| | ¿De quiénes oculta George W. Bush, y por qué, las medidas secretas contenidas en el anexo al paquete de acciones que aprobó recientemente contra Cuba? “Este es un informe no confidencial. Por motivos de seguridad nacional y su aplicación eficaz, algunas recomendaciones figuran en un anexo confidencial aparte”, se dice en el documento, que da continuidad, con mayor agresividad, al primer paquete de medidas anticubanas anunciadas por él en mayo del 2004 y en el que se afirma abiertamente, como en el inicial, que su objetivo es lograr “el rápido fin” del gobierno cubano. Que Washington planifique una guerra para destruir a la Revolución cubana no sería nada nuevo. Baste recordar dos ejemplos, avalados por acontecimientos históricos y documentos oficiales del gobierno estadounidense, desclasificados años después de ocurridos los hechos: el Plan Pluto y la Operación Mangosta. El primero previó la intervención de las fuerzas armadas estadounidenses cuando se basificara la brigada mercenaria lanzada sobre Playa Girón, en abril de 1961; la fulminante derrota de esa tropa hizo al entonces presidente, John F. Kennedy, desistir de concluir el operativo. La Operación Mangosta, iniciada luego de aquel fracaso, pretendía culminar con la intervención militar a finales de 1962; pero fue interrumpida tras la Crisis de Octubre, riesgo de guerra nuclear al que condujo, entre otros factores, ese mismo plan. En ambos casos se contempló y ejecutó una intensa campaña previa de propaganda y subversión, que en Mangosta incluyó más de seis mil actos terroristas, con el propósito de crear condiciones para la invasión. Y en lo conocido del documento anunciado ahora, se multiplican significativamente las acciones y recursos destinados a la propaganda y subversión anticubanas. Sucesivos gobiernos de Estados Unidos han divulgado, al momento de su adopción, el contenido de incontables documentos que desde 1959 conforman su obsesiva política contra Cuba —una montaña de papeles que abarcan en detalles todos los aspectos que atañen a la vida de la Isla—, difusión hecha principalmente para el conocimiento de miles de funcionarios y millones de potenciales afectados, y con fines intimidatorios. Del habitual momento de divulgación quedan exceptuados documentos, como los referidos a planes militares y paramilitares –terroristas— (recordar el Plan Pluto y la Operación Mangosta), porque como bien afirma ahora Bush cuando alude al anexo secreto, hacerlos públicos pondría en riesgo “su aplicación eficaz”. Por otra parte, el fracaso de Washington durante 47 años intentando destruir a la Revolución, y la imposibilidad de impedir su avance, pese al arsenal de acciones disímiles contra ella, hace pensar que la actual Administración puede propender a la idea de atacar militarmente a la Isla. Es sabida la predilección por el uso de la fuerza demostrada por Bush para solucionar sus diferendos con otras naciones. Así lo demuestran su invasión a Iraq y a Afganistán; y sus amenazas contra la República Islámica de Irán y la República Popular Democrática de Corea, y una larga lista, según declaraciones del propio mandatario, de más de 60 países por él denominados “oscuros rincones del planeta”. En el caso particular de Cuba se agregan el que la Isla es una “obsesión”, una cuestión “casi sicológica” para Bush, al decir del veterano diplomático estadounidense Wayne Smith, quien fue jefe de la Oficina de Intereses de su país en La Habana entre 1979 y 1982; y los compromisos del inquilino de la Casa Blanca con la minoritaria pero influyente extrema derecha cubanoamericana radicada en el sur de la Florida, que, en el 2000, lo instaló en la presidencia mediante un escandaloso fraude electoral. Lo dicho recoge algunas de las razones por las cuales el documento de marras, y en especial su anexo secreto, han despertado rechazo y preocupación, incluso, dentro de los propios Estados Unidos. Esto es comprensible, porque al noble pueblo de ese país su gobernante también le oculta lo que piensa hacer en su nombre. Y porque, a fin de cuentas, también ese pueblo pagaría, con su presupuesto y con sus vidas, como ya ocurre en Afganistán e Iraq, cualquier nueva aventura bélica que maquine su irresponsable presidente. |