“Hay opresión en la patria, pero habrá algún día otra vez libertad”, vaticinó el joven jurista convertido en líder de la vanguardia del pueblo cubano que dio el primer paso hacia la libertad.

Había transcurrido mucho más de un año cuando Fidel organizó un movimiento clandestino para echar del poder a los usurpadores. La historia con justeza lo denominó la Generación del Centenario Martiano, por conmemorarse en 1953 los cien años del natalicio de José Martí, el Apóstol de la independencia de Cuba, cuyo ideario de justicia enarbolaron aquellos jóvenes.

Con la más absoluta discreción fueron creadas las células clandestinas y se llevó a cabo la preparación militar de los futuros combatientes, en su mayoría hombres de extracción humilde, obreros y empleados

El altruismo y el desinterés personal caracterizaron las vías para recaudar fondos con los cuales adquirir las armas, un capítulo en el que abundan ejemplos de quienes aportaron sus modestos ingresos, vendieron su empleo o lo poco que poseían para contribuir a financiar  la causa por la que luchaban.

El asalto al Moncada tenía como apoyo una  acción simultánea contra el cuartel Carlos Manuel de Céspedes en la ciudad de Bayamo, a apenas 140 kilómetros al oeste de Santiago de Cuba con la intención de armar al pueblo y promover un clima insurrecional.

Si bien detalles inesperados en el instante del asalto al Moncada echaron por tierra el plan táctico y el éxito militar de la acción, los sucesos acaecidos ese día dejaron proclamada la lucha armada como inevitable y única alternativa para emprender la Revolución y derrocar a la tiranía

Con la abnegación y el valor de los que murieron, con la fuerza de quienes sobrevivieron y de los que continuaron la lucha, el revés momentáneo no significó el ocaso de una causa justa.

La gesta del Moncada constituyó el pequeño motor que puso en marcha a uno mayor: la lucha libertadora que en cinco años, cinco meses y cinco días trajo para los cubanos una sociedad de justicia social e independencia.