Sin entrar a juzgar los desaciertos del régimen de Batista (1952-59) y por ende de la república desde 1902, en Cuba no era necesaria una revolución política o social, especialmente si su líder tenía los antecedentes gangsteriles de Fidel Castro y sus personeros más destacados como el Che Guevara, el coronel Bayo, Universo Sánchez y Carlos Rafael Rodríguez, eran de conocida filiación comunista.
¿Por qué, entonces, el gobierno americano propició la caída violenta de Batista, retirándole todo apoyo militar y diplomático, rechazando categóricamente cualquier gestión nacional que contemplara soluciones pacíficas y políticas a la crisis nacional? ¿Por qué el gobierno americano desconoció las recomendaciones de su propio embajador en La Habana, tácitamente facilitando que Fidel Castro y sus secuaces se apoderaran facilmente del poder en Cuba?
¿Por qué cuando Castro recrudeció la violencia, persecución, crímenes y despojo, no se ofreció ayuda masiva a los primeros grupos de resistencia ciudadana que surgieron en la isla a finales de 1959 y principios del 60?
¿Por qué la absurda invasión a Bahía de Cochinos y la falta de apoyo de las fuerzas armadas americanas?
¿Por qué dejar que Castro se saliera con la suya en la crisis de los cohetes (octubre de 1962), cuando retó por igual a los gobiernos americano y soviético, poniendo en peligro la paz mundial?
¿Por qué involucrarse militarmente en Vietnam para enfrentar la amenaza roja y evitar "la caída en dominó" de los países asiáticos, cuando Cuba comunista, en el traspatio de los Estados Unidos, invadía los paises latinoamericanos, arriesgando una "caída continental en dominó"?
¿Por qué se les permitió a esbirros fidelistas torturar a soldados americanos en Hanoi?
¿Por qué invadir la República Dominicana y no Cuba?
¿Por qué permitirle a Cuba refugiar terroristas de los Panteras Negras americanas, la ETA vasca, el Ejército Republicano Irlandés, los Montoneros de Argentina, los Tupamaros de Uruguay y los Senderistas de Perú; por qué permitirle asilar a mafiosos como Robert Vesco?
¿Por qué permitir que el ejército castrista invadiera Angola y en vez de denunciarlo, calificarlo como "tropa estabilizadora" en palabras textuales de Andrew Jones, embajador ante las Naciones Unidas del gobierno de Jimmy Carter?
¿Por qué permitirle a Castro vaciar las cárceles del peor elemento criminal cubano y enviarlo a Miami a través del puente marítimo del Mariel?
¿Por qué expulsar a los comunistas cubanos de Granada y no de Cuba?
¿Por qué armar ampliamente a los contras de Nicaragua y no a los cubanos combatientes de Miami?
¿Por qué bombardear a Khadaffi y no a Fidel Castro?
¿Por qué Panamá y no Cuba?
¿Por qué permitirle al tirano cubano espías en los Estados Unidos, inclusive dentro del Departamento de Defensa?
¿Por qué se toleró impasiblemente que la fuerza aérea cubana derribara en aguas internacionales dos avionetas indefensas, lo que costó la vida de tres ciudadanos americanos?
¿Por qué Afganistán y no Cuba?
¿Por qué el silencio castrista ante el vertedero talibán en Guantánamo?
¿Por qué Saddam Hussein y no Castro?
¿Por qué Aristide y no el tirano cubano?
¿Por qué diez presidentes americanos --dentro del ancho espectro político washingtoniano-- han permitido que Fidel Castro, un asesino, esclavice por más de 45 años a un país vecino y tradicionalmente amigo de los Estados Unidos?
¿Por qué --según afirma el propio déspota cubano-- el gobierno americano ha intentado asesinarlo cientos de veces? Inconcebiblemente, sin éxito alguno.
Las respuestas pudieran ser largas, complejas y turbias, pero nosotros vamos a simplificarlas. Y desglosaremos profusamente la única explicación lógica al misterio que muchos han tratado de desenmarañar inutilmente:
La existencia y presencia de Fidel Castro en Cuba sirve a los mejores intereses de la nación norteamericana.
Tal vez porque el tirano cubano sea agente de inteligencia, espía o chivato de los Estados Unidos y facilite informes secretos, esenciales a la seguridad nacional del gran país del norte.
