Andando por las calles de la ciudad en que vivo en esta mañana del 8 de noviembre del 2006, perdí la perspectiva del tiempo y el espacio y no podía descifrar si estaba en el ambiente fascista de Berlín de 1939, en el Santiago de Chile de 1973 o en el Miami radical e intolerante del 2006. Una nutrida manifestación de personas donde abundaban los pelos canos y los rostros arrugados por el tiempo -a pesar de las reconstrucciones faciales y los lentes oscuros- se agolpaban en torno a una rústica jaula de hierro que llevaba en su interior una mala escultura -de un mal escultor- y que alguna vez se le dedicó al Comandante Fidel Castro.

El escultor norteamericano Daniel Edwards acaba de dar una tremenda lección del precio que deben pagar los mediocres para ganar notoriedad y que su nombre aparezca, aunque sea envuelto en una polémica, en los cintillos amarillistas de la prensa hambrienta de escándalos. Un artista sin principios, capaz de comprometerse con Dios y con el Diablo si cada uno de ellos promete asegurarle un lugar en el Paraíso y en el Infierno.

Según los planes, la escultura del rostro de Fidel Castro esculpida por Edwards bajo el sugerente título Fidel Castro's Deathbed Portrait (Retrato de Fidel Castro en su lecho de muerte), una escultura monumental que representa al Presidente Castro con una mirada solemne hacia el cielo, se exhibiría en el Central Park de Nueva York, muy cerca del monumento al patriota cubano José Martí, proyecto auspiciado por la galería neoyorquina Capla Kesting Fine Art como un reconocimiento que le daba la comunidad negra de Harlem a las contribuciones del líder cubano a los derechos civiles.

Aunque ahora se han cambiado las historias y las plañideras de Miami tratan de presentar al escurridizo y ambivalente escultor como ignorante de la realidad cubana, según los planteamientos trogloditas de la sagüesera de Miami, desde un principio y en boca David Kesting, uno de los fundadores de la Capla Kesting Fine Art, se afirmó que la representación del gobernante cubano había sido hecha de acuerdo a los puntos de vista conflictivos entre Miami y Harlem. "Con respecto a Harlem, el retrato celebra las contribuciones humanitarias de Castro -aseguró Kesting- y, con respecto a Miami, simboliza el fin de su largo régimen", explicó.

Entre los planes de Edwards, estaba traer su polémica escultura al corazón mismo de exilio cubano radical e intolerante, lo que dio paso a agrias manifestaciones de repulsa por parte de los líderes comunitarios de la comunidad cubano-americana y provocó que un grupo de locutores de un programa matutino conocido como “El Traketeo” -la falta ortográfica es producto del orgullo spanglish- perteneciente a la emisora radial “La Kalle 98.3” -esta otra agresión a la lengua de Cervantes también es orgullo de Miami- se dirigieran a los estudios del escultor en el estado de Connecticut y este decidiera viajar a Miami para participar en el show radial y escuchar en “propia voz” las lamentaciones, las acusaciones y las diatribas de siempre de una parte de la comunidad cubana exiliada.

Las palabras del escultor Daniel Edwards a los radioyentes de Miami fueron sorprendentes: "No puedo ignorar el profundo dolor de esta comunidad…. es algo que no puede entenderse hasta que no se escucha de cerca, hasta que no sientes esa emoción". Como si las argumentaciones de la propia galería que le patrocinaba el proyecto fueran totalmente desconocidas por él referentes a las proyecciones conceptuales contrapuestas entre Harlem y Miami.

Edwards, envuelto en un personaje más dramático que creíble, decidió complacer a quienes lo criticaban ferozmente y les prometió traerles su escultura como trofeo, para ser incinerada en una gran hoguera, permitiendo que los ”radicales”  saciaran su sed de venganza, por supuesto que a la distancia de noventa millas de su presunta víctima, algo que recuerda las ejemplarizantes ejecuciones medievales o las salvajes piras de los fascistas donde quemaban todo lo que les fuera prohibitivo a su intolerancia. Gracias a Dios que las Cortes norteamericanas pusieron freno a los que aspiraban a destruir los libros sobre Cuba de las bibliotecas escolares, algo que también hubieran disfrutado quemar en plaza pública, estos “paladines” que nos prometen devolvernos la libertad y la democracia.

Por fin, se cumplió la promesa de Daniel Edwards en esta mañana del 8 de noviembre. Solo que en vez de incinerarla, de manera grotesca decidieron pasear la escultura de Fidel Castro en brazos, encerrada en una jaula de hierro, mientras la escupían y la golpeaban, hasta arrojarla dentro de un contenedor de basura que habían traído para este propósito, en el parqueo del restaurante Versailles, lugar preferido de ex batistianos, y de los que se reconocen ellos mismos como “combatientes inclaudicables de la libertad de Cuba” y que según los “jodedores” mas jóvenes los identifican como los “patriotas de café con leche”.

Daniel Edwards este controversial escultor internacionalmente conocido por sus esculturas de Hillary Clinton y Britney Spears, así como por la recreación en bronce del supuesto primer excremento de Suri Cruise, la hija de las estrellas de Hollywood Tom Cruise y Katie Holmes, no tiene mucho que enseñar en el mundo de las artes plásticas y disfruta más las sacudidas escandalosas que da la prensa y llama la atención sobre determinados sectores que pueden ser sugerentes a sus intereses económicos.

No es difícil darse cuenta que gracias a su compromiso con la población negra de Harlem para congratular a Fidel Castro, aseguró un movimiento publicitario importante en la zona noreste y angloparlante de los Estados Unidos y ahora, al romper ese compromiso y congraciarse con los extremistas cubano-americanos del sur de la Florida, asegura la publicidad en el sureste y en el importante mundo de los hispanoparlantes. A esta hora muchos periódicos se están haciendo eco de la “civilizada” reacción del ala más extremista de la comunidad cubana en Miami y el nombre del polémico y ambiguo escultor está en importantes cintillos de farándula.

Con este acto bárbaro, los cubanos radicales de Miami tuvieron su 9 de abril del 2003, cuando cayó la estatua de Sadam Hussein en Bagdad, solo que no disponen de las fuerzas de ocupación norteamericanas para terminar con su propio "calvario" ni han recibido jamás la tan esperada ayuda del Imperio para poder regresar a la tierra que alguna vez abandonaron. A todas luces, regresar tomados de la mano de un marine americano, es la única opción que les queda, -y que esperan pacientemente- para recuperar lo que alguna vez perdieron.