LOS DIEZ DÍAS
QUE HAN ESTREMECIDO
A CUBA
"...Hugo Chávez dice que Fidel lucha por la vida,
lo que es una peculiar forma de mejorar..."
Por Eugenio Yáñez *
Colaboración
Miami
Florida
E.U.
La Nueva Cuba
Agosto 11, 2006
Este domingo 13 de agosto es el cumpleaños número 80 del muy perenne Comandante en Jefe, todavía al parecer Comandante en Vida.
Entre expectativas y secretos, rumores y análisis, componendas y declaraciones, han ido pasando los días, y hasta el momento se sabe muy poco del Comandante en Cama, pero menos aún del sustituto y su flamante equipo de los “delego con carácter provisional…”
Si no queremos que nada nos sorprenda este domingo de cumpleaños, la única manera posible de lograrlo es analizar anticipadamente las variables que podrían presentarse, desde la más conveniente hasta la más inconveniente, y pensar desde ahora como se debe asumir la realidad que aparezca.
Desde que no suceda nada diferente y continúe esta anormal normalidad de todos estos días, hasta una fiesta de cumpleaños gigante centrada en un cake de 80 velitas y Castro soplándolas, junto a Raúl y el resto del Buró Político, Chávez y Evo Morales añadidos, o algo así como “en cada cuadra un Happy Birthday” bajo la batuta cederista.
En ninguna circunstancia debe ser frustrante para quienes crean en un futuro democrático para Cuba. Por muchas razones que estos diez días que han estremecido a Cuba han demostrado fehacientemente.
El mito está en el piso: Fidel Castro, como cualquiera de los mortales, sangra por los intestinos y padece de divertículos. Como cualquier ser humano. No es Dios en la tierra. Un día ya no estará, tiene casi 80 años, y puede faltar. Aunque hoy rebase esta crisis y sobreviva años más.
Más importante todavía: el castrismo sin Castro es un mito. Sea real el vacío de poder que se respira en Cuba, o ficticio y preparado, como parte de una gran puesta en escena, sin Fidel Castro presente el castrismo no puede sobrevivir.
No importa lo que griten en la Mesa Redonda o lo que escriban los “periodistas” del régimen, un Castro disminuido por la enfermedad es también un castrismo disminuido. Y es poco probable, por no decir casi imposible, a los ochenta años y con una salud resentida, un retorno de Castro como si nada hubiera sucedido. AUN SI HASTA LO DE LA OPERACIÓN Y LA URGENCIA FUERAN TEATRO POPULAR.
Los equipos sucesores se mueven de lo mediocre al caos. No hay team-work, están sin orientación, balbucean en vez de hablar, y ni siquiera se saben poner de acuerdo en lo que dicen. Es mucho más probable que esta ineptitud sea real que elaborada por guión. Es mucho más difícil fingir esa mediocridad de ser tan ineptos, realmente.
En cuanto a su edad, los sucesores hacen parecer “pepillos” de secundaria a la dirigencia vietnamita y china. Felipe Pérez Roque, a sus 41 años, parece un parvulito entre tanto vejestorio. Sucesores, su periferia de apoyo y los eventuales retadores cuentan más años sobre sí que los que hay en cualquier Hogar del Veterano.
El aparato de propaganda del régimen se ha desmoronado. Los “periodistas” todos han recibido la orden de referirse a Miami como “la mafia” y “los terroristas”, pero de ahí no saben salir. Dicen que por acá no conocemos a la verdadera Cuba, pero está claro que la conocemos mejor que ellos mismos, que se enredan en mentiras y patrañas y no saben nada original más allá de patalear.
Uno de ellos invoca a Russeau, como si lo hubiera leído, pero no debe haber pasado, si acaso, de La Historia me Absolverá, y no se puede asegurar. Para otro, ser periodista supone ser capaz de insultar, manejar cuatro o cinco epítetos determinados, porque ni en esto son originales, y repetir una cantaleta que, por desgracia para ellos, ni siquiera se renueva tras diez días, y sigue siendo la misma del comienzo.
