MIAMI.- Yo fui una vez a Radio Martí y no cobré. Me invitaron a una mesa redonda para discutir contra Luis Aguilar León, que se suponía fuera moderador, y otras dos personas que parecían familiares por aquellos lares y cuyos nombres no recuerdo. Al llegar me llevaron a un despacho donde estaba el señor Humberto Medrano para entregarme un cheque por no sé cuántos dólares. Les respondí que no los aceptaba ya que para hablar sobre Cuba no admitía remuneración y menos aún de una emisora del gobierno. De ningún gobierno. Me insistieron en que era obligatorio por la ley que cobrara y les contesté que en ese caso no intervendría en el programa. Entonces alguien sugirió que se donara el dinero a alguna institución y sugerí que se lo dieran al Instituto de Estudios Cubanos y así debe haberse hecho.
Después, jamás me volvieron a invitar, no sé si sería por lo que dije en el programa -que no tenía nada que ver con un aparato radial montado para hacer propaganda sistemática y sistémica contra el gobierno de Cuba- o porque no acepté la propina. Pero es que no se puede cobrar de una emisora que forma parte del plan de un gobierno contra otro y decir que se es independiente y que se opina libremente. Y hablo de Radio Martí que es una operación que cumple con los requisitos establecidos para las emisoras de onda corta. A TV Martí ni siquiera he aceptado invitaciones, porque ya en ese caso se trata de una televisora algo así como pirata que viola todas las reglas y que, además, es un fraude parecido al de los cobros al Medicare por tratamientos que nadie recibe. TV Martí derrocha millones de dólares haciendo programas que nadie ve, pero por los cuales una tonga de gente cobra. Lo que en algunos lugares llaman “botellas”, que son sinecuras, prebendas y de cierta forma malversación. Allá por el año 1990 hice durante varios meses un programa radial diario que se llamaba “Nicolás Ríos, sin censura”; con un lema que aseguraba: “La única mesa redonda que no es cuadrada en Miami”. El espacio lo tenía contratado una de las empresas a las que el gobierno cubano ha dado el negocio de los viajes a Cuba y de los trámites correspondientes. Por ese motivo tampoco acepté que se me pagara por lo que hacía a pesar de la enorme cantidad de tiempo que tenía que dedicarle. De mi propio bolsillo, inclusive, abonaba el salario de una persona que me servía de asistente para coordinar y hacer las citas con los entrevistados y sustituirme cuando estaba de viaje. Eso me permitió actuar según mi criterio y decisiones y, sin consultar a nadie, decir lo que quería e invitar a quien me diera la gana: derechistas e izquierdistas, procastristas y anticastristas, disidentes y oposicionistas y hasta un pintoresco anexionista, rara avis en el mundo cubanoamericano donde esa idea en realidad, aunque se haya dicho lo contrario, sólo germina excepcionalmente en algún chiflado o aficionado al humor negro. Acepté encargarme de ese espacio radial porque formaba parte de una programación de varias horas que fue un intento frustrado de cubrir la necesidad de establecer la libertad de expresión en la prensa en castellano de Miami que, especialmente en lo que se refiere a Cuba, no existe. Alguna vez me ilusioné, y así lo hice saber, con la idea de que el gobierno de La Habana le hiciera ese regalo a Miami. Es verdad que en Cuba tampoco la hay ni se jactan de ello, pero me aferro a la idea de que allí es consecuencia de un Estado de emergencia permanente a que obligaron los peligros que se derivan de la enemistad agresiva del gobierno estadounidense. Es probable que si no hubiera existido esa causa no hubiera ocurrido todo lo demás. A esa probabilidad, que no puede ser probada al contrario, me aferro. Los gobiernos acosados por acechanzas tan peligrosas tienden a menospreciar determinados valores. Si quieren un ejemplo práctico miren a lo que ha hecho, hace y quiere hacer el presidente George W. Bush que, entre otras cosas y por la salvaje amenaza terrorista, hasta justifica la tortura. La revista “Contrapunto” fue una publicación de mi propiedad que decidí especializarla en la información sobre Cuba dando cabida a todas las