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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: talita7194  (Mensaje original) Enviado: 21/12/2006 22:54
 
 
La historia secreta de las manos del Che
El Che Guevarra, ya muerto.

CIA / Le fueron amputadas

La historia secreta de las manos del Che

PD

Domingo, 30 de octubre 2005

Tras 38 años de misterio, María Seoane revela en el diario argentino Clarín los detalles casi escabrosos de todo lo que rodeó a la identificación de Ernesto Che Guevara, tras ser capturado en la montañas de Bolivia y ejecutado en una escuela de Santa Cruz de la Sierra. Cuenta la periodista que tres policías argentinos viajaron al país andino para comprobar que el guerrillero asesinado el 9 de octubre de 1967 era Guevara. Por primera vez, esos testigos de excepción relatan cómo tomaron las huellas de las manos del Che, amputadas por orden de la CIA. Por su interés, reproducimos los fragmentos principales de ese artículo.

Las manos del Che, historia secreta de cómo se confirmó su muerte en Bolivia

mseoane@clarin.com

A las tres y media de la mañana del 12 de octubre de 1967, el teléfono sonó en la casa del subinspector y perito dactiloscópico de la Policía Federal Argentina (PFA), Nicolás Pellicari.

Pellicari, tiene que estar en el comando de jefatura, inmediatamente —escuchó de su jefe, el inspector Federico Vattuone.

Pellicari saltó de su cama como un soldado que es convocado a una batalla desconocida: no sin angustia, no sin curiosidad.

A las cuatro de la mañana estaba reportándose en el Departamento Central de Policía. Junto a él estaba el subinspector Juan Carlos Delgado, ambos integrantes de la Policía Científica que dependía de la Dirección de Investigaciones. Allí, se les sumó el perito escopométrico inspector Esteban Rolzhauzer. Allí se enteraron de que el jefe de la PFA, general Mario Fonseca, les ordenaba trasladarse a Bolivia para certificar que el guerrillero asesinado por los Rangers —un cuerpo de elite— y la CIA en La Higuera era Ernesto Guevara Lynch de la Serna, alias Che.Las huellas de todos los dedos del Che.

Las instrucciones eran precisas: debían viajar a Santa Cruz de la Sierra donde los estaría esperando el cónsul argentino en La Paz, Miguel Angel Stoppello. Pellicari tenía entonces 32 años, Delgado, 33 y Rolzhauzer, 37. Debían identificar al Che no sólo por sus huellas dactilares; también por la letra que describía —"con el trazo confuso de un médico" (diría más tarde Rolzhauzer)— su lucha, su utopía y su derrota en la selva boliviana.

Los policías tomaron cuatro horas para preparar todos los elementos técnicos para su trabajo, y buscaron la única ficha dactiloscópica que existía de Guevara en la Argentina, en su legajo de identificación personal 3.524.272: eran impresiones tomadas el 29 de octubre de 1947, veinte años antes, con una coincidencia de fechas por lo menos misteriosa en momentos en que también eran argentinos quienes debían certificar su muerte. A las 8 de la mañana del 12 de octubre, en la base aérea de El Palomar Pellicari, Delgado y Rolzhauzer subieron a un avión Guaraní que los llevó a Santa Cruz de la Sierra.

¿Sabían acaso que la noche del 9 de octubre, el dictador boliviano general René Barrientos le había pedido al dictador argentino, general Juan Carlos Onganía, que los enviara para identificar al Che? ¿Sabían acaso que deberían identificar unas manos sin el cuerpo del Che? No. Porque los hechos que rodearon la decisión de hacer desaparecer el cadáver del Che y amputarle las manos entonces fueron ocultados con la obsesión de un secreto militar extremo por los protagonistas de su asesinato en la escuelita de La Higuera, un lugar perdido en la selva boliviana cerca de la Quebrada del Yuro, el 9 de octubre de 1967.

El Che había sido capturado por una patrulla militar de rangers a cargo del general boliviano Joaquín Zenteno Anaya y el coronel Andrés Selich, con la activa colaboración de los agentes cubananos Félix Rodríguez y Julio Gabriel García, ambos de la CIA. Antes de morir, el Che había insultado a su interrogador de la CIA, Rodríguez. Y le había ordenado a su verdugo, el sargento boliviano Mario Terán:

—¡Póngase sereno, y apunte bien! ¡Usted va a matar a un hombre!

La muerte había sido ordenada por Barrientos, quien había consultado con su par estadounidense, el entonces presidente Lyndon B. Johnson, si dejar vivo a ese enemigo tan temido, a ese médico argentino, revolucionario por convicción, cubano por decisión, que había nacido en Rosario el 14 de junio de 1924. Que sufría de un asma terminal pero de una decisión igualmente terminal de combatir "al imperialismo donde quiera que esté"; que se había enrollado en la batalla del Movimiento 26 de Julio liderada por su amigo, Fidel Castro, para terminar con la dictadura de Fulgencio Batista en Cuba y levantar las banderas de la Cuba socialista.



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