Por qué fuimos revolucionarios Tania Díaz Castro LA HABANA, Cuba – Agosto (www.cubanet.org) - Tan insuave y áspero es el sonido de la palabra revolucionario como vivir en un país bajo un sistema que se dice llamar así. Esa amarga experiencia la tenemos millones de cubanos, tanto de la Isla como del exilio. A la luz del tiempo creo lograr saber por qué aquellos cubanos que fuimos revolucionarios hemos dejado de serlo. En primer lugar, lo fuimos por varias razones. En segundo lugar, hemos dejado de serlo por muchas razones más. Fuimos revolucionarios durante los primeros años de la Revolución, porque no veíamos a Fidel Castro como un dictador. Todavía no lo era de acuerdo al tiempo transcurrido. Cualquier político está cuatro y ocho años en el poder. ¿La Constitución? Ni nos acordábamos de ella, sinceramente. Estábamos demasiado entretenidos en echar agua al mar para pensar en teorías del pasado. Ni siquiera pensábamos en la libertad individual, porque dejamos de sentirnos individuos para formar parte de un homogéneo conglomerado que se dejaba arriar fácilmente por aquí y por allá. Hasta la libertad de prensa la pasábamos por alto, porque nos convencieron -por suerte no para siempre- de que sólo los revolucionarios tienen derecho a escribir lo que piensan. Preocuparnos porque hubiera escuelas de acuerdo al credo de la familia no lo veíamos necesario, puesto que era mucho más sencillo ser ateo desde la cuna, para no pensar tanto al crecer. Mucho menos que cada cual pudiera disponer de un negocio propio, como ocurre desde que el hombre comenzó a caminar erecto por primera vez y se adueñó de una piedra y un palo para sobrevivir. Tan revolucionarios éramos que ni siquiera se nos ocurría la celebración de unas elecciones libres, para que aquellos que pensaran distinto pudieran escoger entre la rosa y el clavel. Sin embargo, también recuerdo, como si fuera hoy, que muchos estábamos concientes de que la Revolución, como aquella otra del 33, se había ido a bolina. Entonces nos dio por sentir pena y continuar en el tren, aunque desvencijado. Por último descubrimos el desamor. Un gobierno del pueblo no podía querer para ese pueblo lo peor: hambre, cárcel y exilio. Todo lo veo ahora tan transparente como las tranquilas aguas de un lago. Sólo había que esperar a que el tiempo pasara, aunque el carnaval de la nueva clase en el poder no haya terminado aún. Haber sido revolucionarios no debe avergonzarnos. De hombres es errar, de bestias, perseverar en el error. A la luz del tiempo podemos llegar a la conclusión de que se trata de una ceguera mental, pasajera y propia de la juventud, como el amor en la vejez, que se alimenta de fuegos fatuos. A fin de cuentas todavía no conocíamos la cifra de las muertes provocadas por los regímenes revolucionarios y comunistas a lo largo del siglo XX. Hoy nos hace saber el diario moscovita Izvestia que en los 23 países regidos por gobiernos revolucionarios y comunistas, incluída Cuba, China y Corea del Norte, se han asesinado a ciento diez millones de personas en tiempo de paz. La ex Unión Soviética tiene el primer lugar: de 1917 a 1987 acabó con sesenta y dos millones de personas, sin contar las de la guerra civil y las de la II Guerra Mundial. A través de recientes investigaciones realizadas por destacados historiadores franceses, sabemos también que lo regímenes comunistas han cometido crímenes que afectan a unos cien millones de hombres, mujeres y niños contra unos veinticinco millones del fascismo. ¿No son suficientes razones hasta para sentir un extraño ruído en los oídos cuando escuchamos pronunciar la palabra Revolución? |