Un texto de O. Bayer
América
Osvaldo
Bayer
América Scarfó nos dejó para siempre. Murió el
sábado pasado. Tenía 93 años. Recibí la noticia con la tristeza de saber que era
la última de una época de lucha libertaria. Mi sentimiento no era otra cosa que
una melancolía mezcla de enorme cariño y admiración. Fue la compañera de
Severino Di Giovanni. El anarquista fusilado por el dictador golpista de
uniforme: Uriburu. El 1º de febrero de 1931. Un día después era también fusilado
el hermano más querido por América: Paulino Orlando Scarfó. En 48 horas le
habían arrancado a la adolescente de 17 años sus dos más grandes cariños. Quedó
sola, en un mundo absolutamente enemigo.
Los poetas le cantaron a América Scarfó. A finales
de los ’30, el querido Raúl González Tuñón escribirá: “América Scarfó te llevará
flores y cuando estemos todos muertos, América nos llevará flores”. Es que había
quedado en todos el rostro de América el día en que mataron a su amado Severino:
no lloraba, estaba sumamente triste, pero firme. Lo iba a seguir amando toda su
vida, como me dijo cuando la fui a entrevistar, allá a comienzos de los setenta.
Yo había logrado descubrir dónde estaban las cartas de amor que le había escrito
Severino y que en el allanamiento de la quinta de Burzaco se había llevado la
policía. Las cartas de amor más bellas que he leído en mi vida. No sólo los
uniformes fusilaron a Severino sino que también hicieron “desaparecer” sus
cartas de amor. Pero así como los desaparecidos de los setenta reaparecieron en
sus Madres, así las cartas reaparecieron ante la búsqueda sin fin del
historiador. En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares,
Severino le escribe a América: “Carissima: más que con la pluma, el testamento
ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis
ideales. Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre
vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Antes de esas últimas
líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América, que también
estaba detenida.
América le dio el último abrazo, él la besó. Le
pidió a ella que cuidara de los hijos de él y de Teresina, su esposa. América le
dijo: “voy a seguir con tu recuerdo hasta mi muerte”. El la miró con mucha
tristeza y le respondió: “¡Oh, Fina, tu sei tan giovane!”. Se besaron de nuevo.
América salió mirándolo a Severino. Por ello tropezó con una rejilla y Severino
le gritó: “¡ten cuidado!”.
Los más destacados periodistas de Buenos Aires
estuvieron en el fusilamiento. La mejor crónica fue la de Roberto Arlt, que no
puso ningún comentario propio sino sólo la descripción de ese teatro irracional
de la fuerza bruta contra las ideas.
“La descarga terminó con el más hermoso de los que
estaban presentes”, serán las últimas palabras de la crónica del periodista del
Buenos Aires Herald. Al día siguiente, caerá también Paulino Scarfó ante el
pelotón de fusilamiento. Tanto a Severino como a Paulino, antes de fusilarlos,
la policía de Uriburu los había torturado bárbaramente. Pero ellos no delataron
a ningún compañero. El último encuentro entre América y Paulino será muy breve.
Ella no pudo disimular su dolor al ver el rostro hinchado de él. El la contuvo
diciéndole: “no llores”. Y luego agregó con mucho cariño: “pobre pibita” y le
dio un beso en la mejilla.
América lo besó muy fuerte y le preguntó: “¿no
querés ver a mamá?” El le respondió: “no, ¿no ves cómo estoy?”. “Es que se le
notaban las torturas. Y agregó: “sigue estudiando. Estoy deseando que esto
termine de una vez”. La besó. América volvió a abrazarlo y se miraron a los
ojos. Ella no lloró. El policía Florio urgió para que terminaran. América se fue
con paso firme. Los periodistas notaron una lágrima en su rostro. Severino y
Paulino gritaron antes de la orden de “fuego” las palabras que definían su
ideología: “Viva la anarquía”. Fue en la penitenciaría. Las descargas se
escucharon en los jardines de Palermo.
Severino fue un antifascista, y estaba convencido
de que la única manera de responder a la violencia de arriba era con la
violencia de abajo. Sus atentados fueron siempre contra entidades fascistas o
norteamericanas cuando se supo la condena a muerte de los dos héroes proletarios
Sacco y Vanzetti. Sus escritos hablan de su pasión por su ideología del
socialismo en libertad. La policía lo sorprendió cuando salía de una imprenta.
Su huida por las calles de Buenos Aires quedó como algo legendario. En el
tiroteo cayó una niña, y por supuesto le adjudicaron a él esa muerte cuando fue
notorio que recibió balas policiales.
En el escritorio del luchador anarquista, la
policía encontró debajo del vidrio esta frase: “Estimo a aquel que aprueba la
conjuración y no conjura; pero no siento nada más que desprecio por esos que no
sólo no quieren hacer nada sino que se complacen en criticar y maldecir a
aquellos que hacen”.
