La falsa moneda de la Casa Blanca
Por Néstor Núñez
Servicio Especial de la AIN
George W. Bush advirtió que en su guerra total contra el terrorismo no vacilaría en atacar "cualquier oscuro rincón del mundo". Mientras, su secretario de defensa, Donald Rumsfeld, consecuente con ese mesiánico precepto, ha dado carta blanca al Pentágono para crear fuerzas de intervención en puntos geográficos "conflictivos".
Esos comandos actuarían sin que, como hasta el presente, los embajadores estadounidenses en las áreas de acción brinden sus criterios sobre tales aventuras bélicas. En fin... la política de manos sueltas y golpes sin medida.
Y leyendo tales noticias uno se pregunta si Bush y Rumsfeld no van a enviar sus tropas y grupos especiales a Miami o a California.
Primero, porque esa ciudad ha devenido santuario declarado de grupos terroristas anticubanos, enredados también en más de una aventura siniestra en el resto de América Latina.
Segundo, porque hace apenas unos días el Buró Federal de Investigaciones ocupó en aquel estado del oeste un arsenal con más de mil 400 armas de guerra pertenecientes a la organización contrarrevolucionaria Alpha 66, y destinadas, según sus poseedores, a llevar la violencia a la mayor de las Antillas.
Está claro el dilema. Si se preparan todos los medios armados de la Unión para el "combate santo" contra el terrorismo, parecería cuerdo y consecuente que los primeros golpes tuviesen lugar precisamente contra grupos y personajes radicados en los propios Estados Unidos, los cuales poseen probados historiales criminales, y como se demuestra, a estas alturas todavía compran, almacenan y trafican con armas de alto poder para persistir en sus intentos agresivos.
¿Son o no son terroristas estos señores? ¿Habría o no que cortarles el paso si realmente lo que pretende Bush es limpiar de pretendidos criminales a todo el planeta?
Sería una buena prueba de rectitud y honestidad de Washington, si al son de su batalla global contra el terror enviara sus tropas y grupos especiales a allanar los cuarteles de la contrarrevolución violenta radicada en la Florida y otras partes del territorio norteamericano, si pusiera tras las rejas a Orlando Bosch, el genocida que se jacta abiertamente de sus crímenes en Miami, y si terminara de procesar como se debe a otro asesino, Luis Posada Carriles, a quien apenas se le juzga como inmigrante ilegal en El Paso, en el estado de Texas.
Pero es evidente que Bush y su equipo carecen de seriedad y de limpieza en toda esta tragicomedia. Al fin y al cabo, en mayo de 2003, dos años después de proclamar su nefasta cruzada antiterrorista global, el presidente se reunía en la Casa Blanca nada más y nada menos que con once cabecillas contrarrevolucionarios de origen cubano, entre ellos los integrantes de Alpha 66, poseedores del recién descubierto arsenal californiano.
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