ocupar Afganistán e Irak, no
saciado aún
con diseminar bases militares aquí y allá, se ensaña también con
sus
propias gentes. Es casualmente en los Estados Unidos donde la

insanía que expresa la pena
de muerte no parece tener límites y nada
importa la edad o la
condición mental a la hora de ser implacable; hasta un
punto que no
faltan esos mercaderes de la "seguridad ciudadana" y la
"tolerancia
cero" que incluso plantean extender su aplicación a los menores
de
16
años.
             
Se sabe que la finalidad es puramente simbólica y no
se encuentra en otra
parte que en la contundencia del "ejemplo".
Infinitas veces se ha demostrado
que la severidad de las penas no
guarda relación alguna con los índices
delictivos. Pero ¡no importa!
Lo que realmente interesa es la afirmación del
poder: esa
facultad "celestial" capaz de imponerse incluso sobre la vida
ajena;
de disponer por sí y ante sí el comienzo y el fin de todas las
cosas.
             
Se sabe también que la finalidad es reprimir lo
marginal, lo distinto, lo
peligroso; y es precisamente por eso que
en las cárceles estadounidenses la
proporción de afroamericanos y de
latinos no guarda ninguna relación con las
proporciones
correspondientes a estos grupos en la población total. Pero
¡tampoco
importa! Esa "justicia" de la cual se ufanan los Estados Unidos

sigue siendo -con sus 2 millones de presos- tan indiferente al

movimiento real de la sociedad como en los tiempos en que Spies,

Parsons, Engel y Fischer fueran ahorcados o Sacco y Vanzetti
llevados a
la silla
eléctrica.
             
El menú de opciones -ahorcamiento, silla eléctrica,
inyección letal- es
objeto de refinamientos, pero la dinámica
criminal es la misma. Allí se
entrecruzan y refractan el sentido de
impunidad, la omnipotencia y la
arrogancia con la debilidad, la
ineptitud y el miedo. Es el ejercicio del
poder ubicado más allá del
bien y del mal; la práctica irrefutable de la
"justicia" divina,
asumida ostentosamente y en forma pública. ¿Qué otras
barbaries
insondables se deslizan en las mentes de los ejecutores, de los

responsables intelectuales y del sistema en su conjunto? Porque la
sola
existencia de la pena de muerte es una denuncia de la sociedad
toda; una
sociedad preocupada por la acumulación meticulosa de
bienes de consumo y por
salir expansivamente al encuentro de nuevas
fronteras pero que sólo puede
demostrar, frente a lo sencillamente
humano, un fenomenal desprecio por la
vida misma. Estas muertes y
las 647 muertes que vendrán sólo merecen de
nuestra parte un repudio
y un
rechazo al que le faltan palabras que
puedan dar la nota de su
indignación. Nosotros, anarquistas y nacidos en
Cuba, queremos
gritar hasta la afonía contra estos actos de crueldad y de
barbarie;
y lo hacemos, seguramente junto a nuestro pueblo, en el preciso

instante en que el gobierno de la isla sólo puede convocarse a sí
mismo
a mantener un ominoso silencio.
   
  ¡Salud y comunismo
libertario!
  Movimiento Libertario Cubano
(MLC)




"...la libertad sin el socialismo es el privilegio, la
injusticia;
y que el socialismo sin la libertad es la esclavitud y la

brutalidad."
                                                   
M. Bakunin, 1867
Movimiento Libertario Cubano (MLC)

http://www.movimientolibertariocubano.org


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