1948: Fidel Castro en Bogotá...
¿a las órdenes de la CIA?
Es ampliamente conocido que Fidel Castro mostró tempranas inclinaciones mafiosas desde sus años estudiantiles en Cuba. El chantaje, la violencia, el pistolerismo y hasta el asesinato, como el atentado mortal a Manolo Castro, presidente de la FEU (Federación Estudiantil Universitaria), fueron la funesta imagen de sus turbulentos años mozos en La Habana de la década del 40. Por eso, no sorprende que en 1948 participara en Colombia del sangriento bogotazo en el que cayera alevosamente asesinado Jorge Eliécer Gaitán, jefe del Partido Liberal colombiano, figura política destacada, de grandes probabilidades presidenciales, a quien funcionarios del Departamento de Estado americano y Edgar J. Hoover, director del FBI (Buró Federal de Investigaciones) habían calificado de izquierdista y acusaban de complicidad con dirigentes comunistas colombianos, continentales e internacionales.
En mensaje secreto de octubre de 1946 --ya desclasificado-- el embajador americano en Bogotá advertía al Secretario de Estado, George Marshall que "Gaitán, hasta entonces demócrata, estaba coqueteando con los comunistas, apoyando la posición del Instituto Cultural Colombo-Soviético que pedía que los Estados Unidos se retiraran del Canal de Panamá".
La acusación se fundaba en la sospecha del presidente colombiano Mariano Ospina que creía que Gaitán y sus seguidores preparaban un golpe de estado tipo trotskista para octubre de 1948.
William Wieland, funcionario del Departamento de Estado americano (posteriormente uno de los principales responsables del distanciamiento oficial de los Estados Unidos con el régimen de Batista) informaba confidencialmente que el abogado de la Sra. Gaitán era un "activo comunista".
Con todos esos antecedentes, llega a Bogotá para asistir a la Novena Conferencia de Secretarios de Estados Panamericanos, a principios de abril de 1948, una delegación de la FEU cubana, en la que participaban Fidel Castro y su buen amigo y compañero de luchas Rafael del Pino.
Según se infiere de un libro publicado en 1994 por Ramón Conte, ex-agente de la CIA y participante de la invasión a Bahía de Cochinos, la agencia contrató a Castro y a Del Pino para asesinar a Gaitán: "el contacto --escribe Conte-- fue Richard Salvatierra, un operativo de inteligencia asignado a la embajada americana en Bogotá". Alejandro fue el nombre que Castro usó como agente secreto; era su segundo nombre. Del Pino, por su parte, veterano de la fuerza aérea yanqui era miembro de la reserva militar norteamericana.
En el año 2001, según reporta la revista colombiana La Semana, Gloria Gaitán, hija del asesinado político colombiano, denunció que un documental mostrado en la Cuba castrista afirmaba que la CIA tuvo participación en el asesinato de su padre. Sin dudas, una maniobra propagandística del régimen cubano tratando de desvirtuar la versión que se propagaba a la sazón en Colombia (al desclasificarse algunos documentos oficiales norteamericanos) sobre la probable participación de Castro y Del Pino en el vil asesinato al político liberal y la posterior revuelta popular que sacudió a Bogotá por varios días.
Según las crónicas de la época, al mediodía del nueve de abril de 1948, Gaitán salió de su oficina en un concurrido barrio central de la capital colombiana, cuando se le acercó, pistola en mano, un individuo de siniestro aspecto que le disparó tres veces por la espalda; el atacante salió huyendo perseguido por una airada turba que comenzó a golpearlo salvajemente hasta darle muerte pocas cuadras después. Cuentan que el individuo imploraba: "no me maten que yo no soy el asesino", Un sospechoso, según testigos, estuvo toda la mañana esperando frente a la oficina del político, pero el cadáver que se identificó dactilarmente como Juan Roa, llegó tan destrozado a la morgue, que el general Sánchez Amaya, director del ejército colombiano, declaró que el cadáver estaba hecho una masa sanguinolienta lo que hacía imposible verificar si el occiso era el mismo individuo que se había visto toda la mañana acechando el edificio donde se hallaba la oficina de Gaitán.
