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LA CUBA DEL GRAN PAPIYO
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General: ANTI -ARENA
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Respuesta  Mensaje 1 de 19 en el tema 
De: miranrami  (Mensaje original) Enviado: 22/09/2006 10:38
     
La gente de la mara Gruesa las "machistas" de sus mujeres. Anti arena: 


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Respuesta  Mensaje 2 de 19 en el tema 
De: maribea05 Enviado: 22/09/2006 18:53
No es por na' miranrami, pero a algunas mejor no pasarles por al lado con una agujita :-) Están "las bolsitas" de gel que hacen olas.
;-)
¿De verdad que a ustedes los hombres les gustan esas cosas plásticas?
Alabao!

Respuesta  Mensaje 3 de 19 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 23/09/2006 01:24
Disculpame, Miranrami. No son tan lindas como las salvadoreñas, pero tienen sus encantos: 
 
 
Vo Thi Mo, primera por la derecha, posa para CRÓNICA con sus compañeras guerrilleras. Algunas no se veían desde que lucharon en la selva. 
Vo fue condecorada tras abatir al americano número 10. Thanh fue reclutada como «espía del amor» para sacar información. Le Thi luchó junto a tres hermanas... El periodista descubre al batallón que tumbó a EEUU en Vietnam hace ahora 30 años.
 
                                                 SALUDOS REVOLUCIONARIOS
                                                                    (Gran Papiyo)
 

Respuesta  Mensaje 4 de 19 en el tema 
De: Gran Papiyo Enviado: 23/09/2006 02:49
Vo Thi Mo, fotografiada a los 17 años cuando era guerrillera del Vietcong.
 
 
Vo Thi Mo, fotografiada a los 17 años cuando era guerrillera del Vietcong.
 
Vo Thi Mo no recuerda cuándo empezó a odiar a los americanos.¿Fue al ver a los primeros aviones sobrevolar su aldea de Cu Chi, al sur de Vietnam? ¿O quizá tras la muerte de dos de sus hermanos en un bombardeo? Por alguna razón, el momento que ha quedado grabado en su memoria todo este tiempo ha sido el día que dejó de odiarles.

Se encontraba al frente de un grupo de guerrilleros del Vietcong cuando sorprendió a tres soldados estadounidenses descansando en mitad de la jungla. Les apuntó con su AK-47, el dedo en el gatillo, el blanco fácil, cuando uno de ellos sacó del bolsillo una fotografía de su familia. Los otros dos militares buscaron en sus petates, sacaron varios sobres y empezaron a leer en voz alta las últimas cartas que habían recibido de América. Los tres rompieron a llorar. «Y por primera vez les vi como a personas.Di media vuelta y me marché de allí».

Los tres soldados americanos sortearon la muerte sin saber lo afortunados que habían sido, tal vez retrasando sólo por unos días su inclusión en la lista de bajas de una guerra que se había convertido en una pesadilla para EEUU. Pocos días después, en el frente, y sin tiempo de buscar qué había en el interior del enemigo, Mo abatió a su soldado americano número 10 y recibió la medalla a la Victoria Militar. Que hubiera dejado de odiar a las tropas estadounidenses no significaba que no quisiera verlas fuera de su país o que no estuviera dispuesta a seguir luchando por conseguirlo.

El 30 de abril de 1975, con la caída de Saigón y la imagen de los últimos helicópteros estadounidenses evacuando al personal de la embajada americana desde la azotea, el sueño se vio por fin cumplido. El mayor Ejército del mundo había sido derrotado; Vietnam yacía en ruinas.

Han pasado 30 años desde el final del conflicto y la guerrilla que hizo posible la improbable victoria comunista en el corazón de Indochina sigue siendo mitificada en todo el mundo, desde la ficción de Hollywood a la realidad de las guerras de todo el planeta, desde los desiertos de Irak a las montañas de Nepal.

Ficción y realidad siempre han olvidado, sin embargo, a uno de los batallones del Vietcong que más hizo por engrandecer su leyenda y ganar la guerra. Sus miembros cabalgaban entre las líneas estadounidenses a bordo de ciclomotores, eran especialistas en el asesinato selectivo de oficiales, llevaban a cabo algunas de las operaciones más arriesgadas en las junglas del sur del Vietnam y, en lo que todavía recuerdan como la más dolorosa de sus misiones, se introducían hasta las mismísimas alcobas del enemigo para sonsacar información entre ratos de amor fingido. Eran las mujeres del C3, las mujeres que derrotaron a América.

Una vieja fotografía de Vo Thi Mo en blanco y negro, tomada cuando tenía 17 años, adorna su casa en una pequeña aldea del distrito de Cu Chi, cerca de Saigón. La imagen no hace justicia a la fama de guerrera despiadada que llevó a los estadounidenses a poner precio a su cabeza a finales de los años 60: la cabellera morena, larga y bien peinada, las facciones del rostro aniñadas, la mirada al frente y las manos adolescentes sujetando un antiguo fusil.

Al principio nadie en las fuerzas vietnamitas tomó en serio a las adolescentes que llamaban a las puertas de los campamentos del Vietcong ofreciéndose para la guerra. «Había un dicho en el campo que decía que las mujeres éramos tan inútiles que no podíamos orinar por encima de la hierba», recuerda Mo. «Así que un día un grupo de nosotras nos subimos a la copa de un árbol y empezamos a orinar desde lo alto. Les dijimos a los hombres: veis, nosotras también podemos orinar por encima de la hierba y también luchar como vosotros».

