SEÑORES POLITICOS DEL exilio y líderes comunitarios: han quedado fuera del futuro de Cuba. No le echen la culpa al régimen de La Habana, ni siquiera a su “querido presidente” George W. Bush. La responsabilidad es de ustedes. Demasiados años viviendo de espaldas a la realidad cubana.
Ese país que ustedes ni siquiera se imaginan, esa nación que lleva años transformándose para bien y para mal, no los necesita. Habrá lugar para profesionales e inversionistas de todo tipo, muchos de ellos residentes en esta ciudad, pero es mejor que aquéllos que por largos años se han dedicado a vivir del anticastrismo no sueñen con ir a La Habana, para llevar sus aspiraciones pasadas de moda, su retórica antigua y ese afán perenne de engrandecer tonterías disfrazadas de hechos importantes.
No nieguen que tuvieron oportunidades para cambiar, pero la soberbia y el desprecio les impidió comprender que era imposible regresar al pasado. Ahora qué pueden decir. Por todas partes, en La Habana, Washington, Caracas y hasta Pekín han comenzado a moverse las fichas y a ustedes les han dicho que ni se levanten, que se queden sentados y obedientes viendo como los demás arreglan o retuercen aún más la situación cubana.
La radio del exilio continuará alentando rumores y dedicando su espacio a alimentar el odio, la venganza y las quimeras de quienes entretienen su vida con fábulas y sueños torpes. Los viejos terroristas seguirán esperando la muerte impunes a la justicia pero frustrados en sus planes. Los políticos perseguirán nuevos triunfos en las urnas sin preocuparse por cambiar su discurso. Las organizaciones del exilio no darán tregua a la necesidad de organizar un almuerzo o una conferencia de prensa de vez en cuando.
Por lo pronto, quienes encuentran mucho más que el pan diario en estas faenas no tienen de que preocuparse. La situación en la Isla necesitará algún tiempo antes de que realmente comience a cambiar. Pero cada día es más evidente de que por primera vez en muchos años se encamina hacia ese cambio. La diferencia es que el reloj puede echar a andar en cualquier momento en La Habana, mientras que en Miami las manecillas permanecen ancladas, doblegadas por el polvo y el óxido.