En los días siguientes al asesinato se produjeron tantos saqueos y motines populares en Bogotá (ver foto abajo) que los investigadores policiacos no pudieron encontrar pistas que sirvieran para resolver dedinitivamente el misterioso asesinato. Los disturbios, según la policía bogotana, fueron dirigidos por Fidel Castro y Rafael del Pino a quienes muchos vieron por las calles portando rifles y dirigiendo la revuelta. Con fuertes sospechas de que también ambos estudiantes cubanos pudieran estar involucrados en el crimen, la policía fue a detenerlos al hotel en que se hospedaban sin encontrarlos, pero se incautaron de documentos, que aunque nunca hicieron públicos a la prensa, dijeron que "algunos habían sido escritos en tinta invisible."
Huyendo de las autoridades, Castro y Del Pino se refugiaron en la embajada cubana en Bogotá, cuyo representante, Guillermo Belt era un destacado diplomático conservador, pro-americano, altamente apreciado en las esferas políticas y militares de Washington. Como en Colombia se habían suspendido todos los vuelos comerciales, Belt facilitó que Castro y Del Pino huyeran del país en un avión privado convenientemente fletado con premura por una compañía americana que se dedicaba a envíos y transporte. Al llegar a La Habana, Castro declaró a la prensa cubana que "se habían fugado del convulsionado país sudamericanio por cuenta propia usando nombres ficticios". El suyo: Alejandro.
Ya salvo en Cuba, Fidel Castro y Rafael Del Pino se afiliaron al Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo) dentro del cual --escribe Ramón Conte-- sirvieron p0r algún tiempo de espías para la inteligencia americana que calificaba a algunos dirigentes del partido de Eduardo Chibás como agitadores "rosados". Según fuentes fidedignas el líder ortodoxo despreciaba a Fidel Castro, en quien nunca confió.
Casi inmediatamente después del triunfo fidelista en 1959, Del Pino comenzó a conspirar contra la revolución, fue detenido, interrogado personalmente por Castro y condenado a 30 años de prisión. Philip Bonsal, entonces embajador americamo en La Habana, comunicó al Departamento de Estado que estaba muy "preocupado" con la captura de Del Pino, quien sirvió su encarcelamiento incomunicado y murió tras las rejas en 1977, según se denunció, asesinado por órdenes directas de Fidel Castro.
Eran aquéllos, tiempos cruciales en la relaciones soviético-cubana; los rusos aportaban a Castro cientos de millones de dólares anuales, no sólo tratando de remendar la descalabrada economía de la isla, sino también subvencionando las aventuras fidelistas en Africa y América Latina. Si alguien sabía secretos que podían desenmascarar al verdadero Castro era Del Pino; su muerte llegaba oportuna, en momentos críticos que precedieron a fundamentales revisiones en el Kremlin, a creciente descontento de la población cubana y a un cambio drástico en Washington de estrategias globales.
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1959: Castro derroca a Batista:
¿cipayismo versus cipayismo?
Eduardo Chibás fue en Cuba uno de esos políticos seudo-revolucionarios al estilo de Haya de la Torre en Perú, que si hubiera gobernado la isla, poco hubiese logrado, ciertamente no habría terminado con la corrupción administrativa, la vulgar politiquería, las desmedidas ambiciones de poder, la lujuria mercantil, la insolencia elitista, la violencia gangsteril, o la miseria y la ignorancia ciudadanas.
Pero Chibás era un hombre honesto que detestaba a Fidel Castro y a los jóvenes militantes de igual calaña: homicidas, anarquistas, de creencias rentables, que se habían infiltrado en su Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo). Y desconfiaba profundamente de ellos. Por eso como espía, Castro encontró grandes dificultades dentro de los predios chibasistas, y aunque trató repetidamente de vender confidencias sobre figuras que no eran bien vistas en las altas esferas de la inteligencia washingtoniana, no le creyeron, porque mientras alardeaba de su militancia ortodoxa, enamoraba a una joven de familia batistiana y cobraba como botellero del gobierno de Carlos Prío Socarrás (1948-52). (Su amigo y compinche, Rafael del Pino, había recibido generosas asignaciones de la Renta de la Lotería y Castro fue uno de los beneficiarios). Además, ya los Estados Unidos tenían en Fulgencio Batista un aliado que podría en cualquier momento preciso, atajar las debilidades políticas del presidente Prío, al que Washington consideraba incapaz de enfrentar el gatillo alegre de los sangrientos revolucionarios de la época, contrarrestar una posible insurrección roja en Cuba, o detener electoralmente el avance vertiginoso de las fuerzas reformistas, inexpertas y potencialmente caóticas de Eddy Chibás.