Los mandos de la guerrilla fueron aceptando poco a poco la intervención de las mujeres y en 1965, coincidiendo con el aumento de la presencia militar estadounidense en apoyo del Gobierno de Vietnam del Sur, se creó el batallón C3, formado exclusivamente por mujeres. La mayoría, como Mo, fueron reclutadas cuando todavía no habían cumplido los 16 años.

Vietnam, como el mundo, se encontraba divido entre el norte comunista y el sur capitalista apoyado por EEUU. Pero Marx era la última de las motivaciones que llevaron a jóvenes campesinas sin apenas educación a alzarse en armas. Todas habían visto morir a algún familiar por los bombardeos americanos, vivían a diario las redadas en sus aldeas y las detenciones de sus padres o hermanos. «Llegó un momento en el que nos dimos cuenta de que nuestra vida nunca sería normal hasta que expulsáramos al último de los americanos», dice Mo.

Las mujeres del C3 formaban parte de la tradición guerrera de un pueblo que había forjado su sentimiento independentista expulsando a mongoles, chinos y franceses de sus tierras. Los americanos no iban a tardar en comprobar el carácter indomable del pueblo vietnamita.
El Frente de Liberación Nacional no era más que una continuación de las guerrillas que habían luchado contra los franceses. Su importancia estaba en que actuaba en el corazón del territorio dominado por EEUU y su aliado sur vietnamita, apoyando desde la clandestinidad a las fuerzas del Ejército regular de Vietnam del Norte. Los hombres y mujeres del Vietcong jamás llevaban uniforme, vestían ropas de campesinos y golpeaban con emboscadas antes de desaparecer mezclándose entre la población rural.

EL TEMOR DE DIOS

Washington lo intentó todo para eliminar al enemigo invisible, incluido lo que el general Harkins describió como un recrudecimiento de la guerra para tratar de meter en sus filas «el temor a Dios».

Miles de hectáreas de jungla fueron rociadas con el agente naranja en un intento de arrasar sus escondites y los bombardeos se hicieron cada vez menos selectivos, llegando a matar a un millar de civiles a la semana sólo en el sur, según informes del ministerio de Defensa estadounidense.

Vo Thi Thanh tenía sólo 13 años cuando, harta de los bombardeos, empezó a cavar trincheras para el Vietcong. Poco después cogió su primer fusil y aprendió a disparar por su cuenta. Su puntería llamó la atención de sus compañeros y muy pronto fue integrada entre las mujeres guerrilleras.

Prácticamente todas las mujeres del batallón C3, y las que lucharon en otros grupos mixtos del Vietcong, guardan alguna herida de guerra. Algunas han mantenido las suyas en secreto durante todo este tiempo por miedo al estigma de haber perdido un pecho o al rechazo que podrían provocar sus cicatrices.

Thanh viste una chaqueta rosa de manga larga que oculta el muñón a la altura del antebrazo izquierdo. «La pérdida de un brazo no se puede ocultar», dice. «Así que con los años he aprendido a sentirme orgullosa de esa herida».

Thanh fue reclutada como una espía del amor. Su misión era vestirse con sus mejores trajes, maquillarse y visitar los cafés de Saigón frecuentados por soldados americanos de la base de la 25th infantería.Era importante que no la consideraran una prostituta, sino una potencial novia, y que los soldados cayeran rendidos a sus encantos.«Para los hombres entrar en un campamento enemigo era imposible, para nosotras era fácil», recuerda Thanh con una sonrisa pícara.

Lo más doloroso para las mujeres que llevaron a cabo operaciones de espionaje, en las que a menudo debían mantener relaciones con hombres que a la mañana siguiente podían estar bombardeando la aldea de sus padres, era la forma en la eran despreciadas por sus compatriotas cuando paseaban con un soldado. Thanh recuerda haber llorado de impotencia al ver como la miraban igual que a una prostituta y la insultaban en la calle. «Sentías impotencia, porque no podías decirle a nadie que estabas haciéndolo por la patria, por eso el final de la guerra fue una liberación especial, podías limpiar tu nombre al fin».

Thanh fue finalmente descubierta y arrestada en 1970, después de haber facilitado decenas de mapas que ella misma había dibujado a mano con detalles de las instalaciones militares americanas.En prisión fue interrogada y torturada por soldados survietnamitas durante tres meses.

Las heridas que sufrió en su brazo izquierdo se infectaron y cuando fue puesta en libertad, en las junglas de Cu Chi, sus compañeros del Vietcong le salvaron la vida amputándoselo, a cuchillo, y sin ningún tipo de anestesia. Sufrió mucho.

Cinco meses después, la guerrillera estaba de nuevo en el frente, esta vez subida a la parte trasera de una motocicleta desde la que disparaba sujetando el arma sobre el muñón.

Hoy, casada y con dos hijos, bromea sobre la impresión que aquella escena debía tener en los soldados americanos: «Supongo que se quedaban paralizados de la sorpresa».

                                        SALUDOS REVOLUCIONARIOS

                                                         (Gran Papiyo)



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