opiniones. En ella podían coincidir una entrevista con algún dirigente del gobierno Cuba y otra con alguno de la oposición, especialmente miamense. Entre sus éxitos estuvo el de, a pesar de su contenido conflictivo, haber obtenido la autorización para una determinada circulación en Cuba que, aunque no masiva, dio, además de un logro pionero, nunca antes practicado y nunca después repetido, la oportunidad de una difusión lo suficientemente importante con resultados interesantes, beneficiosos y muy prometedores. Se demostró que Cuba no teme la confrontación de ideas si ésta se plantea con seriedad y decencia. Por ser como fue, “Contrapunto” fue boicoteada. La distribuidora la retiró de los estanquillos y los anunciantes que se atrevían sólo lo hacían una vez. Luego cancelaban por razones que temerosamente se negaban a explicar. La revista, por lo tanto, siempre estuvo al borde de la bancarrota hasta que quebró, dejándonos encima una deuda espeluznante. En esas condiciones se nos presentó la oportunidad de hacer la revista en Cuba donde los costos se hubieran reducido enormemente, pero, aunque agradecidos, declinamos la oferta. Situación similar ocurrió cuando funcionarios cubanos se ofrecieron para asumir la gestión de la solución económica cuando la Fundación Alemana Hans Seidel decidió no seguir financiando los seminarios sobre Democracia Participativa que entre cubanos se desarrollaban en Cuba y fuera de Cuba. Nadie hubiera confiado en nuestra independencia si hubiéramos aceptado esas ayudas. No sólo hay que serlo, sino también parecerlo. No sólo es la ética, también es la estética. Así pudiéramos citar muchas, muchísimas otras anécdotas en que nos pareció muy natural respetar las que son normas elementales de comportamiento para un periodista. Por eso nos ha extrañado el asombro y el revolico que se ha armado por la investigación del periódico The Miami Herald que ha revelado como “por lo menos” (palabras textuales del reportaje) diez periodistas cubanos recibían paga de Radio y TV Martí. El asombro es entendible en un medio acostumbrado al anticastrismo como negocio o empleo. En general esta gente involucrada viven con mayores o menores ingresos y no hacen otro trabajo que no sea ese de escribir, hablar y hasta actuar en algunos casos en contra del gobierno cubano. Son profesionales del anticastrismo. De esa forma hay quienes han hecho fortunas. Hay quienes han vivido con más o menos amplitud. Es cuestión de grados, jerarquías, categorías... Es lógico que se sorprendan cuando alguien les dice que no es correcto y puede ser hasta inmoral lo que se ha hecho un hábito colectivo, socialmente consentido y aceptado. Lo del revolico, el escándalo y la movilización estentórea me parece que tiene que ver con que estas revelaciones forman parte de una investigación mayor de The Miami Herald para descubrir en qué se gastan decenas de millones de dólares anuales destinados a esas actividades que van a parar a instituciones variopintas, encargadas de repartirlos de manera que justifiquen la remuneración y garanticen el modo de vida de esos que viven del anticastrismo. Si esos datos se revelan, el escándalo sería para coger balcones por los implicados en la cogioca. El movimiento de protesta, más que en defensa de los citados en el destape inicial, muchos de ellos odiados por el anticastrismo oficial, es para evitar que se siga la investigación que aterroriza a tantos sepulcros blanqueados cuyas fotos todavía no han sido publicadas. De todas formas, yo no estoy de acuerdo con que se castigue o satanice a los diez periodistas que han sido desenmascarados y puestos en la picota. Hay que tener caridad y comprender que fue el propio gobierno estadounidense el que los tentó y envició, y que la sociedad consintió esa forma de corrupción. Se les debió haber hecho una advertencia, exigirles que se arrepintieran y que hicieran propósito de enmienda y, a continuación, absolverlos de su colectivo pecado, apercibiéndolos -eso sí- de no reincidir en el mismo, so pena de penalidades más severas. language=JavaScript type=text/javascript>
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