Entonces, Fidel Castro se agazapó convenientemente, se hizo agente "dormido" y aunque trató de vender simples chivaterías al golpista Batista después del 10 de marzo de 1952, cuando no pudo, planificó el cruento ataque al Cuartel Moncada en Santiago de Cuba (26 de julio de 1953), que lo lanzó a prominencias nacionales y continentales, e hizo más atractivos, noticiosos y costosos sus posibles servicios futuros de espionaje.
Con razón, los servicios de inteligencia yanqui comenzaron a registrar de nuevo en sus siniestros cuadernos de bitácora, los pasos del nuevo líder y la útil colaboración que en los años por venir, un individuo de tal ralea pudiera rendirles desde el poder isleño.
Fidel Castro, astuto de nacimiento (ciertamente su única cualidad), siguió haciéndose el dormido, comprendía que su mejor momento de chivato vendría después. En el llano pragmático, no en la sierra romántica. De todas maneras, por aquellos tiempos, latinoamérica, con la excepción de la Argentina de Perón, era fielmente pro-americana, temía al macarthismo que todavía no había sido totalmente desprestigiado y presentía que la guerra fría se calentaría aún más. Sobraban, además, los confidentes regionales que servían por igual a dos amos. Pensaba Castro, acertadamente, que sus servicios de espionaje, serían de sumo valor al conquistar revolucionariamente la pasión de un pueblo tropicalmente cándido que detestaba a un régimen incapaz de contener el avance de los rebeldes en la montaña y de los terroristas en la ciudad.
Recolectaba algún dinero el revolucionario cubano en los Estados Unidos y empezaba a entrenarse en la selvas del este mexicano. En noviembre de 1956 desembarcaba en Oriente, Cuba. Parecía una aventura idílica, un sueño imposible, quijotesco, un esfuerzo titánico. Sin que nadie, jamás, se haya preguntado como se financió tan costosa invasión, tan bien planificada, tan efectiva que ninguno de sus líderes pereció en combate, ni al principio, ni al final. Lázaro Cárdenas había sido el mentor mexicano, pero no el financista, pues aunque rosado, anti-americano y amigo de Castro, se sabe que el ex-presidente azteca no quiso compartir peculado con el revoltoso cubano de incierto futuro. ¿Quién, entonces, estaba detrás del desembarco en las montañas orientales, acaso el mismo Eisnhower que en julio de ese año, en la Conferencia de Presidentes celebrada en Panamá había declarado desenfadadamente que "los gobiernos eran creados por los hombres para servir y no esclavizar" mientras Rafael Leónidas Trujillo, desde su trono dominicano, seguía aterrorizando a su pueblo?
Casi inmediatamente después del desembarco rebelde, la eficaz propaganda yanqui empezó a favorecer la causa fidelista, pintando a Batista como un lucifer, corrupto, brutal, en asociación diabólica con pérfidos mafiosos americanos. La prensa norteña reportaba casi diariamente que todos los funcionarios del gobierno batistiano, sin excepción, robaban al erario público, que los gángsters de Nevada dirigían la represión ciudadana, que las fuerzas armadas cubanas torturaban a mujeres y niños, que en el palacio presidencial se practicaba la brujería, que La Habana era el prostíbulo del mundo y el trampolín de cocaína para las calles de Chicago y Nueva York. Ante tal deleznable deterioro político y social, se arguía, era absolutamente necesaria una violenta revolución en Cuba. ¿Y quién mejor, propugnaba Herbert Matthews, periodista estrella del New York Times, que el romántico demócrata de la Sierra Maestra, el moderno Robin Hood de las Antillas, para redimir seráficamente la isla de tanto crimen y corrupción?
Matthews omitía convenientemente en sus reportajes el bagaje criminal y turbio de Fidel Castro y los antecedentes matarifes y comunistoides de destacados revolucionarios como el Che, Bayo, Raúl Castro, Universo Sánchez y Carlos Rafael Rodríguez. Y no mencionaba el afán fidelista de desprestigiar a otros grupos combatientes como la Organización Auténtica de Aureliano Sánchez Arango, el Segundo Frente del Escambray de Eloy Gutierrez Menoyo y la Federación Estudiantil Universitaria de José Antonio Echevarría, activos movimientos lugareños, sin aparente contacto con ninguna potencia extranjera.