En 1928, en una carta, Severino le escribirá a
América: “El amor, el amor libre, exige aquello que otras formas de amor no
pueden comprender. Y nosotros dos, rebeldes divinos (jamás nadie podrá llegar a
nuestras cumbres), tenemos derecho a desagotar el pantano de la moral corriente
y cultivar allí el inmenso jardín donde mariposas y abejas puedan satisfacer su
sed de placer, de trabajo y de amor”. Fue un amor pleno que duró poco porque
todo terminó en tragedia. Cuando América se va a vivir con Severino en la
quinta, muy arbolada, de Burzaco, ya él era el perseguido número uno de la
sociedad argentina. Ella sentirá miedo todas las noches y duerme abrazada a él.
Una noche ella siente ruidos como de gente que entra a la quinta y trata de
despertarlo. Le dice en voz baja pero insistente: “Severino, Severino, la
policía”. El se despierta apenas, la acaricia y le responde: “América, no, son
los pájaros... duerme... duerme”. De eso ella nunca se olvidará, me lo contará
en uno de nuestros tantos encuentros, mientras elaboraba una nueva edición de mi
libro.
Caídos sus dos seres más queridos, la joven América
será protegida por sus compañeros de ideas. En ese período escribirá artículos
para diarios anarquistas europeos en defensa de los derechos de la mujer. Y
continuará con sus estudios, los cuales nunca dejó ni cuando era ya octogenaria.
Por ejemplo, se recibió de profesora de italiano y rindió todas las pruebas en
forma brillante.
Muchos años después de la tragedia, América
encontrará un compañero de ideas con el cual fundará la librería y editorial
Américalee. El nombre lo dice todo. Durante muchos años, fue la librería
libertaria más completa de la ciudad y la editorial se dedicó a publicar todos
los pensadores del socialismo libertario.
Hace pocos años, estábamos todavía en el menemismo,
América volvió a aparecer en los diarios. Es que un día que la fui a visitar, me
expresó que ya estaba cerca de la muerte y que antes de irse para siempre quería
estrechar en su corazón las cartas de amor de Severino. Que como yo sabía dónde
estaban me pedía que hiciera todo lo posible para lograr su devolución. Le dije
que iba a poner todo mi empeño. Lo fui a ver a Unamuno, el director del Archivo
General de la Nación. Siempre dispuesto a la ayuda me preguntó donde había visto
esas cartas la última vez. Le dije: “en el Museo Policial, en un archivo
aislado”. Me respondió: “Bueno, quien puede darte permiso, por ser policial, es
el ministro del Interior, Corach”. (“La última anécdota que me faltaba”, pensé.)
Pedí la entrevista junto con América. Nos recibió a los dos días. Le expresé el
deseo de América. Me dijo que iba a hacer las averiguaciones pertinentes para
cumplir con los deseos de ella y agregó: “No se olvide, Bayer, que yo me llamo
Carlos W. Corach. Carlos, por Carlos Marx, y W. Por Wladimiro Lenin”. Me
sorprendí y no pude menos que decirle sonriente: “No lo parece”.
A los dos días nos llama el jefe de la Policía
Federal que me esperaba en su despacho. Fui con América. Nos recibieron el jefe
y el subjefe. El jefe me escuchó con forzada benevolencia. (El subjefe tenía una
sonrisa cachadora como diciendo: “cómo se vino éste acá”). Le expliqué, pero el
jefe me respondió grandilocuente: “usted me pide algo que pertenece a la Policía
Federal. Mire (y tomó un cenicero): esto aquí tiene la palabra ‘Policía
Federal’, si usted me lo pide le tengo que decir que no, porque no me pertenece
a mí ni a nadie sino sólo a la Policía Federal”. Le insistí: “pero no se trata
de un cenicero, son cartas de amor”. Me volvió a mostrar el cenicero, con gesto
triunfal: “sí, pero las dos cosas pertenecen a la Policía Federal”. Entonces
tomó la palabra América que con voz suave pero firme le expresó: “señor, son
cartas de amor que me escribieron a mí, me pertenecen a mí. No es un documento
policial o que sirva como prueba de algún delito. Las cartas me pertenecen sólo
a mí”. El seguro policía se sintió molesto y sentenció: “pongan un abogado, se
resolverá”.
Pusimos el abogado y pronto llegó la respuesta.
Carlos Wladimiro nos citó en la Casa de Gobierno para devolver las cartas de
Severino Di Giovanni a su amada América Scarfó. Cómo habrá acariciado las cartas
esa bella anciana de ojos muy negros y cabellos blancos como la nieve. Ella no
está más. Sus cenizas fueron enterradas en el pequeño jardín de la Federación
Libertaria, la casa que no se rinde. Ahí iremos una vez por mes a leerle a ella
una carta de amor del luchador caído