Las instituciones políticas y de masas, es decir, Partido, UJC, sindicatos y demás, ni siquiera saben lo que hay que hacer. Y entre tanta falta de orientación, nadie se atreve a una iniciativa: decir lo que no se debe es más peligroso hoy que no decir nada o repetir lo mismo: la eterna cantaleta abstracta es más saludable que pretender improvisar o actuar de manera creativa.
Los sucesores siguen brillando por su ausencia, y los pocos que aparecen lo hacen con mucho cuidado y hablando por telegramas. Alarcón ha sido el más locuaz, y Lage habla algo, pero en general, paisaje aparte, dicen poco: evidentemente, la monolítica unidad de los sucesores y la único “sucesor digno”, el Partido, han sido inoperantes.
La dirección colectiva y la unidad inquebrantable son más volátiles que la misma salud del Comandante, que a su vez, aunque secreto de estado, da señales: aunque se dice que mejora, Hugo Chávez dice que Fidel lucha por la vida, lo que es una peculiar forma de mejorar.
Los desinteresados y nobles dirigentes del primer nivel demuestran lo que les interesa y respetan al pueblo cubano: nada. Ni se les ocurre que se pronuncien sobre la situación actual y opinen sobre como defender el socialismo tropical. Para ellos, el pueblo es adorno alrededor de un discurso agotado.
La intelectualidad revolucionaria explota de cursilería: Fernández Retamar se muestra ante la prensa para declarar una “sucesión pacífica” con gorrita modelo “Vladimir Ilich”, y la trotskista Celia Hart iguala un sangramiento intestinal con una herida en combate.
Los fundadores de la “Canción Protesta” no recuerdan ya ni como se protesta: Silvio Rodríguez casi llora diciendo que da su vida para Fidel Castro, y su colega firma una misiva cursi que no se sabe si podrá llegar a su destino como si fuera de amor: “tu Pablo Milanés”.
Y aún si todo fuera farsa preconcebida, y Castro resucita de entre los muertos en perfecta salud, el vencedor no será nunca el castrismo, sino el sentido común: se trata de un régimen montado sobre un mito, que ya cumple 80 años de vida, y que más temprano que tarde se va.
Cuando el hecho simple de estar vivo determina la supervivencia de un régimen que se cae a pedazos más rápido que su fundador, las cosas no están tan bien como nos quieren hacer creer.
Estos diez días que han estremecido a Cuba, han demostrado lo evidente: que el mito revolucionario no solo es humano, sino que además tiene la salud tan frágil como las perspectivas del totalitarismo en vida.
Comandante en Jefe, Comandante en Vida, Comandante en Tumba, son hoy lo mismo: un mito enfermo y carcomido que se desmorona. Escapará al tribunal del pueblo si su biología lo decreta así, pero nunca al juicio de la historia, que no lo puede absolver.
No es cuestión de desear la muerte a nadie, ni de pretender longevidades imposibles: es que las leyes de la biología no tienen nada que ver con el voluntarismo y la utopía.
Lo más original de esta crisis ha sido la consigna surgida entre la desesperación y el temor: 80 años más para Castro. Si tres generaciones de cubanos fueron sacrificadas a la ambición, la vanidad y el narcisismo de un tirano despiadado y fracasado, y aún se desean ocho décadas más, quienes realmente anhelen, en el fondo de su corazón, esos imposibles 80 años más de Castro, lo merecen.
Sin embargo, los cubanos dentro y fuera de Cuba que deseamos lo mejor para nuestra Patria, la democracia, la libertad, la prosperidad y la paz, no suscribimos la locura del suicidio fundamentalista totalitario, ni de una sucesión mediocre y criminal, y sabemos perfectamente que esa consigna lo único que refleja no es convicción, sino impotencia.
En vísperas del cercano final biológico del mito y de su régimen, Cuba necesita más que nunca una revolución para rescatar la democracia secuestrada por un grupo de farsantes dirigida por un Comandante que se apaga.
Hasta Lenin resulta subversivo en la Cuba de hoy: una situación revolucionaria ocurre “cuando los de abajo no quieren y los de arriba no pueden” seguir como hasta ahora.
¿Hay un ejemplo mejor?