Claro, escribía Matthews algo cierto, que los verdaderos patrocinadores del movimiento revolucionario no eran en realidad el explotado obrero, ni el ignorado campesino, sino prominentes cubanos, ricos, conservadores, pro-americanos, como Pepín Bosch, presidente de la firma Bacardí; Miguel Angel Quevedo, director de la Revista Bohemia; Jorge Mañach, destacado intelectual; Manuel Urrutía, magistrado: José Miró Cardona, presidente del Colegio de Abogados; Roberto Agramonte, profesor, candidato presidencial, sucesor de Chibás. Y en el órden interamericano, admiradas figuras continentales como José Figueres de Costa Rica, Rómulo Betancourt de Venezuela y Luis Muñoz Marín de Puerto Rico. ¿Cómo podía ser comunista, argumentaban Matthews y muchos otros simpatizantes en los Estados Unidos, una revolución que tuviera tal apoyo de probados demócratas?
Pero además, si la revolución era comunista, ¿por qué no una denuncia oficial norteamericana en tiempos turbulentos de espionaje y guerra fría? En la conferencia de Panamá, Batista había denunciado la amenaza roja para Cuba, Eisenhower se limitó a sonreir. Y se encogió de hombros.
Aparentemente, ya Fidel Castro era atractivo para los servicios de inteligencia yanqui, que aunque muchas veces luzcan ingenuos, desorientados, ineptos, absurdos, siempre, al final, aciertan, logran su propósito que no es otro que el de garantizar la supervivencia de la gran nación americana. A pesar de todo, de terrorismo, de subversión, de guerra, la inteligencia estadounidense sigue siendo la más efectiva del mundo, y éste el país más rico, libre y demócrata de la historia.
Pues bien, se corroboró lo que se había especulado, que ante la potencialidad de un triunfo revolucionario en Cuba, el líder barbudo podría ser útil a los intereses americanos en cuestiones de espionaje internacional. Si como estudiante, como bergante, como político, como revolucionario había servido bien, como gobernante podría ser espectacular espiando entre otros gobernantes del mundo.
Los durmientes a veces tienen el sueño liviano, sirven a corto plazo, en cuestiones ligeras; otros dormidos, sin embargo, de pesado sueño, demoran en despertar, pero cuando abren los ojos, resultan extremadamente utiles. Metáfora caprichosamente injertada aquí, para desestresar la emotiva cuestión, porque...
Earl T. Smith, embajador americano en Cuba durante los dos últimos años del gobierno de Batista, llegó a la isla con precisas instrucciones de propiciar la salida del general marcista del poder; sin embargo a los pocos meses de su misión, de entrevistarse con cientos de cubanos de todo origen y entender cabalmente como se había desvirtuado la crisis nacional, Smith llegó a la conclusión que era más inteligente, más sensato, buscar una salida alterna, no-revolucionaria, a Batista, una solución política, pacífica, neutral, utilizando para ello a líderes honestos e íntegros del gobierno y de la oposición, cuyo mayor interés era servir al país y evitar una revolución caótica que desatara una debacle institucional. Y así se lo informó a su Departamento de Estado.
Inutilmente. Ya para entonces en Washington se estaba jugando la baraja Castro. Ciegamente. O como el tuerto...
Hasta el presente, el americano promedio elucubra sobre la intervención de la CIA en cuestiones cubanas, pasadas y actuales. En la página internética www.anagramgenius.com, un participante Joe Fathallah escribe un anagrama con las letras del nombre Fulgencio Batista (gun battle is of CIA). La batalla armada es de la CIA. Y William Tunstall-Pedoe, escribe con las letras del nombre Fidel Castro el anagrama (docile farts). Pedos dóciles.
Porque la realidad es que aún aquéllos que achacan a Batista toda la responsabilidad de la llegada de Fidel Castro al poder, no pueden explicar que si el general era comunista (como algunos argüyen) ¿por qué, entonces, no pactar con el comunista Castro, compartir el poder?
¿No sería más lógico pensar que Batista, cipayo americano (como otros argüyen) le dejara el poder a alguien que en su momento pudiera servir los mejores intereses de su amo imperial del norte? ¿Otro cipayo?